sábado, 28 de marzo de 2009

El Padrino


Fabio Castillo es una de las personas más brillantes, cultas y simpáticas del país. Sin ninguna duda. Y todos mis amigos entre los abogados, de izquierda como de derecha, confirman que también como abogado es de los más sobresalientes.

Pero todo eso no es suficiente para convertirse en magistrado de la Corte Suprema. Además de brillante, un magistrado tiene que ser independiente. Fabio Castillo, lejos de ser independiente, es protagonista político. Dirigió al FMLN como Coordinador General durante dos años muy recientes, del 1999 al 2001. Y ha sido el padrino del recién electo presidente Funes, el consigliere que detrás del telón negoció el pacto entre la dirigencia del partido y el candidato.

¿Quiere el país permitir, en esta etapa de transición y alternancia, que el padrino del futuro presidente y dirigente orgánico del futuro partido de gobierno esté controlando el Poder Judicial?

Un amigo común, quien conoce a Fabio mucho más de cerca que yo, me dijo: “Si a Fabito lo dejan trabajar en la Corte sirviendo café, en dos meses controla el Poder Judicial...”

Así que no nos demos paja, si Fabio Castillo va para la Corte, va para magistrado presidente. Va para cambiar la correlación de fuerzas en la Corte y en todo el aparato judicial. Va para cambiar la relación entre los poderes del Estado.

No hay duda ninguna que tiene la capacidad. Por años, desde afuera, Fabio Castillo ejerce tanta influencia en la Corte que muchas grandes empresas le pagan grandes honorarios para tenerlo de su lado.

Está en juego nada menos que la separación de poderes. Nuestro sistema tiene supuestamente un filtro que evite que lleguen a la Corte personas no idóneas, sea por falta de capacidad intelectual, sea por falta de independencia.

Este filtro se llama Consejo Nacional de Judicatura. Fue sujeto de reformas en el contexto de los Acuerdos de Paz, precisamente para asegurar la excelencia y la independencia de los jueces, sobre todo de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia.

Este filtro ha fallado estrepitosamente. Los consejales del CNJ, en vez de poner en la lista de elegibles para la Corte Suprema a las mentes jurídicas más competentes e independientes, permitieron que se autoproclamaran su presidente y dos de sus colegas. Además, no sólo propusieron a Fabio Castillo, a pesar de su rol protagónico en el FMLN y su cercanía con el futuro presidente de la República, sino además pusieron a una serie de candidatos de muy bajo nivel académico y profesional. Como decir a la Asamblea Legislativa: O eligen a gente incapaz o acepten a los candidatos que realmente estamos endosando, que son Fabio Castillo y los consejales integrantes del CNJ.

Los diputados tienen sobrada razón para exigir que renuncie por lo menos el presidente del CNJ, no sólo de sus aspiraciones a convertirse en Magistrado, sin del Consejo Nacional de Judicatura. La ley del CNJ provea cuatro razones para remover a los consejales, uno de ellos es “por prevalerse del cargo para ejercer influencias indebidas.”

Pero sobre todo, los diputados no tienen porque aceptar esta maniobra que atenta contra la institucionalidad del sistema jurídico. Tienen toda la razón de rechazar la lista del CNJ. Con todo y Fabio Castillo.

Tal vez algunos están confundiendo el tono conciliador que están adoptando ARENA y sus aliados frente al nuevo gobierno con debilidad, estupidez o oportunismo. Está bien no emprender una oposición obstructiva, pero hay algunas batallas que hay que pelearlas desde ya y sin vacilación. Una de ellas es por una Corte de Suprema de Justicia independiente y balanceada.

(El Diario de Hoy, Observador Electoral)

viernes, 27 de marzo de 2009

Dollarization, or how to avoid the devil's embrace

El Salvador has no domestic (“sovereign”) currency and, hence, no monetary policy of any kind. Almost alone in the world, El Salvador has no central bank. Lucky El Salvador. This tiny country has used the U.S. dollar as its official currency for eight years – and has avoided most of the problems experienced by poor countries that try to act like rich countries.

The tiniest of the seven Central American countries (smaller than Southern Ontario's Golden Horseshoe), El Salvador is the third richest. At $6,400 (U.S.), per capita GDP exceeds the Central American average by 30 per cent. Notwithstanding the global economic meltdown, real GDP increased last year by 3.2 per cent. In January, the International Monetary Fund reported that El Salvador's economy was in fine shape – with strong economic fundamentals, a moderate debt-to-GDP ratio and no balance-of-payments problems. “The impact of the global crisis on El Salvador,” the IMF said, “has been limited.”

Since El Salvador's civil war ended in 1992, the conservative ARENA party has governed the country with remarkably disciplined fiscal policies, pursuing classically liberal economic principles – selling off state enterprises, deregulating much of the economy, privatizing the country's pension program – and “dollarizing.”

Why would a country freely abandon its sovereign currency? Why would a country voluntarily surrender its paper money, a symbol of nationhood? The answer is that El Salvador decided that its currency was too important to entrust to its own politicians, its own financiers, its own industrialists – and, indeed, its own people. One of the principal agents of dollarization was an economist named Manuel Hinds, who twice served as the country's minister of finance and who brilliantly described his reasons for adopting the U.S. dollar in an allegorical work contained in Playing Monopoly with the Devil, published by Yale University Press in 2006. Mr. Hinds's novella forms only the first chapter of the book but, by itself, makes the rest of the book optional.

Mr. Hinds argues that central banks are apt, for poor and underdeveloped countries, to embody a Faustian deal that invites the deliberate corruption of currencies and incites either populist excesses at best, or mob violence at worst.

In his fantasy, Mr. Hinds invents a stereotypical Central or South American republic in which a politician named Dema Gogo has been elected president. His dilemma is authentic: In such a poor country, how can he find the money to do the good things he wants to do? Dema Gogo arranges for a chat with the devil in the presidential gardens. He offers cognac, a fine Cuban cigar and his friendship.

The devil has already consulted with his own adviser, Dr. Werner von Bankrupt, “in my dominions below.” Dr. Bankrupt's advice is succinct: “Issue your own currency, the gogo, with your face on each coin and bill.”

The inevitable monetary temptations ensue. The devil proposes that President Gogo establish a central bank – everyone else has one. Mr. Gogo wishes that the devil could run it, musing it was a “pity that he couldn't, on constitutional grounds. The devil wasn't a national. He met all other requirements.” In Mr. Gogo's first term, the official exchange rate of the gogo rises to one billion gogos for one U.S. dollar. On the black market, it rises to 1.5 billion gogos. Financial crises pile up, one on another. The banks stop lending. Mobs rule the streets.

Desperate, Mr. Gogo meets the devil one last time. They meet again in the presidential gardens.

“What's going on, my friend?” the devil asks.

“A mob is chasing me,” Mr. Gogo says. “They don't understand how difficult it is to manage the macro-economy.”

The devil walks to the entry of the garden and shouts to the mob: “He's in here!”

One shouldn't spoil the dramatic ending. Suffice it to say that, in the hyperinflationary end, the devil needs one trillion gogos to buy one U.S. dollar. Or, as he tells Mr. Gogo: “At today's exchange rate in the black market, I paid about a buck fifty [for your country]. That was a fair price.”

El Salvador escaped this bleak destiny – but will it continue to do so? With the leftist FMLN set to assume power for the first time since the civil war of the 1980s and early nineties, will the devil finally get his way? Will the political party descended from Marxist guerrillas abandon El Salvador's American dollar currency? (The FMLN gained a three-seat margin in national elections held last week.)

The answer, apparently, is no. President-elect Mauricio Funes insists that his new government “will not reverse privatizations, not jeopardize private property.” He has promised the IMF that he will keep the discipline of the dollar.

Until this week, the devil could have bought Zimbabwe for a buck fifty, too. Based on Manuel Hinds's analogy, President Robert Mugabe's dollar could be best described as the mugabo.

In the end, people needed a dollar bill with 26 zeroes to buy a loaf of bread. The hyperinflation ended abruptly this week, almost overnight, when Zimbabwe adopted dollarization-plus – the legal use of any currency. All heaven rejoices.

(Globe and Mail, Toronto/Canada)

jueves, 26 de marzo de 2009

Columna transversal: Banderas rojas

En la noche del 15 de marzo -ya se sabe que el próximo presidente de la República se llamará Mauricio Funes- un vehículo cruza la ciudad capital. Es de los pocos que esta noche no llevan banderas rojas. La Colonia Escalón es escenario de la fiesta de triunfo del Frente. Viajan en silencio tres ex-guerrilleros del FMLN histórico. No están de fiesta, por nada. Son de los dirigentes que hace años se separaron del FMLN, excomulgados por defender posiciones heréticas no tan diferentes como ahora las usó Mauricio Funes para ganar las elecciones.

No han apoyado a Funes. No por simpatía a ARENA, sino por antipatía al partido FMLN, partido que sus ex-compañeros han privado de su pluralidad, su democracia interna, su creatividad basada en diversidad...

Viajan en silencio, viendo el mar de banderas rojas en la Escalón, precisamente donde ellos, hace 20 años, hicieron llegar la ofensiva guerrillera.

De repente uno de ellos, viendo las caras largas de sus compañeros, rompe el silencio: “¿Y no para eso nos dimos riata en la guerra?”

El otro: “¿Para que estos babosos vengan 20 años después a izar banderas rojas en la Escalón? ¡No jodas, yo no me di verga para esto!”

“Nombre, para que cualquiera, aunque te caiga mal, puede ser presidente, si la mayoría así decida. Para esto luchamos, ¿o no?”

Yo también pasé por esta misma zona, en esta misma noche del 15, regresando del canal 12. Y tuve exactamente esa misma sensación de que la historia nos estaba jugando una broma.

Qué ironía: Hace 20 años estábamos dispuestos de perder la vida para ver la bandera roja ondear en Casa Presidencial – y hoy no siento alegría ninguna al ver este mar de banderas rojas en la Escalón. Ya no veo en el rojo de la bandera el símbolo de la esperanza y de la lucha por la libertad, sino el símbolo de ortodoxia, autoritarismo, retórica nostálgica...

Qué ironía: Cuando ya nadie en el mundo marcha bajo banderas rojas, vienen estos y van a elecciones con banderas rojas... ¡y ganan! La última bandera roja del mundo, izada en El Salvador, entre todos los lugares del planeta...

Que ironía: Al fin gana la izquierda, uniformada de rojo, cantando las canciones de anteayer, gritando las consignas de ayer, rezando al Che y a Farabundo como si fueran santos. Y en vez de sentir alegría y satisfacción, a muchos ex-guerrilleros nos entra preocupación: No vaya ser que los que hoy marchan con banderas rojas piensen que al fin han ganado la guerra... y actúen así.

Porque la guerra nadie la ganó y nadie la perdió. La terminamos negociando entre todos, sin excluir a nadie de la nueva república. Esta concepción de la paz y de la democracia hay que defenderla contra las actitudes revanchistas de donde provengan, derecha o izquierda. Contra los que siguen cantando “El Salvador será la tumba de los rojos’ - y contra los que siguen gritando “¡Revolución o muerte, Venceremos!”

¿Quiénes están dispuestos a defender lo que logramos como sociedad con los Acuerdos de Paz? Gente de izquierda y de derecha que se cansaron de gritar tonterías y rendir homenaje a protagonistas de la guerra fría convertidos en estatuas de bronce. De esa gente cansada de imperativos ideológicos, una buena parte marcó la bandera roja del FMLN, porque cree que el cambio prometido por Mauricio Funes también incluye la renovación de su partido; otra parte marcó la bandera de ARENA, porque cree en la apertura y las reformas que prometió Rodrigo Ávila. No importa, a la hora de tener que defender la democracia, se unirán.

Aquí ya no hay mayoría para regimenes autoritarias. El FMLN no pudo ganar sin la camisa blanca y el discurso reformista de Funes. Y ARENA ya no se atreve ir a las elecciones sin un programa reformista como el de Ávila.

Eso ya es ganancia.

(El Diario de Hoy)

miércoles, 25 de marzo de 2009

The civil heretic

Climate change has become an “obsession” — the primary article of faith for “a worldwide secular religion” known as environmentalism. Among those he considers true believers, Dyson has been particularly dismissive of Al Gore....

Lea el artículo completo en el New York Times...

FUNES HA SIDO UN CANDIDATO CON MUCHOS COMPROMISOS CON EL GRAN CAPITAL

Entrevista en Radio Centenario CX36 (Montevideo, Uruguay) al sociólogo norteamericano James Petras, uno de los ideólogos del Socialsmo del Siglo XXI de Hugo Chávez. La entrevista ha sido pubicada como editorial en la página Tendencia Revolucionara de Dagoberto Gutiérrez.

Ángeles: A las 12 menos veinticinco aquí en Montevideo estamos recibiendo con muchísimo gusto a James Petras que está por allí. Buen día Petras, ¿cómo te va?

Petras: Buenos días. Bien, aquí empieza la primavera por fin.

Ángeles: Y aquí el otoño.

Petras: Estamos empezando con algunos riesgos a sembrar la lechuga porque hay que ver si está lo suficientemente resistente al frío.

Ángeles: Muy sensible.
Petras, en los temas a consultarte queríamos empezar por las elecciones de El Salvador.

Petras: Bueno, hay que decir muchas cosas, empezando con el hecho que las elecciones tienen un resultado muy positivo, que es la derrota de la derecha. Digo esto porque el candidato que ganó del Farabundo Martí, primero no era militante del farabundismo por lo menos en el programa histórico, pero en todo caso representa la victoria de la democracia liberal. En ese sentido va a facilitar mayores derechos democráticos, con menos represión contra los sindicatos, individuos, etc. O por lo menos esa es la promesa.
Segundo, las fuerzas sociales que apoyaran a uno y otro candidato, sí son muy diferentes. Los electores farabundistas son las clases populares y la pequeña burguesía con algunos sectores de la nueva burguesía, mientras la oposición tenía el apoyo de la ultra derecha, de las clases dominantes más autoritarias y represivas, podríamos decir que lo que queda de los escuadrones de la muerte y los matones del pasado.
Eso es importante porque ya Funes tiene que enfrentar las presiones de las clases sociales excluidas por tantos años por los pactos de paz y los gobiernos de la derecha, y esta presión social podría empujar al nuevo presidente a realizar algunas medidas reformistas con algún impacto social, por lo menos generar algún empleo, alguna inversión en obras públicas.
Pero hay que clarificar también que el señor Funes ha sido un candidato con muchos compromisos con el gran capital, garantizando incluso en su declaración de victoria que va a respetar todas las cofradías existentes: los grandes latifundios, los grandes banqueros, incluso ha dado garantías a Carlos Slim, que es un gran capitalista con muchas inversiones en El Salvador entonces no hay que esperar ninguna medida de nacionalización para revertir las privatizaciones. No hay que esperar ninguna reforma agraria, hay que esperar colaboración con el gran capital. Y mucho menos medidas fiscales de redistribución de ingresos. Es notable que el señor Funes durante la campaña cuando la derecha en su esfuerzo de desprestigiar, vincularon a Funes con Chávez y Castro, Funes decía abiertamente que está mucho más cerca a Lula Da Silva, que con Chávez. Es decir, Funes representa otra vez una victoria de la democracia liberal o neoliberal si quieres, contra las fuerzas más ultras, más derechistas.

Ángeles: Desde el punto de vista de su carrera como periodista viene de la CNN ¿verdad?

Petras: Sí. Y no engaña a nadie, Funes utilizó un discurso de centro durante su campaña por lo menos podríamos decir que no es un demagogo en el sentido de prometer muchos cambios. Eso debemos decirlo, a pesar de que la prensa izquierdista o progresista como la derecha lo presentan como una victoria de la izquierda. Yo creo que él mismo no es de izquierda. Tal vez durante su juventud era un participante de la lucha armada, guerrillero, etc., pero ha evolucionado en los últimos 15 años hacia posiciones de centro. No promete grandes cambios y tampoco los va a realizar.

Ángeles: ¿Se puede decir que es representativo de lo que es hoy el FMLN?

Petras: No sé cómo decir eso porque el FMLN utiliza mucha demagogia. Por lo menos Mejías y otros han utilizado un discurso populista y Funes utiliza un discurso liberal-demócrata: habla de libertades, contra la intolerancia, habla de ayudar a los pobres entonces hay que esperar 2 cosas que son positivas: que las expectativas del pueblo ahora son mucho más altas. La campaña y la victoria despierta esperanzas y tal vez puede activizar mucha gente. Y segundo, es un gobierno menos represivo y eso también es positivo entonces mucho depende cómo los movimientos sociales aprovechan de este cambio electoral para poner sobre la mesa las verdaderas reivindicaciones y cambios estructurales que necesita el pueblo para mejorar sus condiciones.

Ángeles: El otro tema que queríamos escucharte es la reunión de Obama con Lula este fin de semana.

Petras: Sí, era una importante reunión desde el ángulo de Washington para tratar de convencer a Lula de colaborar con los Estados Unidos en América Latina con un modelo de cómo un gobierno puede promocionar el gran capital y la política liberal. Del otro lado, Lula utilizó la ocasión para tratar de fortalecer la posición privilegiada de Brasil con los EE.UU. Y como un episodio, también insistió que EE.UU. debe explorar una forma de mejorar las relaciones con Cuba, Venezuela y Bolivia. Pero al final de cuentas ambos gobiernos están tratando de buscar una forma de salvar al capitalismo en quiebra. Lula y Obama están tratando de evitar a toda costa la quiebra total y el colapso del capitalismo.
Brasil, a pesar de la demagogia y las tonterías de Lula, está profundamente en recesión. La tasa de inversión industrial está cayendo, el comercio externo está en caída vertical, el crecimiento negativo en el trimestre final de 2008 era 3,5 por ciento, la caída en la producción industrial en el mes de enero de este año fue del 17 %, hay despidos masivos en la industria del automóvil y todas las declaraciones de Lula de que pueden evitar la recesión y que están en condiciones de autosuficiencia, son totalmente equivocadas frente a la realidad actual. Y también Obama frente a la quiebra del sistema financiero, el crecimiento negativo también aquí que está superando el 3 %, también está buscando salvavidas para el capitalismo.
Lula canalizando financiaciones a los exportadores para tratar de conseguir una mejora para los agro negociadores con la caída de la industria aeronáutica, la caída de las exportaciones de autos, etc. Entonces los 2 están en la misma onda, los 2 comparten el mismo compromiso con el capital, pero los diarios de izquierda sólo enfatizan que Lula presentó una posición en favor de Cuba, Venezuela, etc., como un gran progresista mientras eso es sólo un pequeño detalle de la reunión. Bienvenido sea que Estados Unidos abra o mejore relaciones, pero el eje de la reunión era sobre la base de cómo salvamos al capitalismo que está quebrando, cómo apoyamos a los capitalistas y bancos en quiebra.
Esa es la prioridad. Y cada país aumenta los desocupados, el número de gente viviendo en la pobreza y los que han perdido la esperanza de encontrar trabajo.

(Continua la entrevista, sobre asuntos de Argentina. Texto completo en Radio Centenario CX36.)

martes, 24 de marzo de 2009

Berlin Address by Federal President Horst Köhler

Let me tell you a story of how I once failed.

It was in Prague, in September of 2000. I had recently been appointed as Managing Director of the International Monetary Fund. My goal was to turn the IMF into a center of excellence that was to ensure the stability of the global financial system.

I was worried about the development the financial markets were taking at the time, because I was no longer able to gain a perspective on the gigantic financing volumes and the overly complex financial products. That is why I began to develop in-house expertise within the IMF on capital market policy. This was not welcomed by everyone. In fact, I was surprised to note that the G7 countries were quite hesitant to subject themselves to an assessment of their financial sectors; after all, these reviews had been resolved by the member states of the International Monetary Fund in 1999, as a lesson learned from the financial crisis in Asia.

Many people familiar with these matters had warned of the growing risk to the system as a whole. But these warnings went unheeded in the capital cities of the industrialized nations: no-one was willing to actually exercise political authority over the financial markets.

Now, the big wheels have broken down and we are experiencing a crisis, the outcome of which may define the 21st century. I believe this could be for our good, provided we are able to learn from our mistakes.

más...


(Horst Köhler es el presidente de la República Federal de Alemania. Antes ha sido Director Gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI). 'El Discurso de Berlin' es una tradición desde 1997: discursos anuales de los presidentes alemanes o estadistas invitados sobre temas de gran trascendencia.)

The Mexican Evolution

AMERICA’S distorted views can have costly consequences, especially for us in Latin America. Secretary of State Hillary Clinton’s trip to Mexico this week is a good time to examine the misconception that Mexico is, or is on the point of becoming, a “failed state.”

This notion appears to be increasingly widespread. The Joint Forces Command recently issued a study saying that Mexico — along with Pakistan — could be in danger of a rapid and sudden collapse. President Obama is considering sending National Guard troops to the Mexican border to stop the flow of drugs and violence into the United States. The opinion that Mexico is breaking down seems to be shared by much of the American news media, not to mention the Americans I meet by chance and who, at the first opportunity, ask me whether Mexico will “fall apart.”

It most assuredly will not. First, let’s take a quick inventory of the problems that we don’t have. Mexico is a tolerant and secular state, without the religious tensions of Pakistan or Iraq. It is an inclusive society, without the racial hatreds of the Balkans. It has no serious prospects of regional secession or disputed territories, unlike the Middle East. Guerrilla movements have never been a real threat to the state, in stark contrast to Colombia.

Most important, Mexico is a young democracy that eliminated an essentially one-party political system, controlled by the Institutional Revolutionary Party, that lasted more than 70 years. And with all its defects, the domination of the party, known as the P.R.I., never even approached the same level of virtually absolute dictatorship as that of Robert Mugabe in Zimbabwe, or even of Venezuela’s Hugo Chávez.

Mexico has demonstrated an institutional continuity unique in Latin America. To be sure, it can be argued that the P.R.I. created a collective monarchy with the electoral forms of a republic. But since 2000, when the opposition National Action Party won the presidency, power has been decentralized. There is much greater independence in the executive, legislative and judicial branches of government. An autonomous Federal Electoral Institute oversees elections and a transparency law has been passed to combat corruption. We have freedom of expression, and electoral struggles between parties of the right, center and left.

Our national institutions function. The army is (and long has been) subject to the civilian control of the president; the church continues to be a cohesive force; a powerful business class shows no desire to move to Miami. We have strong labor unions, good universities, important public enterprises and social programs that provide reasonable results.

Thanks to all this, Mexico has demonstrated an impressive capacity to overcome crises, of which we’ve had our fair share. They include the government’s repression of the student movement of 1968; a currency devaluation in 1976; an economic crisis in 1982; the threefold disaster of 1994 with the Zapatista rebel uprising, the murder of the P.R.I. candidate for president and a devastating collapse of the peso; and the serious post-election conflicts of 2006.

We have overcome these challenges and drawn meaningful lessons from them. We learned to diversify the economy and reduce the state’s financial monopolies, paving the way for the eventual Nafta agreements. Election controversies and the threat of political violence have led to a national acceptance of a peaceful and orderly transition to democracy.

Now once again, we face enormous problems. The worldwide financial crisis is intensifying our ancient dramas of poverty and inequality. But the most acute problems are the increased power and viciousness of organized crime — drug trafficking, kidnappings and extortion — and an upsurge in ordinary street crime.

This may be the most serious crisis we have faced since the 1910 Mexican Revolution and its immediate aftermath. More than 7,000 people, most of them connected to the drug trade or law enforcement, have died since January 2008. The war against criminality (and especially the drug cartels) is no conventional war. It weighs upon the whole country. It is a war without ideology, rules or a shred of nobility.

Is it a war that Mexico can win? Not through the tactics of any conventional war. But there can be progress by restricting the range of the enemy. Since taking power in 2006, President Felipe Calderón has sent more than 40,000 army troops to various Mexican states to combat drug gangs, and has had some victories in drug-related seizures and arrests. Even though Mr. Calderón enjoys a relatively high approval rating, the government has not managed to reassure the general population. Large sectors of Mexican society seem to endure these events as if they were part of a nightmare from which some morning we will awake. But it will not just disappear, and Mexicans must help fight the war by mobilizing public opinion, supplying information to the authorities and vigilantly supervising both elected and appointed officials. This kind of civic participation has already begun to yield some successes in Mexico City.

THE government, for its part, must continue the huge task of cleaning up the dark corners of its police forces, establishing an efficient intelligence network in order to keep ahead of the cartels. Mexico also needs a secure prison system that will not serve as a sanctuary where sentenced drug bosses can continue conducting their business and recruiting new criminals. It is also vital to speed up the purification of a judicial system that is slow and inefficient in its handling of serious crimes. We could use more political cooperation as well: Mr. Calderón (and his National Action Party) are now fighting this battle without significant support from the opposition parties, the P.R.I. and the Party of the Democratic Revolution.

The Mexican print media has not been entirely helpful either. Of course, freedom of press is essential for democracy. But our print media has gone beyond the necessary and legitimate communication of information by continually publishing photographs of the most atrocious aspects of the drug war, a practice that some feel verges on a pornography of violence. Press photos of horrors like decapitated heads provide free publicity for the drug cartels. This also helps advance their cause by making ordinary Mexicans feel that they are indeed part of a “failed state.”

While we bear responsibility for our problems, the caricature of Mexico being propagated in the United States only increases the despair on both sides of the Rio Grande. It is also profoundly hypocritical. America is the world’s largest market for illegal narcotics. The United States is the source for the majority of the guns used in Mexico’s drug cartel war, according to law enforcement officials on both sides of the border.

Washington should support Mexico’s war against the drug lords — first and foremost by recognizing its complexity. The Obama administration should recognize the considerable American responsibility for Mexico’s problems. Then, in keeping with equality and symmetry, the United States must reduce its drug consumption and its weapons trade to Mexico. It will be no easy task, but the United States has at least one advantage: No one thinks of it as a failed state.

Nor, for that matter, did anyone ever see Al Capone and the criminal gangs of Chicago as representative of the entire country. For Mexico as well, let’s leave caricatures where they belong, in the hands of cartoonists.

(The New York Times, Op-Ed. Enrique Krauze is the editor of the magazine Letras Libres and the author of “Mexico: Biography of Power.” This article was translated by Hank Heifetz from the Spanish.)

La hora de la acción mundial

Vivimos un periodo de retos económicos mundiales a los que no es posible hacer frente con soluciones a medias ni con los esfuerzos aislados de un solo país. Los líderes del G-20 tienen la responsabilidad de emprender una acción audaz, amplia y coordinada que no sólo ponga en marcha la recuperación, sino que lance una nueva era de compromiso económico con el fin de impedir que vuelva a producirse una crisis como ésta.

Nadie puede negar que la necesidad de actuar es urgente. La crisis crediticia y de confianza ha atravesado fronteras y tiene consecuencias en todos los rincones del planeta. Por primera vez en una generación, la economía mundial está contrayéndose y el comercio está disminuyendo. Se han perdido billones de dólares, los bancos han dejado de prestar dinero y decenas de millones de personas van a perder su trabajo en todo el mundo. Está en peligro la prosperidad de todos los países, además de la estabilidad de los Gobiernos y la supervivencia de pueblos enteros en las partes más vulnerables de la tierra.

Hemos aprendido, de una vez por todas, que el éxito de la economía estadounidense está inextricablemente unido a la economía mundial. No hay una línea que separe las acciones para restablecer el crecimiento dentro de nuestras fronteras y las acciones para conseguirlo en el resto del mundo. Si los habitantes de otros países no pueden gastar, los mercados dejan de funcionar; ya hemos presenciado la mayor caída de las exportaciones estadounidenses en casi cuatro décadas, que ha sido la causa directa de la pérdida de empleo en el país. Y, si seguimos dejando que las instituciones financieras de todo el mundo actúen de forma temeraria e irresponsable, permaneceremos atrapados en un ciclo de burbujas y estallidos. Por eso, la próxima cumbre de Londres está directamente relacionada con nuestra propia recuperación.

Mi mensaje está claro: Estados Unidos está listo para tomar la iniciativa, y vamos a pedir a nuestros socios que se unan a nosotros, con un sentido de urgencia y de propósito común.

Se han tomado muchas medidas positivas, pero queda mucho por hacer. Esa iniciativa nuestra se basa en un principio muy sencillo: vamos a actuar sin miedo para sacar a la economía estadounidense de la crisis y reformar nuestra estructura reguladora, y esas acciones se verán reforzadas por las acciones complementarias en el extranjero. Con nuestro ejemplo, Estados Unidos puede fomentar una recuperación mundial y crear confianza en todo el mundo; y si la cumbre de Londres ayuda a impulsar las acciones colectivas, podremos construir una recuperación segura y evitar crisis futuras.

Nuestros esfuerzos deben empezar con una rápida actuación para estimular el crecimiento.Estados Unidos ha aprobado ya la Ley de Recuperación y Reinversión, el esfuerzo más radical para impulsar la creación de empleo y sentar las bases del crecimiento en una generación. Otros miembros del G-20 también han propuesto estímulos fiscales, y esos esfuerzos deben ser enérgicos y sostenidos hasta que se restablezca la demanda. En el camino, debemos asumir un compromiso colectivo de estimular el libre comercio y la inversión y resistir la tentación del proteccionismo, que intensificaría la crisis.

En segundo lugar, debemos restablecer el crédito del que dependen las empresas y los consumidores. En EE UU estamos trabajando con energía para estabilizar nuestro sistema financiero. Entre otras cosas, con una valoración justa de los balances de nuestros grandes bancos, que desembocará de forma directa en préstamos capaces de ayudar a los ciudadanos a comprar bienes, conservar sus hogares y hacer crecer sus empresas. Estas medidas deben seguir desarrollándose mediante las acciones de nuestros socios del G-20.

Todos juntos, podemos adoptar un marco común que insista en la transparencia, la responsabilidad y la importancia de restablecer la circulación del crédito que constituye la savia de una economía mundial en crecimiento. Y el G-20, junto con las instituciones multilaterales, puede proporcionar una financiación comercial que ayude a reanimar las exportaciones y crear puestos de trabajo.

En tercer lugar, tenemos la obligación, por motivos económicos, morales y de seguridad, de tender la mano a los países y las personas en mayor situación de riesgo. Si les damos la espalda, nuestra propia recuperación se retrasará y el sufrimiento causado por esta crisis aumentará. El G-20 debe desplegar a toda velocidad los recursos necesarios para estabilizar los mercados emergentes, dar un impulso real a la capacidad de actuar con urgencia del Fondo Monetario Internacional y ayudar a los bancos de desarrollo regionales a acelerar los préstamos. Mientras tanto, Estados Unidos apoyará nuevas inversiones sustanciales en seguridad alimentaria para ayudar a los más pobres a sobrevivir los tiempos difíciles que se avecinan.

Ahora bien, aunque estas acciones pueden ayudarnos a salir de la crisis, no debemos conformarnos con una vuelta al statu quo. Debemos acabar con la especulación temeraria y el gasto por encima de nuestros medios; con el crédito basura, la ayuda excesiva a los bancos y la falta de supervisión que nos condena a burbujas que inevitablemente terminan estallando. La acción internacional coordinada es lo único que puede evitar una asunción de riesgos tan irresponsable como la que ha provocado esta crisis. Por eso me comprometo a aprovechar esta oportunidad para proponer unas amplias reformas de nuestro sistema regulador y supervisor.

Todas nuestras instituciones financieras -en Wall Street y en todo el mundo- necesitan una vigilancia firme y unas normas que se atengan al sentido común. Todos los mercados deben tener criterios de estabilidad y un mecanismo de transparencia. Un marco sólido de requisitos de capital debería protegernos contra futuras crisis. Debemos atacar los refugios fiscales y el blanqueo de dinero.

Los abusos deben evitarse mediante la transparencia rigurosa y la responsabilidad, y los días del descontrol tienen que acabar. En vez de unos parches que permitan conformarse con el mínimo común denominador, debemos ofrecer unos claros incentivos al buen comportamiento que fomenten una lucha por ser los mejores.

Sé que Estados Unidos tiene su parte de responsabilidad por el caos en el que nos encontramos. Pero también sé que no tenemos por qué escoger entre un capitalismo caótico e implacable y una economía dirigida por el Gobierno y opresiva. Es una alternativa falsa que no ayuda a nuestra gente ni a nadie.

Esta reunión del G-20 ofrece un foro para un nuevo tipo de cooperación económica mundial. Ha llegado la hora de trabajar todos juntos para restablecer el crecimiento sostenido que sólo puede surgir de unos mercados libres y estables, capaces de aprovechar las innovaciones, apoyar el espíritu emprendedor y ofrecer oportunidades.

Todas las naciones del mundo tienen intereses entrelazados. Estados Unidos está dispuesto a incorporarse a un esfuerzo mundial para obtener nuevos puestos de trabajo y un crecimiento sostenible. Juntos, podemos aprender las lecciones de esta crisis y labrar una prosperidad que sea duradera y segura para el siglo XXI.

(Distribuido por Tribune Media Services. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.)

Una nueva forma de gobernar

Cuando el presidente electo mandó a callar al coordinador de su programa de gobierno y miembro de su equipo de gobierno, el diputado Gerson Martínez, en un inusual desplegado de prensa, hubo varias reacciones:

Algunos aplaudieron, porque estaban preocupados por el asunto de la discordia, el compromiso del nuevo gobierno de honorar sus compromisos financieros. Gerson Martínez había anunciado que el nuevo gobierno buscará una renegociación de la deuda externa, y Funes aclaró que no hay tales planes.

Otros aplaudieron simplemente porque mandar a callar a Gerson Martínez no parecía tan mala idea, ya que su enmielada retórica sobre asuntos como finanzas públicas -que más bien requieren conocimiento y análisis- ya nos tenía a muchos al borde del mareo.

Otros aplaudieron porque sintieron alivio que el presidente electo hiciera verdad de su promesa de no dejar que el FMLN enturbiara los asuntos macroeconómicos del país y las relaciones con los organismos financieros internacionales. Les parecía positivo que Funes desautorizara al FMLN, desautorizando al diputado Gerson Martínez quien se estaba metiendo en cosas que no entiende y que no le competen.

A otros les causó alegría la manera tan humillante que Funes pusiera en su lugar al dirigente del FMLN, porque lo ven como muestra de las crecientes tensiones entre el presidente electo y su partido - o sea, como muestra de debilidad del proyecto político FMLN-Funes.

Todas estas manifestaciones de alegría por el mal ajeno son perfectamente entendibles. Sin embargo, el inédito método del presidente electo de comunicarse con sus más cercanos colaboradores vía desplegados de prensa debería, en vez de causarnos alegría, provocarnos profunda preocupación sobre el nuevo estilo de gobernar de Mauricio Funes.

En ninguna parte del mundo se ha visto que un mandatario use este método humillante para imponer su autoridad sobre sus asesores o colaboradores. De hecho, Funes no tenía ninguna necesidad de publicar desplegados en los periódicos para corregir una declaraciones de uno de los principales asesores. Podía haberle hablado por teléfono a Gerson Martínez exigiéndole que él mismo corrigiera sus infortunadas declaraciones sobre el refinanciamiento. Podía haber dado una conferencia de prensa hablando de un malentendido por parte de Gerson Martínez y exponiendo la linea oficial del presidente electo.

El hecho que el presidente electo no corrigió sino desautorizó a unos de sus principales asesores, y que lo haya hecho de la manera más humillante, más autoritario, más egocéntrico posible, habla mucho del estilo de conducción del futuro presidente.

Si por una parte existe la preocupación de que el FMLN iba a tener excesiva influencia sobre las decisiones del gobierno, ahora surge por otra parte la preocupación -no menos inquietante- de un liderazgo unipersonal incapaz de tolerar opiniones independientes dentro de su gobierno. ¿Acaso no es preocupante que un presidente se ve obligado a movilizar la opinión pública para imponerse sobre sus ministros y sobre su partido? Porque significa que entre presidente y gabinete, entre presidente y partido de gobierno no hay confianza, no hay debate franco, no hay diálogo. Significa que el presidente exige a su equipo de gobierno sumisión.

En este contexto, la conformación del gabinete del primer gobierno del FMLN cobra singular importancia. Los últimos años tuvimos un gobierno con poca capacidad de debate con su presidente, con pocos personajes fuertes y de criterio independiente. Eso no ha sido muy positivo, porque tener un presidente fuerte es una ventaja, pero si es a costa de tener ministros débiles sin capacidad ni valor de sostener propias posiciones, se vuelve desventaja para el país.
Parece que en este sentido, aunque haya alternancia, no habrá cambio.

(El Diario de Hoy, Observador Electoral)

lunes, 23 de marzo de 2009

Reflexiones de reflexiones: el uso indiscriminado de argumentos.

Es interesante como al reflexionar sobre el resultado del proceso electoral salvadoreño se escriba lo siguiente: “no es cierto que esa elección muestra que el país está dividido en dos polos que representan 50% cada uno. Eso es el resultado electoral, pero no refleja la realidad nacional”. Y días después (cinco días para ser precisos), en una nueva columna se escriba: “pero el país sigue dividido. La oposición sigue representando el 49% de la población”.

Lo cierto es, que cada uno de los argumentos es escrito en un contexto diferente, el primero de ellos donde se afirma que el país no está dividido en dos polos, es utilizado para fundamentar la hipótesis que hay un tercio de la población que fue a votar pero que no se siente identificada con el partido al cual dio el voto, al final opto por el más creíble. En cambio, el segundo argumento, donde se afirma que el país está dividido, es usado para cuestionar el uso de palabras que a juicio del columnista son gradilocuentes y megalómanas. Pero los dos argumentos son escritos por el mismo articulista en dos columnas distintas, en fechas diferentes.

El objetivo de esta reflexión no consiste en debatir si El Salvador es un país que se encuentra dividido o no en dos polos antagónicos. El punto es desvelar el uso indiscriminado de argumentos para sostener hipótesis, esto es, si hoy me sirve decir que no se está dividido para resaltar una nueva idea, pues lo digo y no pasa nada, si mañana me sirve decir, ojo el país está dividido para fortalecer una nueva hipótesis, se escribe tal cual y no pasa nada.

Esta forma de escribir es bastante común en varios de los articulistas de este país, solo hay que ser cuidadosos a la hora de leer sus columnas y darán cuenta de estos usos indiscriminados de argumentos. Ya no digamos en las recién pasadas campañas proselitistas, de las cuales muchos quedamos hartos. Y son la gran mayoría de políticos quienes llevan está práctica al extremo.

Ahora bien, para que las propias ideas sean valoradas, tomadas en cuenta o sometidas a crítica deben estar sustentadas de la manera más fuerte posible, esto significa, tener argumentos sólidos que no incurran en contradicción alguna. En cambio, si los argumentos son usados de manera indistinta, se perderá la credibilidad de lo que se escribe y las columnas caerán en la farragosidad de la palabra escrita.

Es hora de que les hagamos saber a los políticos y a los columnistas que no pueden decir lo primero que se les ocurra, que no pueden sostener un argumento de manera utilitaria, es decir, no pueden estar manipulando los argumentos a su antojo, si de algo se dice que es incoloro un día por arte de magia no puede amanecer coloreado.

domingo, 22 de marzo de 2009

Palabras grandilocuentes y megalómanas


“Segunda república”... “Un nuevo país”... “Cambio de época”... “Redefinición del rumbo del país”. .. “Fin de ciclo”... “Segundo Acuerdo de paz”... “Refundación de la democracia”...“El fin de la posguerra...”

Palabras algo grandilocuentes andan flotando en el aire para describir el simple hecho que la oposición ganó las elecciones y gobernará los siguientes cinco años.

¿Estamos presenciando la refundación de la república? Según la Real Academia Española, ‘refundación’ significa “acción y efecto de transformar radicalmente los principios ideológicos de una sociedad o de una institución para adaptarlos a los nuevos tiempos, o a otros fines.

¿Es esa la voluntad popular expresada en las elecciones de enero y marzo de 2009? De ninguna manera. Para reformar radicalmente los principios ideológicos de una sociedad, y para adaptarlos a otros fines, es condición indispensable un amplio consenso nacional, resultado de un proceso de diálogo profundo y transparente. Una refundación de la república o de la democracia no puede ser resultado de una confrontación, sino solamente de una concertación. El intento de refundación, de redefinición del rumbo del país, si es resultado de una confrontación, en la cual una parte logra imponerse vía la mayoría electoral, es condenado a terminar en imposición.

No estoy tratando de minimizar la importancia de la alternancia. Sigue siendo un hecho histórico la llegada del primer gobierno de izquierda en la historia de El Salvador. Pero el país sigue dividido. La oposición sigue representando el 49% de la población.

Tampoco hay que minimizar la importancia de las alianzas que Mauricio Funes ha logrado en la recta final de su campaña. Fueron decisivos para su victoria. Sin embargo, hablar de “Unidad Nacional” es una falacia. La alianza ganadora de Funes no es resultado de un acuerdo nacional, sino es resultado y expresión de la polarización, del efecto centrifuga que fuerza a los sectores del centro a adherirse a los polos.

Los Acuerdos de Paz del 1992 sí significaron una refundación. Son el resultado no de un conflicto, en el cual una parte se impuso, sin de la solución del conflicto en la cual todas las partes -las dos partes beligerantes y la sociedad civil- participaron.

Cualquier intento de refundación, de llevar al país a nuevas épocas, de declarar cerrado ciclos, si no es mediante la concertación entre todos los sectores, no puede producir acuerdos nacionales, sino más confrontación.

Esto precisamente está pasando en Venezuela, Nicaragua, Bolivia, donde una parte de una sociedad fracturada impone a las otras partes nuevas constituciones, refundaciones, nuevos rumbos de nación. Una nueva constitución, un nuevo rumbo, una nueva república... nada de esto tiene sentido si no es obra del consenso, sino de la imposición. Ganar unas elecciones, ganar un referéndum, con mayoría popular tal vez le da legalidad a nuevas constituciones o rumbos, pero no le da legitimidad ni viabilidad.

Obviamente aquí no estamos frente al intento de cambiar la constitución. No es posible y no está en la agenda. Pero elevar una simple victoria electoral, donde un partido logró el 51% de los votos, a categorías rimbombantes de ‘cambio de época’ o ‘segunda república’ va en la misma dirección equivocada...

Lo que tiene la sociedad salvadoreña por asumir de forma civilizada -la alternancia en el ejercicio del poder ejecutivo- por si ya es suficiente importante y complicado en un país como El Salvador. No hace falta complicarse la vida nacional con expectativas megalómanas de que de un simple cambio de gobierno nos catapulte en época, otro ciclo de la historia, otra república...

Cambia el gobierno. Cambia el partido gobernante. Cambian las políticas públicas. Pero la república seguirá la misma. Y quien quiere sustituirla por otra, sepa que para esto no tiene mandato y se enfrentará con una sociedad que desarrollará miles de formas de oposición para defender la república así como está constituida.

Gobernar -sobre todo gobernar mejor- ya es un gran reto para el partido ganador. Mejorar el sistema político, perfeccionar la economía del mercado, buscar consensos para las políticas públicas, eso es el mandato que resulta de una elección cerrada. Cualquier cambio más radical, más profundo, cualquier cosa que parezca a una segunda edición de los Acuerdos de Paz depende de la capacidad de los nuevos gobernantes de concertar, crear consensos de nación entre todos.

(El Diario de Hoy, Observador Electoral)