Ana Guadalupe Martínez y Willy Brandt |
Publicado en MAS! y EL DIARIO DE HOY, sábado 13 marzo 2021
El 22 de octubre 1983, en Bonn, la capital de Alemania Occidental antes de que se cayera el muro y se unieran las dos Alemanias, habrá una gran concentración de protesta contra la decisión de los gobiernos de Estados Unidos y Alemania de desplegar cohetes nucleares en Alemania Federal. Han invitado a Ana Guadalupe Martínez como oradora, junto con Willy Brandt, la figura mítica de la socialdemocracia alemana y europea, excombatiente republicano en España y el primer jefe de gobierno socialdemócrata en la Alemania postguerra.
“Tenés que ir conmigo, Paolo. Este contacto con Brandt puede ser decisivo para nosotros, necesito que me ayudés”, me dijo la Ana Guadalupe Martínez.
Nos fuimos a Bonn. Cuando llegamos al Hofgarten, el parque enfrente de la Universidad de Bonn, ya está repleta con medio millón de personas. Nos suben a la tarima y nos sientan con todos los invitados, entre ellos Willy Brandt. Antes de él, nos tocará a nosotros. Cuando nos paramos en el podio, en los altavoces anunciaron a “la comandante Ana Guadalupe Martínez de la insurgencia de El Salvador”. Frenético aplauso. Yo me paro a la par de ella, para traducirle. Ana habla muy corto, diciendo que Ronald Reagan es el enemigo común para El Salvador y Alemania, y que “en El Salvador también estamos luchando por la paz, pero por la represión tenemos que hacerlo con las armas”. Aplausos, gritos, consignas.
Se levanta Willy Brandt, y comienza un infierno de silbidos, gritos e insultos. Muchos de los manifestantes no lo quieren escuchar, porque el gobierno socialdemócrata de Helmut Schmidt está apoyando el despliegue de los cohetes americanos en Alemania. Los radicales chiflando, los sindicalistas y socialdemócratas y otros “moderados”, aplaudiendo. Un empate. Pero un empate que no deja escuchar el discurso de Brandt. Y para más joder, comienzan a volar tomates y huevos.
Ana me pregunta: “¿Qué gritan? ¿Por qué no dejan hablar a Willy?” Para ella, Willy Brandt es un héroe, una autoridad moral de la izquierda mundial. Se levanta y camina al podio, poniéndose a la par de Brandt. Yo le sigo. Le quita a Brandt el micrófono y grita: “¡Silencio! ¡Escúchenme!”. Yo traduzco, gritando igualmente. La bulla sigue. Siguen volando más misiles: huevos y tomates. Quieren que Brandt se retire sin hablar. Algunos miembros del servicio de seguridad protegen a Willy Brandt con unas grandes sombrillas, también a Ana Guadalupe, pero a mi caen algunos tomates. ¡Mi gente, mis compañeros me están tirando tomates! Me encachimbo, y les grito a todo pulmón que dejen de joder.
Ana reúne toda la fuerza de su voz y grita: “¡¡¡Silencio!!! Como combatiente revolucionaria yo les pido que escuchen a Willy. Tengan respeto a un hombre que ha luchado toda la vida contra dictaduras y por la paz. Willy es nuestro amigo”. Y lo abraza. “Pueden tener diferencias con él, pero a nombre de la revolución salvadoreña les exijo que le tengan respeto y le escuchen…” Paulatinamente, la masa se calma. Muchos gritos de “¡Déjenlo hablar!”
Brandt toma la palabra y con excepción de algunos chiflidos, lo dejan hablar, al final hay bastantes aplausos. Llama a los socialdemócratas, sindicatos, iglesias y estudiantes a luchar juntos contra el despliegue de los cohetes nucleares.
Willy nos invita a compartir con él y su amigo Hans-Jürgen Wischnewski unas cervezas en un restaurante cercano. El famoso ‘Ben Wisch’, que se hizo famoso por su apoyo al Frente de Liberación de Argelia en su guerra de independencia contra Francia. Hoy es parte de la dirección del partido socialdemócrata, experto para la cooperación con el tercer mundo.
En la mesa, Brandt y ‘Ben Wisch’ interrogan a Ana sobre la guerra en El Salvador, sobre Nicaragua, sobre la intervención de Estados Unidos. Yo traduciendo. De repente el viejo Willy me va viendo y dice: “¿Bueno, y tú quién diablos eres? ¿Te contrataron de traductor?”
“No”, dice Ana, “Paolo es uno de los nuestros.”
“¿Y esto, cómo se dio?”
Le cuento: “Se podría decir que la historia comenzó contigo, Willy. Cuando estudiaba bachillerato, fundamos en varios colegios de la ciudad secciones de los ‘Jóvenes Socialistas’. Tú mismo llegaste a Osnabrück a juramentarnos y nos entregaste los carnets del partido. Eran unos libritos rojos, y dijiste: ‘Este es el rojo de la sangre que muchos derramaron para formar la socialdemocracia.’ Todos estábamos al borde de las lágrimas…”
“¿Espérate, pero yo no mandé a nadie a pelear una guerra en Centroamérica…” — “Mira quién habla… ¿Y tú no te fuiste a combatir a España para defender la República?”
Le hago otra pregunta: “¿No te recuerdas que un día del año 1962 te cayeron unos muchachos a tu oficina en la sede del partido SPD aquíen Bonn para devolverte sus carnets color rojo de sangre?” – “¿Por Dios, fuiste tú el muchacho que vino con una caja de carnets y casi me la tiró en la cara?” – “Sí, porque estábamos muy enojados. Ustedes en el 1962 recién habían expulsado del partido a todo el SDS, la Asociación de Estudiantes Socialistas, su brazo universitario, por ser una ‘organización radical’. Nosotros, los ‘Jóvenes Socialistas’ de Osnabrück, nos solidarizamos con ellos y nos afiliamos al SDS. Ahí agarré un camino, que al final me llevó a El Salvador, luego de años de trabajo sindical en la Siemens, donde otra vez nos enfrentamos con tus compañeros socialdemócratas…”
“Te debo una disculpa. Expulsar al SDS fue un error fatal de nuestro partido. Todavía me están tirando tomates por eso.”
Y Ana dice: “Willy, no te preocupés, entre nosotros Paolo actúa como socialdemócrata. Pelea como loco con los comunistas y ortodoxos…”
Y comienza una larga discusión sobre cómo Willy y los socialdemócratas europeos nos podrían apoyar políticamente…