Publicado en MAS! y EL DIARIO DE HOY, sábado 6 noviembre 2021
Amigos:
Pocas veces me he sentido tan realizado sentado frente a un televisor que cuando vi la miniserie “The Billon Dollar Code” (Como las películas o series siempre las titulan mal en la versión en español, Netflix le puso “El Código de la Discordia’). Esta serie me llevó de regreso a mi amado Berlín de anarquistas, migrantes y artistas. No sé si este ecosistema creativo todavía existe en Berlín, pero existió en los años 70, cuando yo viví en esta ciudad, y todavía en los años 90, cuando esta historia comienza en un quiosco de “Döner” instalado en un terreno industrial abandonado entre Kreuzberg y Schöneberg. (El sándwich turco “Döner” es la síntesis del encuentro entre inmigrantes turcos y “la escena” subcultural de Berlín, y de ahí conquistaría toda Alemania). En este lugar tan típico para “la escena”, como se llamaba este continente subcultural, se encuentran dos tipos y hacen un pacto: “Vamos a cambiar la manera en que miramos el mundo”. Y de este pacto entre un artista visual no entendido y un nerdo, hacker y anarquista salió TerraVisión, una obra maestra de programación creativa que luego apareció copiada en Silicon Valley y que hoy conocemos como Google Earth.
Esta es la otra razón por la cual me intrigó tanto esta serie: Muestra la historia de los muchos perdedores en la carrera por la fama y fortuna del mundo digital con los pocos ganadores que todos admiramos y convertimos en símbolos del progreso, pero la muestra desde la perspectiva de los perdedores. Ellos son gigantes creativos, pero enanos empresarios. Por eso siempre los magnates de Silicon Valley, los supuestos inventores e indudables dueños de Facebook, Microsoft, Apple, Amazon y Google se comen a los nerdos, los locos, los fanáticos escritores de códigos digitales, los que se imaginan lo imposible.
Teóricamente siempre tuvimos claro que el enorme éxito de una compañía como Google tiene que haberse construido sobre los aportes creativos de miles de soñadores. Algunos ganaron buenos puestos y sueldos, otros se quedaron afuera, como los dos héroes de nuestra serie. Por lógica no podía ser de otra manera. Pero en “The Billion Dollar Code” lo vemos, lo vivimos, desde abajo, desde la posición de los creadores y -al final- perdedores.
En ninguna de las muchas películas sobre la revolución digital y el reino ilustre de Silicon Valley hemos visto, como en esta serie, cómo la revolución tecnológica surge de la indispensable combinación entre el arte de saber sonar algo nuevo y la creatividad técnica, matemática de los nerdos, hackers y programadores, con todos las contradicciones y sus respectivos pleitos y fracasos, pero también con explosiones de creatividad de los cuales de repente surge algo tan revolucionario como TecnoVisión: ver nuestro mundo desde la perspectiva de una nave espacial y de ahí hacer un zoom hasta llegar a la esquina de la casa de nuestra infancia, o a los lagos, ríos, ciudades en continentes donde de otra manera nunca vamos a llegar…
La historia va en dos tiempos: en el año 1993, cuando en Berlín los dos protagonistas, el artista y el hacker (ambos anarquistas), reúnen un equipo de diseñadores gráficos, animadores de imágenes, matemáticos y programadores para crear algo totalmente nuevo: un programa que nos permite viajar virtualmente por todo el mundo.
No fue una aberración como lo que recientemente presentó al mundo Marc Zuckerberg, el de Facebook: Metaverso, un intento de meternos en un mundo paralelo. No, los inventores de TerraVisión (y de hecho de Google Earth) nos querían dar acceso a nuestro mundo real.
El otro tiempo de la película es ya en el siglo 21, en una corte en Estados Unidos, donde los dos inventores, el artista y el hacker, señores cuarentones, se enfrentan a la multibillonaria empresa Google para que les indemnicen por las patentes y los sueños que les robaron. Y obviamente pierden. ¿Cómo ganar en un juzgado de Delaware contra un ejército de abogados corporativos y contra una empresa que se convirtió en orgullo nacional y símbolo imperial de Estados Unidos?
Pudimos ver en la serie cómo lo imposible es posible cuando existe la mezcla correcta de locura, genialidad, arte y anarquismo, matemática y técnica. Pero en el mundo corporativo y judicial nunca ganan los locos que tratan de alcanzar lo imposible.
La historia de esta producción alemana está muy bien contada. Los cambios de los años 90 en Berlín y el año 2014 en Estados Unidos son dinámicos, los conflictos entre los dos protagonistas, que se separan cuando caen en la depresión luego de que Google les robó sus sueño, y se reencuentran cuando deciden ir contra Goliat Google, son creíbles, cómicos y dramáticos.
Al final, habiendo perdido la batalla legal, pero recuperado su dignidad y su amistad, regresan al punto de salida: la venta de “Döner” en el paisaje postindustrial de Kreuzberg. Si yo fuera el árbitro, ellos ganan, Google pierde. F… Google!
Saludos, Paolo Luers