Una entrevista de Albinson Linares a Antonio Pasquali
Tomado de Prodavinci (Venezuela)
Antonio Pasquali fotografiado por Roberto Mata ©2014
Corría el año de 1955 en París, donde
pasaba de todo. Terminaban las reuniones para el fin de la ocupación
aliada en Alemania, se realizó el
Motor Show más grande de Europa (donde se presentó el popular Citroen DS), los vegetarianos escandalizaron los clásicos
bistros con su Congreso Mundial y Chet Baker se encerró en los estudios Barclay a grabar magistrales
standards como
Summertime. Fue el año en que Simenon le confesó a
The Paris Review que escribía cada una de sus novelas del detective Maigret en sólo 11 días.
A ese hervidero histórico llegó un joven
venezolano directo a La Sorbona, con una beca para cursar su doctorado
en Filosofía. Seis décadas después y con 85 años de edad, Antonio
Pasquali recuerda que descubrió otra pasión en esa estancia: “Había un
curso de Filmología, nada menos. Una ciencia muy esotérica, no sé quién
inventó esa palabra, pero allí daban clase Paul Ricoeur y Edgar Morin,
de quien me hice amigo. Estaba escribiendo en ese momento Le cinéma ou l’homme imaginaire, para mí uno de sus mejores libros. Por supuesto que me inscribí y me fascinó”.
A su regreso a Caracas, luego de la
caída de Marcos Pérez Jiménez en 1958, ingresó a la facultad de
Filosofía de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Era volver a su
escuela de formación, donde pocos años antes había sido discípulo de
Juan David García Bacca y Edoardo Crema, entre otros. Pasquali era un
profesor brillante y muy joven que había llegado de París con muchas
inquietudes, sentía la necesidad de trascender y marcar un hito, el afán
de aproximarse a entender nuevas problemáticas.
“Tuve el deseo de estudiar por completo toda la problemática comunicacional y, de ahí, salió Comunicación y cultura de masas.
El primer capítulo de ese libro es el abordaje de un filósofo al tema
de qué es la comunicación y eso no pierde actualidad. Pudiera estar
equivocado, pero se sigue leyendo para demostrarlo”, advierte mientras
rememora la petite histoire de este libro, publicado hace 50 años y que es una referencia constante en los estudios comunicacionales.
Mientras los claustros académicos
celebran este medio siglo, pocos saben que Pasquali terminó su ensayo en
1963. Pero no fue sino hasta febrero del año siguiente que las
ediciones de la Biblioteca de la UCV (Ebucv), sacaron los primeros
ejemplares de esta obra capital.
Hubo mucha controversia con la publicación de Comunicación y cultura de masas ¿Cuáles conclusiones de ese estudio cree que fueron las más polémicas?
La roncha que se levantó con el libro no se debió a su primera
parte, sino a la segunda. Allí hago un análisis de la televisión local y
la demuelo. Estudié todos los canales; el 2, 4, 8 y descubrí que eran
terribles. Por ejemplo: mostré que dedicaban el 37,5% de su programación
a la publicidad, difundían cerca de 1.500 mensajes publicitarios
diarios y todos los telefilmes eran norteamericanos. Nosotros jamás
veíamos en Venezuela un programa jamaiquino, costarricense o boliviano.
Claro que, visto en perspectiva histórica, te percatas de que eran los
años de la Guerra Fría. Había un control de contenidos de Estados Unidos
sobre todo Occidente. Todo eso lo puse en evidencia con cuadros
estadísticos y eso fue lo que asustó.
¿Era una novedad en América Latina el uso de las categorías kantianas para el estudio de los medios de comunicación social?
Partí de la categoría kantiana de la relación porque comunicar
es una manera de relacionarse. Eso me llevó a descubrir que, por la
aplicación de esa categoría, debía analizar lo que es comunión,
información y comunicación, lo que son las leyes de la casualidad y las
de comunidad, como las llamaba Kant. Eso me condujo a pensar que la
información es una manera hasta mecánica si quieres de manipular una
opinión pública, pero que el verdadero comunicar, es otra cosa.
Comunicar requiere que los dos polos de la comunicación tengan, por
ejemplo, una misma capacidad de recibir y emitir. En esa época, no lo
olvides, la radio y televisión eran sólo univectoriales y no permitían
el feedback. Eso es lo que creo que va a quedar de ese libro.
¿Sigue siendo un gran entusiasta de las nuevas tecnologías y dinámicas que han cambiado las relaciones con los medios?
Todas esas perspectivas nuevas están en mi obra posterior, en libros como Comprender la comunicación o la Comunicación Mundo.
Es decir, ¿qué es la gran novedad? Que de golpe y porrazo terminó la
Guerra Fría y vino una nueva tecnología que nos convierte a todos en
emisores, nada menos.
¿Era posible imaginar ese cambio hace cincuenta años?
Nadie podía imaginarlo. Nadie. Recuerdo una frase de Hans
Magnus Enzensberger de hace muchos años que enunciaba la hipótesis,
delirante, de cómo sería un mundo en que todos tuvieran una estación de
radio y llegaba a la conclusión de que sería un burdel y un caos. Pues
llegó ese mundo porque tú y yo podemos lanzar un periódico diario, como
Prodavinci, por ejemplo.
Antonio Pasquali fotografiado por Roberto Mata ©2014
¿Cuál cree que es el cambio más grande en medio de todas estas mutaciones del fenómeno comunicacional?
Todos somos emisores ahora. Todos. A veces no por el mismo
canal, pero eso explica la pérdida de importancia de los viejos colosos
de la época autocrática que eran la radio y la televisión. Ellos
mandaban en un tiempo diseñado para la Guerra Fría. Era otro mundo. Sin
embargo, Venezuela jamás fue de la periferia en esos años: con las
reservas más grandes de petróleo del mundo era imposible. Aquí el primer
presidente en percatarse de ello fue Rafael Caldera, por eso prohibió
que hubiesen capitales extranjeros en las emisoras locales, que era algo
común en esos años.
Si ahora todos somos emisores,
¿cómo será la comunicación del futuro donde habrán nuevos adelantos que
harán estos procesos más personales?
Parto desde el optimismo: vivimos una época de feliz confusión
porque lo que pasó es demasiado gordo. No es solamente que todos somos
emisores, sino que se nos ha dado un código nuevo después de
cuarenta siglos. Y eso me llevó a escribir el primer capítulo de la Comunicación Mundo. Allí demuestro que la historia cultural de la humanidad es la historia de los códigos que usamos para expresarnos.
¿Es allí donde rastrea las relaciones de los códigos antiguos hasta la invención del alfabeto?
El alfabeto nace en un pueblo de Siria que se llamaba Ugarit.
Ahí llegaban las caravanas del Extremo Oriente en el siglo X antes de
Cristo. Cualquier ciudadano de medio pelo de Ugarit tenía que hablar 12 o
14 idiomas. Entonces, los escribanos eran políglotas que hablaban el
aramaico, escribían en jeroglíficos y cuneiforme. Hasta que un buen día
todos se pusieron de acuerdo e implementaron un sistema revolucionario,
por analogía: inventaron un símbolo para expresar algo no visible que es
el sonido que sale de la boca con vocales y consonantes. Eso lo
escribían en cuneiforme, porque solo tenían arcilla, pero los fenicios
tenían el monopolio del papiro y se lo vendían a todo el Mediterráneo.
Ellos convirtieron el ugarítico en el lineal fenicio. Lo escribieron de
izquierda a derecha y de manera continua sobre el papiro. A Grecia llegó
y los griegos que no habían hecho nada, menos de dos siglos después, ya
habían escrito la Ilíada y la Odisea porque tenían un código con el cual podían hacerlo.
Otro gran cambio mencionado en sus últimos libros es la implementación del código binario…
En el siglo XX se recupera el dígito binario chino. Lo hace
nada menos que Gottfried Leibniz, filósofo de la Ilustración. Se
descubre que con ese dígito se puede codificar todo: el habla, los
sonidos, la música, un cuadro como la Mona Lisa, todo. Todavía no
estamos conscientes de la revolución que eso significó. Lo que va a
venir ahora es una explosión de multimedialidad que apenas está
comenzando, pero ya visitar la web de un diario en internet no es sólo
leer, sino ver y escuchar. Estoy esperando al Homero del dígito binario,
aún no lo veo aparecer, pero vendrá…
Antonio Pasquali fotografiado por Roberto Mata ©2014
Luego de cincuenta años, ¿qué satisfacciones atesora de su trabajo docente?
Hay una frase que Gustave Flaubert le escribió a una mujer de
apellido Chantepie, en 1858, en la que decía que el único modo de
soportar la existencia era volcarse en la literatura como en una orgía
perpetua. Yo creo que enseñar también lo es. Pienso que es la mejor
manera de aprender. Si tienes que enseñar, debes aclararte a ti mismo
una cantidad de cosas y eso es bellísimo. Todos mis alumnos están bien
posicionados, hasta en el periodismo, como el caso de César Miguel
Rondón. Recuerdo que Simón Alberto Consalvi también asistió a mis
cursos. Eso sucedió por accidente, porque después de la caída de Pérez
Jiménez el título de periodista no existía y el Ministerio de Educación
le dio la posibilidad a un grupo de personas de sacarlo y por la escuela
de la UCV pasó medio mundo.
¿Cree que las distopías escritas
por Orwell, Huxley, Asimov y Dick se quedaron cortas ante el poder de
la comunicación en el siglo XXI?
Sin duda. En ese sentido, estaba más o menos bien equipado
mentalmente porque dediqué años de mi cátedra a los pensamientos míticos
y utópicos. Son antinómicos, porque el mítico siempre pone al Paraíso
en el pasado y la utopía al revés. La distopía es el drama, la
catástrofe. Por eso puedo entender lo que estamos viviendo: es una época
absolutamente apasionante. Hace poco leí en Wired que un
investigador se quejaba de que hay estatuas para tantísimos pendejos y
ninguno para quienes inventaron el alfabeto, es algo increíble.
¿Podía preverse la enorme
influencia que tendrían estos adelantos tecnológicos en la comunicación
política, como pasó con Hugo Chávez?
No creo que haya mucha relación entre esta enorme novedad de la
que hablamos y un fenómeno populista venido de muy atrás como el
chavismo. Se nos ha impuesto una alteración personal del señor Chávez,
quien quizás soñó con ser un predicador metodista o locutor en alguna
época de su vida. Fue un hombre que adoraba un medio que ya está pasando
de moda como la televisión. Sólo sentía que estaba gobernando cuando
aparecía en pantalla y con un micrófono en la mano, pero ésa fue la
fijación personal de un autócrata que se regocijaba en su narcisismo.
Chávez no es tema de semiótica, sino de psiquiatra.
¿Esa precocidad y buena disposición del venezolano con las nuevas tecnologías siempre ha existido?
Claro. Desde que apareció el petróleo y todo cambió, los
venezolanos siempre queremos estar al día con todo pero eso es algo
bueno. Pero es una actitud frustrada por un gobierno que siempre está en
cesación de pagos por lo que tiene, prácticamente, congelado el
desarrollo y progreso electrónico del país. Vivimos el drama de un país
que no puede comprar equipos ni cambiar sus smartphones, por lo
que nos desactualizamos. Creo que el gobierno, deliberadamente, atrasó
el uso de Internet. No es inocente que todavía CANTV venda conexiones
con una velocidad de 560 kb, cuando en Corea ya están en un gigabyte.
En estos momentos hay ciertos
debates que vuelven en los medios. ¿Piensa que hay nuevos peligros para
la libertad de expresión en Venezuela?
Diría que estamos pensando nuevos problemas con categorías
viejas. Nos hemos quedado anclados en la definición de 1789 sobre
libertad de expresión, porque cuando enunciamos ese principio sólo
pensamos en un episodio donde a alguien se le cortó el uso de la
palabra. Pero eso es viejo. Libertad de expresión es la traducción del freedom of speech
del mundo anglosajón, porque cuando Lafayette escribe al respecto usa
‘libertad de comunicar’ y no libertad de expresarse. Libertad de
comunicar es género y libertad de expresión es especie. Yo puedo ser
otro Leonardo y tener mi casa llena de Mona Lisas, pero si no lo sabe
nadie, si no lo comunico, ese saber no existe. Entonces comunicar es
mucho más importante que expresarse, por eso es que todas las dictaduras
modernas se jactan de que en sus países hay libertad de expresión, pero
no hay libertad de comunicación.
Siempre ha sido un defensor de
la necesidad de los servicios públicos comunicacionales. ¿Cree que
actualmente existen en Venezuela?
El gran problema continúa y es la no-existencia de servicios
públicos. Todo el paquete comunicacional del país es privado o estatal,
no público. Casos sobran, como Globovisión y El Universal, que a la hora
de la chiquita se acuerdan de que son empresas comerciales. Entonces
cambian de parámetros y se pasan a empresarios. Se olvidan de la
libertad de comunicar y dicen ‘Mire, esto ya no es negocio: tengo que
vender’. Eso es un juicio económicamente impecable, pero eso no es todo.
Yo hablé pestes durante 40 años de la televisión comercial privada que
destruyó la cultura de este país, que no colaboró con los planes
educativos ni nada. Pero tengo que admirar la firmeza de ánimo de Marcel
Granier que se la jugó cuando el otro competidor fue a negociar con
Chávez y Carter, al otro se le salió el salto de parámetro, El Nacional es otro medio que tampoco está haciendo negociando.
¿Es por eso que, después de pasar décadas criticando a los canales, terminó siendo el experto en el caso de RCTV en la CIDH?
Eso me llevó a aceptar el cargo de perito ante la Corte
Interamericana en San José, el mes pasado. En la última sesión hablé en
favor de RCTV contra el gobierno de Venezuela y la sentencia sale en
diciembre. Mi diagnóstico lo basé en la manera moderna como veo la
libertad de comunicar. Hoy día debemos concebir la libertad como un
prisma de cinco facetas: libertad de código, de canal, de acceso a
fuentes, de contenido y de públicos. Dije que la decisión del gobierno
al cerrar RCTV no sólo fue una agresión a la disidencia, sino el
lanzamiento de una bomba de racimo sobre un sistema que en ese momento
era el favorito de la población venezolana. Eso significó cercenarle a
una emisora el uso de un código y se le prohíbe el uso del canal que es
la televisión. Por supuesto que no tendrá acceso a las fuentes, se le
impidió hablar a los opinadores, anunciantes, etcétera. Y se le quitó a
una población entera su canal privilegiado. Fue lanzarle una bomba de
profundidad al pluralismo: se le quitó a la disidencia la mitad de las
voces que tenían. El gobierno anunció que TVeS sería un servicio
público, porque los pobres no saben lo que es un servicio público y hoy
en día ese canal no lo es.
¿Podría enumerar cuáles son las condiciones necesarias para que un medio sea considerado servicio público?
Debe ser universal: si en el fondo de la sabana hay un poblado
de 30 personas, ahí deben estar las antenas del servicio público. Hasta
ahora todos los servicios radioeléctricos y de teléfono del país son
modelo ‘Vaca Holstein’, con manchas blancas donde no hay señal y negras
donde sí hay. Debe ser continuo: no hay interrupciones ni feriados. Es
menester que sea versátil. Ésa es la piedra de tranca entre el privado y
el público. Eso significa que si agarras la pirámide socioeducativa del
país, abajo tienes gente que quiere. Por ejemplo solo rock o salsa, en
el centro hay una población que quiere un poco de todo y arriba hay un
4% que quiere ver o escuchar programas de Mahler y Beethoven. El
servicio público debería darle música a todos y no decir que no hay
mercado para eso. También debe ser adecuado: tiene que estar al día
tecnológicamente y el último es el fundamental.
¿Debe ser regido por una autoridad independiente?
Exacto. En Inglaterra, quien nombra esa autoridad en la BBC es
la reina. Ni siquiera el congreso, para evitar que sea contaminado por
intereses partidistas. En países como Estados Unidos, los servicios
públicos comunicacionales son financiados por el gobierno con 2.000
millones de dólares al año. En todos los países europeos grandes como
Inglaterra, Francia, Alemania e Italia la inversión pasa de los 4.500
millones de euros al año. Un país así financia el servicio público con
el 36,5% de lo que gasta en educación superior. Ése es el promedio.
¿Qué le faltó por investigar en este medio siglo de actividad académica?
Tenía en programa ocho libros más, pero me sucedió que cumplí
85 años de edad. Entonces decidí compactarlos en ocho capítulos y eso es
la Comunicación Mundo. En el prefacio de la edición española de Comprender la comunicación
relato que cuando me pidieron que actualizara el libro sentí algo raro.
Como a los 15 días, lo descubrí: cuando yo había escrito ese libro,
hace décadas, era un hombre que usaba una Olivetti eléctrica,
multígrafo, tipex… y cuando tenía que cambiar una frase tenía que borrar
esos caracteres e inventar una frase idéntica en número de caracteres.
Si no, no me cabía. Vengo de ese mundo, así como mi papá venía de la
época de los teléfonos de manivela y cuando me toca revisar mis libros
viejos me percato de que vivo en un mundo con Internet, computadoras,
impresoras, escáneres y todo eso va demasiado rápido. Todavía estamos
como emborrachados, conquistando el Oeste… pero no sabemos muy bien
donde se paró la caravana.
¿Qué aspectos cree que no se deben dejar de estudiar en la comunicación?
Todo lo que es comunicar tiene dos grandes capítulos: la
llamada comunicación social y el sistema educativo, que son dos formas
de tramitar saberes. Si no se ponen al día, le van a pasar por encima y
quedarán obsoletos. Nosotros comenzamos burlándonos de Wikipedia,
pero el año pasado en una universidad alemana se hizo el ejercicio de
reunir 18 grandes definiciones de la física en paquetes. Los primeros
eran sacados de los grandes manuales académicos y los otros fueron
principios que se encuentran gratis en internet, cuando se les
entregaron ambas versiones a un grupo de especialistas ganó Internet 17
a 1. Nunca en la vida podemos olvidar eso.
¿Admira, entonces, los esfuerzos colaborativos?
Claro, el common knowledge es lo que viene. ¿Sabes lo increíble que es poder subir detalles y precisiones a un artículo en Wikipedia
y seguir acumulando conocimiento gratuito? Es el modelo perfecto, tanto
así que la Enciclopedia Británica tuvo que adaptarse y aceptar
colaboraciones de lectores. La gran enciclopedia alemana Brockhaus no se
adaptó y quebró.
Antonio Pasquali fotografiado por Roberto Mata ©2014
¿Cuál cree que es el gran reto de las actuales escuelas de comunicación social?
Creo que en América Latina existe un gran drama. Tenemos casi
2.500 escuelas de comunicación social en todo el continente y eso es
terrible, porque terminan repitiéndose las unas a las otras. Hay que
reformarlo todo. Tengo diez años diciéndolo: hay que cerrar las escuelas
de comunicación y refundarlas. Mi visión es que podrán entrar sólo
gente con un título universitario como médicos, abogados, historiadores,
literatos, semiólogos, aviadores, cirujanos, etcétera, que tengan el
interés de querer comunicar lo que ellos saben será una especialización
más.
¿Qué les diría a los jóvenes que quieren cursar estudios de Filosofía en estos años?
El uso de Internet es una pirámide vertiginosa que siempre pone
a prueba tu formación previa. Si tienes principios filosóficos
robustos, verás en Internet lo que otros no ven y sabrás navegar por
lugares de conocimiento, donde otros ni siquiera sabrán qué hacer. Es un
tema de código, ¿por qué me fue bien a mi? Simplemente porque me había
pasado, previamente, por Kant y Aristóteles. Y sabía que una de las
doce categorías supremas del entendimiento es la relación. ¿Y qué es la
comunicación? Relacionar. La filosofía siempre busca ir al fundamento de
todas las cosas y es una excelente manera de superar un defectivo
criollo que tenemos los venezolanos. Nos gusta ver las ramitas y nunca
vemos el bosque entero.
Es un gran melómano, ¿a qué música suele volver siempre?
Los Beatles son una de las últimas manifestaciones humanas
musicales de antes de que viniera alguien a destruir la melodía. Tengo
una petite veneración por Los Beatles. En un 80% escucho música
clásica y estoy sufriendo como un perro. He hecho de todo para que se
repare el daño porque somos un país sin música clásica. Han desaparecido
la 97.7 y yo hablé con todos los rectores de las universidades: “vamos a
hacer algo”, y no se ha hecho nada. Aparentemente, no le importara a
nadie y me parece grave. Hasta Weber lo oigo todo, pero tuve en mi vida
dos grandes enamoramientos; hace unos treinta años empecé con Bramhs y
hace quince años, Mahler.
¿Le gusta escuchar las interpretaciones de Mahler que conduce Gustavo Dudamel?
Gustavo Dudamel me ha hecho uno de los grandes regalos
musicales que he recibido en mi vida, porque vino hace un año a montar
la integral de Mahler en el Teresa Carreño. Hay que ver lo que es
escuchar todo Mahler por el mismo director. Eso lo recordaré toda la
vida porque él es de los pocos que entendieron a Mahler, muchos lo han
tocado sin entenderlo. Otro que lo entendió muy bien fue Claudio Abbado.