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sábado, 9 de abril de 2011

Señor embajador

La providencia me destinó a la diplomacia, puesto que nací un primero de abril". Así dijo Otto von Bismarck, el Canciller de Hierro alemán, refiriéndose al día primero de abril que en los países del norte es el día de los inocentes.

Como no puede haber diplomacia inocente, la hay -siempre la ha habido- al servicio del país al que el embajador representa. Esta es una verdad palmaria desde el inicio histórico de la diplomacia, que acaso ocurrió en el año 1278 antes de Cristo, cuando el faraón de Egipto, Ramsés, llegó a un acuerdo con el rey de los hititas, Jatusil III. Desde entonces, ha privado un principio en los informes que un jefe de misión diplomática acreditado en país que no es, naturalmente, el suyo, envía al Gobierno al cual representa.

El principio es el del secreto. El embajador trata de informar de la manera más exacta posible a su Gobierno sobre los asuntos de la nación ante la cual está acreditado. El embajador tiene la obligación de informar con claridad y con certeza, por más que su idiosincrasia individual no deje de expresarse en los informes.

Esto lo sabemos quienes hemos ejercido funciones diplomáticas ayer y quienes las ejercen hoy. ¿De qué sirve un funcionario diplomático que no dice la verdad sobre el país donde representa al suyo? Pues, si no la dice, es un mal diplomático y si la dice es porque, salvo filtraciones excepcionales o voluntarias, el embajador tiene la seguridad de que sus opiniones solo serán conocidas por su propio Gobierno, su propio jefe de Estado, su propia cancillería.

Excepcional fue el famoso caso del Telegrama Zimmerman en el que la cancillería del Kaiser ofrecía al Gobierno mexicano de Carranza apoyo financiero, alianza bélica y la devolución de los Estados de Texas, Arizona y Nuevo México a nuestro país si se aliaba con Alemania en la Guerra de 1914-1918. Enviado en secreto, el famoso telegrama fue descodificado por el servicio de inteligencia británico. Fue, nos dice el gran historiador Friedrich Katz, "una de las más grandes historias de espionaje de todos los tiempos". Fue también, añade Katz, un acto que trataba a Carranza como "un niñito desesperado por recibir un juguete".

Voluntaria fue la diplomacia del canciller de la Francia derrotada, Talleyrand, al convertirse en factótum del Congreso de Viena (1815) presentándose como víctima para dividir a los vencedores, Rusia, Austria y Prusia con el principio de regreso a las fronteras previas a la Revolución Francesa, perdiendo todos los territorios conquistados posteriormente. Por algo Talleyrand era llamado el diablo cojuelo.Como se ve, estas acciones diplomáticas dependen, primero, de la exactitud de la información recabada por los embajadores de las potencias. Mala información en el caso de la Alemania imperial y el Telegrama Zimmerman. Buena información en el caso de Talleyrand y el Congreso de Viena. Y segundo, de la información veraz y oportuna del jefe de misión in situ.

Dadas estas verdades, el secreto es indispensable para que el embajador diga la verdad a su país. Verdad, como todas, relativa y condicionada, hasta cierto punto, por la personalidad del embajador. Pero si todos los informes de todos los embajadores a todos los países del mundo enviados a todos sus Gobiernos, fuesen revelados, la diplomacia dejaría de funcionar con eficacia y se vería reducida, como sin duda ocurrió entre el faraón y los hititas, al nivel personal.

El embajador de Estados Unidos en México, Carlos Pascual, informó cumplidamente a su Gobierno sobre cosas bien sabidas. Que la Marina es más efectiva que el Ejército en el combate al narcotráfico. Que el Ejército no está preparado para funciones policíacas. Que las instituciones de seguridad compiten entre sí y por ello son poco eficientes. Que hay corrupción en México. ¡Vaya novedades! Los ciudadanos me-xicanos añadiríamos algunas más, sobre todo la mayor: la concentración de la atención oficial en el combate al narcotráfico, con más pérdidas que ganancias, y la falta de atención a las alternativas que hemos propuesto en la Comisión encabezada por los presidentes Cardoso, Zedillo y Gaviria.

Hablando hace poco con este en Bogotá, y escuchándole en la conferencia del diario El Tiempo, evoqué lo que yo mismo he dicho repetidas veces:

La comisión Cardoso-Gaviria-Zedillo pide que en primer término se reconozca el fracaso de las políticas vigentes y se propongan nuevas políticas más seguras. Ello no implica -importante inciso- desconocer las políticas actuales, sino ofrecer estrategias alternativas, subrayar los temas de la prevención y el tratamiento, aunque aplicando acciones represivas cuando sean necesarias.

Las políticas prohibicionistas de los Estados Unidos y las europeas de reducción de daños no lograron ni reducir los mercados ni reducir el consumo: ambos han aumentado. Colombia primero, México hoy, se convirtieron en epicentros de un negocio que depende de la demanda de los consumidores. Se trata, en consecuencia, de disminuir la demanda. ¿Cómo? Convirtiendo el consumo, de actividad criminal, en problema de salud pública y a los adictos en pacientes, en vez de compradores. Con ello, se reduciría la demanda y bajarían los precios.

El simple prohibicionismo no ha reducido ni la producción ni el consumo. Las políticas en vigor han atacado la oferta más que el consumo. Nos hemos dado cuenta, en otras palabras, que eliminar la oferta no elimina la demanda, y la demanda se traduce a menudo en muerte por sobredosis, y transmisión de infecciones. Doscientos cincuenta millones de seres humanos, globalmente, usan drogas. Solo 25 millones son dependientes lo cual, en sí, indica que el tratamiento es más importante que el castigo. La Comisión piensa que así como las campañas contra el tabaco, el alcohol y las enfermedades de transmisión sexual han tenido éxito, lo tendría una campaña preventiva que se dirija a la demanda tanto como a la oferta.

Ojalá que las prioridades de los Gobiernos de México -el presente y el que sigue- cambien en el sentido propuesto por esta Comisión y sus personeros.

Entre tanto, la relación entre el presidente Calderón y el embajador Pascual ha desembocado en enojos públicos de aquel, imposibilidad de la relación con este y renuncia de Pascual. El villano: Wikileaks, que reveló el contenido de los informes secretos del embajador. Solo que ponerle bozal a Wikileaks es una imposibilidad en el mundo moderno. Junto con Facebook, Internet y Twitter, los medios de información han derrumbado a las dictaduras de Egipto y Túnez, amenazan a la de Libia (acaso Gadafi vaya a ser el próximo en caer) y ponen en aprietos a Argelia, Marruecos, Arabia Saudí, Siria, Jordania, Bahréin y Yemen.

Si evoco este gran panorama es para situar en su dimensión el enojo del presidente Calderón, la información del embajador Pascual y la revolución de las comunicaciones que reveló, como antes no había sucedido, lo que el embajador le dijo a su Gobierno y lo que el presidente mexicano se sintió obligado a protestar, cosa que normalmente ni él ni sus antecesores, habrían hecho.

El resultado será una embajada -la de Estados Unidos en México- vacante durante largo tiempo, con el consecuente deterioro de las ya maltrechas relaciones entre los dos países, en un momento en que México no cuenta con fuertes apoyos ni en Europa ni en América Latina.

(El País/Madrid; el autor es escritor mexicano))

jueves, 2 de septiembre de 2010

Drogas: una nueva propuesta

La Comisión Global sobre Políticas de Drogas está encabezada por los presidentes Fernando Henrique Cardoso, César Gaviria y Ernesto Zedillo, e incluye a personalidades como Javier Solana, Amartya Sen, Graça Machel y William Perry.

El primer informe de la sección latinoamericana de la Comisión Global indica, de entrada, que la política contra la producción, el tráfico y la distribución de droga, criminalizando el consumo, ha fracasado si consideramos que en América Latina han aumentado el consumo, la violencia y el crimen organizado, conduciendo a la crimi-nalización de la política, a la politización del crimen y a la creación de múltiples vínculos que favorecen la corrupción de funcionarios y policías y a la infiltración del crimen en las instituciones.

La comisión Cardoso-Gaviria-Zedillo pide que en primer término se reconozca el fracaso de las políticas vigentes y se propongan nuevas políticas más seguras. Ello no implica -importante inciso- desconocer las políticas actuales, sino ofrecer estrategias alternativas, subrayar los temas de la prevención y el tratamiento, aunque aplicando acciones represivas cuando sean necesarias.

Las políticas prohibicionistas de Estados Unidos y las europeas de reducción de daños no lograron ni reducir los mercados ni reducir el consumo: ambos han aumentado. Colombia primero, México hoy, se convirtieron en epicentros de un negocio que depende de la demanda de los consumidores. Se trata, en consecuencia, de disminuir la demanda: ¿cómo?

Convirtiendo el consumo, de actividad criminal en problema de salud pública, y a los adictos en pacientes en vez de compradores. Con ello, se reduciría la demanda y bajarían los precios. La solución carcelaria, por así llamarla, de Estados Unidos, no puede funcionar en América Latina. Contamos ya -Brasil y México son amplio ejemplo de ello- con una su-perpoblación carcelaria, sistemas penitenciarios anticuados, extendidas redes de corrupción, como lo demuestran los hechos recientes de la cárcel de Gómez Palacio, en Durango (México), en la que la dirección permitía a un grupo de reclusos salir de noche, perpetrar crímenes y regresar al amanecer a la penitenciaría.

El simple prohibicionismo no ha reducido ni la producción ni el consumo. Las políticas en vigor han atacado la oferta más que el consumo. Nos hemos dado cuenta, en otras palabras, que eliminar la oferta no elimina la demanda, y la demanda se traduce a menudo en muerte por sobredosis y transmisión de infecciones.

Doscientos cincuenta millones de seres humanos, globalmente, usan drogas. Solo 25 millones son dependientes lo cual, en sí, indica que el tratamiento es más importante que el castigo. La Comisión piensa que así como las campañas contra el tabaco, el alcohol y las enfermedades de transmisión sexual han tenido éxito, lo tendría una campaña preventiva que se dirija a la demanda tanto como a la oferta.

Resulta claro que hay que multiplicar las campañas de información y de prevención, dirigidas sobre todo a la juventud, que mayoritariamente es el mercado de las drogas. Hay que hacerles entender a los consumidores -sobre todo a los jóvenes- que la drogadicción afecta al poder de decisión, la inteligencia y el trabajo, y a la sociedad en su conjunto; pedir la cooperación contra la violencia, la corrupción, el lavado de dinero, el tráfico de armas y el control de territorios, hechos que nos afectan en la vida privada y en la vida social y nacional. ¿Cómo se mide, al cabo, la infiltración del crimen en todos los niveles de la vida política de un país, en Gobiernos municipales, estatales y aun nacionales? Si esto no se puede ni saber ni atacar frontalmente, entonces aumenta la importancia de lo que sí se puede hacer, por modesto aunque iniciático que sea.

Otrosí, América Latina en su conjunto y México muy particularmente, tiene una población juvenil extensa que se plantea problemas de futuro profesional. Muchos escogerán el camino fácil, del crimen y la droga, si nuestras sociedades no les ofrecen horizontes mejores en países en gran medida democráticos pero estancados en cuanto a su dimensión social de servicio. Tenemos una población juvenil y de trabajo que puede poner al día las infraestructuras, la educación, la salud, las comunicaciones a menudo inservibles o anticuadas de América Latina.

(El País!)

domingo, 22 de agosto de 2010

Alemania año cero

Aviñón. Desde 1947, año de su fundación por el actor y director de escena Jean Vilar, esta ciudad provenzal celebra un festival cuyo signo parece ser el de la renovación o la muerte. Este verano, hay música de rock ejecutada con instrumentos primitivos, orquestas en las que todos los músicos tocan al mismo tiempo, desarmonías conducentes a una nocacofonía. Hay improvisaciones y actuaciones espontáneas en las calles; disfraces y muñecos.

También, reposiciones de la obra juvenil de Bertold Brecht, Baal, que invierte la vieja tradición (Shakespeare, los teatros No y Kabuki) de que sean hombres quienes toman los papeles femeninos. Ahora, una actriz, Clotilde Hesme, es quien interpreta al joven héroe como si fuese un hombre fatal. Una adaptación teatral de la gran novela de Robert Musil El hombre sin cualidades, usa teatro y cine para confrontar al intelectual vienés de fin de época, Ulrich, con su Némesis, el criminal Moos-burger, la cara del futuro.

Protegerse del futuro: tal es la intención fallida y terrible de Christoph Marthaler en una obra situada en una estación de trenes, donde el régimen nazi practica la eugénesis contra niños, exterminados en silencio por la locura totalitaria. El director pretende que sean los espectadores quienes den palabras al texto. La obra es en silencio.

La protección del futuro. También es tema de la extraordinaria puesta en escena del director Falk Richter y la coreógrafa Anouk van Dijk, Trust, una palabra que significa "confianza" pero también unión de empresas monopólicas. ¿Darle "confianza" a un mundo dominado por sociedades anónimas? La respuesta de Richter y Van Dijk se plantea primero como acción teatral visible.

Los actores no pueden mantenerse en pie. Caen, se levantan, chocan unos contra otros. Vuelven a caer, mientras un coro de un solo joven (nadie en la compañía tiene más de 30 años) propone un texto que no puede "encerrarse" sino que como texto participa, por más constante que sea, de la fragilidad de los cuerpos que quisieran apoyarse los unos a los otros y no pueden: los actores se apoyan, se separan, se arropan, caen, se levantan, se van a otra parte, a donde sea...

Lo terrible es que ya no hay "otra parte". Ya no hay Samoa para Robert Louis Stevenson ni México para Artaud ni Tahití para Gauguin. El mundo moderno, globalizado, ha exterminado los refugios de antaño. Moribundo, André Breton le dijo a Luis Buñuel, "¿Se da cuenta? Ya no hay la-bas, otra parte". Los actores de Trust, sin embargo, buscan esta "otra parte", fuera de la fatalidad social del movimiento sin fin, en la pareja. No pueden. Lasparejas también están fatigadas de ser ellas mismas.

Lo más fatigante, parece decirnos la obra, es tratar de cambiar el sistema actual. Parejas, finanzas, sociedad: todo está atrapado en el movimiento sin sentido, sin fin. No es cierto que el sistema pueda cambiar (Trust extrema el significado de la China Popular). A veces, parece que cae. Es un engaño. Vivimos en un sistema en crisis perpetua, porque esa es su razón de ser. Sólo cambian las mentiras. La confianza en este mundo es pura des-confianza, ausencia de Trust. No se confía en la economía, ni en el dinero, ni en el poder ni, al cabo, en la persona misma: la que somos o la que queremos ser.

Esta obra nos habla a todos en todas partes. Pero es una pieza alemana, y como tal nos obliga a remontarnos a la revolución cultural de las vanguardias alemanas posteriores a la Primera Guerra Mundial y anteriores al ascenso de Hitler. Solo que el arte crítico de George Grosz, Brecht y Weil, Kokoschka y Fritz Lang, Elsa Lasker-Shüler y Karl Kraus y los expresionistas, era un desesperado intento de cambiar la historia gracias al arte y estaba situado entre dos catástrofes: la Primera Guerra Mundial y el arribo de Hitler al poder. Venía de la caída del imperio del Kaiser, contra el creciente antisemitismo que nutrió a Hitler, de los fracasos del comunismo alemán, del terror de las "clases altas" a la social democracia, de la primacía de la clase militar prusiana (los Junkers), de las ambiciones coloniales del Kaiser.

Pero hoy, ¿se compara el Gobierno de Ángela Merkel a las catástrofes del pasado? La respuesta ha de ser negativa, la señora Merkel parece una ama de casa (Hausfrau) inteligente y modesta, parte de un sistema democrático que ha convertido a Alemania en la principal potencia exportadora de Europa.

No hay, así, en Trust una rebelión explícita contra el sistema. Hay un cansancio del sistema. Hay la fatiga de ser como somos, y lo más fatigante sería cambiar el sistema actual. Quizás esto es lo que nos dice la obra. Tenemos un sistema castrante, fatigado, indeseable, pero no tenemos con qué sustituirlo. El fin de la Guerra Fría dio fin a la rivalidad ideológica Este-Oeste. En su lugar, aparecieron las pugnas religiosas y raciales ocultas por la Guerra Fría. Pero el sistema lo absorbe todo: la riqueza del Occidente, el trabajo migratorio desprotegido, la pobreza del sur, incluso, al cabo, el fanatismo religioso. Fatiga: más y más trabajo, para no perecer. Más y más trabajo, para no pensar.

Se acabaron las utopías. Todo es virtual, el dinero como el amor. La nueva solidaridad significa el abandono de la cólera, no tener cólera hacia los demás, y no saber dirigir la cólera más allá de nuestro propio aislamiento. Chocamos con otros. Caemos. Nos levantamos. Volvemos a caer. La libertad es una ilusión: somos libres sólo para escoger uno entre varios productos. Somos libres para votar a fin de no perder lo que ya poseemos. Somos libres para publicitarnos a nosotros mismos vía el Facebook y adquirir ahí amigos, no reales, sino virtuales.

La cólera de Falk Richter y Anouk van Dijk parece dirigida al hecho de que nada cambia, por más esfuerzos que se hagan. Todo, hoy, sigue igual, a menos que estalle la Bomba H. El egoísmo, el individualismo y el narcisismo gobernarán nuestras vidas, nuestros amores y amistades, nuestro trabajo. ¿Qué hay, entonces? La respuesta es la puesta en escena que estamos viendo en el patio del Liceo Saint-Joseph de Aviñón. El trabajo visible, abierto, de un grupo de actores y danzantes, que no repiten exactamente la obra llamada Trust, sino que la improvisan, se niegan a encerrarla en un texto previo, rehúsan el texto sagrado, recogen el trabajo de los ensayos...

¿Es bastante? Es decir: ¿crear la obra es, aunque inútil, la única respuesta?

Salgo con mi mujer a las calles de Aviñón. Entramos a Gardenia, una obra sobre la soledad del cabaret. Vemos Cabra, en la que una sola actriz, mitad niña, mitad animal, vive la noche del lobo y prefiere ser devorada que regresar al establo. Vemos un espectáculo que mezcla sin discriminación al fútbol, a Madonna, al barroco, a un travesti humillado.

Y desembocamos en México, en La casa de la fuerza, en la que tres mujeres viajan a Ciudad Juárez para ser asesinadas. Es Chejov para el siglo XXI: "Pornografía del Alma", dice la actriz española y directora de la obra, Angélica Liddell.

Alemania, año cero. ¿México, año cero?

(El País/Madrid)

viernes, 18 de junio de 2010

De literatura e ideología


José Saramago vino a recordarnos que hay una gran literatura portuguesa. Nos recordó que había el extraordinario antecedente de Fernando Pessoa y antes la extraordinaria contribución de Eça de Queirós. Pero José Saramago escapó, sin renegar de ella, a su condición puramente nacional para unirse a la gran constelación mundial de narradores (Gabriel García Márquez, Nadine Gordimer, Günter Grass, Juan Goytisolo...) que constituyen hoy la narrativa de la globalidad.

José Saramago nunca escribió un mal libro. Toda su obra mantiene un altísimo nivel, una gran calidad. Fuimos amigos personales aunque a veces diferimos políticamente. Pero una prueba de la amistad es saber estar en desacuerdo y mantener una gran amistad. Saramago tenía un carácter fuerte, sabía enojarse con justa causa. Dio batallas políticas importantes en México y en el mundo. Pero al fin y al cabo, lo que sobrevive de un escritor no es su ideología sino su literatura.

Le envío mis condolencias a la bella y querida Pilar y lamento de nuevo la pérdida del gran escritor y amigo José Saramago.

(El País, Madrid)

miércoles, 20 de enero de 2010

Haití: Un desafío internacional

Miro una foto de una tristeza, dolor, crueldad y violencia inmensas: un hombre toma del pie el cadáver de un niño y lo arroja al aire. El cuerpo va a dar a la montaña de cadáveres -decenas de millares en una población de 10 millones-. Saldo terrible del terremoto en Haití. Cuesta admitir que una catástrofe más se añada a la suma catastrófica de esta desdichada nación caribeña. El 80% de sus habitantes sobrevive con menos de dos dólares diarios. El país debe importar las cuatro quintas partes de lo que come. La mortalidad infantil es la más alta del continente. El promedio de vida es de 52 años. Más de la mitad de la población tiene menos de 25 años. La tierra ha sido erosionada. Sólo un 1,7% de los bosques sobreviven. Tres cuartas partes de la población carece de agua potable. El desempleo asciende al 70% de la fuerza de trabajo. El 80% de los haitianos vive en la pobreza absoluta.

Los huracanes son frecuentes. Pero si la naturaleza es impía, más lo es la política humana. Primer país latinoamericano en obtener la independencia, en 1804, se sucedieron en Haití gobernantes pintorescos que han alimentado el imaginario literario. Toussaint L'Ouverture, fundador de la República, depuesto por una expedición armada de Napoleón I. El emperador Jean-Jacques Dessalines extermina a la población blanca y discrimina a los mulatos, pero es derrotado por éstos. Alexandre-Pétion, junto con el dirigente negro Henry Christophe, convertido en brujo y pájaro por Alejo Carpentier en su gran novela El reino de este mundo, espléndido resumen novelesco del mundo animista de brujos y maldiciones haitianas. Fueron los "jacobinos negros".

El verdadero maleficio de Haití, sin embargo, no está en la imaginación literaria, ni en el folclore, sino en la política. Sólo después de la ocupación norteamericana (1915-1934), Haití ha sufrido una sucesión de presidentes de escasa duración y una manifiesta ausencia de leyes e instituciones, vacío llenado, entre 1957 y 1986, por Papá Doc Duvalier y su hijo Baby Doc, cuyas fortunas personales ascendieron en proporción directa al descenso del ingreso de la población, el desempleo y la pobreza. Patrimonialismo salvaje que intentó corregir, en 1990, el presidente Jean-Baptiste Aristide, exiliado en 1991, de regreso en 1994, y desplazado al cabo por el actual presidente René Préval.

Este carrusel político no da cuenta de las persistentes dificultades provocadas por la guerra de pandillas criminales, herederas de los terribles tonton-macoutes de Duvalier, incontenibles para una policía de apenas 4.000 hombres y avasallada por las realidades de la tortura, la brutalidad, el abuso y la corrupción como normas de la existencia.¿Qué puede hacer la comunidad internacional sin que los préstamos del Banco Mundial o del Banco Interamericano desaparezcan en el vértigo de la corrupción? La presencia de una fuerza multinacional de la ONU, la MINUSTAH o Misión Estabilizadora (con gran presencia brasileña) ha contribuido sin duda a disminuir el pandillismo, los secuestros y la violencia. La inflación disminuyó de 2008 acá de un 40% a un 10% y el PIB aumentó en un 4%. Prueba de que hay soluciones, por parciales que sean, a la problemática señalada. Pero hoy, el terremoto borra lo ganado y abre un nuevo capítulo de retraso, desolación y muerte.

La comunidad internacional está respondiendo, a pesar de que Puerto Príncipe ha perdido su capacidad portuaria, el aeropuerto tiene una sola pista y el hambre, la desesperación y el ánimo de motín aumentan. El presidente Barack Obama ha dispuesto (con una velocidad que contrasta con la desidia de su predecesor en el caso del Katrina en Nueva Orleans) medidas extraordinarias de auxilio.

Obama ha tenido cuidado en que el apoyo norteamericano sea visto como parte de la solidaridad global provocada por la tragedia haitiana, y ha hecho bien. Las intervenciones norteamericanas en Haití están presentes en la memoria. Entre 1915 y 1934, la infantería de marina de Estados Unidos ocupó la isla y sólo la llegada de Franklin Roosevelt a la Casa Blanca le dio fin a la intervención. No hay que ser pro-yanqui para notar que la ocupación trajo orden, el fin de la violencia y un programa de obras públicas, aunque no trajo la libertad, ni acabó con la brutalidad subyacente de la vida haitiana.

La presencia actual de muchas naciones y muchas fuerzas, militares y humanitarias, en suelo haitiano, propone una interrogante. Terminada la crisis, pagado su altísimo costo, ¿regresará Haití a su vida de violencia, corrupción y miseria?

Acaso el momento sea oportuno para que la comunidad internacional se proponga, en serio, pensar en el futuro de Haití y en las medidas que encarrilen al país a un futuro mejor que su terrible pasado. Que dejado a sí mismo, Haití revertirá a la fatalidad que lo ha acompañado siempre, es probable. Que la comunidad internacional debe encontrar manera de asegurar, a un tiempo, que Haití no pierda su integridad pero cuente con apoyo, presencia y garantías internacionales que asistan a la creación de instituciones, al imperio de la ley, a la erradicación de la pobreza, el crimen, la tradición patrimonialista y la tentación autoritaria, es un imperativo de la globalidad.

Ésta, la globalización, encuentra en Haití un desafío que compromete la confianza que el mundo pueda otorgarle a la desconfianza que todavía la acecha. La organización internacional prevé (o puede imaginar) maneras en que Haití y el mundo unan esfuerzos para que la situación revelada y subrayada por el terremoto no se repita.

Haití no debe ser noticia hoy y olvido pasado mañana. Haití no cuenta con un Estado nacional ni un sector público organizados. Los Estados Unidos de América no pueden suplir esas ausencias. La inteligencia de Barack Obama consiste en asociar a Norteamérica con el esfuerzo de muchos otros países. Porque Haití pone a prueba la globalidad devolviéndole el nombre propio: internacionalización, es decir, globalidad con leyes.

P.S. Una manera de entender a Haití más allá de la noticia diaria consiste en leer a algunos autores de un país de cultura rica, economía pobre y política frágil. Me refiero a Los gobernadores del Rocío de Jacques Roumain, un autor que partió de una convicción: el orgullo de los haitianos en su cultura. Tanto en Los gobernadores como en La presa y la sombra y La montaña encantada, Roumain resume en una frase el mal de Haití: "Todo mi cuerpo me duele". Junto con él, los hermanos Pierre Marcelin y Philippe Thoby-Marcelin escribieron la gran novela del Haití del vudú, las peleas de gallos y la superstición, Canapé-Vert, así como El lápiz de Dios y Todos los hombres están locos. Esta última prologada en inglés por Edmund Wilson, quien ve en ella, más allá del drama de Haití, "la perspectiva de las miserias y fracasos de la raza humana, nuestros amargos conflictos ideológicos y nuestras ambiciones aparentemente inútiles".

(El País/Madrid)

sábado, 28 de noviembre de 2009

Proteger lo ganado

Ha habido foros de estadistas y políticos. Ha habido foros de empresarios. Ha habido foros de estadistas y empresarios. Pero por vez primera, el Foro Iberoamérica reúne a políticos, empresarios y personalidades de la cultura: escritores, filósofos, científicos, académicos. Quiero subrayar muy particularmente, el aporte que a nuestro Foro hacen rectores universitarios, catedráticos, historiadores, pensadores.

Es norma de este Foro que cada participante se expresa libremente. Escucha y se deja escuchar. Cada uno regresa a su país y a su tarea enriquecido por un diálogo en el que todos tienen la palabra pero nadie tiene la única palabra.

Intentamos, en el Foro, ejercer el diálogo como la mejor manera de conocernos a nosotros mismos y a los demás. Diálogo como forma de respeto a la opinión propia porque prestamos atención a la opinión ajena.

Felipe González, miembro fundador de nuestro grupo, ha dicho que el Foro Iberoamérica es discreto, pero no es secreto. Cada cual se expresa aquí con plena libertad y sin publicidad. Pero cada cual sabe si al terminar el Foro publica un artículo o da una entrevista. Pero La norma, repito, es la discreción, no el secreto.

Esta décima reunión del Foro en Buenos Aires tiene lugar en un escenario internacional cambiante. Dejamos atrás la bipolaridad de la guerra fría. Dejamos atrás una pasajera unipolaridad. Entramos a una era multipolar o mejor dicho, multilateral. Un coro con las voces de los Estados Unidos de América, Europa, el Mundo Árabe, el África subsahariana, Rusia, China, Japón, la India, el Sureste Asiático. Y la América Latina. ¿Cuál es nuestra posición en este coro? ¿Somos locomotora, vagón de pasajeros o furgón de cola?

Desde el siglo XIX, hemos buscado afanosamente una identidad. De los libertadores -Bolívar, San Martín, Morelos-. A los estadistas -Sarmiento, Juárez, Portales-. A los educadores -Bello, Lastarria, José de Alencar-. Y a partir de la moderna re-fundación de la cultura por Rubén Darío y José Martí pasando por Pablo Neruda y Ezequiel Martínez Estrada hemos buscado la identidad. La buscamos y la obtuvimos.

Hoy, tenemos la sensación de una identidad adquirida. El mexicano se sabe mexicano. El brasileño se sabe brasileño. El argentino se sabe argentino. Ahora, tenemos una tarea más ardua: Pasar de la identidad adquirida. A la diversidad por adquirir. Diversidad política-moral-personal-sexual-ideológica. Ser lo que somos gracias a las diferencias que nos distinguen. La política de la diferencia es la base del actual desarrollo democrático en la América Latina.

La guerra fría nos obligaba a optar por una de las dos partes opuestas. Muchas dictaduras fueron consentidas por una o ambas partes como aliados -extraños compañeros de cama-. Hoy, hemos ganado la democracia. En un mundo menos maniqueo, cada país nuestro busca sus propias formas de democracia. Libertad de expresión. Elecciones confiables. Ejecutivos acotados. Legislaturas pluripartidistas. Judicaturas independientes. Sindicatos libres. Culturas abarcadoras tanto del pasado creativo de nuestras naciones, como de su actualidad problemática, como de su acceso a las técnicas del porvenir.

En suma, sociedades civiles: conjunto de relaciones entre ciudadanos. Aceptación de derechos y obligaciones. Reconocimiento de fines comunes. Hemos avanzado enormemente. Pero no nos congratulemos del todo: cerca del 40% de los latinoamericanos aún viven -o sobreviven- en diversos estados de pobreza. Hay niños sin escuela. Hay hombres sin trabajo. Hay mujeres sin derechos. Hay ancianos sin techo. Hay enfermos sin hospital. Y hay una vasta población marginada. Hay un creciente lumpen-proletariado urbano. Hay zonas de olvido desesperado.

El déficit social pone en grave peligro la vida democrática, porque crea la tentación autoritaria. El espejismo, la ilusión es que si la democracia no puede, quizás la autocracia sí pueda. Sabemos que no es así: las dictaduras no resuelven problemas. Sólo los ocultan. Sólo los aplazan. Sólo los agravan.

El Foro Iberoamérica es un intento, modesto pero serio, de abrir caminos para proteger lo que hemos ganado y proponer soluciones para lo que nos falta por hacer.

(El País, Madrid/Babelia: Especial Bicentenario)

miércoles, 21 de octubre de 2009

Nobel a Obama: un premio merecido

El premio Nobel de la Paz otorgado al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, tiene importantes significados dentro y fuera de los Estados Unidos de América. Adentro, es una sonora cachetada a la creciente campaña de odio, mentira y maledicencia orquestada contra Obama por la extrema derecha norteamericana y encabezada por demagogos televisivos como Rush Limbaugh.

Un grupo extremista ha pedido el asesinato del presidente Obama. Otros, más comedidos, han alegado que Obama no nació en Estados Unidos, y que su padre es de Kenia, ofuscando el hecho de que Obama nació en Hawai, que su madre es de Kansas y que la nacionalidad la otorga el lugar de nacimiento.

Semejantes mezquindades son magnificadas por insensateces ideológicas: Obama es un racista a la inversa, odia a la raza blanca y obligaría a los blancos a sentarse en la última fila de los autobuses. Y más: Obama es "socialista" porque quiere abrir la seguridad médica a quienes no la tienen (como sucede en casi toda Europa). El elogio de Gordon Brown al sistema público de salud en Inglaterra prueba, sin duda, que el primer ministro inglés es un rojillo peligroso.

Sobra decir que estos ataques no son gratuitos. Explotan la vieja disputa entre la federación y los Estados, el "elitismo" y el "populismo", Hamilton y Jefferson, pero le añaden un elemento perverso de calumnia, maledicencia y, ya se ve, racismo que no osa decir su nombre.

Sólo que, además del hecho político interno de deslegitimizar a los críticos de mala fe (los de buena fe son bienvenidos), el Nobel a Obama tiene un efecto internacional mayúsculo. ¿Por qué se premia a Obama, señalan algunas objeciones, a sólo nueve meses de su inauguración cuando aún faltan más de tres años de su presidencia?

La respuesta es que, en menos de 300 días, Barack Obama ha transformado el escenario internacional a favor de la paz y la diplomacia.

En vez de atacar primero, en nombre de la atroz doctrina del "ataque preventivo" -proclamada y aplicada por George Bush hijo, Cheney y Rumsfeld-, Obama le ha dado prioridad al diálogo y a la negociación. Si éstos fracasan, no será por culpa de Estados Unidos, sino, en su caso, de Irán, Corea del Norte, Siria, Israel o Palestina.

En su discurso de El Cairo, Barack Obama abrió las puertas cerradas del diálogo con el mundo árabe. A Palestina e Israel les ha instado a negociar seriamente, cumplir los tratados vigentes y proponer políticas de progreso para un nuevo tiempo. Ha aislado a Netanyahu y su pretensión nuclear contra Irán.

Pero a Irán le ha ofrecido negociar el tema, al tiempo que critica la política represiva interna de Ahmadinejad y al ayatolá Jamenei, aliándose de hecho con la sociedad democrática emergente de Irán, país destinado a ser la gran potencia del Oriente Medio.

A Irak, Obama le ha dado manos libres para organizarse internamente y llegar a un acuerdo nacional entre chiítas, suníes y kurdos.

Y en Afganistán, al momento de escribir este artículo, se discute la política a seguir entre dos tendencias: la militar del general McChrystal o la del vicepresidente Biden.

En el centro del debate, el presidente Obama y el secretario de la Defensa, Gates, optarán por una solución. Acaso no la mejor, aunque no hay solución mejor cuando el enemigo, el talibán, es una guerrilla invisible, el Gobierno central un espejismo corrupto, la realidad política la de un confeti de caciques y el peligro de la creciente presencia del talibán en el vecino Pakistán.

La política europea de Obama, por otro lado, respeta a los Gobiernos en el poder, no le concede privilegios indebidos a los países vecinos de Rusia (Polonia, Chequia), pero le hace saber a Moscú que la Guerra Fría terminó y que todos los temas están sobre el tapete para una nueva política de convivencia sin debilidades.

El gran problema es China y su poderosa paradoja: la economía emergente más poderosa y el régimen político más autoritario. Sospecho que ante Pekín sólo una política es posible: tratar con el actual Gobierno y respetar la inevitable evolución de China hacia un régimen más democrático, más acorde con la realidad de la economía y la sociedad modernas de un país con milenios de historia sobre las espaldas.

Enumero toda una serie de realidades que aún no encuentran solución final, ni la encontrarán, sospecho, jamás, porque son parte de un mundo en evolución constante. Esto es lo que Obama ha entendido. En vez de aplicarle al mundo un cancel de fierro concebido por y para una sola nación, Estados Unidos de América, Obama admite la diversidad política, económica y cultural de los demás y ofrece tratar con ella, dialogar y negociar en vez de dictar e invadir.

¿No es éste un cambio fundamental de las relaciones exteriores? ¿Y no merece su iniciador, Barack Obama, un premio por lo ya logrado que es también un incentivo para lo que aún falta?

Nota. Los enemigos de Obama lo atacaron porque fue a Copenhague y no obtuvo los Juegos Olímpicos para Chicago. ¿Lo elogiarán porque, en cambio, irá a Oslo a recibir el Premio Nobel?

(El País, Madrid)

miércoles, 8 de julio de 2009

Ayatolá, lindísimo ayatolá

No es la primera vez que un Gobierno autoritario ignora la voluntad de los electores y confirma su propia permanencia en el poder.

No es la primera vez que un Gobierno autoritario sale a reprimir a la oposición y la acusa de ser manipulada desde el extranjero.

No es la primera vez que un Gobierno autoritario ignora los cambios sociales que han ocurrido, precisamente, bajo el Gobierno autoritario y a pesar de él.

No es la primera vez que un Gobierno autoritario disfraza con la retórica de la unidad sus propias divisiones internas.

No es la primera vez. En diversos grados, los eventos de 1968 ilustraron estos supuestos. El Gobierno de Francia no calculó el alcance del movimiento de Mayo. Sólo André Malraux se dio cuenta de que se trataba de "un cambio de civilización". Quizás no la mejor de las civilizaciones. El Mayo parisino reveló la dinámica de una nueva clase media liberada de filiaciones partidistas y más asociada al consumo y a la libertad de costumbres que a la militancia en los partidos. El Comunista, partido alternativo del poder, perdió el que tenía cerrándole las puertas al movimiento "pequeño-burgués" de los estudiantes. Al cabo, éstos ganaron, el Partido Comunista perdió y con él perdieron todas las tradicionales filiaciones de Francia, que hoy es un Estado sin partidos, dependiente de la capacidad de cooptación del presidente de la República pero con amplísimo margen de libertades individuales.

Caso mucho más grave fue la represión soviética, en agosto del 68, del movimiento hacia un socialismo democrático en Checoslovaquia. Los tanques del Pacto de Varsovia aplastaron la apuesta de un socialismo con libertades. Los dirigentes checos fueron humillados por el Kremlin. Hoy, la República Checa es un país de democracia pluripartidista y Moscú un poder lejano y ni siquiera tutelar, presa de sus propias desatadas contradicciones entre la tradición autoritaria y el impulso democrático.

México, en fin, fue el caso más severo de perpetuación autoritaria. Ni ayer ni hoy es imaginable la ceguera del poder ante las transformaciones auspiciadas por el propio poder durante su largo periodo (1920- 1964) de legitimación revolucionaria. Gustavo Díaz Ordaz representa la ceguera del sistema ante el sistema mismo, necesitado de una reforma que esta vez encabezó la juventud masacrada en Tlatelolco en octubre del 68. Intentando salvar al poder, Díaz Ordaz lo sacrificó para siempre. De Echeverría a Salinas, el poder ya no fue lo que era. De concesión en concesión, de reforma en reforma, llegó el día en que Zedillo entendió que sin plena libertad democrática, el poder se quedaría sin poder.Es obvio que el Gobierno iraní desconoce (o desea desconocer) estas lecciones históricas. Con absoluta falta de proporción, ha otorgado al Gobierno en el poder, el de Mahmud Ahmadinejad, sin tiempo para contar los votos, una victoria increíble (el 63% de la votación) contra una oposición surgida, al cabo, del propio poder: Mir Husein Musavi ha sido primer ministro y lo apoyan clérigos históricos como los ayatolás Akbar Hashemi Rafsanjani, ex-presidente; Mahoma Jatami, también antiguo presidente, y Ali Montazeri. En cambio, el actual presidente Ahmadinejad cuenta con el respaldo absoluto del número uno, el guía supremo Ali Jamenei.

A primera vista, ésta sería una guerra de facciones internas al propio régimen, como sucedió, digamos, en México entre Carranza y Obregón o entre Obregón y De la Huerta, o en Argentina entre facciones peronistas.

No es así porque en las manifestaciones de Teherán han participado cientos de miles de ciudadanos, en su mayoría gente joven que ha crecido bajo el régimen que sucedió al Sha en 1979, gente que es partidaria del régimen y sólo le pide -¡sólo!- libertades mayores, libertades ciudadanas de estudio, asociación, incluso vestuario -y en consecuencia, de liberación femenina-. Éste ha sido uno de los rasgos definitorios del movimiento: la abundancia de mujeres que hacen sentir su presencia en la naciente sociedad iraní.

¿Puede esta complejidad social y sus evidentes ambiciones, puede, sin más, un número tan abrumador de ciudadanos, ser manipulado desde el extranjero, por Gran Bretaña o por Estados Unidos?

No desdeño el pasado. Inglaterra se condujo como potencia imperial en Irán hasta 1919, y el propio Barack Obama ha admitido que EE UU manipuló la caída del líder reformista Mahoma Mosadeg en 1953. Sólo que hoy, el movimiento de la sociedad iraní es tan vasto que no lo puede dirigir ninguna potencia exterior. Es tan grande que no lo puede domar el propio poder oficial iraní.

La fuerza pública, los grupos represivos del régimen, el gas, las bazukas, los jóvenes muertos, han disipado el movimiento. Refugiados en las azoteas al grito simultáneo de "Alá es grande", burlándose de la censura absoluta con los nuevos instrumentos del Twitter y el You-Tube, y sobre todo el más discriminante blog. La anacronía del poder y sus métodos represivos de la información quedó revelada por la veloz novedad del Internet.

Atrincherado, el poder conjunto del líder supremo Jamenei y del presidente Ahmadinejad será, al cabo, derrotado por la disensión interna al régimen, por el abuso de la fuerza y, sobre todo, por la permanencia, vitalidad y deseo de una población que, en un 70%, son jóvenes y quieren un país más libre.

El tema pendiente es el del desarrollo de la capacidad nuclear de Irán y la flexibilidad negociadora tanto de Teherán como de Washington. Barack Obama ha condenado la represión iraní pero no ha cerrado (hasta ahora) la puerta a la negociación. Ésta sería más razonable con un régimen iraní más democrático. Barack Obama, como es su costumbre, no cierra ninguna puerta y le recuerda a sus críticos: "Sólo hay un presidente de EE UU y soy yo". Excluyéndose del debate de la comentocracia, Obama reafirma su capacidad oficial para juzgar y proceder. Una cosa sería condenar la brutalidad del régimen y otra negociar con el régimen el asunto nuclear. ¿Se legitima el Gobierno iraní si Washington negocia con él el problema nuclear? ¿O es capaz Obama de mantener censura y negociación? ¿Y es capaz Teherán de separar una censura que le resta legitimidad de una negociación que se la condiciona a un solo tema de trascendencia internacional?

Tal parece ser el dilema. Lo rodea el despertar de toda la sociedad iraní.


(El País. Madrid)

domingo, 31 de agosto de 2008

La gran tentación

La olimpiada en Pekín nos sirve de referente para un cambio global de la distribución de poderes. Los triunfos de China y de Rusia, además de su significado deportivo, señalan la definitiva emergencia de dos grandes potencias mundiales y el fin del pasajero unilateralismo de los Estados Unidos de América.

La guerra fría duró medio siglo y enfrentó a dos naciones y a dos sistemas: Estados Unidos y la Unión Soviética, el capitalismo democrático y el socialismo autoritario. Ambos se acusaban de "imperialistas", y para la América Latina, Estados Unidos lo era, como la Unión Soviética lo era para la Europa central. En los márgenes, los "no alineados" -Nehru, Tito, Nasser-, y abajo, el Tercer Mundo de los países débiles o, con gracioso eufemismo, en desarrollo.

Estados Unidos ganó la guerra fría porque la Unión Soviética la perdió. Gorbachov reconoció que el poder armado de Moscú ni reflejaba ni resolvía la pobreza de la economía: devoraba la riqueza potencial. China, demonizada por Mao, inició con Deng Xiaoping un camino de gran desarrollo. Pero el fin de la guerra fría dejó un vacío político global que llenó el Estados Unidos de George W. Bush con una arrogancia unilateralista miope, desorientada y falaz que empeñó el prestigio y el presupuesto del país en una guerra "contra el terror" que derrumbó a un tirano dispensable -Sadam Hussein- sin tocarle un pelo de las barbas a Osama bin Laden y los talibanes, refugiados en las fronteras de un aliado de Bush, el Pakistán de Musharraf.

Mientras, los norteamericanos violaban no sólo los principios humanitarios, sino las propias leyes de Estados Unidos, creando y manteniendo campos de concentración y de tortura en Abu Ghraib y en Guantánamo y dejando que la guerra "contra el terror" fuese percibida como guerra "contra el Islam", perdiendo así no solo simpatía, sino credibilidad, y ganando enemigos de un punto al otro del mundo musulmán.

Mientras Bush se perdía en estos vericuetos del fracaso, Rusia y China se adelantaban a ocupar las posiciones de éxito que hoy resultan evidentes. China se abrió al mundo, pero se cerró a la democracia, creando un modelo de desarrollo rápido que podemos llamar "capitalismo autoritario". El mundo capitalista occidental, que se estima democrático, acudió al llamado de la gran sirena roja, China, regañándola infantilmente por sus travesuras autoritarias, pero aprovechando -¡cómo lo iban a desaprovechar!- un mercado de más de mil millones de clientes potenciales -la quinta parte de la humanidad-.

No desdeño los esfuerzos democratizadores que, a la larga, traiga el desarrollo económico aChina. Hoy se ven muy lejanos. En cambio, el autoritarismo se engalana con las olimpiadas, vence cotidianamente a EE UU y propone una vía veloz, eficaz y tentadora hacia el desarrollo: el avance capitalista sin las molestias de la democracia, la rapidez de la expansión sin las demoras de la libertad. ¿A cuántos países en desarrollo no les resultará tentadora -irresistible- esta fórmula? Sobre todo cuando el desarrollo nacional es frenado o interrumpido por la violencia impune, hiriendo- como en el terrible caso del joven Fernando Martí en México- a una ciudadanía inerme rodeada de narcos, policías que son criminales, criminales que son policías, y un ejército al que con razón le repugna hacer labores policíacas. Surge entonces -no lo deseo, pero lo temo- la tentación totalitaria. Sólo un estado más fuerte que el crimen puede abatir al crimen, aunque sea cometiendo crímenes. Indeseable realidad.

La "tentación autoritaria" también la ofrece la Rusia de Vladímir Putin. Vencido y desmembrado el imperio soviético casi por "la fuerza de las cosas", Boris Yeltsin confundió la democracia con la debilidad y el capitalismo con la cleptocracia. Las grandes empresas del Estado pasaron a manos de particulares; a veces, los gerentes de aquéllas se convirtieron en los dueños de éstas. Librada al hambre feroz de un capitalismo naciente, Rusia se libró a sí misma a una disminución anárquica.

Putin llegó con la clara intención de restaurar el poder de la gran Moscovia. Él es heredero de Iván el Terrible, de Pedro el Grande y del terrible, aunque no grande, Stalin. Putin no se anda con cuentos. Cuando la revista Time, declarándolo hombre del año, le pregunta cuáles son sus deseos, Putin contesta: "Aquí no deseamos. Aquí trabajamos" -posa con torso desnudo para lucir su musculatura-, lanza a Sarkozy frente a las cámaras, tartamudo, con más vodka que el admitido por la razón de estado francesa. Baña de sangre a Chechenia, como ejemplo. Y si el alto dirigente georgiano, Mijaíl Shaakashvili, lo llama Liliputin, el mundo ve al nuevo Zar como un tremendo Ras-Putin o Zar-Putin. Estados Unidos quiere rodearlo de misiles en Polonia y de peleles en Georgia. Putin envía los tanques al sur, no porque le tema a Georgia, sino para advertirle a Europa y al mundo: por aquí pasa el petróleo sin el cual sus economías se desploman. El imperialismo del oleoducto, el poder del gasoducto, convierte al occidente europeo en cliente indispensable de Rusia. ¿Sabrá Putin transformar el petropoder en economía de consumo, productiva y diversificada hacia el exterior y hacia el interior? Todo indica que lo hará, si puede, pero con un régimen de autoritarismo creciente.

La implacable Maureen Dowd escribe en el Herald Tribune la lista de los ocho años de errores de Bush. La destructiva obsesión con Irak. La borrachera ideológica del neo-conservadurismo. La satanización de países con los cuales, a la postre, hay que tratar: Corea del Norte, Irán, Siria, Cuba.

Y mientras el Gobierno de Bush iba de fracaso en fracaso, China se apoderó de una parte tan vasta de la economía norteamericana que, si la retiraran, EE UU sería "un pato a la pekinesa". Y Rusia se ha transformado de un país mendigo en una potencia mundial.

Hay en todo esto un claro llamado internacional para la restauración del derecho, la negociación y la diplomacia. Y hay algo más. Mientras Bush jugaba golf en Texas, el antiguo imperio "de en medio", China, y el antiguo imperio de "la tercera Roma", Rusia, recobraron sus posiciones de fuerza y las adornaron con los prestigios del pasado histórico. No por nada, el fastuoso espectáculo olímpico se inauguró, de manera reiterada, con la memoria de la civilización imperial de China, la gran "cabalgata" a la que se refirió un día André Malraux: la reserva histórica de los imperios que regresan por sus fueros y le imponen al siguiente jefe de Estado norteamericano el deber de negociar con los imperios a partir de la fuerza democrática interna de EE UU. Esto no parece entenderlo McCain, aferrado a las soluciones de fuerza. Parece entenderlo Obama, consciente de las soluciones diplomáticas. Ojalá no le cueste la vida.

(El País)