A veces abruma el pesimismo. Las encuestas dicen que la mayoría de los jóvenes quieren emigrar a otros países; que 70% no le ven rumbo al país; que la economía no tiene impulso para crecer; que no hay confianza en las instituciones del Estado y mucho menos en los partidos…
Pero aquí, entre nosotros, también hay empresarios como Rodrigo Bolaños que maneja una fabrica de textiles que a la vez es escuela de inglés y -cuesta creerlo- centro de estudios universitarios para sus trabajadores. Su empresa abre oportunidades a minorías normalmente excluidos de empleo y educación: discapacitados, ex mareros, homosexuales, transexuales, madres solteras. Y no es una obra de caridad, es una empresa competitiva que crece.
O como Josué Alvarado, cuyas empresas de alimentos florecen por sus relaciones de buenos vecinos con las “comunidades conflictivas” que las rodean en San Martín y en el departamento La Paz.
O como el emprendedor Alfredo Atanacio, quien invierte en proyectos de tecnología, conectividad y sinergia de jóvenes innovadores.
Aquí, entre nosotros, existe Glasswing, que trabaja en la inclusión educativa y social de los jóvenes – y que ha logrado crear una coalición amplia alrededor del proyecto Parque Cuscatlán que va a cambiar la cara al centro de la capital. Empresarios visionarios, algunos jóvenes otros veteranos y con los vilipendiados apellidos de las famosos 14 familias- están detrás de esta iniciativa cívica, igual que de “Supérate” y “Oportunidades”. Hacen inversiones en el futuro y la regeneración del país, sin esperar que el Estado y los partidos se despierten de su inercia.
Hay aquí, entre nosotros, mentes frescas que han irrumpido con fuerza en la opinión pública y las páginas de los periódicos y en los sitios digitales con planteamientos críticos que desafían la inamovilidad de la clase política: Cristina López, Rodrigo Molina, Bessy Ríos, Ricardo Avelar, Max Mojica, Erika Saldaña, Marlon Manzano, Aida Betancourt…
Han aparecido aquí, irrumpiendo en la política, diputados como Johnny Wright Sol y Juan Valiente, quienes abren espacio para que en la Asamblea y en su partido se tomen en cuenta las demandas e inconformidades de los ciudadanos.
Hay aquí, entre nosotros, artistas que no se conforman con la mediocridad y el conformismo del aparato cultural, sino aspiran a la excelencia y la independencia, como los bailarines Byron Nájera y su extraordinario elenco de la Compañía Nacional de Danza; como Diana y Neca Aranda que montan espectáculos con gran innovación y profesionalismo; como los teatreros Roby Salomón, en el Teatro Poma, Jorge Avalos y Alejandra Nolasco, el Teatro del Azora y La Cachada; cineastas como Arturo Menéndez y Brenda Vanegas, que se atreven a poner en pantalla el cine salvadoreño.
Nacieron, entre nosotros, proyectos alucinantes como el que llevan adelante Paola Lorenzana y Memo Araujo en Alegría, o el Centro de Arte por la Paz y la escuela de teatro Esartes en Suchitoto. Estas iniciativas exitosas comprueban que el antídoto a la violencia no es más violencia sino más educación, más cultura y más inclusión. Y que además comprueban que para cumplir este papel, la cultura no tiene que ser panfletaria e ideologizada sino todo lo contrario: creativa y profesional.
Hay, entre nosotros, comunidades como Valle del Sol en Apopa, que sin ningún apoyo del gobierno, ni de la alcaldía han logrado construir convivencia pacífica y erradicar la violencia.
Nadie me diga que este país está condenado a seguir a la deriva. Hay, entre nosotros, artistas, organizadores comunitarios, periodistas, columnistas, empresarios, e incluso políticos dispuestos y capaces a dar los impulsos para regenerar el país. Si todos ellos comienzan a conectarse, a crear redes y sinergia, a replicar sus proyectos, no habrá forma que El Salvador siga secuestrado o postrado por los conservadores, los pesimistas, los resentidos, los corruptos, los mediocres y los autoritarios.
Ánimo,
Mis disculpas a todas las personas y proyectos que no he podido mencionar para ilustrar mi tesis.
(MAS!/El Diario de Hoy)