El único antídoto al populismo es la racionalidad. Muchos en
este país se sienten frustrados de la política que no resuelve los
problemas de país y ni siquiera define las prioridades de los problemas a
resolver; muchos han perdido la confianza en los políticos, la
tolerancia con el mal gobierno del FMLN y la paciencia con la oposición.
Esta frustración tiene dos escapes: uno
es la antipolítica que ofrece el populismo, predicado por “líderes” que
ofrecen apartar los partidos y los complicados mecanismos de una
institucionalidad que funciona, pero no para establecer mejores
instituciones, sino para constituir una relación directa y apasionada
entre un ‘líder’ y ‘el pueblo’; la otra salida es introducir
racionalidad a la política, o más bien, racionalidad y ética.
Nos
predican como loros que hay que “despolarizar” la política. Y esto lo
repite un coro de loros. Pero nuestro problema no es la polarización, ni
la confrontación, sino la falta de confrontación transparente entre
proyectos de políticos, propuestas de políticas públicas, definiciones
de las prioridades, proyectos de solución a las crisis de seguridad, de
educación y de crecimiento. No se trata de despolarizar, sino de definir
de manera racional los polos, de desapasionar la política, de hacerla
racional, discutible, transparentando con toda claridad las opciones.
Tenemos un exceso de pleito – y un déficit de debate.
Los discursos populistas abundan. Se han
apoderado de la izquierda, desplazando su acumulación histórica de
análisis y pensamiento críticos. Se manifiestan, de manera aún más
desenfrenada, en la supuesta “nueva izquierda”, personificada en la
figura mesiánica de Nayib Bukele, que tiene muchos vasos comunicantes
con la supuesta “nueva derecha”, fundada por Tony Saca, su engendro GANA
y su “teórico” cantinflesco Walter Araujo. Pero ARENA, luego de
rendirse ante el populismo de Saca, tampoco se ha liberado de esta
tentación. En vez de apostar consecuentemente al antídoto del populismo,
la racionalidad, sigue jugando con la tentación de enfrentar al
populismo de sus adversarios con otro propio. De repente se perfila una
batalla entre “nueva visión” de Carlos Callejas contra las “nuevas
ideas” de Bukele; o “el país primero” contra “el pueblo primero”…
Pero sería absurdo que empresarios, si
deciden meterse en política ante las deficiencias de la clase política,
lo hicieran adoptando otra versión del clásico discurso de los políticos
que esconden con demagogia su incapacidad de generar y gestionar
soluciones y prioridades. O tienen la capacidad de introducir
racionalidad a la política, o mejor no se metan. Necesitamos su
capacidad de ejecutar, pero no nuevos gurús.
Lo mismo hay que decir a la emergente
clase media profesional, que se está aglutinando en movimientos
ciudadanos, y que está a un paso de meterse en política, sea a corto
plazo con candidaturas no partidarias, sea a mediano plazo construyendo
un partido centrista. Es preocupante que en este contingente de la nueva
política, que debería ser la reserva moral y racional del país, también
se escuchan discursos populistas. Hay quienes convierten la crítica a
la corrupción en una cruzada, con peligro de terminar en una cacería de
brujas. De repente la justa y necesaria crítica a la política
establecida se convierte en discurso contra “la clase política”, muy
parecido al discurso del populismo de izquierda que se declara en guerra
contra “la casta política” y “los partidos del sistema”.
El motor de arranque de los movimientos
ciudadanos decididos a meterse en política es la genuina y justificada
frustración con la impunidad y la poca voluntad de los partidos y de la
institucionalidad del país de enfrentarlas. La ruptura con un orden
establecido de corrupción siempre arranca con la frustración y la
indignación, incluso el resentimiento, pero ellas no pueden ser la base
para una “nueva política”. Tiene que someter las emociones y pasiones a
un proceso de análisis que genere racionalidad.
La oposición -ni ARENA, ni mucho menos
los nuevos actores ciudadanos que se están articulando- no deben caer en
la tentación de recoger y articular el resentimiento de la gente. No se
puede construir una alternativa política sobre resentimientos, sino
solamente sobre propuestas y soluciones racionales. Y racional, para
definirlo bien en este contexto, incluye hablar con franqueza de las
medidas impopulares y de los sacrificios colectivos necesarios para
enfrentar y solucionar los problemas no resueltos del país.
A los “renovadores” dentro y fuera de
ARENA les toca una tarea histórica compartida: introducir racionalidad a
la política. Y ética, que en última instancia es lo mismo. Porque los
discursos populistas se visten de un enorme ímpetu moral (o moralista),
pero la ética, para ser válida, está basada en racionalidad.
(El Diario de Hoy)