Mientras escribo esta columna, veo los rostros compungidos de la familia Rosenberg. Percibo su dolor y su tristeza. Y también su indignación con clamor de justicia al Cielo. Su ira por la pérdida de su ser querido, del papá, del esposo, del hermano, del primo, del socio, del amigo; llorado hoy por todos entre lirios de funeraria y lamentos de dolor. Una víctima más que se lleva el abismo de luto negro que está engullendo a este país en donde el crimen paga y la justicia es nula.
La inseguridad nos está matando lentamente, como el batracio que muere porque se acostumbra al calor de la temperatura del agua en donde se encuentra sumergido, hasta que ésta hierve, y ya es muy tarde.
El asesinato del abogado Rodrigo Rosenberg Marzano es una demostración palpable de la fragilidad del Estado y su incompetencia en proteger nuestros derechos, nuestras vidas y nuestras propiedades.
Son acusaciones muy delicadas y serias que deben ser investigadas con todo el rigor de la ley. Pero no con esa pasmosa ineficiencia que ha caracterizado la mayoría de crímenes que se vienen cometiendo a diario impunemente en nuestro país. Esta investigación deber ser hecha por una “comisión independiente” totalmente desvinculada de posibles manipulaciones e influencias. Y los más interesados en permitirla deben ser los señalados.
La difusión el día de ayer del video grabado y del testimonio firmado por el propio Lic. Rosenberg unos días después del asesinato del industrial Khalil Musa, de quien era abogado —video en el que hace una pormenorizada descripción de las causas y las motivaciones de los asesinos para cometer tal crimen— es solo la punta del iceberg de la conspiración, pues también señala con gran vehemencia: “Si usted está leyendo este mensaje, es que yo Rodrigo Rosenberg Marzano fui asesinado por el secretario privado de la Presidencia Gustavo Alejos y su socio Gregorio Valdez, con la aprobación del señor Álvaro Colom y de Sandra de Colom”.
“Yo era un guatemalteco de 47 años, con cuatro divinos hijos, con el mejor hermano que uno le puede pedir a la vida, con increíbles amigos y con muchísimas ganas de vivir en mi país, pero no hubiera podido vivir conmigo mismo sin rebelarme, armarme de valor y denunciar a todos los guatemaltecos que tienen principios y valores acerca de las verdaderas razones de la muerte de don Khalil Musa y su hija Marjorie Musa, sin importar las consecuencias y entendiendo que mi vida corría peligro, quise dejar este testimonio en caso me pasara algo, como lamentablemente sucedió”. Fin de la cita.
El pasado domingo 10 de mayo será recordado como uno de los domingos más negros de nuestra historia. Un hombre muy valiente fue abatido a tiros por cobardes mercenarios de la muerte. Lo acribillaron mientras andaba en bicicleta tranquila y pacíficamente, anunciándole al mundo que no le debía ni temía a nadie.
No puedo sino unirme a la profunda consternación y repudio que este execrable crimen nos causa a toda la sociedad guatemalteca. Las palabras no conjugan ni transmiten el verbo ni el sustantivo de nuestra desesperación. No se puede escribir un epitafio, ni articular moción alguna, sin dejar de sentir un deseo de emitir un grito profundo y gutural nacido en el asiento mismo de nuestra alma. ¡¡Basta ya!!
Acaso no es hora de que todos los guatemaltecos nos unamos para hacer valer el estado de Derecho y el imperio de la ley, y como el Lic. Rodrigo Rosenberg lo acota en el último párrafo de su testimonio, rescatemos nuestro país de los ladrones, de los asesinos, de los narcos, y todos juntos recuperemos nuestra Guatemala, nuestros valores y nuestra fe en la justicia de nuevo.
Por amor de Dios y de nuestro país.
(La Prensa Libre, Guatemala)