"Has tenido una vida tan plena que puedes irte tranquilo. Has dado fuerza a tanta gente, tocado tantos corazones, provocado tantas sonrisas que puedes estar en paz. No nos debes nada."
En la voz del autor: Rogelio-Ponseele.mp3
Publicado en MAS! y DIARIO DE HOY, sábado 22 marzo 2025
Estimado hermano:
Mientras escribo esto, vos estás luchando por tu vida luego de un grave accidente de carro y luego de un paro cardíaco. Morazán está rezando por ti. Yo que no creo en milagros, hago una excepción porque sos mi hermano. Sé que estás preparado para irte de este mundo que tanto amas, porque estabas preparado cuando en 1980 decidiste ir a Morazán a una zona guerrillera. Te pusieron una bomba a tu casa y solo quedaste vivo porque esta noche no estabas en tu casa. Tenías dos alternativas: salir del país, al cual llegaste 10 años antes para dar esperanza y fuerza a los más pobres, así como lo habías hecho antes en las zonas mineras de Bélgica; o ir a Morazán, donde un puñado de hombres y mujeres habían comenzado una desigual lucha para terminar con la dictadura y la miseria. Todos te insistieron que te fueras del país, pero esto no era una opción para vos. El cura obrero convertido en cura de la Zacamil se convirtió en el cura de la guerrilla.
Ahí nos conocimos unos meses después. Junto a Maravilla, junto a la comandante Luisa, junto a Letty de San Fernando, junto a Sebastián El Torogoz, junto a Santiago el venezolano, junto a Jonás el jefe, junto a Raúl Mijango y El Chele Camilo fuiste de los personajes extraordinarios que me dieron la fuerza que a veces me flaqueaba para aguantar la vida guerrillera.
En 1986 estábamos los dos, con un puñado de compañeros, escondidos debajo de un puente en la calle de salida de Arambala a Joateca, mientras la fuerza aérea bombardeaba el pueblo para preparar el terreno para que las tropas helitransportadas pudieran aterrizar y aniquilar la comandancia del ERP ya la Radio Venceremos. Sabíamos que si lograran desembarcar no sobreviviríamos. Escuchamos las dos ametralladoras guerrilleras tirándoles a los aviones y helicópteros, una desde el campanario en el pueblo, la otra desde el cerrito encima de nosotros, y escuchamos a los aviones y helicópteros disparándoles cohetes para neutralizarlos. “Hasta ahí llegamos, hermano”, te dije, “de aquí no salimos. ¿Cómo es que estás tan tranquilo? ¿No tenés miedo?” Me miraste con esta tu gran sonrisa y me contestaste: “Si me toca morir, estoy preparado. Uno no se mete en una guerra si no está preparado a morir. ¿Pero sabes qué? Todavía no nos toca.” Me calmé, dejé de pensar que estábamos al punto de morir, pensé en todo lo que nos faltaba hacer en esta guerra. Y tenías razón, las ametralladoras guerrilleras no dejaron aterrizar a los helicópteros.
Espero que hoy tengás la misma calma que sólo tienen los verdaderos valientes, Rogelio. De todos modos, has tenido una vida tan plena que puedes irte tranquilo. Has dado fuerza a tanta gente, tocado tantos corazones, provocado tantas sonrisas que puedes estar en paz. No nos debes nada. Tus huellas en la Zacamil y en Morazán, donde te quedaste al terminar la guerra, son imborrables. Miles de personas están orando por ti – y ten por seguro que no te olvidarán jamás.
Nunca predicaste nada que no estabas dispuesto a vivir cada día. La verdad es que nunca te he escuchado sermonear, ni en los campamentos guerrilleros, ni en las iglesias de Morazán. Lo tuyo no era predicar, sino el ejemplo con el cual nos dabas infusiones de fuerza y esperanza para seguir adelante, en la guerra, en la vida, en la lucha por más justicia. La fuerza tuya sigue siendo contagiante. Estoy convencido que estás en paz con contigo mismo.
Te queda corto el título cura guerrillero. Lo fuiste, lo viviste, pasaste todas las pruebas de la vida insurgente. Pero tu verdadera grandeza se mostró en la postguerra, cuando asumiste la tarea difícil pero necesaria de reconstruir la sociedad profundamente dividida, todavía llena de resentimientos, odios, rechazos. Hablamos de esto cuando regresé a Morazán con una caja de cervezas belgas (tiene que haber sido en el 1996, cuando ya habíamos abierto La Ventana y dimos a conocer las cervezas belgas, alemanas e inglesas). Estábamos sentados en tu casa y tomaste, por primer vez en décadas, tu querida cerveza Duvel. Fue cuando me contaste de lo difícil que fue volver a unir la comunidad. Cuando te nombraron párroco de Perquín, había feligreses quienes se negaban de aceptarte. Una señora, cuyo hijo fue fusilado por el ERP, acusado de ser oreja para la Guardia, se negó a entregarte la llave de la iglesia. Te costó años de paciencia y humildad llevar a buen fin un proceso de reconciliación. Yo conocí a esta señora, que vivía cerca del cementerio de Perquín. Me contó, desde su punto de vista, como vos te habías ganado su respeto.
Es por esta labor tuya que en los pueblos y cantones del Norte de Morazán todos te quieren, te respetan - y este día rezan por vos. Si fuera creyente, me uniría a sus rezos. Pero estoy con ellos y contigo.
* * *
Para Raúl Mijango.
Como todo prisionero político, para sobrevivir
pasó escribiendo, siempre y cuando no le nieguen
papel y lápiz.
Si existiera su libro, quizás no hubiera escrito
esta segunda parte del mío.
Raúl murió el 28 de agosto 2023,
luego de que durante años de encarcelamiento
le negaron la debida atención médica.
Capítulo 9: El teatro va a la cárcel
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El mejor público. Foto Paolo Luers |
Un viernes en marzo del 2013, el teatro se va al penal de Ciudad Barrios. Yo no soy mucho de teatro. Normalmente, me aburre o me da pena ajena. Cuesta que me lleven a una sala de teatro. Pero cuando las chavas del Teatro Azoro me preguntaron si podría organizar una función de su obra “Los más solos” en un penal de pandilleros, inmediatamente dije que sí. Porque sentí́ que ahí́ se estaba gestando un experimento artístico (¡y político!) muy audaz. Ya había visto su obra y no era ni aburrida ni de diversión. Era como una bofetada, más bien como una sesión de tortura para la paciencia del público. Es una historia basada en un reportaje del Chele Carlos Martínez del Faro sobre la vida de 4 reos, que se volvieron locos en las cárceles y fueron remitidos al hospital psiquiátrico de Soyapango: Los más abandonados por Dios, el Estado y la humanidad. Llevar este espectáculo a Ciudad Barrios para que lo vean entre los pandilleros me parecía una idea atractiva. Un desafío.
Llevé al elenco -puras mujeres- a Ciudad Barrios para explorar el terreno. Nos reunimos con Tiberio y los coordinadores de los colectivos culturales del penal, Estaban más que de acuerdo de hacer la función en el penal - y nacieron varias ideas adicionales: poner una biblioteca; grabar discos con los raperos del penal; conseguir artistas de teatro y danza que les dieran talleres... Luego traje unos cientos de libros, pero la biblioteca nunca se armó, en parte por interminables problemas burocráticos, pero principalmente porque me pasó lo mismo que siempre he criticado a los políticos: Entre tantas cosas urgentes que hacer, la cultura quedó al margen. Siempre entre los mediadores hubo conciencia que para dar sostenibilidad a este proceso de paz que nació́ de la tregua, el arte tenía que jugar un papel catalizador, pero una vez que nos metimos de lleno en la labor de la mediación, terminamos como bomberos apagando fuegos por todas partes, en los penales, en los barrios, entre barrios vecinos, entre comunidades y policías, entre pandilla y pandilla, y siempre los proyectos culturales que había que armar en los penales y en los barrios se quedaron atrás. Tengo claro que fue uno de los tantos errores que cometimos.
Sin embargo, unos meses después de aquella primera reunión con los pandilleros artistas, llevo el teatro a Ciudad Barrios, con todo el elenco de Azoro (cuatro mujeres) y todos los chunches que necesita un teatro: luces, audio, proyector de video, escenografía... Las actrices obviamente no tuvieron idea previa en qué huevo se iban a meter. En el microbús que alquilamos me preguntaron si era peligroso para ellas, como mujeres, meterse entre 2,500 hombres privados de libertad. Les dije: “Como invitadas estarán más seguras que en cualquier otro lugar de El Salvador. Pero tengan claro el impacto emocional que este experimento va a causar a este público —¡y a ustedes mismas! Pueden generar una reacción química incontrolable. Les juro: Esta visita va a cambiar la manera como ustedes ven a las pandillas y por ende, a su país.”
Al llegar al penal, nos está esperando Tiberio, quien ha reunido a unos 40 pandilleros involucrados en grupos de teatro, circo y rap. Les presento a las muchachas de Azoro. Por iniciativa de una de las actrices, para romper el hielo, la reunión se convierte en una clase improvisada, pero muy intensa, de técnicas teatrales. 40 pandilleros, obedeciendo ciegamente las órdenes de las chicas, como si fueran alumnos de colegio y no asesinos condenados, manchados de cuerpo, cara y alma. El ensayo termina con la promesa del Azoro de regresar con un curso sistemático y serio de teatro, que podría concluir con la puesta en escena de una obra escrita y actuada por los reos.
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El Teatro Azoro en el penal Ciudad Barrios: el taller improvisado. FOTOS: Paolo Luers |
En el recreo —con pan dulce y café— de repente una de las actrices dice: “Mierda, no puedo encontrar a Paolita. Desapareció.”
“Tranquila, debe andar conociendo el penal...”
“¿Ella sola? ¡Estás loco! Hay que encontrarla...”
Tiberio y varios de su equipo salen a buscarla. Al rato regresan con ella. Viene radiante de felicidad. Uno de los pandilleros, mi fotógrafo de la primera entrevista en Ciudad Barrios, le ha dado un tour por el penal. “Nadie me ha hecho una mala mirada”, dice ella.
Comenzamos con el montaje. Luces, audio, muy poca escenografía, solo unas camas y una mesa. La verdadera escenografía es la cárcel, sus muros altos, el alambre razor, sus grafitis, sus torres de vigilancia. Un escenario mil veces más realista que en cualquier sala de teatro.
El montaje. Foto: Paolo Luers |
Y en la noche, la función, el show. Unos 1,500 reos —el resto no cupo. Los reos han estado sentados ahí por más de dos horas, observando en silencio el montaje. Algunos se levantaron para ayudar cuando había que mover los parlantes y las luces.
Sólo se escuchan los gritos de las actrices, transformadas en reclusos-pacientes de manicomio, expresando el dolor, el odio, la desesperanza de ‘los más solos’. El teatro salvadoreño nunca ha tenido un público tan cautivo, tan atento, tan obediente de seguir el tren de emociones de la obra. Y el penal nunca ha tenido visitantes tan abiertas, que se hacen tan vulnerables ante su público de condenados, como estas cuatro actrices. Mi respeto. Al final abrazos, lágrimas de los dos lados. Palabras de mutuo respeto y agradecimiento. Una despedida emotiva: las actrices diciendo a los pandilleros que esta noche cambió su vida. Pandilleros diciendo lo mismo, en otras palabras, menos poéticas, más rudas.
Y yo, por un instante, he recuperado la confianza en el lenguaje universal del arte, del teatro, del diálogo.
La obra: Los solos más solos. Fotos: Paolo Luers |
Siguiente entrega, martes 25 marzo: