La alegría de los bichos era abrumadora. Habían pasado encerrados en sus casas en los barrios donde reinaba el miedo. Este día se sentían libres.
Publicado en MAS! y EL DIARIO DE HOY, sábado 6 de agosto 2022
Estimados amigos:
Escribo esta carta no tanto para los viejos que vivimos los años ochenta, sino más bien para los jóvenes que de estos años sólo han escuchado hablar de la guerra, de la muerte, del miedo.
En medio de la guerra, también hubo alegría. A pesar de la muerte y la represión, hubo fiestas. Si no, ¿cómo hubiéramos aguantado?
Les voy a contar de las fiestas agostinas del 1981. Un grupo de periodistas, todos extranjeros, estábamos desayunando en el Camino Real, y una foto-reportera alemana dijo: “Estoy harta de tomar fotos de muertos. Quiero hacer fotos de la vida. ¿Por qué no vamos todos a las fiestas agostinas, tomamos fotos de la alegría de la gente – y las difundimos en el mundo, para que vean que no sólo es guerra lo que hay en El Salvador.”
Y fuimos. Primero al desfile del correo, en el centro. Tomamos fotos de las cachiporristas y de la banda del Inframen que desfilaban. Se reían cuando de repente tenían un pelotón de cámaras encima. Jóvenes que a lo mejor han aparecido también en las fotos que tomamos en las marchas estudiantiles. Pero este día, están sonrientes, vibrantes, bailando, tocando tambores, y las muchachas posando... Los niños y los abuelos en las aceras, saludando a las cachiporristas y, cuando nos ven, a las cámaras de los periodistas.
Este recorrido fue tan emocionante que el día siguiente fuimos a la feria por la iglesia Don Rúa. Somos como 8 fotógrafos. Nos dispersamos e improvisamos sesiones de fotografía con la gente, sobre todo con los bichos. Yo en estos días siempre anduve, aparte del equipo profesional, una cámara Polaroid de fotografía instantánea. Es el método más eficiente de romper el hielo cuando llegás a un lugar para cubrir algún evento, normalmente triste, de la guerra. Este día en la feria Don Rúa no había hielo a romper. La alegría de los bichos era abrumadora. Habían pasado encerrados en sus casas en los barrios donde reinaba el miedo. Este día se sentían libres.
Siempre estuve rodeado por manadas de niños que querían salir en las fotos. Familias enteras posando. Luego observaron con asombro cómo de los papeles blancos que salieron de la cámara comenzaron a salir primero unas sombras, después colores, y al final sus caras. Tomé tantas fotos instantáneas que no tuve tiempo de hacer fotos ‘profesionales’. Me quedé sin nada en mis archivos, por que las instantáneas se las llevaron los niños o sus mamás. Y los pocos rollos que tomé en las fiestas agostinas del 1981 me las decomisó un sargento de la Guardia en un retén cuando días después fuimos a Usulután a cubrir la masacre en una hacienda. Todavía me imagino la cara de los agentes de la sección de inteligencia de la Guardia, cuando revelaron los rollos ‘subversivos’ y sólo les salieron caras alegres de niños...
El siguiente agosto, en 1982, no estuve en San Salvador, sino en Morazán. En el campamento en La Guacamaya no hubo fiesta, pero sí algo de nostalgia, entre los compas de San Salvador. Les conté del agosto pasado y alguien apareció con una bolsada de pan dulce. Otro sacó una guitarra, y de repente hubo un mini fiesta agostina, sin tragos, sin ruedas, sin elote loco, pero con mucha sonrisa.
Por suerte, la crueldad de la guerra nunca logró borrar del todo las sonrisas.
Saludos y felices fiestas agostinas,