El socialismo del siglo XXI trae pocas novedades, porque parece más bien un viejo espejo de luna turbia, que repite las imágenes del siglo XIX, que es cuando aparecieron en el escenario latinoamericano los caudillos, derribando a sablazos los telones de la democracia. Y además de un juego de espejos, todo parece una representación teatral donde domina el absurdo que espanta y divierte a la vez, como ocurre en La Cantante Calva de Eugenio Ionesco, o en Dos Viejos Pánicos , de Virgilio Piñera.
Veamos, por ejemplo, las más recientes ocurrencias en Venezuela. La oposición al presidente Chávez gana por más de la mitad de los votos las elecciones para renovar la Asamblea Nacional, pero de antemano existe ya una ley que manda que el que pierde, gana, y así la mayoría de los asientos son adjudicados a los derrotados. Y antes de instalarse la nueva legislatura, con la mayoría convertida en minoría, la Asamblea saliente, que pertenece por unanimidad al presidente Chávez, emite una ley que habilita al Líder Supremo de la Patria a legislar por decreto en todas las materias de su gusto y antojo por espacio de año y medio, con lo que de un plumazo, o mejor, de un zarpazo, se arrebata a la Asamblea, que aún no se ha instalado, todas sus facultades. La cantante calva, se queda sin peluca.
He hablado de un juego de espejos, que copia las imágenes arcaicas del caudillo del siglo XIX paseándose orondo sobre el tablado, sable en mano para desgarrar todos los decorados constitucionales, pero quizás me equivoque. El espejo lo que devuelve son imágenes mejoradas, porque aquellos viejos caudillos no tenían tanta imaginación para pasar las leyes por los filtros y redomas que las vuelven dúctiles y maleables, de modo que pueden asumir cualquier figura que el taumaturgo en el poder quiera darles, y aún deslizarse debajo de los resquicios de las puertas como el Hombre de Goma , el superhéroe de las historietas cómicas de mi niñez, que hacía de su cuerpo lo que mejor le convenía.
El presidente Chávez ha anunciado que ya tiene un buen manojo de decretos listos, que una vez firmados de su puño y letra se convertirán en leyes de la República bolivariana, capaces de afrontar con ellos cualquier clase de emergencia, desde asonadas hasta huracanes. Una voluntad única sobre un conjunto de voluntades concertadas, que es lo que las cámaras legislativas se supone representan, lo cual no es sino una clausura virtual del recinto legislativo, las sillas de los diputados vacías, u ocupadas por sus propios fantasmas.
Volvamos otra vez al teatro del absurdo, e invoquemos Las sillas de Ionesco. En el escenario hay cada vez más sillas, todas vacías, tantas que ya no caben más. Entonces aparece el Gran Orador para decir su discurso, un discurso capaz de redimir a la humanidad entera. Comienza a hablar frente a las sillas vacías, pero de su boca no salen sino estertores y sonidos guturales, porque es sordomudo. ¿Estamos en el siglo XXI ante la democracia de las sillas vacías, o vaciadas, y de los redentores sordomudos?
Redentores sordomudos que firman decretos frente a las sillas vacías, una nueva técnica del golpe de Estado, arte éste que conoce infinitas variantes, tantas como la viciada imaginación del poder absoluto quiera. Ya lo habíamos visto antes, cuando fue electo alcalde de Caracas alguien que al Gran Orador no le gustaba. Lo despojó de sus funciones, también de un plumazo, o de un sablazo, y nombró por encima de él a un funcionario de facto que las asumió todas.
Ahora veamos a la democracia, desvestida y vuelta a vestir de falsos ropajes, recorrer la pasarela que termina frente al estrado del mago. El mago prestidigitador que en lugar de vaciar las sillas transforma a sus ocupantes con actos de ilusionismo, cambiándolos de sustancia. Para presenciar un acto semejante tenemos que cambiar de teatro, y de escenario. Al instalarse la Asamblea Nacional de Nicaragua en enero de 2007, el partido del presidente Daniel Ortega tenía 38 asientos de un total de 90, de acuerdo con los resultados electorales, muy lejos de la mayoría absoluta; hoy, sus artes de prestidigitación han elevado ese número a 52, al menos.
A la luz de los reflectores que lo siguen con su luz blanca, el mago va hasta los curules de la oposición, toma de las orejas a los conejos vociferantes e intransigentes, algunos de ellos verdaderamente rabiosos, regresa al escenario, los introduce dentro de la chistera, y cuando vuelve a meter la mano lo que saca son conejos risueños y complacientes, dóciles a más no poder, tanto que en lugar de conejos podríamos hablar más de bien de palomas. Pero dejémoslos mejor en su naturaleza de conejos, que son los que mejor se prestan a los experimentos científicos.
Porque aunque se trata aparentemente de un acto de magia, ya sabemos que los magos dependen de la ciencia con que manejan sus trucos, y las conversiones políticas de esta naturaleza siempre tienen trasfondos, resortes, palancas, y recovecos. ¿Cómo personas de cerrada reputación de derecha, que juraban hasta hace poco enemistad eterna al sandinismo en el poder, que fueron dirigentes de la contrarrevolución en los años ochenta, confiscados unos, exiliados otros, hoy se muestran convencidos de que el comandante Ortega, desde su estatura de líder preclaro, es el faro que ilumina con sus rayos potentes el destino de la nación?
Para alivianar el misterio, quizás sea mejor recurrir a la sabiduría siempre presente de don Quijote, que en su célebre discurso sobre las Armas y las Letras declara: “los hemos visto mandar y gobernar el mundo desde una silla, trocada su hambre en hartura, su frío en refrigerio, su desnudez en galas, y su dormir en una estera, en reposar en holandas y damascos...”. ¿De dónde tela, si no hay araña?, preguntaría algún chusco.
Y allí estaría el buen Sancho Panza para responderle: “que no falte ungüento para untar a todos
porque si no están untados gruñen más que carretas de bueyes”.
(La Prensa/Nicaragua; el autor es escritor y fue vicepresidente del primer gobierno sandinista)