jueves, 17 de julio de 2008

La doctrina Obama

Es como el lanzamiento de un cohete en varias fases, hasta situarlo en órbita. El cuerpo que ha entrado ahora en ignición es el último, el que le proyecta como figura internacional, comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo y líder político del planeta. Primero firmó un artículo dominical titulado Mi plan para Irak en el periódico de mayor prestigio, el Times de Nueva York, donde escriben todos los intelectuales que pretenden modelar el mundo con sus ideas. Luego dio una solemne conferencia en Washington sobre la nueva estrategia internacional de Estados Unidos. Pronto partirá en viaje a Oriente Próximo, con paradas en Ammán, Ramala y Jerusalén; a Europa con mítines y entrevistas en Berlín, París y Londres; y finalmente o en medio a Irak y Afganistán, donde se entrevistará con los comandantes militares y diplomáticos estadounidenses sobre el terreno.

La política exterior jugará un papel muy especial en la elección que deberán hacer los norteamericanos el próximo 4 de noviembre. No debiera ser así si nos atuviéramos únicamente al penoso estado en que se encuentra la economía estadounidense. Tampoco si sólo tenemos en cuenta las preferencias demoscópicas de los ciudadanos, que sitúan la economía en primer lugar, los precios de la gasolina y de la energía en el segundo y sólo en tercer lugar la guerra de Irak. Pero tanto la reacción ante la crisis hipotecaria como las causas del doble tsunami en la liquidez y en el incremento de precios permiten albergar la idea de que estamos ante un problema político, o mejor dicho, de falta de política y de conducción del tren desbocado en que se ha convertido el planeta. Este martes, tras la intervención de los dos gigantes hipotecarios Fannie Mae y Freddie Mac, Bush reaccionó con la misma estolidez con que se encara la crisis en nuestras latitudes: "Entiendo que haya muchos nervios, pero la economía crece, la productividad es alta, el comercio funciona y la gente trabaja. No todo es tan bueno como quisiéramos, pero en la medida en que encontramos debilidades reaccionamos". Tampoco estaba en la foto de la última producción escenográfica producida para la actualidad internacional, en París, los días 13 y 14 de julio: Sarkozy es quien está chupando cámara a su costa.

Barack Obama ha decidido encarar estos días dos problemas acuciantes que tienen ante sí los candidatos presidenciales. El más grave es que la locomotora mundial corre lanzada sin conductor, en medio de peligros tan agudos como el tsunami económico, la proliferación nuclear en Irán, el recrudecimiento de hostilidades en Afganistán o la crisis de Darfur. Y el segundo es que la imagen de Estados Unidos en el mundo, que corresponde a quien debe llevar el volante del bólido, se halla en estos momentos por los suelos. Aún en plena crisis económica, la política internacional norteamericana se ha convertido, por tanto, en una cuestión central de la propia política interior. Obama lo sabe y sabe que es el territorio donde debe construir también su imagen frente a John McCain, héroe de guerra y senador experimentado y viajado. Un 72% de los preguntados en una encuesta sobre la materia, publicada ayer por The Washington Post, considera que McCain está bien preparado para conducir los asuntos internacionales, cifra que cae a un 56% cuando se trata de Obama. Sólo uno de cada tres encuestados considera que Obama tiene mejor conocimiento del mundo que McCain. En cuanto a confianza sobre su capacidad para gestionar la guerra de Irak, andan raspados: 47% para McCain y 45% para Obama. Pero vence Obama, en una proporción de dos a uno, en cuanto a su capacidad para restaurar la imagen de Estados Unidos en el mundo. Si tenemos en cuenta que también Obama supera a McCain en la confianza que despierta para la recuperación económica (54% a 35%), se entenderá la multiplicidad de razones para que se lance ahora a la fase internacional de la campaña.

Obama quiere salir de Irak, con prudencia y cuidado, para meterse de lleno en Afganistán hasta liquidar el auténtico nido de terrorismo que hay en la frontera y bien adentro de Pakistán. Su principal inspiración arranca de la pléyade de diplomáticos, militares y políticos realistas que forjaron la Doctrina Truman de la contención nuclear frente a la Unión Soviética. Pero el hilo conductor de su esbozo doctrinal es la ruptura con todo lo que ha significado la política exterior de Bush. Con cinco objetivos: terminar la guerra de Irak, liquidar a Al Qaeda y a los talibanes en Afganistán, poner las armas nucleares a salvo de terroristas y Estados fallidos, asegurar el suministro energético y reconstruir las alianzas destruidas por el paso irresponsable de Bush y sus neocons. Es un mensaje duro y enérgico, y nada tiene que ver con la idea de un líder débil y pacifista que han querido cultivar y propagar sus enemigos republicanos.

(El País, Madrid)

My Plan for Iraq

The call by Prime Minister Nuri Kamal al-Maliki for a timetable for the removal of American troops from Iraq presents an enormous opportunity. We should seize this moment to begin the phased redeployment of combat troops that I have long advocated, and that is needed for long-term success in Iraq and the security interests of the United States.

The differences on Iraq in this campaign are deep. Unlike Senator John McCain, I opposed the war in Iraq before it began, and would end it as president. I believed it was a grave mistake to allow ourselves to be distracted from the fight against Al Qaeda and the Taliban by invading a country that posed no imminent threat and had nothing to do with the 9/11 attacks. Since then, more than 4,000 Americans have died and we have spent nearly $1 trillion. Our military is overstretched. Nearly every threat we face — from Afghanistan to Al Qaeda to Iran — has grown.

In the 18 months since President Bush announced the surge, our troops have performed heroically in bringing down the level of violence. New tactics have protected the Iraqi population, and the Sunni tribes have rejected Al Qaeda — greatly weakening its effectiveness.
But the same factors that led me to oppose the surge still hold true. The strain on our military has grown, the situation in Afghanistan has deteriorated and we’ve spent nearly $200 billion more in Iraq than we had budgeted. Iraq’s leaders have failed to invest tens of billions of dollars in oil revenues in rebuilding their own country, and they have not reached the political accommodation that was the stated purpose of the surge.

The good news is that Iraq’s leaders want to take responsibility for their country by negotiating a timetable for the removal of American troops. Meanwhile, Lt. Gen. James Dubik, the American officer in charge of training Iraq’s security forces, estimates that the Iraqi Army and police will be ready to assume responsibility for security in 2009.

Only by redeploying our troops can we press the Iraqis to reach comprehensive political accommodation and achieve a successful transition to Iraqis’ taking responsibility for the security and stability of their country. Instead of seizing the moment and encouraging Iraqis to step up, the Bush administration and Senator McCain are refusing to embrace this transition — despite their previous commitments to respect the will of Iraq’s sovereign government. They call any timetable for the removal of American troops “surrender,” even though we would be turning Iraq over to a sovereign Iraqi government.

But this is not a strategy for success — it is a strategy for staying that runs contrary to the will of the Iraqi people, the American people and the security interests of the United States. That is why, on my first day in office, I would give the military a new mission: ending this war.

As I’ve said many times, we must be as careful getting out of Iraq as we were careless getting in. We can safely redeploy our combat brigades at a pace that would remove them in 16 months. That would be the summer of 2010 — two years from now, and more than seven years after the war began. After this redeployment, a residual force in Iraq would perform limited missions: going after any remnants of Al Qaeda in Mesopotamia, protecting American service members and, so long as the Iraqis make political progress, training Iraqi security forces. That would not be a precipitous withdrawal.

In carrying out this strategy, we would inevitably need to make tactical adjustments. As I have often said, I would consult with commanders on the ground and the Iraqi government to ensure that our troops were redeployed safely, and our interests protected. We would move them from secure areas first and volatile areas later. We would pursue a diplomatic offensive with every nation in the region on behalf of Iraq’s stability, and commit $2 billion to a new international effort to support Iraq’s refugees.

Ending the war is essential to meeting our broader strategic goals, starting in Afghanistan and Pakistan, where the Taliban is resurgent and Al Qaeda has a safe haven. Iraq is not the central front in the war on terrorism, and it never has been. As Adm. Mike Mullen, the chairman of the Joint Chiefs of Staff, recently pointed out, we won’t have sufficient resources to finish the job in Afghanistan until we reduce our commitment to Iraq.

As president, I would pursue a new strategy, and begin by providing at least two additional combat brigades to support our effort in Afghanistan. We need more troops, more helicopters, better intelligence-gathering and more nonmilitary assistance to accomplish the mission there. I would not hold our military, our resources and our foreign policy hostage to a misguided desire to maintain permanent bases in Iraq.

In this campaign, there are honest differences over Iraq, and we should discuss them with the thoroughness they deserve. Unlike Senator McCain, I would make it absolutely clear that we seek no presence in Iraq similar to our permanent bases in South Korea, and would redeploy our troops out of Iraq and focus on the broader security challenges that we face. But for far too long, those responsible for the greatest strategic blunder in the recent history of American foreign policy have ignored useful debate in favor of making false charges about flip-flops and surrender.

It’s not going to work this time. It’s time to end this war.

(New York Times, Op-Ed page, July 14, 2008)

Columna transversal: Viajando se aprende algo

(desde Grossenbrode en el Mar Báltico)

Viajando en Europa, me encuentro con algunas revelaciones sorprendentes, pero confortantes para nosotros que vivimos en América Latina. Por ejemplo que la figura de nuestro Hugo Chávez se queda pálida a la par del cavaliere Silvio Berlusconi. Más exótico, más de opereta, más sinvergüenza que el actual primer ministro italiano no puede ser ningún presidente latinoamericano. Gobierna a puros decretos. Acaba de pasar una ley que le da inmunidad, aunque sea condenado en los numerables juicios que tiene pendiente por corrupción, soborno de testigos, etc. Lo más probable es que un tribunal lo condene a 8 años de cárcel. Y lo seguro es que le vale y seguirá gobernando Italia y conferenciando con los presidentes de las potencias mundiales. El periódico italiano Corriere della Serra, fuera de sospecha de ser un órgano de la izquierda, describe a la Italia de Berlusconi como “un país en camino a convertirse en sultanado, donde el poder ya no emana del pueblo, sino del gobernante.” ¿Ya a nosotros nos da pena Hugo Chávez, nos da miedo la dinastía Kirchner y nos da rabia la pareja Rosario-Daniel?

Otra de las revelaciones europeas que me dan mucho alivio es que en un país tan rico como Alemania los profesionales que manejan BMW, Saab o Mercedes Benz y tienen apartamentos o casas de vacación en la Toscana o en la Costa Brava, comparten la misma angustia social con sus homólogos salvadoreños. Si aquí en Alemania hablan aun más de ‘la crisis’ que en San Salvador, el descontento, el pesimismo y el resentimiento a lo mejor son elementos de la condición humana y no síntomas de una crisis económica real. Podemos seguir durmiendo tranquilos...

Vine a Europa, donde todos mis amigos tienen años de cultivar conciencia ecológica, con cierto miedo: ¿Podré contarles que recién me compré un pick-up de seis cilindros, y que además este vehículo me encanta, y que nuestro segundo carro en la casa no es uno de estos huevitos que casi caminan sin gasolina, sino una camioneta 4x4? Sentí este miedo porque todas las revistas europeas --incluyendo las de automovilismo que antes eran el único reducto donde no penetraba el ‘political correctness’-- te sermonean que este tipo de carros ruinan el medio ambiente y que había que evitar que todos los chinos y hindúes y guanacos del mundo se compren este tipo de carros, porque esto acabaría con el planeta. Cuando llegué a Hamburgo, una metrópolis de 3 millones de habitantes, y vi los miles de carritos tipo Smart, Mini, Vokswagen Lupo y Fiat 50, me quedé definitivamente ahuevado. Para compensar mis pecados en casa y para evitar que alguien me meta en discusiones sobre mi debilidad con carros grandes, me conseguí, para mis viajes en Alemania, un diminuto Kia Picanto.

Pero, ¡qué sorpresa me esperaba en las carreteras, en las famosas autopistas alemanas! Sólo vi a sobrepasarme carrazos grandes, caros y gastones, a velocidades inalcanzables para mi leal pero humilde Picanto. En dos horas de autopista no vi ningún Smart. Lógico, estos carros políticamente correctos son para la ciudad y para la conciencia tranquila. Son el segundo o tercer carro de la familia. Para viajar, el alemán saca del garaje su BMW, su Audi o su Mercedes. Y en el balneario de clase media baja en el Mar Báltico, todo el mundo me miró con lástima bajándome de un Picanto en los parqueos repletos de carros que cuestan lo triple de mi pick-up Frontier y gastan lo doble de gasolina. ¡Y yo teniendo miedo por mis pecados automovilísticos! Si encontrara una camiseta que diga: “Manejo un monster truck. ¡?Y qué?!”, me la compraría y me la pusiera orgullosamente. No la voy a encontrar. Sería políticamente incorrecto...

El otro miedo que traje conmigo ya lo estoy perdiendo. Casi. El miedo de que mis amigos alemanes se den cuenta que ya no soy del Frente. De los pocos alemanes que saben donde en el planeta se encuentra El Salvador, la mayoría me dice: “¡Que bueno que al final ustedes van a ganar, después de tantos sacrificios!” Si ya tengo un carro bueno y un negocio floreciente, y si además publico mis columnas en un periódico de derecha como el Diario de Hoy, ¿para qué voy a tener miedo a confesar que no soy partidario ni del socialismo del siglo 21, ni del sandinismo de Ortega, ni del FMLN de la posguerra, ni de Mauricio Funes? Bueno, tal vez porque esta confesión provoca la pregunta: “Y ahora, ¿cuál es tu proyecto?”, a la que tengo que contestar que quiero ver tomar forma y fuerza en América Latina una idea tan aburrida y poco erótica que la socialdemocracia. Y en este punto mis amigos llegan a la conclusión que este hombre que mandaron a hacer la revolución en América Latina se quedó demasiado tiempo en el trópico. “Sos una ruina tropical”, me dijo un muy querido amigo y compañero de muchas batallas en los 60...

A lo mejor tiene razón. ¿!Y qué!?

Cambio climático como oportunidad

Los efectos del calentamiento climático no se distribuyen equitativamente. Donde se producen más emisiones, menos impacto. Donde menos desarrollo industrial y económico, más impacto. Erosiones, inundaciones, falta de agua potable, huracanes no sólo reducen espacios y oportunidades de supervivencia, sino profundizan los problemas ya existentes. Crece la asimetría entre países favorecidos y desfavorecidos – y al mismo tiempo la brecha entre las capacidades de resolver problemas.

Esto no es aceptable. Tenemos que confrontar los problemas del cambio climático de ora manera, no sólo por razones de justicia, sino sobre todo por razones de nuestra propia identidad.

El primer malentendido es que tenemos que convencer a las élites de los países en desarrollo a asumir otros patrones de actitud y consumo. Otra malentendido reside en la pregunta si tenemos que conceder a los países menos modernizados los mismos derechos de contaminación que antaño tenían los primeros países industrializados – cosa que sólo se dio porque nadie se preocupaba de las contaminaciones. Hoy que sabemos los resultados de tal despreocupación, esta pregunta simplemente es expresión de una idiotez artificial.

La creciente migración de refugiados ecológicos preocupa a la política de seguridad y genera estrategias para la seguridad fronteriza, los cuales requieren de inmensas inversiones de capital y personal. Sería mucho más racional gastar nuestras capacidades intelectuales y financieras no para desarrollar estrategias de exclusión, sino más bien posibilidades de inclusión y participación – lo que de todos modos es indispensable desde el punto de vista de demográfico. ¿Por qué defender el ideal del estado nacional étnicamente homogéneo, cuando este ideal ya se mostró desfasado ente las necesidades de la modernización?

Si concebimos el problema del cambo climático como un problema cultural, inmediatamente tendremos otra perspectiva de las cosas. Problemas ecológicos esencialmente no son problemas de la naturaleza sino problemas de las culturas humanas.

¿Puede una cultura ser exitosa a largo lazo si es basada en el consumo sistemático de los recursos naturales? ¿Puede sobrevivir una cultura que concientemente acepta la exclusión de las siguientes generaciones? ¿Puede una cultura de este tipo servir de modelo para aquellos que necesita incluir para su propia supervivencia?

La traducción del problema climático en una problemática cultural significan una oportunidad real de desarrollo. Para ilustrar esto, tres ejemplos.

Noruega no invierte su ganancia petrolera en proyectos representativos de infraestructura que aumenten el bienestar de sus ciudadanos contemporáneos, sino persigue una estrategia de inversión a largo plazo, que garantiza a las siguientes generaciones gozar el alto nivel de vida del presente y los beneficios de Estado del bienestar social. Las inversiones se hicieron con criterios éticos: Empresas involucradas en la industria armamentista quedan excluidas, por ejemplo. Se invierte en fuentes renovables de energía.

Suiza definió, hace como 20 años, un concepto para el transporte que prioriza el transporte público sobre el individual y garantiza la inclusión de toda la población, incluyendo en las comunidades más remotas, en la red pública de transporte. Suiza tiene hoy la red más estrecha y completa de transporte público del mundo, muy a pesar de sus adversas condiciones geográficas como país montañoso.

Estonia garantiza a sus ciudadanos el derecho constitucional del acceso gratuito a Internet. El abastecimiento total de oportunidades de comunicación no sólo reduce la burocracia y genera potencialidades para formas más directas de democracia, también es fuerza motriz para la modernización.

Son tres ejemplos de sociedades que definen su futuro. No sólo toman decisiones técnicas y de corto plazo, sino sobre qué tipo de sociedad quieren ser: una sociedad comprometida con las siguientes generaciones (Noruega); una sociedad que asegura movilidad (Suiza); una sociedad comunicativa (Estonia).

Ahí hay algo muy significativo para la problemática del clima: La pregunta qué hay que hacer y cómo, no tiene respuesta si antes no contestamos la pregunta cómo queremos vivir.

Un consenso sobre la pregunta si queremos subvencionar el uso de energía fósil o la construcción de un sistema educativo; si priorizamos el financiamiento de la creación de puestos de trabajo en industrias obsoletas o priorizamos el potencial que reside en mejores escuelas – todas esas son preguntas culturales. Si las contestamos, tendremos respuestas parciales a la pregunta fundamental: ¿Qué tipo de comunidad queremos ser?

(Die Welt, Alemania, 13 de julio 2008. Traducido por Paolo Luers. El autor es director de Instituto de Ciencias Culturales en Essen)

Hay que gobernar la globalización

Cuando los retos y los problemas son globales y los instrumentos para resolverlos son, en esencia, nacionales, su solución es inviable. Si añadimos que mientras las grandes finanzas y multinacionales operan en mercados mundiales, los poderes políticos lo hacen en sus respectivas soberanías, el gobierno del interés general está en precario y, en ocasiones, como la actual, se alcanzan situaciones de desorden. Lo estamos viendo con la crisis financiera ocasionada por las primas basura de Estados Unidos; con la subida espectacular de los precios de los alimentos provocada por múltiples factores, entre ellos, la especulación; los efectos de un cambio climático que nadie es capaz de afrontar en coordinación; la crisis de la energía que golpea al conjunto del sistema, o unos flujos migratorios, cuyo origen radica en las brutales diferencias de desarrollo, y ante los que hace frente cada país como puede, en ocasiones, chocando con los derechos humanos.

Sería ingenuo pretender que pudiésemos contar con un "gobierno mundial" democrático. Ni la ONU, el FMI, el Banco Mundial ni la OMC cumplen ese papel, aunque intenten intervenir, a veces de forma equivocada, para paliar los efectos de la carencia de normas con alcance global. Lo que sí sería factible es ir creando grandes áreas de gobernanza democrática, con libertad comercial y cohesión social, que vayan ganando terreno a la selva en que se ha convertido el mundo económico internacional. Parece que se nos ha olvidado que hubo una época en que, a nivel del Estado nación, imperaba el "dejar hacer, dejar pasar, pues el mundo caminaba por sí mismo", y ello condujo a conflictos sociales internos y guerras externas. Se comprendió que era necesaria una cierta dosis de intervención de los poderes públicos para corregir los graves desbarajustes que producía el mercado dejado a su libérrima inclinación. Ese fue el gran pacto social y político de la posguerra europea.

En efecto, una parte de Europa comprendió que era necesario unirse no sólo para ser relevante en un mundo interdependiente o evitar los desastres de las guerras, sino porque la única manera de gobernar la globalización es por medio de amplias integraciones en base a instituciones democráticas, libertad de factores de producción y cohesión social. Un ejemplo de cómo se puede abordar la gran cuestión de la gobernanza de la globalización en un espacio determinado que comprende ya a 500 millones de personas. Un gobierno todavía incompleto, pues le falta rematar aspectos políticos, pero que supone un éxito sin precedentes.

Ahora bien, la existencia de la Unión Europea no resuelve los problemas de la administración de lo global. Como resulta una peligrosa quimera creer que una superpotencia -Estados Unidos- podía poner orden en este convulso mundo. A lo que ha conducido esta pretensión es a que Estados Unidos se haya transformado de una parte esencial de la solución en una parte del problema general. Hemos asistido, así, al fracaso de la arrogancia de resolver los problemas por vía unilateral, si bien no hemos podido levantar un eficaz sistema multilateral. La conclusión es que la sociedad de la globalización está sin gobierno y, en consecuencia, todo desarreglo, disfunción, especulación, trapacería o violencia puede encontrar su asiento sin mayor impedimento.

Decíamos antes que pretender hoy un gobierno mundial es utópico. Crear espacios concéntricos de gobernanza ordenada que se puedan coordinar para establecer reglas comunes no lo es. La UE tiene, prima facie, una proyección y dos fronteras. La gran proyección de Europa han sido las Américas, la del Norte y la del Sur. Los europeos nos hemos prolongado en el continente americano y se ha creado un área de lenguas, de cultura, de sistemas políticos y valores, en lo esencial, comunes. Sin embargo, la situación económica y social de una de las Américas se ha quedado atrasada. Debería ser del interés de la UE y de Estados Unidos contribuir a corregir esta grave disfunción, en beneficio de los ciudadanos latinoamericanos y de nuestros intereses estratégicos. El método que ha resultado eficaz es conocido. Junto a los acuerdos de libre comercio, son imprescindibles instrumentos de cohesión social como los fondos de convergencia, para facilitar infraestructuras físicas y educativas que permitan un crecimiento sostenido. Únicamente con tratados comerciales bilaterales o colectivos, siempre desiguales, no se garantiza el crecimiento a largo plazo. El problema es que en América Latina no existen los países "contribuyentes netos" que sí existían en Europa y, en consecuencia, la UE, junto con otros actores relevantes, podría convertirse en ese factor exógeno capaz de trasvasar fondos que permitan a esas economías ir convergiendo con las más avanzadas. En el caso de Europa, fue una magnífica operación tanto para los contribuyentes como para los receptores; de lo contrario, pagaremos el precio de la "no cohesión".

España, junto con la UE, debería privilegiar un gran proyecto hacia el continente americano que podría dar, como resultado, la creación de un área euroamericana de democracia, apertura comercial y cohesión social con gran peso en la gobernanza global. Un nuevo consenso entre las dos orillas del Atlántico, basado en intereses y valores comunes que equilibrase el actual deslizamiento del eje de la hegemonía hacia el Pacífico. Un buen momento para lanzar una iniciativa potente sería la presidencia española de la UE. No es, desde luego, fácil, como no lo fue en Europa. Es una cuestión de clarividencia, de voluntad política y de liderazgo.

Pero también tenemos dos fronteras, en el Este y en el Sur. La UE, encabezada por Alemania, ha abordado los problemas del este europeo por medio de la última ampliación y los fondos que empiezan a fluir hacia esos países. En el Sur tenemos el Mediterráneo, y detrás, África. En el Mare Nostrum está en marcha el nuevo impulso al proceso de Barcelona -Unión para el Mediterráneo-, a iniciativa del presidente francés, con la legítima intención de liderar el proceso. El reto es ambicioso y los obstáculos todavía grandes: infraestructuras, medio ambiente, energía, seguridad, etcétera. Los obstáculos: conflicto palestino-israelí, Irak, el Sáhara, la integración de Turquía, Líbano, Siria, etcétera. Todos los grandes problemas europeos tienen aquí su proyección, y Francia ha visto, con razón, que convendría hacer en el Mediterráneo una operación similar a la del Este en otras condiciones. A España le interesa este proceso y debería apostar fuerte, sin olvidar el África subsahariana, que exigiría otro tratamiento.

El fracaso de la última cumbre de la FAO en Roma debería abrirnos los ojos. No se acaba con la destrucción de seres humanos -hambre- y de la naturaleza con conferencias y donaciones. Y menos aún con defensivas "alianza de democracias" que conducirían a nuevos bloques. Hay que aceptar un comercio justo en ambas direcciones; asumir que es necesario trasvasar abundantes fondos de convergencia para el bienestar global y dejar de apoyar a autocracias -con petróleo o sin él-, porque son aliados en no se sabe qué guerra. De lo contrario, me temo que, ante las crecientes migraciones, acabaremos violando los derechos humanos. No es la primera vez en la historia que se puede ser una democracia "hacia dentro" y una dictadura "hacia fuera".

(El País, Madrid)

Cuba, un cambio sin venganza

En la madrugada del 13 de julio de 1989, el general Arnaldo Ochoa, su ayudante el capitán Jorge Martínez, mi padre el coronel Antonio de la Guardia y su subordinado el mayor Amado Padrón fueron abatidos por las balas de un pelotón de fusilamiento cerca de la playa de Baracoa, al oeste de La Habana.

Por no haber denunciado o injuriado a su hermano Antonio, mi tío el general Patricio de la Guardia fue condenado a 30 años de prisión. Así concluía la parodia del conocido proceso Ochoa-De la Guardia, en el que, acusados de corrupción y tráfico de drogas, fueron llevados ante los tribunales un grupo de oficiales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ministerio del Interior. Sus "abogados defensores" fueron impuestos por el propio Estado cubano y todos eran oficiales de la Seguridad del Estado. Ninguna prueba material pudo ser mostrada contra los inculpados. En tan sólo un mes -pues mi padre fue detenido el 13 de junio del mismo año- se desarrolló la investigación, el proceso judicial y el cumplimiento de las sentencias.
Dos versiones pueden adelantarse para explicar tanta urgencia. Una: los servicios norteamericanos de lucha contra el tráfico de drogas estaban al tanto de supuestas operaciones de narcotráfico lanzadas desde La Habana, y Fidel Castro, para limpiar su imagen, utilizó a estos oficiales como chivos expiatorios. Otra, la más creíble: estos oficiales cansados de guerrear en distintas latitudes -algunos de ellos acababan de regresar de la guerra de Angola-, bajo la influencia de los aires de perestroika que soplaban desde la Unión Soviética y, sobre todo, ante la permanente crisis de la situación cubana y la ausencia de las libertades más elementales, comenzaron a criticar (esto me consta) en sus círculos más allegados a la dirección del país. Teniendo en cuenta su nivel de responsabilidad militar y temiendo que sus comentarios pudieran llegar a convertirse en una corriente de opinión en el seno de las Fuerzas Armadas, Fidel y Raúl Castro decidieron sacrificarlos.

En todo caso, espero que algún día la historia y una verdadera justicia aclaren lo sucedido. Ahora hay que decir que el proceso Ochoa-De la Guardia fue un episodio más de esta siniestra farsa en la que los cubanos somos víctimas y actores desde hace 49 largos años.

Hoy nuestra responsabilidad está en el futuro. Hoy y mañana pedir venganza sólo puede generar más violencia. Fue pidiendo venganza como comenzó el drama en 1959. ¿O es que acaso se puede olvidar, aunque yo aún no había nacido, a un pueblo fanatizado pidiendo "paredón" para los victimarios del régimen recién derrocado del dictador Batista?No, ni a esa ni a esta Cuba podemos volver ni en sus formas ni en sus métodos.

Hace cerca de un mes, la escritora cubana Zoé Valdés mostraba en su blog el testimonio del suplicio del escritor René Ariza, injustamente encarcelado en Cuba, a partir de 1971, durante ocho años y que murió en el exilio en 1994. El testimonio es conmovedor, pero lo preocupante son las conclusiones de la escritora. Valdés afirma que "todos los militares (cubanos) sin excepción deberían pedir perdón, a coro, en la plaza de la Revolución, y sus hijos deberán callarse para siempre". Aparte de este concepto escalofriante de "justicia" maoísta que la escritora reivindica, en la que unas personas son obligadas a pedir perdón en la plaza pública, asombra el que se permita también exigirnos a los hijos de los militares que callemos para siempre. Yo, por supuesto, no pienso hacerlo.

Parece que la escritora cubana tiene una insaciable necesidad de darse un lustre de anticastrista visceral de toda la vida, luego de haber sido diplomática cubana en París durante los años 80 y alta funcionaria del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC). Recientemente publicó en España un ensayo titulado La ficción Fidel en el que, además de comenzar con un "yo acuso" e incluir numerosas exageraciones, falsificaciones y errores históricos, pretende enlodar la memoria de mi padre, que fue fusilado, y de mi tío, condenado a 30 años de reclusión. Por cierto, menciona a este último dos veces como si también hubiera sido ejecutado.

Zoé Valdés, que en su libro llega a caracterizar a los cubanos como "corderos", es emblemática de un sector minoritario de la oposición cubana que, en mi opinión, compromete el futuro de mi país con este tipo de planteamientos. La mayoría de los cubanos, en efecto, simplemente quiere construir un futuro donde todos podamos hablar. Donde los que se fueron antes, los que nos fuimos después y los que se quedaron, todos juntos propongamos una Cuba mejor.

Pienso que el discurso de la venganza, de los ajustes de cuentas y de las falsedades históricas sólo sirve para alimentar a los que desde el poder en La Habana se esfuerzan en frenar la dinámica de cambio que se ha instalado en los cubanos.

Hace ya dos años que Fidel Castro abandonó el poder. Su hermano, el actual presidente Raúl Castro, anunció cambios de concepto y estructurales para enfrentar la aguda crisis económica, política y social que vive Cuba. Por el momento se han visto pocos resultados. Sin negar que la firma por Cuba del Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y también el de Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas tiene su importancia, así como la tienen algunas de las tibias medidas que ya permiten a los cubanos entrar en los hoteles, comprar un DVD o contratar una línea de telefonía celular. Por lo demás, una necesaria valorización de los salarios también está en curso. ¿Suficiente? Por supuesto que no, pero la existencia de una dinámica de cambio es innegable. No obstante, no puede olvidarse que la liberación de más de 300 prisioneros por delito de opinión es un reclamo urgente.

Sería doloroso que, una vez más, las promesas sean incumplidas y los cubanos pierdan la esperanza. De momento, creo, todos los pasos que se den en el sentido del diálogo político, como lo acaba de hacer la Unión Europea, son positivos, pues alimentan esa dinámica de cambio. Y ojalá la próxima Administración estadounidense siga esa misma senda. Y sobre todo, que los dirigentes cubanos sean, por fin, sensibles a los deseos de su pueblo.

Desde hace 18 años vivo en el exilio y mi dolor sigue intacto, pero me esfuerzo por llevarlo con nobleza y dignidad, como tantas otras víctimas. Por eso quiero que en mi país el odio y la intolerancia sean, por fin, solo parte del pasado.

(El País, Madrid)

martes, 15 de julio de 2008

"Chávez comprendió a tiempo que las FARC le restaban"

(entrevista con el director de Tal Cual, de Francisco Tumi Guzmán)

¿Por qué en el continente se siente que la Operación Jaque ha sido no solo una batalla colombiana sino una que involucra a toda Sudamérica?
En cierta forma el conflicto de Colombia tiene un talante internacional mucho mayor que el que tenía, por ejemplo, el levantamiento de Sendero Luminoso en el Perú. En Colombia, otros gobiernos, incluso europeos, han participado en el esfuerzo pacificador, con vistas al canje humanitario de rehenes, de modo que sus características van más allá de lo puramente doméstico. Por eso el conflicto con las FARC está tan internacionalizado.

Me refería a que todo el mundo ha volteado la mirada a Caracas para ver cómo el rescate ha impactado en Hugo Chávez. ¿Comparte usted la idea de que el presidente venezolano quedó en el bando de los perdedores?
No, porque Chávez tuvo el acierto casual --digámoslo así-- de que, poco tiempo después de haber tomado partido por las FARC y llegado, incluso, al extremo de proponer que se les concediera el estatus de beligerante, se desmarcó de ellas y no solo les pidió que liberaran sin condiciones a todos los secuestrados sino que cuestionó la lucha armada y declaró a esta "fuera de orden" --esos fueron los términos que expresó--. Dijo que las FARC estaban históricamente fuera de época. Es decir, se desmarcó de manera muy tajante.

¿Cree que, después de su prolongada ambigüedad frente a las FARC, su desmarque sea creíble?
Eso lleva a una discusión sobre cuáles son sus reales intenciones, pero, en el momento en que lo hizo, tanto el Gobierno de Colombia como otros gobiernos del continente expresaron su satisfacción. Uribe no se puso a pensar cuáles serían las intenciones de Chávez y por qué razón estaría haciendo eso sino que declaró su satisfacción ante aquel gesto. ¿Por qué? Porque obviamente cuando Chávez hace eso, Correa también lo hace, y luego Evo Morales.

Habló hace un momento de las reales intenciones de Chávez. ¿Cuáles son frente a esta nueva situación de las FARC?
Debe de estar pensando mucho sobre esto. Anteriormente había dos factores que podían influir en su ánimo: En primer lugar, él sabe lo que ninguno de nosotros sabe acerca de lo que hay en esa computadora [la del jefe guerrillero 'Raúl Reyes', muerto en territorio ecuatoriano], y entonces, obviamente, hizo un gesto dirigido a tratar de atemperar la conflictividad con el Gobierno de Colombia, para tratar de que esa computadora no siga expulsando documentos comprometedores. Y en segundo lugar, Chávez tiene también que haberse dado cuenta --en un cierto momento-- de que él estaba asociándose con unos perdedores.

¿Desde antes del rescate de los rehenes?
Desde antes del rescate era claro que los de las FARC eran unos perdedores. Perdieron a su líder máximo por muerte natural; antes les habían matado al segundo, 'Raúl Reyes', que era el más activo de la guerrilla en el escenario internacional; luego, uno de los miembros del secretariado fue asesinado por uno de sus escoltas; se entregó una comandante muy conocida junto con un grupo de guerrilleros; el ritmo de entrega a las Fuerzas Armadas llegó a 200 guerrilleros mensuales; las FARC pierden el control territorial cuando las Fuerzas Armadas Colombianas cambian de táctica y salen a disputar el territorio; las han acorralado en la selva, allá en la frontera con ustedes, también en la frontera con el Ecuador.

¿Eran demasiado descrédito para Hugo Chávez?
Chávez percibió que las FARC ya no tienen ninguna popularidad, ni siquiera en Venezuela, entonces, pragmático como es, se las sacudió. Fue incluso más allá de pedir la liberación de los secuestrados; fue hasta el punto de cuestionar la lucha armada. Creo que para Chávez la jugada comenzó a ser obvia cuando se dio cuenta de que para él, más que un activo, como llegó a pensar en un momento, las FARC eran una hipoteca. Tras el éxito de la Operación Jaque, su primera reacción fue de militar: "Me quedé frío". Es decir, sintió asombro ante la perfección de la operación militar. De inmediato felicitó a Uribe y seguramente este domingo, en su programa, hablará sobre esto.

¿Qué le aportaban las FARC antes de que cambiara de opinión?
Él probablemente pensaba antes que las FARC podían formar parte de su esquema continental de lucha contra el imperio, etc., toda esa retórica típica de él, pero a partir de cierto momento aparentemente comienza a comprender que la relación con las FARC no le da nada sino que, más bien, le resta. No olvidemos que en Venezuela estamos en un proceso electoral y que estas elecciones de noviembre de este año son de importancia capital tanto para Chávez como para la oposición.

¿No está minimizando la visión chavista de encabezar un movimiento continental?
Sobre eso también hay que tener claro que se trata de mucho ruido y pocas nueces. La idea de que Chávez puede ser el líder de un bloque continental contra los gringos es una ilusión. Hay mucho ruido, mucha declaración, mucha retórica, pero en la práctica se puede constatar con muchísima facilidad que las agendas políticas de Brasil, de Uruguay, de Chile e incluso de Argentina, con relación a Estados Unidos, no son las de Chávez. Ni de Correa, tampoco. Y, por supuesto, tampoco es la del Perú. De modo que eso que se llama la internacional chavista no va más allá de Bolivia, Nicaragua y Cuba, que son los cuatro países que integran el ALBA.

Junto a opositores internos en cada país, como Humala.
Por supuesto. Hay movimientos en América Latina que responden a Chávez e, incluso, que son financiados por él. Tengo la impresión de que, en general, son los movimientos de ultraizquierda los que se identifican con Chávez. Humala no proviene de la izquierda; es un movimiento muy peculiar, más bien una especie de nacionalismo fascistoide, pero que, a fin de cuentas, se relaciona con Chávez. En términos generales, Chávez tiene eco en la ultraizquierda del continente, que es muy ruidosa, muy activa, pero muy pequeña y se mueve más bien en partes marginales de su respectivo país. Es decir, son fuerzas que en sus propios países tienen poco eco.

¿Qué impacto tendrá la Operación Jaque en la oposición venezolana, de la que usted forma parte?
Yo creo que Chávez viene debilitándose lenta y sostenidamente desde hace algún tiempo. No se está desplomando ni muchísimo menos, pero viene debilitándose. Todavía no sabemos qué efectos han producido en la opinión pública de Venezuela los acontecimientos en Colombia. Chávez ha tenido el acierto de desmarcarse a tiempo y a lo mejor el éxito colombiano no lo afecta tanto. Si hubiera mantenido la postura anterior a su desmarque, probablemente el impacto habría sido devastador. Pero en este momento yo no creo que ese impacto sea devastador. En cualquier caso, ha venido debilitándose progresivamente. Y en este país polarizado, obviamente en la oposición venezolana la Operación Jaque ha producido un efecto de entusiasmo.

¿Cuál cree que sea el efecto en la porción chavista del país?
En el mundo chavista --ya no en Hugo Chávez, sino en el mundo chavista-- ha habido reacciones bastante estúpidas. La televisora del Estado, que está confiscada por el partido de Chávez, ha difundido cosas insólitas, por ejemplo que la operación fue un montaje, que estaba preparada, etc. Ha sido una reacción de despecho y de resuello por la herida que tal vez refleja lo que internamente el movimiento siente. Sin embargo, yo diría que en todo el país, entre los opositores al presidente y los partidarios del presidente, hay una reacción de satisfacción y de disfrute frente a la operación realizada para el rescate de los rehenes, pues, repito, las FARC no tienen ninguna popularidad en Venezuela. Eso explica el desmarque de Chávez.

¿Tiene Álvaro Uribe asegurada la re-reelección si se la propone?
En Colombia hay una situación paradójica: desde un punto de vista popular, Uribe tiene ahora una fuerza enorme. Probablemente, si se llegara a ese supuesto referéndum para decidir si se repite la anterior elección o no, Uribe lo ganaría clamorosamente. Sin embargo, en el mundo político colombiano la idea no goza de simpatía: ni en lo que queda del Partido Liberal, ni en lo que queda del Partido Conservador, ni en las nuevas formaciones políticas.

Eso no le suele interesar mucho a alguien que desea reelegirse.
En Colombia, a diferencia de Venezuela, hay claramente una élite política a la izquierda y a la derecha que no comparte para nada la idea de la re-reelección. La noche que Uribe habló acerca de su enfrentamiento con la Corte Suprema, yo estaba en Bogotá en casa de Belisario Betancourt, que es uribista no reeleccionista y que estaba reunido con cuatro precandidatos del uribismo a la presidencia, pues en el uribismo tampoco tiene simpatía la idea de la reelección.

¿Cómo pueden impedir ellos que Uribe se re-reelija?
Algunos señalaron que ni siquiera el propio Urbe está muy convencido de la bondad de una reelección. Por otro lado, si el problema es la continuidad de la política de Uribe, en su propio entorno hay gente que tiene la absoluta perspectiva de continuarla. De manera que dudo de que la reelección se concrete en Colombia.

Lo que sí es claro es que para las FARC este golpe ha sido casi de muerte.
La operación se llamó Jaque, no Jaque Mate. Las FARC todavía tienen miles de hombres bajo las armas, muchísimo dinero, muchísimos recursos, pero al mismo tiempo están política y militarmente muy golpeadas. Dudo mucho de que tengan capacidad de recuperación militar. En Colombia todo el mundo habla ya, desde antes de este último golpe, del "post conflicto". Dicen que esto puede tardar dos o tres años más.

¿Qué va a ocurrir primero en el continente: el desmantelamiento final de las FARC o el triunfo de la oposición venezolana?
Un triunfo de la oposición venezolana estaría planteado para las elecciones presidenciales del 2012. De modo que pueden ser procesos que coincidan en el tiempo.