Publicado en EL DIARIO DE HOY, 14 junio 2020
Siempre hemos tenido una migración masiva de gente que ya no aguantó la inseguridad, el desempleo o ambos males combinados. Está artificialmente suspendida por los efectos de la pandemia y las restricciones que todos los países han puesto a la libre circulación. Pero es obvio que después de los estragos sociales, que los meses de paralización de la economía causado, vamos a ver nuevas caravanas de desesperados buscando llegar a Estados Unidos.
Pero hoy no quiero hablar de esta migración clásica, que siempre se seguirá dando mientras existan la pobreza, el desempleo y la inseguridad en nuestra región. Hay otra migración, también clásica, pero que ahora se ha incrementado: la “fuga de cerebros”, y no principalmente por razones sociales o económicas, sino porque muchos de nuestras mentes más prometedoras han dejado de creer en el país.
Lo veo en mi propia familia y entre mis amigos más cercanos. De mis 4 hijos, 3 han ido al exterior, porque no han visto cómo perseguir aquí su sueño de alcanzar excelencia profesional, bienestar social y calidad de vida. Y no van a regresar. Solo en mi familia el país ha perdido, por siempre, a tres profesionales valiosos: una doctora, una arquitecta y un chef de cocina. ¿Y saben por qué no van a regresar? No solo por los mejores salarios, sino porque en los países donde trabajan hay demanda para lo que ellos ofrecen. Mi hijo se siente realizado en Alemania, porque en el hotel donde trabaja lo necesitan. Igual que mi hija, que es médico en España, y la otra que se ha vuelto experta en construcciones de adobe en Estados Unidos. Aunque sienten nostalgia por El Salvador, han perdido la expectativa que este país los necesita y los aprecia.
En el entorno de nuestros amigos más cercanos hay una familia que enteramente ha decidido empezar una nueva vida en Canadá, en vez de buscar recomponer su vida aquí. Sienten que en este país para ellos ya no hay nada que componer. Dos de ellos ya se fueron: el padre renunció a la PNC —y el país pierde uno de los mejores investigadores policiales. Pierde uno de los pocos oficiales fieles a los orígenes de una fuerza civil. Ya no ve que en la PNC actual hay espacio para él. Se fue y no va a regresar. Su hija menor, egresada de arquitectura, se fue a Canadá, para buscar entrar a la universidad y estudiar una maestría, pero ya con la decisión de no regresar, sino de satisfacer su sed de excelencia creativa en un país donde esta sed está siendo apreciada. La otra hija solo espera terminar su año social y graduarse de médico, para seguir a su hermana y su padre. La madre solo espera que logre vender las casas y terrenos productos de su trabajo incansable. Con esta familia, el país pierde a uno de sus mejores policías, a una arquitecta extremadamente creativa, a una doctora con vocación y a una comerciante que podría ser el modelo de lo que una mujer de orígenes humildes puede lograr trabajando con dedicación. El problema es que ella siente que este modelo ya no está siendo apreciado en nuestro país. Estoy seguro que esta familia va a prosperar a donde vaya, con solo haya recuperado su espíritu emprendedor.
El hijo de otros amigos cercanos, recién graduado de medicina, decidió inscribirse a unos cursos intensivos de alemán, en vez de buscar una plaza de residente. No ve perspectiva ninguna para él en El Salvador. Sabe que en Alemania ofrecen óptimas condiciones de inserción a jóvenes médicos, porque los necesitan. Se hará cirujano en Alemania y no regresará a su país.
Uno podría preguntarse qué es lo nuevo en estas historias. Siempre los jóvenes, y a veces los mejores, han ido a buscar suerte en otros países. Correcto. Pero ahora tiene otra calidad este éxodo. Hoy es una fuga de un país que ya no les promete ni exige nada. Hoy se van con la decisión de no retornar. Yo siempre he tratado de ir contra esta tendencia y de convencer a los jóvenes, empezando por mis hijos, que hay mucho que hacer aquí en El Salvador, y que vale la pena. Pero ya no trato de convencer a nadie de que no se vaya. En todos los casos que he descrito, los que han tomado la decisión de irse y no retornar lo hicieron por buenas razones. ¿Cómo voy a cuestionar a mi amigo que siga aguantando las presiones dentro de una PNC politizada y militarizada? ¿Cómo cuestionar que los jóvenes médicos o arquitectos que abandonen o reduzcan su ambición de excelencia académica y profesional?
Y encima de las buenas razones de cada uno hay razones generales que hay que entender, aunque duela. Son razones anímicas, pero ya no individuales sino colectivas, que nacen de la experiencia cultural, política y social de nuestra sociedad. Una de estas brillantes mentes, que han salido de nuestras facultades de Derecho, muy metida en el debate sobre los peligros que actualmente sufre nuestra institucionalidad democrática, me dijo: “¿Qué incentivo le da a los recién egresados de derecho cuando ven a los abogados más mediocres e incluso patanes actuando como secretarios o asesores de Casa Presidencial? Uno se pregunta, ¿hay que ser como Conan Castro o El Burro Castro para tener éxito en este país? En Capres deberían estar los mejores abogados…”
La misma pregunta se pueden hacer los jóvenes ingenieros viendo a los actuales jefes del MOP, de ANDA, de CEPA, de la CEL y de La Geo. Lo que perciben es un profundo menosprecio al estudio, a la excelencia académica y profesional, y no quieren ser parte de esta mediocridad. No quieren verse obligados a bajar su estándar ético y profesional para abrirse camino. No quieren verse obligados a buscar conexiones oscuras para conseguir plazas. Y no quieren plazas donde tienen que adaptarse a la corrupción y el nepotismo. Yo los entiendo y les deseo suerte en otras latitudes. Aunque el país pierde mucho.