viernes, 29 de agosto de 2008

La transparencia comienza en casa propia

Han pasado dos semanas desde los despidos masivos en uno de los medios de comunicación más importantes del país, y todavía no hay un debate sobre este hecho.

Para los lectores que no saben de qué estoy hablando --que serán la gran mayoría, porque los medios principales lastimosamente han aplicado la regla “chucho no como chucho” y no han cumplido su deber de informar-- aquí un resumen de los hechos: El miércoles 13 de agosto fueron despedidos 170 empleados de La Prensa Gráfica, entre ellos unos 40 integrantes del aparato editorial, entre editores, reporteros, redactores, fotógrafos, diagramadores. Despedir un 20 por ciento del personal es despido masivo. Eliminar un 25% de una redacción, significa crisis en un medio de comunicación.

Las dos cosas son noticia de interés público. Merecen análisis. Los lectores y los anunciantes del periódico, así como la opinión pública en general merecen información y explicaciones. El mismo periódico que ejecute un plan de despidos de esta magnitud y con este impacto, si saliera en New York, Buenos Aires o México, se sentiría obligado a informar sobre el hecho, en sus propias páginas.

Los periodistas no podemos siempre exigir al Estado, a los bancos, a los partidos, a las grandes empresas transparencia de sus actuaciones – y callarnos cuando la noticia y la crisis se genera en casa. El hecho que una empresa líder de comunicación haya manejado tan mal su proceso de crecimiento, da pauta no sólo para información debida, sino para debate, análisis, crítica, reflexión profunda dentro del medio de los comunicadores sociales. Todo esto no se ha dado, porque se aplicó un filtro de silencio. El daño --para el periódico, para el periodismo, para el gremio de comunicadores, para la opinión pública, para el país-- no se hace más grande hablando del problema. Por lo contrario, es bajo el manto del silencio que se generan rumores, especulaciones, desconfianzas. Ahí reside el verdadero daño.

Tal vez la columna que sobre el tema escribí en este blog fue muy dura con los jefes editoriales que ejecutaron el plan de despidos. Era mi impresión que no hicieron lo posible, necesario y digno para defender a su gente y para convencer a la empresa a buscar otras soluciones. Platicando con ellos me doy cuenta que su actuación no fue de mala fe. Sin embargo, toda esta historia ejemplifica lo importante que es que en nuestros medios fortalezcan direcciones editoriales que no actúen simplemente como brazo prolongado de la patronal y sus lógicas financieras, sino que actúen como cabezas de sus cuerpos de periodistas, como garantes del profesionalismo y de la ética periodística.

Para que avancemos hacía este fortalecimiento del periodismo, para que juntos construyamos confianza en los medios, necesitamos aprender le las crisis. Por esto no hay que tapar los problemas, sino discutirlos.

Nicaragua Nicaraguita

¡Le cuido el carro, chele! Así me grito un “chavalo” mientras estacionaba mi vehículo en la plaza de la revolución. Vallas color chicha (rosado indescriptible) adornar ahora la plaza. La cara de Daniel esta en los cuatro costados, la fachada de las ruinas de la catedral esta obstruida por unos 40 metros cuadrados color chicha. Pero detrás de ese Danielismo absurdo todavía se encuentra en Nicaragua un pueblo increíble. Al regresar a mi carro el chavalo me regaló un grillo y una rosa que había hecho con hojas de palma, “para que se lleve un recuerdo de Nicaragua”. Gustoso acepto los pocos córdobas que le pude dar por cuidar el vehículo. Solo me imagine al malencarado que en San Salvador me pide dos dólares por adelantado por cuidar el carro, bajo la amenaza que si no los pago, después lo puedo encontrar rayado. Nicaragua sigue teniendo un pueblo de cantantes y poetas, hasta de artesanos que no son místicos chamanes de poses deslumbrantes, sino chavalos que cuidan carros de vez en cuando.

A Speech to the Delegates

My fellow Americans, it is an honor to address the Democratic National Convention at this defining moment in history. We stand at a crossroads at a pivot point, near a fork in the road on the edge of a precipice in the midst of the most consequential election since last year’s “American Idol.”

One path before us leads to the past, and the extinction of the human race. The other path leads to the future, when we will all be dead. We must choose wisely.

We must close the book on the bleeding wounds of the old politics of division and sail our ship up a mountain of hope and plant our flag on the sunrise of a thousand tomorrows with an American promise that will never die! For this election isn’t about the past or the present, or even the pluperfect conditional. It’s about the future, and Barack Obama loves the future because that’s where all his accomplishments are.

We meet today to pass the torch to a new generation of Americans, a generation that came of age amidst iced chais and mocha strawberry Frappuccinos®, a generation with a historical memory that doesn’t extend back past Coke Zero.

We meet today to heal the divisions that have torn this country. For we are all one country and one American family, whether we are caring and thoughtful Democrats or hate-filled and war-crazed Republicans. We must bring together left and right, marinara and carbonara, John and Elizabeth Edwards. On United we stand, on US Airways, there’s a 25-minute delay.

Ladies and gentleman, I never expected to be speaking before you today. Like so many of our speakers at this convention, I come from a hard-working, middle-class family. I was leading a miserable little life, but, nevertheless, overcame great odds to live the American Dream. My great-grandfather fought in Patton’s Army, along with Barack Obama’s great-grand uncles’ fourth cousin once removed.

As a child, I was abandoned by my parents and lived with a colony of ants. We didn’t have much in the way of material possession, but we did have each other and the ability to carry far more than our own body weights. When I was young, I was temporarily paralyzed in a horrible anteater accident, but I never gave up my dream: the dream of speaking at a national political convention so my speech could be talked over by Wolf Blitzer and a gang of pundits.

And today we Democrats meet in Denver, a suburb of Boulder, a city whose motto is, “A Taxi? You Must be Dreaming.”

And in Denver, we Democrats showed America that we have cute daughters who will someday provide us with prestigious car-window stickers. We heard Hillary Clinton’s ringing endorsement of “the weak-looking thin guy who’s bound to lose.”

We heard from Joe Biden, whose 643 years in the Senate make him uniquely qualified to talk to the middle class, whose family has been riding the Acela and before that the Metroliner for generations, who has been given a lifetime ban from the quiet car and who is himself a verbal train wreck waiting to happen.

We got to know Barack and Michelle Obama, two tall, thin, rich, beautiful people who don’t perspire, but who nonetheless feel compassion for their squatter and smellier fellow citizens. We know that Barack could have gone to a prestigious law firm, like his big donors in the luxury boxes, but he chose to put his ego aside to become a professional politician, president of the United States and redeemer of the human race. We heard about his time as a community organizer, the three most fulfilling months of his life.

We were thrilled by his speech in front of the Greek columns, which were conscientiously recycled from the concert, “Yanni, Live at the Acropolis.” We were honored by his pledge, that if elected president, he will serve at least four months before running for higher office. We were moved by his campaign slogan, “Vote Obama: He’s better than you’ll ever be.” We were inspired by dozens of Democratic senators who declared their lifelong love of John McCain before denouncing him as a reactionary opportunist who would destroy the country.

No, this country cannot afford to elect John Bushmccain. Under Republican rule, locusts have stripped the land, adults wear crocs in public and M&M’s have lost their flavor. We must instead ride to the uplands of hope!

For as Barack Obama suggested Thursday night, wherever there is a president who needs to tap our natural-gas reserves, I’ll be there. Wherever there is a need for a capital-gains readjustment for targeted small businesses, I’ll be there. Wherever there is a president committed to direct diplomacy with nuclear proliferators, I’ll be there, too! God bless the Democrats, and God Bless America!

(New York Times)

The American Promise



Al presidente Dean y a mi gran amigo Dick Durban; y a todos mis conciudadanos de esta gran nación: Con profunda gratitud y una gran humildad, acepto vuestra nominación para la Presidencia de Estados Unidos.

Dejarme expresar mi agradecimiento a la histórica lista de candidatos que me han acompañado en este viaje, y especialmente a quien ha llegado más lejos –una campeona para los trabajadores americanos y una inspiración para mis hijas y las vuestras – Hillary Rodham Clinton. Al presidente Clinton, que anoche demostró la necesidad de cambio como sólo él puede hacerlo, a Ted Kennedy, que encarna el espíritu de sacrificio; y al próximo vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, os doy las gracias.

Estoy agradecido de terminar este camino con uno de los más brillantes estadistas de nuestro tiempo, un hombre con el que se siente a gusto todo el mundo, desde los líderes mundiales hasta los revisores de la compañía de trenes Amtrak que todavía toma para regresar a su casa cada noche.

Al amor de mi vida, nuestra próxima primera dama, Michelle Obama, y a Sasha y Malia – os amo mucho y estoy muy orgulloso de vosotras.

Hace cuatro años, estaba delante vuestro y os conté mi historia – de la breve unión de un joven de Kenia y una joven mujer de Kansas que no les iban muy bien las cosas ni eran muy conocidos, pero que compartían la creencia de que en América, su hijo podía alcanzar lo que se propusiese en su cabeza.

Es esa promesa la que ha hecho este país destacar – que con un duro trabajo y sacrificio, cada uno de nosotros puede tratar de alcanzar nuestros sueños y también seguir siendo parte de la familia americana para asegurarnos que la siguiente generación podrá perseguir igualmente sus sueños.

Es por ello por lo que comparezco hoy esta noche. Porque durante 230 años, en cada momento en el que esa promesa estaba en peligro, hombres y mujeres corrientes –estudiantes y soldados, granjeros y profesores, enfermeras y limpiadoras- encontraron el coraje para mantenerla viva.

Nos encontramos en uno de esos decisivos momentos – el momento en el que nuestra nación está en guerra, nuestra economía atraviesa una situación confusa, y la promesa americana ha sido amenazada una vez más.

Esta noche, más americanos están sin trabajo y más trabajan por menos. Muchos de vosotros habéis perdido vuestros hogares y muchos más veis cómo cae en picado el valor de vuestras casas. Muchos tenéis automóviles que ahora no os podéis permitir conducir, deudas de las tarjetas de crédito que no podéis pagar, gastos de matrículas inalcanzables.

Todos estos desafíos no son todos atribuibles al Gobierno. Pero el no haberles hecho frente es la consecuencia de la descomposición de la vida política en Washington y las fallidas políticas de George W. Bush.

América es mejor que estos últimos 8 años. Somos mejor país que eso.

Este país es más decente que uno en el que una mujer de Ohio, a punto de jubilarse, se encuentra por una enfermedad en una catastrófica situación después de una dura vida de trabajo.

Este país es más generoso que aquel en el que un hombre de Indiana tiene que ver cómo la maquinaria con la que ha trabajado durante veinte años es embarcada hacia China y, turbado, ha de explicar cómo se siente fracasado al regresar a casa y contarle lo ocurrido a su familia.

Somos más compasivos que un Gobierno que permite que sus veteranos duerman en la calles y sus familias caigan en la pobreza; que permanece de brazos cruzados mientras delante de nuestros ojos se hunde una gran ciudad de América.

Esta noche, le digo al pueblo americano, a los demócratas y a los republicanos, a los independientes de toda esta gran nación. Ya basta. Este momento –esta elección- es nuestra oportunidad para mantener viva en el siglo XXI la promesa americana.

Como la próxima semana, en Minnesota, el mismo partido que os ha traído dos mandatos de George Bush y Dick Cheney le pedirá a este país un tercero, estamos aquí ahora porque amamos este país demasiado para dejar que los próximos cuatro años se parezcan a los últimos ocho. El 4 de noviembre tenemos que levantarnos y decir: ya estamos hartos.

Ahora no dejemos ninguna duda. El candidato republicano, John McCain, ha vestido el uniforme de nuestro país con valor y distinción, y por ello le debemos respeto y gratitud. La próxima semana, también escucharemos sobre esos momentos en los que había roto con su partido como prueba de que el puede traer el cambio que necesitamos.

Pero los hechos son claros, John McCain ha votado con George Bush el noventa por ciento de las veces. Al senador McCain le gusta hablar de juicio, pero en realidad, qué os asegura a vosotros que George Bush ha estado en más del noventa por ciento de las ocasiones acertado. No sé lo que pensáis vosotros, pero yo no estoy dispuesto a asumir sólo una posibilidad de cambio en el diez por ciento.

La verdad es que en cada uno de los asuntos, en cada uno de los que afecten a vuestra vida –salud, educación y en la economía-, el senador McCain ha sido todo, menos independiente. Asegura que nuestra economía ha hecho grandes progresos bajo este presidente. Sostiene que los fundamentos de la economía son fuertes. Y cuando uno de sus principales consejeros – el hombre responsable de escribir su programa económico- hablaba de la ansiedad en la que viven los americanos, dijo que estamos viviendo sólo una recesión mental y que somos, y cito textualmente, una nación de quejicas.

¿Una nación de quejicas ¿ Dígale eso a los orgullosos trabajadores de las plantas de automoción de Michigan que, después de enterarse de que iba a cerrar, todavía siguen yendo cada día a trabajar tan duro como siempre, porque saben que hay quienes cuentan con los frenos que han hecho. Dígale eso a las familias de los militares que cargan sus problemas en silencio, sobre sus hombros, mientras ven cómo sus seres queridos parten para su tercer o cuarto o quinto despliegue. Estos no son quejicas. Trabajan duro, lo entregan todo y aún siguen sin quejarse. Estos son los americanos que yo conozco.

Bien, no creo que al senador McCain no le importe qué es lo que está pasando con la vida de los americanos. Pienso que es que no lo sabe. ¿Por qué otro motivo si no podría él definir a la clase media como aquella que gana menos de cinco millones de dólares al año? ¿De qué manera si no podría proponer cientos de miles de millones en rebajas fiscales para las grandes corporaciones y compañías petroleras pero ni un solo penique de ayuda fiscal para más de cien millones de americanos? ¿Cómo si no puede él ofrecer un plan de salud que penalizará con impuestos a las personas o un plan educativo que no servirá para ayudar en nada a las familias a pagar las escuelas, o el plan para privatizar la seguridad social y jugarse vuestras pensiones”.

No es porque a John McCain no le importa, es porque no lo capta.

Durante más de dos décadas ha estado abonado a esa vieja, desacreditada filosofía republicana –da más y más a los que más tienen y confía en que la prosperidad descienda a los demás. En Washington, lo llaman la sociedad de propietarios, pero lo que realmente significa es que estás sólo. ¿Te has quedado sin empleo? Mala suerte. ¿no tienes seguro de salud? El mercado lo resolverá. ¿Has nacido pobre?
Arréglatelas con tu propio esfuerzo, aunque no puedas. Estás sólo.

Es hora de que paguen por sus fracasos. Es nuestro momento para cambiar América.

Lo veis, los demócratas tenemos una medida diferente de lo que es el progreso en este país.

Medimos el progreso por el número de personas que pueden encontrar un empleo en el que ganen lo suficiente para hacer frente a las hipotecas, que también permite un poco de dinero extra a final de mes para poder ver algún día a vuestros hijos recibir sus diplomas universitarios. Medimos el progreso en los 23 millones de nuevos empleos que fueron creados cuando Bill Clinton era el presidente – cuando la familia media estadounidense vio subir sus ingresos hasta 7.500 dólares en vez de los 2.000 que ha caído bajo George Bush.

Nosotros medimos la fortaleza de nuestra economía no por el número de multimillonarios que tenemos o los beneficios de las empresas de la lista Fortune 500, sino si alguien con una buena idea puede tomar el riesgo y emprender un nuevo negocio, o si las camareras que viven de las propinas pueden librar un día para poder llevar al médico a su hijo enfermo sin ser despedidas – una economía que honra la dignidad del trabajo.

Las claves que empleamos para medir la fortaleza económica son si estamos cumpliendo con la promesa fundamental que ha hecho que este sea un gran país - una promesa que es la única razón por la que estoy aquí esta noche.

Porque en las caras de esos veteranos jóvenes que regresan de Irak y Afganistán, veo a mi abuelo, quien se alistó después de Pearl Harbor, marchó en las filas del Ejército de Patton y fue premiado por una nación agradecida con la oportunidad de ingresar en la universidad mediante del Acta para los veteranos.

En la cara del estudiante joven que duerme sólo tres horas antes de entrar en el turno de noche, pienso en mi mamá, quien, sóla, nos crió a mi hermana y a mí mientras trabajaba y estudiaba para un título, quien una vez recurrió a la asistencia pública para la alimentación pero todavía pudo enviarnos a las mejores universidades del país con la ayuda de los préstamos para estudiantes y las becas.
Cuando oigo a otro trabajador que me dice que su fábrica ha cerrado, recuerdo a todos aquellos hombres y mujeres del barrio sur de Chicago con quienes me solidaricé y por quienes luché hace dos años, después del cierre de la planta siderúrgica.

Y cuando oigo a una mujer que habla de las dificultades de abrir un negocio propio, pienso en mi abuela, quien progresó trabajando, desde el grupo de secretarias hasta ser supervisora, pese a los años en que no fue considerada para un ascenso por ser mujer. Es ella quien me enseñó lo que es el trabajo duro. Es ella quien aplazó la compra de un nuevo automóvil o un nuevo vestido para que yo pudiera tener una vida mejor. Me entregó todo lo que tenía. Y aunque ya no puede viajar, sé que está siguiéndonos esta noche y que esta es su noche también.
No sé qué tipo de vidas cree John McCain que llevan los famosos, pero ésta ha sido la mía. Estos son mis héroes. Sus historias son las que me formaron. Y es en nombre de ellos que pretendo ganar estas elecciones y mantener nuestra promesa viva, como presidente de Estados Unidos.

¿Qué es esa promesa?

Es una promesa según la cual cada uno tiene la libertad para hacer de nuestras vidas lo que queramos, pero que también tenemos la obligación de tratarnos mutuamente con dignidad y respeto.

Es una promesa que dice que el mercado debería premiar la ambición y la innovación y generar crecimiento, pero que las empresas deberían cumplir con sus responsabilidades en cuanto a la creación de empleos americanos, vigilar por los trabajadores americanos, y atenerse a las reglas de buena conducta.

La nuestra es una promesa que dice que el gobierno no nos puede solucionar todos los problemas, pero lo que sí debe hacer es lo que no podemos hacer por nosotros mismos, Protegernos del daño y proveer a cada niño una educación adecuada, mantener nuestra agua limpia y nuestros juguetes seguros, invertir en nuevos colegios y nuevas carreteras y nueva ciencia y tecnología.

Nuestro gobierno debe trabajar por nosotros, no contra nosotros. Debe ayudarnos, no dañarnos. Debe garantizar la oportunidad no sólo a aquellos que más dinero e influencia tienen, sino a cada americano dispuesto a trabajar.

Esa es la promesa de América. La idea de que somos responsables de nosotros mismos, pero también de que nos levantaremos o caeremos juntos como una nación: la creencia fundamental de que yo soy el guardián de mi hermano: yo soy el guardián de mi hermana.

Esa es la promesa que debemos cumplir. Ese es el cambio que necesitamos ahora mismo. Por tanto, dejad que precise exactamente qué es lo que significará ese cambio si yo soy elegido Presidente.

El cambio implica un código fiscal que no premie a los "lobbys" que lo redactaron, sino a los trabajadores americanos y las pequeñas empresas que lo merecen.

A diferencia de John McCain, dejaré de conceder ventajas fiscales a las corporaciones que trasladen los empleos al extranjero, y comenzaré a darlas a las empresas que creen buenos puestos de trabajo aquí mismo en América.

Eliminaré los impuestos sobre ganancias para los pequeños negocios y empresas recién establecidas que van a crear los empleos bien remunerados y de alta tecnología del mañana.

Rebajaré los impuestos - los voy a rebajar - para el 95% de todas las familias que trabajan, porque en una economía como la nuestra lo último que se debe hacer es aumentar los impuestos para la clase media.

Y, por el bien de nuestra economía, nuestra seguridad y el futuro de nuestro planeta, estableceré una meta clara como Presidente: en un plazo de diez años, pondremos fin a nuestra dependencia respecto al petróleo de Oriente Medio.

Washington lleva 30 años hablando de nuestra adicción al petróleo, y John McCain lleva 26 de esos años allí. En este tiempo, él ha dicho "no" a las exigencias de mayor eficiencia energética de los automóviles, "no" a las inversiones en energía de fuentes renovables, "no" a los combustibles renovables. Y hoy, importamos el triple de petróleo que el día que el senador McCain asumió el cargo.

Ahora es el momento de poner fin a la adicción, y de comprender que sacar petróleo de los pozos es una medida para salir del paso, no una solución a largo plazo. Ni remotamente.

Como presidente, aprovecharé nuestros recursos de gas natural, invertiré en tecnología del carbón limpia, y encontraré la manera de aprovechar con seguridad la energía nuclear. Ayudaré a nuestras empresas del automóvil a readaptarse, para que los automóviles de bajo consumo del futuro se construyan aquí mismo en América. Voy a facilitar que los americanos tengan suficientes recursos para comprar esos autos nuevos. Y voy a invertir 150.000 millones de dólares en la próxima década en fuentes renovables de energía que podamos costear - energía eólica, y energía solar y la próxima generación de biocombustibles; una inversión que desembocará en nuevas industrias y cinco millones de empleos que paguen bien y que nunca puedan ser externalizados.

América, ahora no es el momento de pequeños proyectos.

Ahora, es el momento de cumplir por fin nuestra obligación moral a facilitar a cada niño una educación de primera clase, porque es lo mínimo para poder competir en la economía global. Michelle y yo estamos aquí esta noche sólo porque nos dieron la oportunidad de una educación. Y no voy a conformarme con una América donde algunos niños no tienen esa oportunidad. Voy a invertir en la educación de los más pequeños. Voy a reclutar a un ejército de nuevos maestros, les pagaré salarios más altos y les daré un mayor apoyo. Y, a cambio, voy a pedir un listón más alto y que se rindan cuentas. Y mantendremos nuestra promesa hecha a cada uno de los jóvenes americanos - si tú te comprometes con tu comunidad o con tu país, garantizamos que podrás pagar una enseñanza superior.
Ahora es el momento de cumplir, por fin, la promesa de un acceso a precios razonables a cuidados sanitarios para todos y cada uno de los americanos. Si ya tenéis acceso a la Sanidad, mi proyecto supondrá el desembolso de primas más pequeñas. Si no lo tenéis, vais a poder disfrutar de la misma cobertura que los miembros del Congreso se conceden a si mismos.

Yo mismo vi cómo mi madre discutía con las empresas de seguros desde la cama donde moría de cáncer y voy a asegurarme de que esas mismas empresas dejen de discriminar a los que están enfermos, los que más necesitan atención sanitaria.

Ahora es el momento de ayudar a las familias con bajas pagadas por enfermedad y mejores permisos por asuntos familiares, porque nadie en América debería tener que elegir entre salvar su empleo y cuidar a su niño o a su progenitor enfermo.

Ahora es el momento de cambiar nuestras leyes sobre quiebras para que vuestras pensiones estén protegidas por encima de las primas de los ejecutivos; y es la hora de salvaguardar la Seguridad Social para generaciones futuras.

Y ahora es el momento de cumplir la promesa del mismo salario por el mismo trabajo, porque yo quiero que mis hijas tengan exactamente las mismas oportunidades que vuestros hijos.

Ahora, muchos de esos proyectos van a costar dinero, y es por eso que he explicado de dónde va a proceder cada céntimo – cerrando los resquicios corporativos y los paraísos fiscales que no ayudan a América crecer. Pero también voy a analizar el presupuesto federal, línea por línea, eliminando los programas que no dan resultados, y mejorando y reduciendo costes en los que sí necesitamos – porque no podemos afrontar los desafíos del siglo 21 con una burocracia del siglo 20.

Los Demócratas también debemos reconocer que realizar la promesa de América va a necesitar más que dinero. Requiere un sentido renovado de la responsabilidad por parte de cada uno de nosotros, para recuperar lo que John F. Kennedy denominó nuestra “fortaleza moral e intelectual”. Sí, el Gobierno debe dar ejemplo en la dependencia energética, pero cada uno de nosotros debe ayudar a hacer nuestros hogares y negocios más eficientes. Sí, debemos ayudar a salir de su situación a los jóvenes que caen en la delincuencia y la desesperación. Pero debemos reconocer que los programas por sí solos no pueden sustituir a los padres: que el Gobierno no puede apagar el televisor para que una niña haga sus deberes: que los padres deben asumir una mayor responsabilidad a la hora de dar el amor y la orientación que sus hijos necesitan.

La responsabilidad individual y la responsabilidad mutua: esa es la esencia de la promesa de América.

Y de la misma forma que nosotros cumplimos nuestra promesa a la próxima generación aquí en casa, también debemos cumplir la promesa de América en el exterior. Si John McCain quiere protagonizar un debate sobre quién tiene el mejor temperamento, y juicio, para servir como el próximo Comandante en Jefe, ese es un debate en el que yo estoy dispuesto a entrar.

Porque mientras el senador McCain dirigía la vista hacia Irak en los días justo después del 11-S, yo me levanté para oponerme a esta guerra, sabiendo que nos iba a distraer de las auténticas amenazas que afrontamos. Cuando John McCain dijo que podríamos “arreglárnoslas” en Afganistán, yo hablé a favor de recursos y tropas adicionales para terminar la lucha contra los terroristas que realmente nos atacaron el 11 S, y dejé claro que debemos eliminar a Osama bin Laden y sus lugartenientes si se ponen a tiro. A John McCain le gusta decir que perseguirá a Bin Laden hasta las puertas del Infierno – pero ni siquiera se acercará a la cueva dónde vive.

Y todavía hoy, cuando mi llamamiento a establecer un marco temporal para retirar nuestras tropas de Irak ha encontrado el eco del Gobierno iraquí e incluso la administración Bush, incluso después de saber que Irak tiene un superávit de 79.000 millones de dólares mientras nosotros nos ahogamos en déficits, John McCain se queda solo en su negativa obstinada a poner fin a una guerra equivocada.

Ese no es el “juicio” que necesitamos. Eso no nos mantendrá seguros. Necesitamos a un presidente que sepa afrontar las amenazas del futuro, no aferrarse a las ideas del pasado.

No se derrota a una red terrorista que opera en 80 países al ocupar a Irak. No se protege a Israel y se detiene a Irán simplemente con un discurso duro desde Washington. No se puede realmente dar la cara por Georgia cuando se ha puesto en entredicho a nuestras alianzas con más solera. Si John McCain quiere seguir a George Bush con más discurso duro y estrategia equivocada, es su opción – pero no es el cambio que necesitamos.

Somos el partido de Roosevelt. Somos el partido de Kennedy. Así que, no me digan que los Demócratas no defenderemos a este país. No me digan que los Demócratas no nos mantendremos seguros. La política exterior Bush-McCain ha malgastado el patrimonio que generaciones de estadounidenses –Demócratas y Republicanos- han construido, y estamos aquí para restaurar ese patrimonio.

Como Comandante en jefe, nunca dudaré en defender a esta nación, pero no enviaré a nuestras tropas para enfrentarse al peligro sin una misión clara y un compromiso sagrado para aportarles los materiales que necesitan en la batalla y la asistencia y ayudas que se merecen cuando vuelvan a casa.

Pondré fin a esta guerra en Irak de forma responsable, y terminaré la lucha contra Al Qaeda y los Talibán en Afganistán. Reconstruiré nuestras fuerzas armadas para hacer frente a futuros conflictos. Pero también reanudaré la diplomacia dura y directa que puede impedir que Irán obtenga armas nucleares y frenar la agresión rusa. Construiré nuestras alianzas para vencer a las amenazas del siglo XXI: el terrorismo y la proliferación nuclear, la pobreza y el genocidio, el cambio climático y la enfermedad. Y restableceré nuestro nivel moral, para que América una vez más sea esta última, mejor esperanza para todos los que acuden a la causa de la libertad, que están deseando vivir en paz y que anhelan un futuro mejor.

Éstas son las políticas que voy a desarrollar. Y en las semanas venideras, quiero debatirlas con John McCain.

Pero lo que no voy a insinuar es que el Senador adopta sus posturas con fines políticos. Porque una de las cosas que tenemos que cambiar en nuestra vida política es la idea de que la gente no puede discrepar sin poner en duda la ética y el patriotismo del otro.

Los tiempos son demasiado graves, está demasiado en juego para seguir este mismo guión político. Así que pongámonos de acuerdo en que el patriotismo no tiene partido. Yo amo a este país, y John McCain también lo ama. Los hombres y las mujeres que prestan servicio en nuestros campos de batalla pueden ser Demócratas y Republicanos e independientes, pero han luchado y derramado sangre juntos y algunos han muerto juntos bajo la misma orgullosa bandera. No han prestado servicio a una América roja o a una América azul – han prestado servicio a los Estados Unidos de América.

Así que, tengo una noticia para usted, John McCain. Todos damos la prioridad a nuestro país.

América, nuestra tarea no será fácil. Los desafíos a que nos enfrentamos exigen hacer elecciones difíciles, y tanto Demócratas como Republicanos tendrán que deshacerse de las desgastadas ideas y políticas del pasado. Una parte de que lo que se ha perdido en estos últimos ocho años no se puede medir en sueldos perdidos o mayores déficits comerciales . Lo que se ha perdido en esos últimos ochos años es nuestro sentido de una misión común –nuestro sentido de una misión superior. Y eso es lo que tenemos que restablecer.

Puede que no estamos de acuerdo sobre el aborto, pero seguramente podemos ponernos de acuerdo sobre la reducción de los embarazos no deseados en este país. La realidad de la tenencia de armas puede ser diferente para cazadores de las zonas rurales de Ohio que para aquellos castigados por la violencia de bandas en Cleveland, pero no me digan que no podemos defender la Segunda Enmienda mientras mantengamos los AK-47 fuera de las manos de delincuentes. Sé que hay discrepancias sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero seguramente podemos estar de acuerdo en que nuestros hermanos y hermanas gays y lesbianas se merecen poder visitar a sus seres queridos en el hospital y llevar vidas libres de la discriminación. Los ánimos están enardecidos en cuanto a la inmigración, pero no sé a quien le beneficia cuando se separa a una madre de su hijo en la infancia o un empleador socava los sueldos estadounidenses al contratar a trabajadores ilegales. Esto también forma parte de la promesa de América – la promesa de una democracia donde podemos encontrar la fuerza y la elegancia para superar las divisiones y unirnos en un esfuerzo común.

Sé que hay quienes desprecian tales convicciones como meras palabras bonitas. Ellos afirman que nuestra insistencia en algo mayor, algo más firme y sincero en nuestra vida pública supone simplemente un caballo de Troya para impuestos más altos y el abandono de los valores tradicionales. Y eso es de esperar. Porque si careces de ideas frescas, entonces empleas tácticas pasadas para espantar a los votantes. Si no tienes historial para sostener tu candidatura, entonces presentas a tu contrincante como alguien del cual la gente debería huir.

Haces una gran elección de cosas pequeñas.

Y ¿saben una cosa? – ha servido en el pasado. Porque se alimenta del escepticismo que todos tenemos con respecto al gobierno. Cuando Washington no funciona, todas sus promesas parecen huecas. Si tus esperanzas has sido frustradas una y otra vez, lo mejor es dejar de esperar, y conformarse con lo ya conocido.

Lo capto. Reconozco que no soy el candidato más convencional para este cargo. No encajo en el pedigrí típico, y no he pasado mi vida profesional en los pasillos de Washington.

Comparezco ante vosotros esta noche porque a lo largo y ancho de Estados Unidos algo comienza a moverse. Lo que no entienden los escépticos es que estas elecciones nunca han sido sobre mí. Han sido sobre vosotros.

Durante 18 largos meses vosotros habéis dado la cara, uno por uno, y habéis dicho basta a las políticas del pasado. Vosotros entendéis que en estas elecciones el mayor riesgo que podemos correr es intentarlo con las mismas viejas políticas, con los mismos viejos protagonistas y esperar una resultado diferente. Vosotros habéis demostrado lo que nos enseña la Historia – que en un momento determinante, como éste, el cambio que necesitamos no procede de Washington. El cambio llega hasta Washington. El cambio ocurre porque el pueblo estadounidense lo exige – porque se levanta y reivindica ideas nuevas, liderazgo nuevo, y una vida política nueva para tiempos nuevos.

América, éste es uno de esos momentos.

Creo que, por muy difícil que sea, el cambio que necesitamos se nos acerca. Porque lo he visto. Porque lo he vivido. Lo he visto en Illinois, cuando aportamos asistencia sanitaria a más niños y pasamos a más familias desde ayudas sociales hasta empleo. Lo he visto en Washington, donde trabajamos, superando las divisiones partidistas, para hacer más transparente el gobierno y pedir responsabilidades a los “lobbys”, dar mejor asistencia a nuestros veteranos y mantener las armas nucleares fuera de las manos de los terroristas.

Y lo he visto en esta campaña. En los jóvenes que votaron por primera vez y en aquellos que volvieron a participar después de mucho, mucho tiempo. En los Republicanos que pensaban que nunca recogerían una papeleta Demócrata, pero sí lo hicieron. Lo he visto en los trabajadores que preferirían recortar su semana laboral en una jornada a que sus amigos perdiesen el puesto de trabajo, en los soldados que vuelven a enrolarse después de haber perdido una extremidad, en los buenos vecinos que acogen a un desconocido cuando golpea un huracán y llegan las inundaciones.

Este país nuestro tiene más riqueza que cualquier nación, pero no es eso que nos hace ricos. Tenemos las fuerzas armadas más poderosas de la Tierra, pero no es eso lo que nos hace fuertes. Nuestras universidades y cultura son la envidia del mundo, pero no es eso lo que hace que el mundo siga llegando a nuestras costas.

En vez de todo eso, es el espíritu americano – esa promesa americana- que nos impulsa adelante aun cuando el camino es indefinido, que nos une pese a nuestras diferencias, que nos hace fijarnos no en lo que se ve, sino en lo no visto, ese lugar mejor a la vuelta de la esquina.

Esa promesa es nuestra mejor herencia. Es una promesa que hago a mis hijas cuando las acuesto por la noche, y una promesa que vosotros hacéis a los vuestro -una promesa que ha motivado a los inmigrantes a cruzar océanos, a los pioneros a viajar al oeste; una promesa que llevó a los trabajadores hasta los piquetes y a las mujeres a aspirar al sufragio.

Y es esa promesa que hace hoy 45 años atrajo a estadounidenses desde cada rincón de esta tierra a reunirse en una explanada en Washington, ante el monumento a Jefferson, para escuchar a un joven predicador de Georgia hablar de su sueño.

Los hombres y las mujeres que se concentraron allí pudieran haber escuchado muchas cosas. Podrían haber escuchado palabras de ira y discordia. Pudieran haber sido empujados a rendirse ante el miedo y la frustración de tantos sueños demorados.

Pero lo que escucharon, en vez de eso, las personas de todas las confesiones y todos los colores, de todas las condiciones – es que en América nuestros destinos están inextricablemente unidos. Que, juntos, nuestros sueños pueden ser uno.

“No podemos andar solos”, dijo el predicador. “Y mientras andamos, tenemos que jurar que siempre marcharemos hacia delante. No podemos volver atrás”.

América, no podemos volver atrás. No cuando hay tanto trabajo por hacer. No con tantos niños por educar y tantos veteranos por cuidar. No con una economía por arreglar y ciudades por reconstruir y granjas por salvar. No con tantas familias por proteger y tantas vidas por reparar. América, no podemos volver atrás. No podemos andar solos. En este momento, en estas elecciones, tenemos que prometer una vez más marchar hacia el futuro. Que cumplamos con esa promesa –esa promesa americana- y en las palabras de la Biblia agarrarnos firmemente, sin flaquear, a la esperanza que profesamos.

Gracias. Que Dios os bendiga y que Dios bendiga los Estados Unidos de América.

Traducción de la agencia Efe. Original en inglés en el nyt.com.

martes, 26 de agosto de 2008

El Economista y el Ecólogo.

Un día platicando con un amigo economista me llamo la atención como podíamos tener una visión tan diferente de los mismos problemas. A fin de cuentas la Economía y la Ecología ocupan instrumentos muy parecidos, las estadísticas financieras se parece mucho a los análisis de crecimiento de poblaciones, los ciclos de oferta y demanda se parecen al balance presa-depredador, deberían de ser dos ciencias que se entiende mucho entre sí. Pero al parecer no.

Economista:

Mirá estamos hablando de lo mismo. El futuro de El Salvador está en el crecimiento económico y la liberalización del mercado. Cada vez que tratan de regular un producto ahí comienza el caos, cuando le ponen impuestos a las cosas o cuando no dejan que el mercado fluya libremente. Bueno pero lo que te estaba diciendo es que no importa si los precios siguen altos, lo que necesita El Salvador es que el sector privado tenga menos trabas, así se generará más inversión y se crearán fuentes de empleo. Si hay empleos la gente estará mejor, gastará más y tendremos una economía robusta que pueda soportar las crisis del mundo. Si ya se, lo que me vas a decir, la empresa privada salvadoreña es un poco miope y siempre ha tratado muy mal a sus empleados. Ahí si tenés razón deberíamos de presionar para que paguen mejores sueldos, porque solo así estos tendrán la posibilidad de comprar y así se fortalecen sus propias empresas. Esto es difícil que lo vean, porque me acuerdo en mis clases como me insistían los profesores, la mejor manera de aumentar la rentabilidad de una empresa es disminuir los costos, por tanto son necesarios procesos eficientes, jornadas laborales largas y el menor y más barato personal posible.

Ecólogo:

Bueno antes que te pases a otro tema te interrumpo. Pero si estoy de acuerdo, la burguesía salvadoreña es miope. Es la que genera el mayor descontento entre el pueblo y es la que tiene ahora al borde de la derrota electoral a ARENA. Pero donde si no tenés razón es en tu modelo general de las cosas. No podes decir que la solución es crecer. Porque no es cierto, no existe un modelo abierto, donde siempre se puede seguir creciendo. Todo tiene un límite, todo depende de la disponibilidad de recursos y de la capacidad de recuperación (resilencia) de los sistemas. Si alguien “crece” es porque alguien no lo hace. Las riquezas europeas son acosta de los recursos naturales americanos, africanos y asiáticos. Simplemente no todos podemos tener el mismo nivel de riqueza, los países no pueden todos aspirar a crecer, eso simplemente lo que conlleva es a lucha desesperada por tratar de sobrevivir unos y morir los otros. Mira cuando el petróleo se acabe…

Economista:

Momento, ahí me has dado un ejemplo bárbaro, el petróleo. Cuantos años tiene de estar diciendo todos ustedes ecologista y ambientalista, que el petróleo se acaba y que ahí será el final de los tiempos, ahora resulta que el petróleo que solo duraría por los próximos 100 años, ahora se calcula que durará por los próximos 200 años ¿por qué? Porque no toman en cuenta la variable más importante en esto: La ciencia. El desarrollo tecnológico nos ha permitido, que podamos existir más humanos sobre la tierra de los que se pensaba posible. Esa misma tecnología es la que hace que esto sea un sistema abierto, porque nos permite seguir creciendo, nos permite seguir utilizando los recursos de la tierra cada vez más y de mejores maneras. Nos permite ser más eficientes en la utilización de recursos. Si ya se que me dirás que esas tecnologías no las ocupan todos, que el mundo avanza muy desigualmente. Pero avanza, la vendita revolución de la sostenibilidad de la que tanto hablas nos está invadiendo.

Ecólogo:

No te equivoques, tenés razón, cada vez más tenemos más conciencia ecológica, cada vez más nos preocupamos por la eficiencia de los sistemas. Pero la evolución de la ciencia es finita y está delimitada por la cantidad de recursos disponibles en el planeta. Para el 2050 seremos cerca de 9 billones de humanos en el planeta, ¿cuanto alimento necesitaremos?, donde están las tierras de cultivo necesarias para que se alimenten esos 9 billones. Según el cálculo de Wilson en un artículo de Scientific American del 2003, con una cantidad un poco mayor de personas se necesitaría todas las tierras disponibles cultivables produciendo granos con las mejores técnicas para alimentarnos todos. Si nos alimentamos de carne simplemente, no alcanza para todos. Si vivimos como viven en Europa se necesitarían 3.9 tierras, si vivimos como viven en Estados Unidos, se necesitarían 4.5 tierras. Si vivimos como viven los más ricos en El Salvador, seguro que necesitamos muchas veces El Salvador. El crecimiento no puede ser la aspiración, porque simplemente no alcanza para todos.

Después de esa plática reflexioné sobre esto, no podemos seguir igual, no podemos centrarnos en promover solo el crecimiento económico. No podemos esperar a que la ciencia resuelva los problemas. Tenemos de verdad que actuar y promover que nuestro gobierno enfrente la crisis energética, la crisis de los alimentos y cualquier otra con conciencia del mundo donde vivimos, de que el tiempo de las grandes soluciones se acaba, de que las pequeñas mejoras para el vivir día a día cuentan. La eficiencia energética, la mejor en los sistemas de producción, el generar menos basura y otras medidas tiene que ser el pan nuestro de cada día. Pero para que esto sea así hay que tratar de entender cuales son las necesidades y preocupaciones de los empresarios y brindarles opciones, así como durante años hubo que hacer el trabajo de que los políticos entendieran la importancia de este asunto. Ahora hay que trabajar con los empresarios para encontrar las soluciones más eficientes.

Hay que hablar el mismo idioma entre dos ciencias que tienen fundamentos muy parecidos. Hay que romper barreras. Hay que comenzar a caminar en el sentido de las soluciones. Por ejemplo que en el análisis económico se incluyan los factores ambientales, las famosas externalidades; y que en los análisis ambientales se tome en cuenta el crecimiento económico y el impacto que esto puede ocasionar.

ALTO A LAS REDADAS Y DEPORTACIONES

Los candidatos presidenciales en Estados Unidos se preparan para sus respectivas convenciones, en las cuales de manera oficial serán ratificados por los delegados nacionales de sus partidos políticos y así, competir sin tregua por los próximos dos meses para conquistar la Presidencia de USA. Dentro de este marco político, los latinos que pueden ejercer el voto en este país y están aun indecisos por quien votar, son asediados con el objetivo de definir estas elecciones.

Los ciudadanos estadounidenses de origen Latinoamericano son ahora la voz y voto del pueblo Latinoamericano que es la minoría más grande en este país, y en su decisión política, recae el futuro histórico de millones de inmigrantes, sobretodo el destino de quienes se encuentran de manera indocumentada en el país.

Se estima que el numero de personas indocumentadas es de trece millones y su mayoría consiste de Latinoamericanos, por lo tanto, es oportuno hacerse la pregunta: ¿Por quien los latinos deberían votar?

Los tópicos más importantes en la agenda de intereses de la comunidad hispana son: el empleo, acceso a la salud, la crisis hipotecaria y naturalmente la reforma migratoria.

Actualmente, dentro de las imperfecciones de esta democracia, el tópico que muestra la intolerancia retrograda de algunos de sus lideres, son las redadas y deportaciones masivas de seres humanos que esta economía necesita para crecer, pero que, por el radicalismo de algunos déspotas y la hipocresía de otros, estos seres humanos son sometidos a un proceso inhumano de cárcel y separación de sus familias.

Hace cuatro años estreché la mano del Presidente George W. Bush, y le agradecí por su iniciativa, después de escuchar su anuncio de reforma migratoria, como invitado a la Casa Blanca, sin embargo, desde entonces, la mayoría de políticos del partido republicano han sido los precursores de estas políticas de expulsión y separación de familias, además, ellos son responsables de paralizar el proceso de reforma propuesto entonces.

Por su parte el partido demócrata, después de las históricas marchas en toda la nación del verano de hace dos años, pidió el voto hispano para conquistar la mayoría en la cámara de representantes, adonde se estancó la reforma y garantizaron el ejecutar dicha reforma si ganaban mayoría, sin embargo, tan pronto como el voto hispano les otorgó la victoria, así, pospusieron el tema por un año, hasta llegar a la determinación de retomarlo hasta después de las elecciones presidenciales de este Noviembre.

Ahora ambos candidatos se proclaman a favor de ejecutar esa reforma si ganan la presidencia; al honorable Sen. John McCain, le antecede su lucha a favor de esta reforma, la cual ha realizado de manera excelente.

El honorable senador Barrack Obama, aun sin haber brillado como McCain en el tema, le precede la lucha en pro de los inmigrantes que han realizado personas de su partido como los honorables Senadores Edward Kennedy, Luis Gutiérrez y Hillary Clinton.

Las perspectivas con relación al tema migratorio en ambos candidatos son positivas, mas el poder del voto latino para otorgar el gane en las próximas elecciones, no debería partir en considerar quien de los dos es más confiable para cumplir su promesa de reforma migratoria, si no quien de los dos puede poner paro inmediatamente a las redadas y las deportaciones masivas, hasta que el tema sea discutido y solucionado.

Sin duda, los mayores interesados en impulsar que los candidatos ejecuten el paro a estas políticas nefastas e inhumanas, son los ciudadanos mayores de edad, quienes son hijos de inmigrantes indocumentados, ellos cuentan con la voz de sus padres en sus votos y ésta es su oportunidad histórica de rescatar a sus padres de ser apresados, expulsados y separados.

Medios latinos de prensa impresa o en línea, visuales y audibles, pero sobretodo, los gigantes, Univision y Telemundo, deberían utilizar su poder informativo para solicitar formalmente a los candidatos que se expresen sobre esta posición política de suspender temporalmente las redadas y deportaciones masivas de seres humanos honestos, hasta que la reforma migratoria sea aprobada e implementada.

El pueblo latinoamericano lo necesita, lo clama.

domingo, 24 de agosto de 2008

An American adventurer's death in El Salvador

Joe Sanderson's Story
Collection of the Museum of the Word and Image
Joe Sanderson, a native of Urbana, Ill., working in a rebel camp in El Salvador around 1981. Sanderson died in April 1982, one of only two Americans known to have died while in the ranks of that country's leftist guerrilla movement in the 1980s and '90s.
Joe Sanderson traveled the world for years until his death amid leftist rebels fighting El Salvador's U.S.-backed military regime. More than 25 years later, a diary he kept reveals details about his life.
By Héctor Tobar, Los Angeles Times Staff Writer
August 23, 2008
PERQUIN, EL SALVADOR -- Joe Sanderson left his Midwestern hometown in his 20s with a backpack, a notepad and a dream of being a writer.

Starting in the mid-1960s, he crossed the Pacific on a freighter, climbed Mt. Kilimanjaro in Tanzania, and kept going, for two decades in all, traipsing across more than 60 countries. Everywhere he went, he kept a diary and wrote to Mom and Dad back home in Urbana, Ill.

Shortly after arriving in this Central American country in 1979, Sanderson pulled off his most audacious feat yet: He joined a guerrilla army.


"Not much cover in the rocks, and the bullets, as they say, came thick and fast," Sanderson wrote in his diary, describing a helicopter attack against his column of rebel fighters. "Sounded like little kids trying to whistle after eating cracker crumbs. Pfffittt! Pfffittt!"

Not long after he wrote those words in 1982, Sanderson's wanderings ended, 17 days short of his 40th birthday, in a makeshift field hospital with his diary still in his backpack.

Joe Sanderson is one of two Americans known to have fought and died with the guerrillas of the Farabundo Marti National Liberation Front, the leftist rebels whose war against El Salvador's U.S.-backed military junta was one of the last conflicts of the Cold War.

Rescued from the battlefield by a rebel historian, Sanderson's 330-page diary and other writings lay neglected and unread for decades. The guerrilla veteran who saved the diary recently allowed me access to it, the first time an outsider had seen it.

The diary and the hundreds of missives Sanderson wrote home tell an unlikely American adventure story. They chronicle a peripatetic Midwesterner who joked and charmed his way across five continents, and eventually fought against an army backed by his own government.

Sanderson grew up in a comfortable neighborhood of Urbana, home to the University of Illinois, where his father was a professor of entomology, specializing in beetles.

The future film critic Roger Ebert lived on the same block and graduated with Sanderson in the Urbana High class of 1960. Ebert remembers Joe as a friend who collected butterflies and reptiles, and who left home with $100 bills his mother had sewn into his clothes. "From a nice little house surrounded by evergreens at the other end of Washington Street, he left to look for something he needed to find," Ebert wrote in a 2007 review of the film "Into the Wild." The movie, he told his readers, reminded him of a childhood friend with a similar story.

"Into the Wild" tells the story of a man's solitary and ultimately fatal journey into the Alaskan wilderness. Sanderson spent the final months of his life in the pine forests that surround the town of Perquin, in northeastern El Salvador.

He had joined an army made up mostly of peasants, college students and union activists -- along with a smattering of foreigners recruited by the international solidarity movement that supported the rebels' cause against a military government associated with right-wing death squads.

"It seems strange to call the M-1 I'm using La Virgencita [the Little Virgin]," Sanderson wrote in his diary after a crazed firefight in which he and enemy soldiers shouted insults at each other in Spanish. "Polished stock, definitely a beauty . . . at least as guns go."

Sanderson's nom de guerre among his companions was "Lucas." He often worked alongside Carlos Consalvi, alias "Santiago," a Venezuelan-born activist who ran the rebels' clandestine radio station, Radio Venceremos. Consalvi rescued the diary and has it in the collection of the San Salvador museum he founded to preserve the rebels' history.

"Lucas was a good friend, a person who lifted our spirits with his optimism," Consalvi said recently. "The American government spent millions of dollars fighting us. But we had one American on our side."

Writing over the course of several weeks in the inexpensive spiral notebooks used by Salvadoran schoolchildren, Sanderson recounts his adventures in English spiced with a liberal flavoring of Salvadoran idioms and guerrilla slang, quickly moving from the mundane to horrific as he describes the daily details of rebel life: the joys of being able to drink coffee after days without, and the 17 army corpses that lay for hours on the battlefield after a rebel victory.

"And now a new phase begins," Sanderson wrote on March 22, 1982, as his column of rebels marched toward the mountainous province of Morazan. "And with a little luck and good strategy planning on our part, and bad luck to the cuilios [army soldiers] -- even the last phase."

He took note of the many ironies and absurdities seen in a poor country at war: the rebels pausing during a retreat to eat mangoes in a grove; the peasants venturing out on their daily market routines and doing their best to ignore the rival forces marching among them.

In his last entry, on April 27, 1982, he described the death and burial by flashlight of a fellow rebel the night before.

There was "no weeping or sadness," Sanderson wrote, just fighters inspecting the dead man's wound as if it were the "tropical bud" of a flower and checking the pockets of his bloodied pants to find "stray buttons . . . and a crumpled package of Kool-Aid."

In his home in the United States, Steve Sanderson keeps a box of mementos of his kid brother: the Star Scout certificate Joe earned when he was 15; his "Water Safety Instructor" badge; the logbook of Joe's flights across Illinois after he earned a pilot's license; three boxes and 10 binders that contain a few hundred of Joe's letters.

There are several photos of teenage Joe in the horn-rimmed glasses of the day. One shows him clowning on a motorcycle in the driveway, holding a bottle of wine in one hand and a set of bongo drums in another: This was Joe's idea of what it was like to be a wandering bohemian.

"He was the intellectual and idealist in the family, and was more like my father," said Steve, now 68. "I was the more practical and conservative one and more like our mother."

Steve graduated from college and became an accountant, like his mother, Virginia Coleman. Joe studied theology at Hanover College in Indiana, but dropped out his senior year. Then he hit the road.

In the years that followed, Joe filled Urbana mailboxes with postcards and envelopes emblazoned with colorful stamps: a gray parrot from Nigeria, a zooming jet from the Republiek van Suid-Afrika, a mosque from Jordan.

Steve says the arrival of a letter from Joe was an occasion usually celebrated with a family dinner. "My mother would call and say, 'Come on over, we got a letter from Joe.' "

After the meal, the family would listen to Coleman read Joe's letters. His words brought exotic locales into their living room: the Khyber Pass into Afghanistan, the dun plains of Iraq, the waters of Lake Victoria in Uganda.

In 1969, Joe reached Nigeria, then in the midst of civil war. He got a job administering vaccines to babies in refugee camps. The job was grim, but Sanderson's letters home described his duties and the war with his usual sardonic humor. "The Red Cross," he wrote in one, "is desperate for workers to hit the bush and drink gin, contract malaria and get shot at for breakfast."

He also journeyed to the 38th Parallel separating the Koreas, founded a "hippie hospital" in the Bolivian mountain town of Sorata and posed as a journalist covering the Vietnam War.

When he returned home to the U.S. periodically, he painted flagpoles and church steeples -- the hazardous work allowed him to raise cash for his travels.

His mother tried to get him to settle down and pursue a career.

"When your kid is 19 and he's a wandering hippie, that's OK," Steve said. "But when your kid is 30, or 40, and he's still a wandering hippie, you realize that's what he's going to be."

Sanderson left for El Salvador as a tourist in 1979. At first, it seemed like any of his other adventures.

"Howdy all," he wrote from La Libertad, El Salvador, in January 1980. "Out here on the beach an hour outside the capital . . . and in the midst of a suspended revolution what do I find but a damn surfer colony! Some revolution!

" . . . My first night in town got drunk out at the U.S. Embassy Marine Guard house, so I want you to know your taxpayer's money is being well spent."

Not long afterward, Sanderson found himself in an impoverished district of San Salvador, partially controlled by the revolutionaries. An armored vehicle had opened fire on a rebel barricade, and a group of rebels was seeking treatment for a wounded comrade.

Sanderson said he could help -- he had been a medic in the U.S. Army Reserves. He treated the wounded man, then told the rebels that he wanted to "participate in the struggle."

"I never thought he might be a spy," said former rebel Adolfo Sanchez, then known as "Comandante Fito." "The kindness with which he treated our comrade's wounds told me he couldn't be a spy."

The rebels liked the earnest Sanderson, but took precautions. They made him stay in a San Salvador hide-out for weeks, and had him run "training" laps at a local soccer stadium.

Eventually, he was assigned to a rebel column that marched eastward to Morazan province.

At 5-foot-11, with blue eyes and sandy hair, he stood out. In an army made up mostly of teenagers and 20-year-olds, he was a wise viejo, or old man.

Veterans of his rebel column still recount stories of his wartime deeds. They remember him as a "metaphysical" philosopher and raconteur who loved the works of Ernest Hemingway.

"He'd wear jeans and a beige shirt, and a red bandanna . . . but never a uniform, because he wasn't a military-type guy," said "Eduardo," a Mexico City surgeon who staffed a rebel hospital and asked that his real name not be printed. The two men talked for hours about religion and flying.

Several of the skills Sanderson had mastered as an Illinois youth turned out to be quite handy to the guerrillas.

"I always wanted Lucas next to me, because he was an excellent shot," said Jose Ismael Romero, then a 25-year-old rebel leader known as "Comandante Bracamontes."

Once, Sanderson challenged the comandante to a shooting contest -- and won.

Unbeknownst to his comrades, Sanderson had taken and passed a National Rifle Assn. marksmanship test in Illinois. Jorge Melendez, a.k.a. "Comandante Jonas," a rebel commander Joe refers to as "the Whale" in his diary, remembers a long discussion with Sanderson over the rebels' poor shooting skills.

"Look, hombre," he remembers Sanderson telling him. "The M-16 is a good weapon, a very versatile weapon. The problem is that the comrades don't know how to use the M-16. You have to teach them how to use it properly."



'Moon's on the wane, flashlight batteries on the wane, but wanted to scribble [a] quick message Arizona-way," Sanderson wrote on Feb. 14, 1982, in his last letter to his father, who was living in Arizona after a divorce.

"So here I be -- still fat and healthy (on tortillas and beans)," he wrote. "Still grinning my grin -- still ready to swap my Salvadoran butterfly net for an Arizona fishing pole."

Two months later, while rushing to capture an enemy machine gun in the deceptively quiet aftermath of another battle, he was injured when a grenade or mortar shell exploded nearby.

Eduardo, the volunteer Mexican surgeon, worked to stem the bleeding from a shrapnel wound, even as army troops advanced on the makeshift operating room.

But for a shortage of plasma that plagued the rebel hospital, the doctor says, he would probably have saved Sanderson's life.

"He had a deep stare and he took my hand," the doctor recalled earlier this year. "We looked at each other and he told me: 'Don't worry, Eduardo. It's all going to be OK.' "

Retreating fighters quickly buried Sanderson by a river that ran through rebel territory. Consalvi saved his diaries and had them smuggled to an FMLN archive in Nicaragua by a courier who risked death to ferry them past army lines.

When news of Sanderson's death arrived in Urbana, it was incomplete, vague and never entirely convincing.

An initial news agency story named the American killed as "Joe S. Anderson."

The FMLN never contacted the Sanderson family. The U.S. Embassy could provide little information, other than to confirm that Sanderson was dead.

The Salvador war ended with a peace treaty in 1992. But for more than two decades, the Sandersons -- his father is in his 90s now; his mother died years ago -- never learned the exact circumstances of Joe's death, or where he was buried, until I told them this year.

Even though a life insurance company paid the Sandersons on a policy Joe had taken out, the possibility that he might still be traveling the world someplace never quite left his brother.

"The first time I was ever convinced that there was no possibility that he could come knocking at my door," Steve told me, "was when I talked to you."

hector.tobar@latimes.com

Special correspondent Alex Renderos in San Salvador contributed to this report.