"Aquel día del cese al fuego, en esta gran fiesta en el centro de la ciudad, me pareció imposible vivir en otro país..." Así cerré una columna que publiqué hace un año, el 13 de enero del 2011, en este mismo periódico, titulada: "El 10 y el 16 de enero", sobre el inicio y fin de la guerra.
Luego de 11 años de participar en la guerra, me quedé en El Salvador para ser partícipe de la posguerra. Para muchos la tarea era la reconstrucción, pero para mi criterio esta meta quedaba demasiado corta. Uno no hace la guerra sólo para luego reconstruir lo destruido. Se trataba de construir algo nuevo. Algo que no era posible antes de la guerra, algo que daría sentido al sacrificio de la guerra. Y se trataba de hacerlo entre todos. O sea, entre quienes antes, sin pasar por la experiencia de la guerra y de la búsqueda de la paz, no podían ni siquiera imaginarse una visión compartida del país.
Lastimosamente no todos compartieron esta visión. Dentro de ambos bandos hubo sectores que firmaron la paz, pero sólo porque no hallaban cómo seguir con la guerra. Entraron en la paz viéndola como otra etapa del conflicto, sólo con métodos políticos en vez de violentos, pero con la misma finalidad: imponerse al otro bando, con el cual se estuvo en guerra y se terminó firmando un cese al fuego.
Aunque en ambos bandos los que pensaban así eran fuertes, los Acuerdos de Paz se cumplieron. Como cese al fuego se cumplieron en su totalidad, para sorpresa de todos, y sólo esto ya en si es un hecho histórico trascendente. Como refundación de la República, los Acuerdos se cumplieron no en su totalidad, pero suficiente para cobrar vida propia. Teniendo tanta gente (y en posiciones de poder en ambos lados) que no compartieron esta dimensión de los Acuerdos, era lógico que la construcción de la nueva institucionalidad democrática iba a sufrir retrocesos, obstáculos e inclusos perversiones. Lo sorprendente es que aún así el proceso resultó suficiente robusto para no permitir que alguien lo abandonara del todo o lo paralizara.
Esto se explica por la vida propia que la paz cobró. La paz salvadoreña, una vez iniciada, dejó de depender exclusivamente de la buena voluntad de las partes beligerantes que la firmaron, porque fue adoptada por toda la sociedad. La ciudadanía, antes callada por represión y guerra, se apropió de los Acuerdos de Paz y los convirtió en paz. Atentar contra ella se convirtió en políticamente imposible. Esto obligó a todas las fuerzas políticas, incluyendo los sectores dentro y fuera de los partidos de derecha e izquierda, que no tenían disposición real de romper con la polarización, a aceptar los Acuerdos de Paz como agenda común de la nación. Podían retrasar, diluir, obstaculizar las reformas institucionales acordadas, pero no podían enfrentarlas abiertamente...
Así se explica que incluso los sectores más retrógrados de la derecha nunca se atrevieron a cuestionar el nuevo rol apolítico de la Fuerza Armada, la presencia de ex-guerrilleros en la PNC, la existencia de instituciones nuevas como la Procuraduría de Derechos Humanos o la Academia de Seguridad Pública. Y así también se explica que los comunistas, aun cuando ya lograron el control total del FMLN e incluso cuando ganaron las elecciones del 2009, no se atrevieron a tomar medidas contra la libertad de expresión o contra la libre empresa.
La paz en El Salvador tiene tanto arraigo en la sociedad que ninguna fuerza política puede atentar contra los fundamentos de esta refundación de la República, que el país adoptó colectivamente hace 20 años. Algunos locos pueden pedir una nueva Guardia Nacional, dirigentes de Gana pueden exigir la pena de muerte, y el FMLN puede proponer que se reforme la Constitución para introducir la "democracia directa" en forma de los plebiscitos, pero ellos mismos saben que sólo son consignas demagógicas para atender a sus respectivas clientelas y que no hay manera que la sociedad permita este tipo de atentados contra la paz y la democracia.
De esta forma, nuestra democracia refundada hace 20 años, muy a pesar de las voluntades antidemocráticas de sectores fuertes en la izquierda como en la derecha, ha sobrevivido el experimento de la derecha populista de Toni Saca, con daños considerables, pero intacta y con capacidad de superación. De la misma forma, va a sobrevivir el paso por el poder del FMLN, a pesar de la vocación autoritaria y revanchista de muchos de sus dirigentes, algunos incluso convertidos en ministros.
Nuestra democracia está sobreviviendo incluso la crisis de violencia desatada por las pandillas y mal atendido por tres gobiernos sucesivos. Sobrevivió la demagogia de mano dura, sobrevivió la tendencia peligrosa de partidización de la PNC, y va a sobrevivir las decisiones necesarias del Estado de recurrir a la Fuerza Armada para enfrentar el crimen y de reformar las leyes penales garantistas surgidas de los Acuerdos de Paz para erradicar la represión.
El proceso iniciado con los Acuerdos de Paz ha establecido un marco democrático y un amplio consenso adoptado por la sociedad, que ponen límites a los populistas o autoritarios de todos los colores, incluso cuando lleguen a gobernar. No podrán romper este marco mientras los ciudadanos lo cuidemos.
(El Diario de Hoy)