viernes, 10 de enero de 2025

Carta a quienes quieren entender el dilema venezolano. De Paolo Luers (+captulo 30 del libro 'DOBLE CARA')

  

"El pueblo venezolano sigue atrapado en este dilema de la izquierda. Líderes de la izquierda  como Gustavo Petro, Lula, Pedro Sánchez y José Luis Rodríguez Zapatero, Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum son los responsables de la continuación de la dictadura venezolana. Triste realidad."

El audio en la voz del autor: Venezuela.mp3


Publicado en 
MAS!  y EL DIARIO DE HOY, sábado 9 enero 2025

Amigos en Venezuela y toda América Latina:

¡Qué sorpresa: Maduro se queda en el poder. Algunos tuvieron la esperanza que por arte de magia -es decir por, insurrección popular- se iba a evitar que Nicolás Maduro se juramente presidente por 6 años más, luego de haber perdido las elecciones del 28 de julio pasado. Se había anunciado que el presidente electo legítimo, Edmundo González, quien ganó las elecciones con el doble de votos que Maduro, iba a regresar del exilio y el pueblo bravo de Venezuela lo iba a juramentar este 10 de enero.

 

Esto no pasó.  Para ser realista, no hay condiciones que la oposición democrática, aunque es mayoritaria, logre esto en un país militarizado con un aparato de represión bien consolidado como Venezuela.

 

No había condiciones para una transición democrática, porque la oposición, que había logrado un admirable grado de madurez y organización en el proceso electoral, fue traicionada por la comunidad internacional. A pesar de todas las promesas de no permitir que Maduro se robe las elecciones luego de haberlas perdido, a pesar de las declaraciones de protestas, los países de América Latina dejaron solo a la oposición democrática y su presidente electo legítimo Edmundo González. 


Los que hubieran podido cambiar la suerte de Venezuela son los vecinos directos, Colombia y Brasil, ambos con gobiernos que se llaman de izquierda. Junto con otro gobierno disque de izquierda, el de México, juraron no permitir que Maduro se juramente sin haber mostrado las actas electorales que lo comprobaran. Nunca las mostró, mientras que Edmundo sí mostró, con cifras y actas, que ganó con abrumadora mayoría. Pero los dirigentes de Brasil, Colombia y México se ahuevaron. Al fin aceptaron tácitamente la nueva presidencia de Maduro, mandando representantes a su juramentación. 

 

Si las dos potencias vecinas a Venezuela, Brasil y Colombia, no tuvieron el valor de intervenir, ¿cómo esperarlo del resto de América Latina? El único país gobernado por la izquierda, que mantuvo su posición de principios democráticos, es Chile. ¿Pero cómo iba Chile, situado al otro extremo del subcontinente, salvar a Venezuela, si los vecinos directos, a pesar de sus discursos, no hicieron nada?  

 

Otro país, que se mantuvo radicalmente opuesto a la maniobra de Maduro, fue Argentina. Pero en Argentina gobierna Javier Milei – y lo que haga en favor a la transición democrática en Venezuela, caería en el esquema -por cierto falso en este caso- de derecha contra izquierda. La responsabilidad política y moral de garantizar una transición democrática en Venezuela cae sobre la izquierda, por su propio bien: La izquierda está llamada a mostrar que no esta dispuesta a seguir tolerando que gobiernos como los de Maduro en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua o los Castro en Cuba sigan contaminando a la izquierda.

 

Por esto es necesario de decirlo con claridad: Los gobiernos de izquierda en Colombia, en Brasil, en México y también en España han traicionado a Venezuela – y con esto, traicionado a la izquierda. 

 

Siendo las cosas así, han obligado a los líderes del movimiento democrático venezolano a volver a cometer el mismo error por segunda vez: agarrarse en su desesperación de los palos de la derecha, de Javier Milei, de Donald Trump, del PP y del Vox en España. Con esto, el conflicto entre democracia y autoritarismo en Venezuela se desliza nuevamente -y falsamente- al clásico conflicto derecha-izquierda, y como tal no tiene solución.

 

Edmundo González, en su gira latinoamericana, hubiera tenido que ir a Chile, Colombia y México, en vez de dejarse abrazar en Buenos Aires por Javier Milei. Estando en España, en vez de aceptar el abrazo de la derecha, hubiera tenido que desafiar a los socialistas a cumplir sus promesas. 

 

La estrategia de tratar de salvarse agarrándose del palo de la derecha, ya fracasó cuando el primer gobierno de Trump apadrinó el gobierno paralelo de Juan Guaidó en 2019. Pensaron que Trump iba a poner en práctica su radical discurso contra la dictadura de Maduro, y comenzaron incluso a jugar con la esperanza de una intervención militar de Estados Unidos. Pero Trump, por muy anticomunista que sea, no es un abogado de la democracia. Y una intervención de Estados Unidos no puede ser la salvación de los venezolanos. La única intervención -política, comercial o incluso militar- en Venezuela, que sería legítima, es una intervención de las democracias latinoamericanas, liderada por una alianza de izquierda democrática continental dispuesta a romper, de una pez por todas, con su condescendencia con dictaduras de izquierda. 

 

El problema es que una alianza de este tipo, de carácter izquierda democrática, no existe. Con excepción de Boric en Chile, los líderes de la izquierda latinoamericana, no están dispuestos a asumir la responsabilidad de resolver los problemas de los pueblos de Cuba, Nicaragua y Venezuela – que son problemas de la izquierda, que solo una izquierda renovada podría resolver, no la derecha, mucho menos la derecha reaccionaria y autoritaria. 




El pueblo venezolano sigue atrapado en este dilema de la izquierda. Líderes de la izquierda  como Gustavo Petro, Lula, Pedro Sánchez y José Luis Rodríguez Zapatero, Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum son los responsables de la continuación de la dictadura venezolana. Triste realidad.

 

Saludos a los valientes demócratas en Venezuela,





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Cuando salí de Morazán, a finales de 1986, ya tuve en mi cabeza el concepto del documental que quería hacer en Occidente. Quería hacer algo sobre el concepto del ‘poder de doble cara’, que estábamos discutiendo durante meses en Morazán, y que tiene que ver con la decisión estratégica del ERP de volver a la guerra de guerrillas. Se decidió incluso disolver la famosa BRAZ, la Brigada Rafael Arce Zablah, y formar cientos de unidades guerrilleras pequeñas y móviles, dedicadas al trabajo político, y a rehacer los contactos con organizaciones campesinas, cooperativistas, sindicatos, estudiantiles, comunales.

Hubo mucha discusión sobre esto, porque no fue fácil para todos los combatientes de entender este viraje estratégico. Durante 5 años se había trabajado en transformar a la fuerza miliciana local en guerrilla y luego en unidades profesionales de ejército —y ahora vinieron órdenes que les parecía a muchos como un paso atrás. Yo estaba convencido que era lo contrario: no quedarse atrincherados en las zonas bajo nuestro control, sino salir y llenar todo el país, sobre todo las retaguardias del enemigo, con actividad guerrillera y trabajo político.

La principal retaguardia de nuestro adversario es occidente. Entonces, se me metió en la cabeza que deberíamos hacer una película para mostrar como funcionaba esta nueva estrategia en occidente. Nació la idea de hacer la película Doble Cara. Presenté esta idea a Luisa y luego a Joaquín, y en general les pareció la idea. Sobre todo el plan de filmar desde los dos lados, con varios equipos que se moverían clandestinamente con la guerrilla, y otros que se moverían legalmente en la capital, con el ejército, con organizaciones sociales. A ellos, las propuestas audaces siempre les llaman la atención. Sin embargo, Joaquín dijo que como organización no podían financiar un proyecto tan ambicioso. “Bueno,” le dije, “me va a tocar ir a Estados Unidos, creo que con las anteriores películas nos hemos ganado mucho respeto entre los cineastas e intelectuales de Estados Unidos. Podrían ayudarnos.”

Okay. Yo lo que te puedo arreglar es la coordinación con nuestra fuerza en occidente. Sería con Cirilo. A él le gustan esas locuras...”

 

Unos meses después, a principios de 1987 llego a New York. En Managua hemos negociado un acuerdo con las FPL de unir esfuerzos para el trabajo de cine, y en particular para este proyecto. Ellos incluso se comprometieron a formar su propio equipo de filmación, con una compañera llamada Victoria, y de meterlo a la zona Norte de Santa Ana. También se comprometieron a apoyarme con sus contactos en Estados Unidos. 

En New York, me recibe Carolina, una compañera mexicana, representante del ERP en Estados Unidos y en el Colectivo Unitario del Frente. Ya la había conocido en 1980, cuando pasé por México para llegar a Centroamérica, y luego en 1984, en mi primer viaje a Estados Unidos. Me recibe en su apartamentito en el sótano del precioso townhouse de Michael Ratner en el Greenwich Village. Michael Ratner es un prominente abogado de derechos humanos, muy comprometido con Centroamérica. Pasamos largas noches discutiendo, con Carolina, Michael y su esposa Karen Ranucci, el proyecto Doble Cara, y cómo se puede apoyar desde Estados Unidos. Karen es documentalista de Downtown TV, y a través de ella salen los primeros contactos con cineastas que nos pueden ayudar. Lo que necesitamos es: dinero, equipos, y unos 9 voluntarios dispuestos de integrar los tres equipos de filmación que necesitamos para ir a El Salvador y filmar parte del proyecto. Nada más.


Michael Ratner y Karen Ranucci

Me ayudan los compas del ERP en New York, quienes han creado El Salvador Media Project para difundir en Estados Unidos los documentales que hemos producido. Se comienzan a poner en función del proyecto Doble Cara, y junto con los colectivos de documentalistas Downtown TV y Third World Newsreel se hacen cargo de reclutar a los voluntarios. Lo que no podemos resolver con nuestros contactos en New York es el problema del pisto para toda la producción. Necesito conseguir unos 100 mil dólares... Y todo el mundo me dice que este pisto está en Los Angeles, más bien en Hollywood. Los documentalistas de New York son igual de pobres que nosotros.

Discutimos el problema con el equipo unitario en Washington. Cuando les digo que voy para Los Angeles, los compas de las FPL me dicen: Hay dos personas que de ninguna manera puedes contactar, porque son muy problemáticos. Uno es Mario Velázquez, hijo del Diablo Velázquez, general retirado del ejército salvadoreño. Mario dirige una organización llamada Medical Aid for El Salvador. El otro es Bill Zimmerman, un exitoso publicista y organizador de campañas, quien es el presidente de Medical Aid. Los compas de las FPL me dicen: “No los contactes, nosotros hemos cortado todas las relaciones con ellos, porque nos han robado el control de la fundación...”

 

Una semana después estoy sentado en la oficina de Medical Aid, en Wilshire Boulevard en Los Angeles, enfrente de Mario Velázquez y Bill Zimmerman. Inicio de una larga y muy productiva amistad. Como me imaginaba desde que los compas de las FPL me hablaron peste de ellos, tienen un solo defecto: tienen criterio independiente y crítico y se niegan a dejarse imponer la disciplina de una militancia. Son personas que hay que convencer, y parece que la idea aventurera de filmar un documental desde diferentes ángulos les encanta. Me doy cuenta que estoy con dos hombres que realmente dominan el arte del fund raising político. Están bien conectados con personajes de Hollywood, y dispuestos a abrirme las puertas. Lo que yo les ofrezco, sin que estemos discutiéndolo mucho, es mantenerlos vinculados con la dirigencia del FMLN, luego de que las FPL los han declarado personas non gratas. Esto luego causaría discusiones algo ásperas hasta en la Comandancia General, pero no es mi problema...


Bill Zimmerman y Mario Velázquez,
presidente y director de Medical Aid for El Salvador

En la oficina de Medical Aid, donde Mario me ofrece un escritorio y un teléfono, fax, copiadora y máquina de café, me encuentro con personajes como David Evans, veterano de Vietnam que luego de perder ambas piernas se ha convertido en técnico de prótesis. Inmediatamente comenzamos a hacer planes. Dentro de poco lo recibiré en San Salvador y lo conectaré con mi amigo Walter Schütz de Medico International. Juntos David, Walter y Mario organizarían múltiples proyectos para atender a nuestros lisiados y para reforzar y equipar a las brigadas médicas en las zonas de conflicto. Otra ejecutiva de Medical Aid es Jody Williams; y un octogenario llamado Duncan Keird, que llega dos veces a la semana para ayudar en lo que sea. Es uno de los pocos miembros todavía vivos de la Brigada Lincoln, que fue a combatir en España para defender la República. Lleno de historias sobre la guerra civil, el heroísmo de los combatientes, pero también sobre “la plaga de los comisarios políticos comunistas...” 


Jody Williams, que posterior, en 1997, recibió el Premio Nobel de la Paz por su iniciativa mundial contra las minas; Keir Duncan (en España, foto del Archivo de los
 Abraham Lincoln Brigade Archives); David Evans, poniendo prótesis a un combatiente lisiado en El Salvador
  

El otro contacto en Los Angeles que me dieron en New York cambió aún más el destino de mi proyecto... y de mi vida. En NY me presentaron a Paula Heredia, editora de cine salvadoreña. Cuando le conté a qué iba a Los Angeles, me dijo: “Tenés que ver a mi amiga Elia Arce. Es tica, estudia cine en UCLA. Conoce a muchos cineastas. Te va a ayudar bastante. Y además, ahí está mi hermana Daniela...”

Elia inmediatamente adopta el proyecto Doble Cara... y a mí. Como no tengo adónde quedarme, me invita a dormir en el sofá de su casa. La que comparte con su compañero, quien es fundador de una compañía de teatro formado por homeless, miembros de la tribu de los desamparados, drogadictos, alcohólicos y locos de Los Angeles. No hay manera de no enamorarme de Elia, de su risa desenfrenada y su creatividad. Pero cuando un mes después regreso de Los Angeles a New York, la mujer que me roba el sueño no será ella., sino Daniela. 

 

Entre Mario, Bill y Elia, arman reuniones con gente de Hollywood: actores, directores, productores. A muchas de estas reuniones voy junto con Carlos Figueroa, El Chino, un joven migrante santaneco que de cipote había ido a manifestaciones de las Ligas Populares, antes de que su familia lo sacara a California. Un cipote buso, calle, entusiasta. Lo que realmente quiere es regresar al país y combatir. En vez de eso, le propongo ir a New York para hacerse cargo del ES Media Project.


El Chino, Carlos Figueroa

Mario me ha hecho un contacto que parece un trofeo: Me va a recibir Oliver Stone, el director de Platoon, mi película de guerra favorita. Lastimosamente también hizo El Salvador, una película fatal sobre el inicio de nuestro conflicto. Voy con El Chino. En el camino me vuelve a recordar lo que había dicho Mario: “Si vos le comenzás a discutir a Stone, se enoja. Si le discutís su película sobre El Salvador, te va a mandar a la mierda. Y yo también...”

Nos recibe en un cuarto medio oscuro, diciendo de antemano que no tiene tiempo, que solamente nos recibe porque se lo pidieron Bill Zimmerman y Ed Asner. Le explico el proyecto de Doble Cara. Es obvio que no le interesa, que ni siquiera hace el intento de entenderlo. “Escúchame bien,” me dice, “antes de hacer una película, uno trabaja duro, reúne el dinero y la capacidad, y no anda mendigando y pidiendo pisto a la gente.” Y comienza a contarme toda su carrera, todo lo que tuvo que hacer antes de que le dejaran dirigir películas. Yo callado, no vine a buscar discusión. Hasta que me pregunta, directamente; “¿Qué te pareció mi película El Salvador?” En ese momento ya estaba demasiado furioso por la prepotencia de este tipo, y me valió la advertencia de Mario. 

“Ya que me preguntas: Una mierda.”

“What? What the fuck did you say?” 

“Una película mierda. A piece of shit...”

Sin dejarme interrumpir, le explico lo ridículo de la escena donde aparece la guerrilla montada en caballos, como si fuera la columna de Pancho Villa; la imagen distorsionada que dibujó de Roberto D’Aubuisson, como si fuera un loco sediento de sangre, cuando fue todo lo contrario: un soldado disciplinado, usando la violencia calculadamente por razones políticas, un hombre regular metido en guerra sucia.

Nadie habla así a Oliver Stone. Y si lo hace, lo echa de su casa. Lo que de hecho hace, no sin echarme otro sermón sobre cuánto le ha costado su carrera, y que hoy le vienen a pedir dinero, en vez de ganárselo... Una semana después nos pasa otro desastre con otra estrella de Hollywood, Richard Gere. Antes de llegar al punto de pedirle dinero, nos interrumpe y comienza a hablarnos del Tíbet. Casi le hago un cheque para apoyar al Dalai Lama... Obviamente no nos dio nada. Ni siquiera nos escuchó.

Mario no me manda al carajo. Se muere del chiste. Me hace contar esta historia con Oliver Stone una y otra vez, lo comparte con sus amigos. De repente, soy el héroe que puso a Stone en su lugar. 


Richard Geere y Olover Stone

Otros protagonistas de Hollywood nos ayudan espontáneamente. Elia me presenta a su mentor y padrino; Haskoll Wexler, célebre director de cámara. También director de la película Walker, que se rodó en Nicaragua y en la cual Elia participó como su asistente. Aguantamos el desayuno vegetariano de puras semillas y tés verdes, al cual nos invita a mí y al Chino en su apartamento en Santa Mónica, pero salimos con un cheque de 5 mil dólares para Doble Cara, y con su apoyo para contactar a otras estrellas. Por ejemplo, Toni Bill, director y productor, quien nos presta su famoso restaurante en Venice para un evento de fund raising, que en una noche nos da 50 mil dólares. Voy a la casa de Christopher Reeve, el Superman confinado a una silla de ruedas. Me da otro cheque de 5 mil, antes de hacerme algunas preguntas. Me desea suerte. No todos los célebres son tan arrogantes como Oliver Stone... 


Haskol Wexler, Christopher Reeve, Tony Bill

En un mes, sobrepasamos nuestra meta de 100 mil dólares, además de recibir algunos equipos donados, y lo más valioso: Elia y otros dos se apuntan para los viajes de filmación a El Salvador. Doble Cara va...

 

Cuando regreso a Nueva York, la que me robó en sueño no es Elia. Es Daniela. Bailarina, un volcán de energía, un cuerpo en permanente movimiento, la creatividad andando. Pasamos juntos en varias ocasiones, incluyendo una gira teatral que Elia y Daniela hacen a San Francisco, y un terremoto que pasamos juntos en su casa en Glendale. Pero es hasta el último día que nos sentamos a platicar, en un coffeeshop judío llamado Canters en Fairfax. Sirven los mejores bagels de Los Angeles. Platicamos y platicamos, nos contamos mutuamente nuestras vidas, hasta que es hora de ir al aeropuerto en la madrugada. Cuando me subo al avión, estoy claro que tengo un problema. Luego de años, donde el amor nunca logró ocupar su lugar en una vida marcada por la guerra y por los permanentes viajes entre San Salvador, Morazán, Managua, México, Morazán, de repente estoy enamorado. Pero, ¿cómo voy a actuar sobre este amor, si ella tiene un novio y yo regreso a la incertidumbre de El Salvador y su guerra? No sé cómo lidiar con esto.


Elia Arce

 

Voy para México, Managua, San Salvador y al campamento de Cirilo en el río Lempa, para organizar los otros componentes del proyecto. Cuando regreso a New York para comprar los últimos equipos y coordinar con los voluntarios que van al primer viaje, me vuelvo a encontrar con Daniela. Se mudó a New York para estudiar producción de video y cine. Todo cae en su lugar de una forma natural, como si alguien hubiera escrito el guion: Daniela comienza un taller de edición de video con Third World Newsreel, y asumirá la edición de Doble Cara. El día antes que me toca salir de New York y comenzar con las primeras filmaciones ‘clandestinas’ con la fuerza guerrillera de Cirilo, nos dejamos de paja y Daniela y yo y nos convertimos en amantes. Nunca he pronunciado una frase más idiota como esta: “No sé qué va a pasar, Daniela, porque yo mañana me voy de regreso a la guerra, así que yo te puedo decir que te amo, pero ¿qué compromiso puedo asumir en esta incertidumbre? Siempre vamos a terminar editando esta película juntos, pero yo no puedo esperar que me esperés como pareja...” 

Me da la única respuesta posible: “Idiota.”


Daniela Heredia

Una semana después estoy en el campamento Las Pavas en la curva del Lempa entre Chalatenango y Santa Ana. Comienza la producción de Doble Cara. Cirilo está listo. Sus combatientes están listos. Entienden el concepto y están dispuestos a ponerse en función de este reto. Javier y Victoria, nuestros dos camarógrafos, están listos. Y yo, si una vez en mi vida he estado listo para un trabajo, lo estoy ahora.



Siguiente entrega, martes 14 enero 2025

Capítulo 31: Doble Cara 2 / Viaje en pickup (1987)



miércoles, 8 de enero de 2025

Carta al hermano lejano que nos dio una lección: No se dejen. De Paolo Luers (+capítulo 29 del libro 'DOBLE CARA')

 

"Nueve días en bartolina es un curso intensivo para entender la triste realidad y ver el lado oscuro del país. Así, cualquiera sale curado de la inocencia, que tal vez le hizo tragarse los cuentos de propaganda que se manejan en la diáspora."

El audio en la voz del autor: Ley-seca.mp3

Publicado en MAS!  y EL DIARIO DE HOY, JUEVES 9 enero 2025

Amigo:

Ya todos conocemos lo que te pasó a vos, Mariano Fernando Herrera Duarte. Siendo salvadoreño con pasaporte de Estados Unidos, no te dejaste cuando te detuvieron y te zamparon en una bartolina, supuestamente por violar la Ley Seca de cero alcohol al volante. No te dejaste al momento de la detención y del alcotest. Te negaste a firmar el acta que levantaron. Hablaste a tu consulado. Protestaste, porque para ustedes no vale este juramento que Nayib Bukele les tomó a sus súbditos de tragarse las medicinas amargas y nunca quejarse. Esta actitud rebelde les cayó mal a los agentes del la PNC y del VMT, así que te llevaron preso, aunque no tenían ninguna prueba que habías tomado alcohol.



La versión de ellos es que te negaste a soplar. Si fuera así, te hubieran tenido que llevar que te hagan la prueba de sangre. Nunca lo hicieron. Tu dices que soplaste tres veces y siempre marcó cero. En ambos casos resulta que no tenían ninguna prueba. Por tanto, tu detención fue ilegal. 


No te dejaste, cuando a los 9 días te presentaron al juzgado (aplicándote las reglas del régimen de excepción, porque si no, te hubieron tenido que presentar a las 72 horas máximo). Diste declaraciones a quienes te pusieran un micrófono y una cámara, acusaste a los agentes de arbitrarios, denunciaste las condiciones en la bartolina, e hiciste un llamado a la gente en Estados Unidos, gringos como salvadoreños, de no viajar a un país donde los tratan mal y valen madres las leyes. De repente fuiste el hombre más conocido en el país y en las redes sociales.

 

Si te hubieras ahuevado y callado, no te habrían liberado. Hubieras ido al bote, pasaporte gringo o no. Y no sólo para 9 días. 

 

La lección de esta historia: No hay que ahuevarse. No hay que callarse. No hay dejarse intimidar. No hay que aguantar injusticias. Los tímidos terminan en el bote. Los valientes y aventados también pueden terminar en Mariona, pero algunos logran defender su libertad. Y su dignidad.

 

No sé qué pensaste de la situación en El Salvador antes de tu viaje. Me imagino que viniste a pasar las vacaciones en tu país, porque querías ver qué ondas, Querías ver con tus propios ojos si es cierto lo que te han afamado del ‘país más seguro’, o si tienen razón los  otros que dicen que está paloma, que la gente vive con miedo de que los enchuchen. Bueno, te costó un solo día para darte cuenta que esto de la seguridad es una cosa de dos filos: Ya no te joden los pandilleros, pero ahora hay que tener miedo a los policías, los fiscales y los jueces – a menos que uno tenga buena suerte en la mala suerte, como vos, y se topa con una jueza decente, que no hace caso a los cuentos de los policías y fiscales.

 

Nueve días en bartolina es un curso intensivo para entender la triste realidad y ver el lado oscuro del país. Así, cualquiera sale curado de la inocencia, que tal vez le hizo tragarse los cuentos de propaganda que se manejan en la diáspora.

 

Que bueno que, encachimbado como saliste de esta travesía, vas a hablar también en voz alta en Estados Unidos, con los medios, con congresistas - y sobre todo con la comunidad salvadoreña.

 

Algunos aquí -y seguramente también en Estados Unidos- dicen que seguramente te habías echado tus tragos. La cosa es que nadie te lo ha podido comprobar. Para que aquí en El Salvador una jueza te deje libre y absuelto, tiene que haber habido un trabajo de la policía y la fiscalía hecho con la patas. 

 

Algunos asumen que todos los que vienen del Norte son patanes, y vienen sólo para chupar y hacer desmadres. Hay que decir algo: Si en tu caso fuera cierto y te tomaste alguna cerveza con tu cena de bienvenida, ¿cuál es el pinche problema? 

 

De todos modos es una aberración que por una cerveza te quieren meter al bote, aunque sea por 9 días. Nadie merece esto. Además, la tal Ley Seca todavía no estaba vigente el 28 de diciembre, cuando te detuvieron, apenas este día se publicó en el Diario Oficial. 

 

Habrán muchos casos como el tuyo, muchísimos, y ojala que siempre haya alguna gente que no se deje.


Salud, 



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Siempre cuando estoy en Cuba, aprovecho para ir a Alamar y quedarme unos días con las bichas. También esta vez, luego de salir de Ciudad Sandino. Tengo más de 2 años de no ver a Kharis, María y Charito —y estando en el monte pensé mucho en estas niñas de la guerra exiliadas en Cuba. Me preguntaba si estaban bien o si los traumas de la guerra las seguían persiguiendo. Sentía un vínculo con ellas, lo más cercano a una familia en este tiempo de guerra. Kharis y María habían perdido a su padre en 1983, lo asesinó la Policía Nacional de una forma atroz, a golpes y tortura. Dijeron que se suicidó, pero nadie les creyó. También había caído presa Carla, su mamá, y las dos niñas y su hermano Nelson terminaron en un hogar para hijos de mujeres presas en Ilopango. Hubo todo un trabajo persistente, de mucha gente, para sacarlos de este hogar. Los acogieron en casa de sus abuelos paternos. Cuando Carla salió libre en un canje de prisioneros, se fue a Cuba y al rato sus hijos se unieron con ella. Les dieron un apartamento en el complejo de Alamar, frente al mar, donde vivían docenas de familias de exiliados latinoamericanos. 

Yo conocí a esta familia en diciembre del 1984, cuando fui al Festival de Cine de La Habana. Fui a Alamar para ver cómo estaba Charito, otra hija de la guerra, que había conocido en Managua, donde llegó luego de que su madre Gina, brigadista de salud de la guerrilla, muriera durante la ofensiva de enero 1981. Su madre había hecho jurar a sus compañeros que, en caso de que algo le pasara a ella, ellos iban a hacerse cargo de su hija de 2 años. No quería que sus padres la criaran, y tampoco su padre, del cual estaba separada por diferencias políticas. Los compas lo tomaron muy en serio, y al terminar la ofensiva secuestraron a la niña y la llevaron a Managua. Ahí la conocí, en una casa de seguridad del ERP: un angelito que todo el mundo adoraba, pero nadie tuvo idea de qué hacer con ella. Toda la gente del ERP en Managua estaba de paso, nadie sabía cuál iba a ser su futuro. El angelito no cabía en este mundo. Decidieron mandarla a Cuba, viajando junto con una pareja de señores ya de edad, que todo el mundo llamaba los Tíos Inter —y que tampoco tenían cabida en ese mundo de incertidumbre de la Managua de los salvadoreños de paso.

En aquel viaje de 1984, encontré a Charito en Alamar, en el apartamento de los Tíos Inter, pero era evidente que no estaba feliz la niña, ni tampoco los tíos. Me dolió verla tan triste. Ya tenía 4 años, y me contó que preferiría vivir con sus amigas, las hijas de Carla, que vivían en otro apartamento cercano. Así conocí a Carla, Kharis, María y Nelson. Sabía de su historia, incluso había conocido a sus abuelos, los padres de su papá asesinado, y les había hecho algunos contactos para que les ayudaran a sacar a los tres niños del país. Les planteé la petición de Charito, y las bichas inmediatamente dijeron que sí, querían adoptar a Charito. Carla estaba de acuerdo, y así se hizo.

Desde entonces, de alguna manera me sentí responsable de las tres niñas, mis bichas en Cuba. Cada vez que llegaba a la isla, les llevaba regalos, las visitaba, pasamos horas con juegos de mesa o de naipes. Luego me fui para Morazán, por dos años, y no hubo forma de saber de ellas. Y ahora, en 1986, voy para Alamar para verlas...


Alamar, el Este de La Havana, donde en los años 80 vivían
muchas familias de combatientes salvadoreños y de otros
movimientos insurgentes de América Latina

Las encuentro grandes. Ya tienen entre 8 y 12 años. A esa edad las niñas cambian mucho. Pero por otra parte son las mismas: Me saludan con el mismo cariño, me cuentan todo lo que ha pasado en sus vidas: de la escuela, de sus amigos, de su mamá... Kharis, siempre muy expresiva, muy emocional. María, reservada, manteniendo su distancia. Charito, cariñosa. Les traigo una caja con diferentes juegos de mesa, y tenemos que probarlos todos. Tengo tanto tiempo de no escuchar tantas risas y recibir tanto cariño. Hasta ahora me doy cuenta cuánto esto me ha hecho falta en todos esos años.

Salí de Morazán con un dolor feo de muela. Creo que necesito que me saquen dos. Pero no estoy seguro si lo quiero hacer en Cuba. Mientras tanto, sufro. Kharis se da cuenta y me dice: “Tenés que ir al dentista, ya.” Le digo que tal vez mejor lo haga en México. Y me dice: “¿Cómo es posible que no tenés miedo a la guerra, pero sí al dentista? No puede ser. Yo te llevo mañana a una doctora que es muy buena. Aquí mismo en Alamar.”

No tengo cómo zafarme. Caminando por la playa al consultorio dental, Kharis me agarra de la mano y me dice: “No tengás miedo, Paolito. Yo voy a estar contigo. Yo te cuido.” Resulta que la dentista cubana no es muy sofisticada, ni sus instrumentos tampoco. Sacarme las dos muelas resulta una carnicería. Una se quiebra y le cuesta agarrar el resto con sus tenazas que me parecen más bien de mecánico. Kharis está a la par mía, dándome ánimo. Se pone pálida, pero no suelta mi mano. Hasta que se desmaya.

Saliendo del matadero, agarramos camino a la casa, otra vez por la playa. Estoy medio mareado. Nos sentamos en una lanchita volteada que yace en la arena. Y comienza una de las pláticas más extraordinarias que he tenido en mi vida. Una de esas que te cambian la vida. Kharis nunca, con nadie, ni siquiera con su madre, ha podido hablar de lo que pasó el día de la captura de su mamá y luego de su papá. Carla dice que hay una barrera que no le permite a la niña hablar de esto. Está preocupada que su hija tiene un trauma que le va a afectar toda la vida si no lo puede procesar.


La playa de Alamar

Sentada encima de la lancha volteada, en esta playa cubana, Kharis comienza a contarme toda la historia. Sin introducción. Sin rodeo. Comienza a contar y no para. 

En el 1983, su papá Nelson fue con ella al Centro Comercial Metrosur. Tenían una cita con Sonia Aguiñada, en la guerrilla conocida como Galia, para los niños ‘la tía’. Era miembro de la dirigencia del ERP, y la familia de Carla, su esposo Nelson y los tres hijos le servían como base de apoyo en San Salvador. Iban a llevar a Galia a esta casa de seguridad, en los Planes de Renderos. Al parquearse el carro en Metrosur, Kharis vio que dos vehículos se les pusieron al lado, uno de ellos un microbús. Vio un montón de hombres armados bajarse. Rodearon el vehículo, en el cual estaba sentada y sacaron a punta de pistola a su papá. Kharis sabía: Esto no es la policía, es un escuadrón de la muerte, civiles armados con fusiles y pistolas. Los niños de la guerra sabían estas cosas. Ella vio como entre varios estaban golpeando duro a su papá. Ella, sentada todavía en el carro, abrió una ventana y comenzó a pedir auxilio a gritos. Toda la gente que pasaba caminando, ni siquiera se pararon para ver. Nadie quería ver y nadie quería verse involucrado. Así era San Salvador en esos años. La única persona que se acercó, cuando escuchó los gritos de Kharis, fue Galia. Cuando Kharis la vio acercándose, gritó: “¡No tía, váyase!” Ella sabía que los hombres no la conocían, no la hubieran reconocido, si no se acercaba. “Si no hubiera gritado, tal vez mi tía se da la vuelta y desaparece...”, dice Kharis. Pero la agarraron y la golpearon. Los hombres sacaron a Kharis del carro y la metieron en el microbús. Sola. A su papá y su tía Galia los metieron en el otro vehículo que llevaron, pero Kharis pudo ver cómo a su papá le pusieron la pistola en la sien. Lo van a matar, pensaba, llorando. “¿Dónde queda tu casa? ¿Adónde iban a llevar a esta terrorista?”, le gritaron los escuadroneros, repetidamente. Ella contestó que no sabía. Le habían inculcado nunca decir nada a nadie, mucho menos a un policía, un oreja o cualquier hombre armado. “Mirá a tu papá,” le gritó el hombre. Ella volteó a ver. Su papá todavía tenía una pistola en la sien, igual su tía, ambos tenían la cara ensangrentada. “¿Quieres que matemos a tu papá? O nos dices dónde queda tu casa, o los matamos a los dos.”


'Galia', Sonia Aguiñada Carranza, de joven guerrillera,
al final de la guerra, y como diputada en la postguerra

“Los llevé a nuestra casa, en los Planes de Renderos. ¿Cómo iba a permitir que mataran a mi papá? Aunque en el fondo sabía que de todos modos lo iban a matar, que no lo iba a ver nunca más.” Kharis, con sus ojos llenos de lágrimas, me mira y agrega: “Pero capturaron a mi tía, por mi culpa, por no quedarme callada. ¿Pero cómo iba a quedarme callada si estaban golpeando a mi papi? Le cayeron a nuestra casa, por culpa mía. Capturaron a mi mamá, por mi culpa, insultaron a mi abuelita, la Mamá Chola, se llevaron a mi hermana y a mi hermanito, todo por culpa mía...” 

Le explico que no fue culpa de ella, que ella fue una niña de 8 años, asustada, temiendo por la vida de su padre; que no tenía otra opción. Que seguramente la policía podía averiguar la dirección de la casa de otra manera. “No te sintás culpable, mi amor,” le digo una y otra vez y la abrazo. Siento como si en este momento se está creando un vínculo muy fuerte entre nosotros, una cercanía imborrable. La sigo abrazando, mientras ella me cuenta que siempre revive este momento, la cara de su papá, la pistola, las voces y caras brutales de los hombres. Y que nunca pudo hablar con nadie, porque tenía miedo que la culparan. 

Cuando llegamos a la casa, Kharis ya está más tranquila, aunque con cara seria. Se encierra en su cuarto. Salgo con Carla para contarle lo que pasó en esta playa. No puede creer que su hija al fin haya logrado hablar de este momento traumático. “Ella te ama, Paolo, te confía, y la muestra la tienes ahora. Increíble.”

En la noche, las tres niñas me sientan a la mesa del comedor. La que habla es Kharis: “Hemos tomado una decisión entre las tres. Queremos que vos seas nuestro papi.” 

Incapaz de reaccionar adecuadamente a esta situación, hago una broma: “¿Quieren que me case con su mamá? No estoy buscando mujer.” 

María dice: “No se trata de ella, sino de nosotras. Te necesitamos.” 

“Pero yo voy a salir de Cuba en unos días, la guerra sigue, ni siquiera sé dónde voy a estar en el futuro...” 

“No importa. No se trata de que estés todo el tiempo con nosotras. Pero algún día vamos a regresar a nuestro país, y queremos saber que hay alguien que se siente responsable de nosotras,” dice Kharis. Y Charito, la más pequeña, sólo se levanta y me abraza.    

Vaya, tengo tres hijas. No tengo la más mínima idea qué significa esto en concreto, en el futuro, para mí, para ellas. Pero no les puedo decir que no quiero ser su padre. Digo que sí, signifique lo que signifique.



Siguiente entrega: sábado 11 enero 2025