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martes, 25 de noviembre de 2008

Nicaragua: de revolución a farsa

Para defender los fraudulentos resultados de las recientes elecciones municipales del 9 de noviembre en Nicaragua, Daniel Ortega no encontró mejor salida que instaurar la anarquía en varios sitios del país. Para acallar las protestas de la población al conocerse las evidencias del fraude, mandó a sus seguidores para que impidieran con lluvias de piedras y amenazas de palos que ésta se manifestara.

Para quienes siguieron de cerca la Revolución Sandinista en los años 80, resulta difícil entender lo que sucede. Figuras emblemáticas de aquellos años, como Ernesto Cardenal, Dora María Téllez, Sergio Ramírez, han denunciado que en el país se está gestando otra dictadura. A menudo, he comprobado el desconcierto de quienes apoyaron con su solidaridad lo que semejaba entonces una gesta de David contra Goliat. Preguntan sorprendidos: ¿qué le ha pasado a Daniel Ortega? ¿Cómo fue que cambió tanto? Confieso que me da un poco de vergüenza responderles. Para muchos de los que formamos parte de aquella masa intrépida que derrocó a la tiranía somocista el 19 de julio de 1979, los bandazos y arbitrariedades de Ortega eran un secreto a voces que guardábamos en casa. Atribuíamos ese comportamiento a su falta de experiencia, al poco don de gentes de su inescrutable personalidad, al impacto psicológico de los siete años que pasó en la cárcel. Lo aclamábamos en medio del fervor idealista, pero en la intimidad criticábamos su constante necesidad de ser desafiante sin medir las consecuencias. Nuestro consuelo era saber que, aunque el mundo lo considerara el líder de la revolución, en realidad él era solamente uno más.

La dirección del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y del Gobierno revolucionario era colectiva y varios de los nueve hombres que conformaban el directorio eran personas capaces e ilustradas cuya autoridad era un contrapeso a la peculiar manera del presidente de hacer política. Recuerdo incluso una conversación que sostuve, antes del triunfo de la revolución nicaragüense, con Fidel Castro. Cuando le reclamé su aparente preferencia por la facción dirigida por los hermanos Ortega, Humberto y Daniel -el FSLN se encontraba dividido entonces en tres grupos-, Fidel me contestó diciendo que precisamente porque las ideas y la disposición de los Ortega era menos predecible, él consideraba que no podía dejarlos solos. No sé qué pensará Fidel ahora.

La supremacía de Daniel Ortega entre aquel grupo de primus inter pares fue asentándose gracias, en gran medida, al poder indiscutible que la llamada Guerra de la Contra, confirió a su hermano, Humberto, el comandante en jefe del Ejército Popular Sandinista. Más astuto que Daniel, su habilidad para salirse con la suya a cualquier costo le había ganado el sobrenombre de Puñal. Durante los 10 años que duró la Revolución, Humberto Ortega fue inclinando el fiel de la balanza a favor de su hermano hasta asignarle un protagonismo que justificaba con el argumento de que la autoridad de un presidente confería institucionalidad a la revolución. Ni él mismo, creo, imaginó lo aventajado que resultaría su hermano como aprendiz de sus mañas.

Paradójicamente, la hora más alta de Daniel Ortega no sobrevino en ninguno de sus momentos de triunfo, sino ante la inesperada derrota del FSLN en las elecciones de 1990, las más vigiladas en la historia del país. En el discurso en que concedió la victoria a su contrincante, Violeta Chamorro, destacó la trascendencia de aceptar la voluntad popular, aun cuando la guerra financiada por Ronald Reagan, hubiese puesto al pueblo de Nicaragua a votar con una pistola en la sien. No quedó ojo seco entre quienes lo escuchaban, fuera por tristeza o por alivio. Al día siguiente, sin embargo, Ortega cambió su tono conciliador y ante una azorada multitud prometió "gobernar desde abajo".

El debate sobre lo que esto significaba para un FSLN en la oposición fue el origen de la primera gran fractura interna del sandinismo. Ortega y tras él las disciplinadas estructuras partidarias reclamaban que jamás renunciarían al derecho a ejercer la violencia "revolucionaria", que hacerlo era traicionar al pueblo. La otra posición planteaba que el partido debía adaptarse a las nuevas condiciones del mundo. La caída del bloque socialista demostraba el fracaso de la "dictadura del proletariado". El país requería una izquierda moderna que descartara la violencia como método de resolver diferencias y se apuntara con brío a radicalizar la democracia y abogar por los intereses populares respetando la diversidad y las leyes.

Las acusaciones de los sectores más dogmáticos contra quienes sosteníamos estas ideas no se hicieron esperar. A los disidentes se nos endilgaron adjetivos que iban desde cobardes hasta traidores. Daniel Ortega dirigió la embestida y se erigió como el único capaz de preservar la amenazada unidad. Renovó así el discurso de confrontación de los años 80, esta vez contra los miembros de su propio partido. Mientras tanto, en la práctica, él y otros dirigentes como Bayardo Arce y Tomás Borge, se encargaban de asegurar la supervivencia económica del FSLN y de ellos mismos, distribuyendo propiedades del Estado y otros recursos y acumulando fortunas personales.

La llamada piñata sandinista fue vergonzosa. Si bien la propiedad de la tierra fue legalizada a las cooperativas, en un acto de democratización del área propiedad del pueblo compuesta por los bienes confiscados a Somoza y la dictadura, cuadros sandinistas alertados sobre el valor de estas tierras, las compraron a los cooperados y pasaron a ser dueños, entre otras cosas, de las anchas costas del Pacífico nicaragüense que hoy son vendidas a inversores europeos y norteamericanos por millones de dólares. La piñata causó nuevas deserciones en el interior del FSLN por desacuerdos éticos, pero generó, al mismo tiempo, complicidades estrechas ya no basadas en ideales y sueños, sino en negocios o en el mutuo encubrimiento. El FSLN se apropió de emisoras de radio y equipos de televisión. Fundó un banco y formó empresas usando los nombres de cuadros leales que también se enriquecieron.

Esta incursión en el mundo de los negocios no impidió, sin embargo, que continuara el discurso populista. Y fue este divorcio entre el discurso y la práctica lo que, en 1999, le permitió pactar la división del país con el entonces presidente y jefe máximo del Partido Liberal Constitucionalista, Arnoldo Alemán. Acusado de corrupción, Alemán se encontraba en una posición de debilidad. Para asegurar su supervivencia política aceptó el pacto con Ortega. Se amplió el número de magistrados y miembros de la Corte Suprema, del Consejo Electoral, de la Contraloría, de la Asamblea Nacional para incluir a los sandinistas y se inició un cogobierno. Eventualmente, Ortega le arrancó a Alemán la concesión clave: bajar el porcentaje de votos necesario para ser electo presidente de un 45% a un 35%.

Hecho esto, Ortega escenificó el regreso del hijo pródigo a los brazos de la Iglesia católica, a quien atribuía una influencia decisiva en sus previas derrotas electorales. Empezó a visitar a su antiguo némesis, el cardenal Miguel Obando y Bravo. Poco después, éste ofició la misa en que el líder sandinista se casó por la iglesia con su compañera de vida, Rosario Murillo (cuya hija lo acusó en 2003 de abuso sexual desde los 11 años), y sus discursos se llenaron de frases bíblicas y alabanzas a Dios. Como ofrenda final, Ortega apoyó la revocación de una disposición constitucional del siglo XIX que autorizaba la interrupción del embarazo si hacía peligrar la vida de la madre.

Tras tres intentos fallidos, el tozudo comandante logró coronar su ambición de regresar a la presidencia el 10 de enero de 2006, al alcanzar una votación del 38%. Su actitud desde entonces y en las recientes elecciones municipales parece indicar que esta vez no está dispuesto a jugarse el poder más que en simulacros democráticos cuyos resultados le favorezcan.

Mientras escribo esto, la carretera de acceso a mi casa está cortada por grupos de choque orteguistas. Apostados allí, intentan impedir que medios y diplomáticos lleguen a una iglesia donde Eduardo Montealegre, el candidato a alcalde de Managua por la oposición, mostrará las actas de votación que demuestran el fraude perpetrado en su contra. Aparentemente, para salirse con la suya, Daniel Ortega también está dispuesto a incendiar el país. Lo mismo hizo Somoza en 1979. El revolucionario se ha convertido en su propia antítesis.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Urge un recuento sin trampas

En Nicaragua, hemos vivido el proceso electoral más turbio de los últimos años. Se ha perdido lo que se obtuvo con tanta sangre y sacrificio: el derecho a elegir limpiamente a quien nos gobierne. Después de estas elecciones, la autoridad del Consejo Supremo Electoral ha quedado anulada y estamos de nuevo entrampados en un sistema que, habiendo constituido un poder a su imagen y semejanza, ha desnaturalizado los instrumentos de gobierno y ha demostrado que ejerce un control férreo --civil y militar-- de las instituciones del Estado, y que con éste puede convertir nuestra voluntad ciudadana, nuestro voto, en papel mojado.

A quien diga que toda protesta contra lo que ha sucedido en Nicaragua en estos últimos días es producto del síndrome del mal perdedor, habrá que decirle que es imposible no analizar estos resultados como la culminación de un proceso de manipulación y embustes que se ha venido gestando por meses. Signos conocidos de esto fueron la eliminación de partidos políticos, la asignación de representación en las mesas electorales a partidos para-sandinistas, como AC, cuya mísera votación en 2004 los tendría que haber dejado sin personería jurídica o la ALN, birlada con sucias maniobras a su fundador. A esto se suma el rechazo a la observación electoral independiente de la OEA y de los organismos nacionales especializados en esta labor. La ceguera demostrada para detener el abuso de recursos del Estado puestos al servicio de la propaganda del partido de gobierno que, descaradamente, violó todas las normas establecidas en el código electoral sin recibir por esto siquiera un llamado de atención de las autoridades competentes.

Pero si estos signos anunciaban que estas elecciones serían sesgadas, el descaro con que se ha actuado a lo largo de estos últimos dos días en el suministro de los datos electorales y en la abierta parcialidad a favor del FSLN, es realmente lamentable. No habíamos visto al Consejo Supremo Electoral actuar con el poco profesionalismo que exhibió en estas elecciones. Los datos tardíos, incompletos, que se empezaron a dar a las 10:30 de la noche del domingo 9, y que reflejaban porcentajes mínimos de conteo, se dejaron caer sobre el electorado como si la intención fuese apuntarle una prematura victoria al FSLN. La denuncia de que se contabilizaron en primer lugar las actas de las mesas donde ganaba el orteguismo, para generar con la salida de la población a las calles la impresión de un hecho consumado, ha sido corroborada por fiscales y por el partido opositor. Lo más grave es que las copias de las actas del partido opositor no coinciden con los resultados oficializados por el CSE.

Las discrepancias existentes son tan grandes que no pueden obviarse y no permiten asumir la simple actitud de “aceptar los resultados”. No se le puede pedir a la población que acepte resultados tras un proceso tan viciado como el que hemos vivido. No se le puede pedir que confíe en la legalidad, siendo que la legalidad ha sido tergiversada de manera tan repetida y flagrante en los últimos dos años y que el Consejo Electoral, desde la llegada de Daniel Ortega al poder, se ha plegado abiertamente a sus intereses y obedecido sus órdenes.

Para cualquiera que haga números, resulta sumamente difícil conciliar que un partido que hace sólo dos años logró un magro 38% de la votación nacional, de pronto y a pesar de los resultados negativos para el FSLN de cuanta encuesta de imagen y satisfacción con el gobierno se ha hecho en los últimos meses, alcance una votación favorable de más del 60%. Ese tipo de números, sumado a las denuncias, arroja suficientes sospechas sobre el proceso como para ameritar un serio cuestionamiento.

La violencia que hemos vivido en Managua desde el domingo 9 por la noche es lamentable, pero ha sido la consecuencia de la política estatal y partidaria del Danielismo. Desde hace meses, son ellos quienes han incitado este tipo de acciones y las ha condonado, sacando grupos beligerantes a las calles y animándolos a dar rienda suelta a sus pasiones más bajas en contra de jóvenes y grupos opositores que deseaban manifestarse. Las trifulcas callejeras se han convertido, bajo este gobierno, en la manera de operar de los simpatizantes partidarios. De allí que en esta coyuntura, el ejemplo de estas trifulcas cunda y desemboque en sangre, muertes y destrucción.

Como lo han expresado ya varios organismos y el partido PLC, estos resultados electorales no deben, ni pueden aceptarse hasta que no se produzca un recuento de todas las actas, bajo la observación imparcial de un organismo calificado e imparcial.

La Asamblea Nacional debe intervenir en esta situación y debe proceder a destituir al actual Consejo Supremo Electoral, y sustituirlo por miembros de probada honestidad e imparcialidad. De lo contrario, habremos regresado a la época negra donde votar era irrelevante porque los resultados amañados se conocían de antemano.

(El Nuevo Diario, Managua, Nicaragua)

lunes, 16 de junio de 2008

QUE VIVA DORA MARIA

Hace mucho tiempo, escribí un poema que decía:


Y escribimos
hablamos como
desesperados
mientras el tiempo va
pasando
y vamos agachando cada día
más la cabeza.

Los nicas seremos lentos, pero tenemos un reloj interno que nos suena la alarma cuando llega el momento en que la tolerancia deja de tener sentido. Alguien siempre activa esa alarma. A veces muriendo, como Pedro Joaquín Chamorro; o ayunando como ahora Dora María Tellez. Ella se ha alzado en medio de la multitud inconforme, para demostrar que la libertad no es negociable y que, ante la injusticia, no cabe ni el silencio, ni la pasividad.


Dora María Tellez, con su ejemplo, está enarbolando nuestra dignidad al llevar a cabo una acción moral, ejemplar y contundente.

Era necesario que alguien se saliera del griterío y diera el ejemplo. Era necesario que alguien se arriesgara y, a hacerlo, nos sacudiera la indiferencia, la comodidad, la costumbre de quejarnos como lloronas en un entierro ajeno, mientras seguimos soportando desmanes y descalificándonos mutuamente porque el otro no tiene la fórmula perfecta.

Ahora la pelota está en nuestra cancha. Quienes queremos que este gobierno deje de irrespetarnos y de burlarse de las leyes, de la justicia, de la institucionalidad, del hambre y la necesidad de la mayoría de los nicaragüenses, tenemos que manifestarnos, tenemos que ser solidarios con Dora María. No sólo debemos luchar para que no nos cancelen las opciones políticas y eliminen al MRS –al que quieren eliminar porque es el que más amenaza al Orteguismo- ; debemos luchar para que viva Dora María. Ella es demasiado valiosa para que permitamos que perezca en esta huelga de hambre. Su valiente desafío debe marcar un alto en el camino de bandazos y desmanes, pactos y repactos que hemos venido recorriendo desde hace más de una década y que, lejos de remediarse, se ha agravado con la llegada del Orteguismo al poder.

La acción valiente de Dora María es un campanazo salido del mismo corazón del patriotismo histórico que inspiró a Sandino a irse a la montaña con sólo treinta hombres, y que décadas más tarde, inspiró a todo un pueblo a rebelarse contra una dictadura dinástica de cuarenta y cinco años.

Si algo nos ha enseñado nuestra historia es a leer los síntomas puesto que ya conocemos la enfermedad. Hemos aprendido que el peor camino es el de la pasividad, porque éste sólo conduce a la acumulación de agravios y al estallido social. Por eso, antes de llegar allí, ahora mismo, debemos actuar y unir todos nuestros vigores dispersos, como dijo Rubén, para detener la implacable marcha de las mezquinas ambiciones de esos dos caudillos que intentan repartirse Nicaragua y desbarrancar nuestra esperanza.

En estos días, seamos todos y todas DORA MARIA. Hagámonos presente a su lado, sonemos las cazuelas contra la carestía de la vida, pongamos banderas en nuestras casas, carros o brazos, exijamos el diálogo nacional, el fin de los chantajes y amenazas, la transparencia, el fin de las reformas espurias a nuestra constitución. DORA MARIA ES NICARAGUA. ELLA SE LO MERECE, EL FUTURO Y LOS POBRES DE NUESTRO PAIS LO DEMANDAN.

Junio 6, 2008

sábado, 14 de junio de 2008

UNA BOFETADA A LA MEMORIA DE HERTY, A LA VIDA DE DORA MARIA

Creo que sabíamos que ya estaba escrito y mandado desde arriba que el CSE le retiraría a los partidos PC y MRS el equivalente a lo que nosotros conocemos como “la cédula de identidad”. Sin cédula de identidad estos partidos pierden todas sus atribuciones legales: no pueden funcionar, no pueden participar en las elecciones municipales, ni nacionales. Éste es, en otras palabras, un decreto de muerte civil para el partido por el que murió Herty Lewites, nada menos.

Es un escupitajo, una bofetada a la memoria de Herty. ¡Vergüenza debía de darles!

El CSE actúa el guión que le bajaron desde la cúpula: Se trata de borrar del mapa de la “legalidad” política a personas como Dora María Téllez. Se trata de demostrar que no les tiembla el pulso para decretarle la muerte. Se trata de la desaparición del Partido Conservador que, igual que el Partido Liberal, tiene una larga trayectoria en la historia de nuestro país.

Quienes dicen que no se meten en política, que piensen en el significado de esto, porque esto es muy serio. Es la culminación de un proceso amañado que ha dejado todo el espacio político copado única y exclusivamente por los agentes del pacto. De ahora en adelante, sólo tienen legalidad los partidos aliados del FSLN o el PLC. Todos los demás quedan fuera del juego. Si quieren seguir existiendo, sólo pueden hacerlo o en la clandestinidad, o bueno, a pura voluntad, pero sin derechos legales.

Los argumentos esgrimidos por el CSE, son tan absurdos que dan pena. En el caso del MRS, le quitan el derecho a existir porque dicen que no informó de cambios recientes en la estructura de su Junta Directiva, por no cumplir supuestamente con sus reglas internas. ¿Será posible que semejante minucia burocrática –cuando al PLC y FSLN han tenido fallas más flagrantes- sea argumento para hacer desaparecer un partido cuando ya hasta las listas de sus candidatos para las elecciones municipales habían sido publicadas por el mismo CSE en una separata que salió en los periódicos?

Como afirma el IPADE en un comunicado evaluando la actuación del CSE:
“El CSE al oficializar el calendario electoral diseño las reglas del juego para la competencia partidaria estableciendo etapas y plazos que en esta ocasión se habían venido cumpliendo de acuerdo a lo establecido, cerrando las posibilidades de cancelación de personalidad jurídica a los partidos o alianzas de partidos que el mismo CSE había oficializado…. Con posterioridad al período establecido en el Calendario Electoral, el CSE dio a conocer argumentos para cancelar la personalidad jurídica al Partido Conservador y del Movimiento Renovador Sandinista, decisión que de por si es sumamente grave, extemporánea, usando argumentos que son débiles y muy debatibles.”

Es evidente que preocupaba a estos magistrados el creciente apoyo de la población a Dora María Téllez y a su valiente posición. Por eso han adelantado su absurdo “fallo”. Nos han fallado a todos, con la idea de detener la ola de repudio, con la idea de desanimar a la gente que se ha ido sumando lenta, pero seguramente. Es evidente que la política clientelista tiene un efecto desmovilizador. La gente no quiere perder el favor del CPC que le da los frijoles baratos o que le promete esto o lo otro. El miedo es patente también. Algo que habíamos dejado de ver por algún tiempo. Pero hay mucho apoyo detrás de los ojos quietos de la gente. Y eso lo sabemos quienes ya hemos vivido situaciones semejantes. Como sabemos que estas absurdas patrañas legales serán apeladas por el MRS y el PC y después llegarán a la Corte Suprema, donde imperará sobre la ley, la misma voluntad que ha imperado esta vez: una voluntad obsesionada por el poder y ciega a las consecuencias que sus desmanes traerán consigo.

Igual que Margaret Thatcher, la Dama de Hierro, desestimó la huelga de hambre de los miembros del IRA irlandés mandándolos a la muerte, así Daniel Ortega se ha hecho de oídos sordos al valiente llamado de atención de Dora María y ha echado en saco roto la memoria de su antiguo compañero Herty Lewites.

Como dijo alguna vez Jean Paul Sartre: “No creo en el revolucionario que es capaz de amar al pueblo y no es capaz de amar a los seres que tiene más cerca”

Este régimen ya se reveló. Y ahora es Dora María la que tiene que rebelarse contra una muerte temprana. Tiene que estar lista para el desafío que significa este guante en la cara que nos han tirado a todos y con el que nos están desafiando, al mejor estilo de los villanos feudales, imperiales y capitalistas, a un duelo.