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Publicado en EL DIARIO DE HOY, domingo 11 octubre 2020
Luego de años de mal gobierno, la gente le cobra la factura a su presidente. No importa la popularidad que ha gozado cuando entró al poder. Se puede ganar una elección mintiendo al pueblo, pero luego de años de engaños la ciudadanía se despierta y manda al carajo a los farsantes. La demagogia, como cualquier forma de mentira, tiene patas cortas. Una vez que la burbuja de la popularidad mesiánica revienta, los resentimientos son irreversibles. Game over, Mr Donald Trump.
Game over, porque mintió demasiadas veces. Game over, porque puso su ego encima de la nación. Game over, porque nunca supo formar un gobierno de líderes, sino siempre de serviles a él. Game over, porque en la epidemia se hizo evidente su desprecio a la ciencia. Que ya se había mostrado en el tema medioambiental y en su política industrial. Game over, porque la gente ya no aguanta más discursos presidenciales de odio e ignorancia.
¿O pensaron que estoy hablando de Bukele? No, este impostor de Trump sólo tiene año y medio de gobernar, y apenas la gente comienza a darse cuenta de que es un demagogo. A los estadounidenses les tomó 4 años para darse cuenta que el presunto “gobierno fuerte” de Trump es un desgobierno. Un gobierno que sistemáticamente divide a la nación, es débil porque hace débil al país. Pero ahora sí se le acabó la peseta al Donald. Va para fuera. Perderá las elecciones en noviembre; hará berrinches en diciembre; pero en enero saldrá de la Casa Blanca. Se esconderá en su resort en Florida o en su tower en New York, pero lo más probable es que la justicia lo alcanzará, tarde o temprano.
Trump entregará un país más dividido que nunca, lleno de resentimientos y odios; metido en una crisis de identidad. Dejará detrás suyo un Partido Republicano, que perdió su alma y su dignidad, porque sabiendo qué clase de patán es Trump, no le sirvió como correctivo sino de manera dócil, sumisa y cómplice.
Al gobierno de Joe Biden y los Demócratas les tocará reparar lo dañado o destruido por Trump. No será fácil. El principal y más difícil reto que tienen es cómo hacer que el país pase de la permanente agitación a la racionalidad; de los insultos al debate; de la prepotencia a la tolerancia. Sólo así crearían las condiciones para enfrentar la crisis de salud, que no es sólo la crisis de la epidemia sino la crisis de la falta de un consenso nacional sobre su sistema de salud. Y no es sólo en el tema de salud que Trump ha dinamitado todos los puentes de concertación de acuerdos nacionales. Gracias a Trump, ya no existe un consenso nacional sobre el rol de Estados Unidos en el mundo. Ni en el comercio global, ni en el sistema multilateral de seguridad, de protección al medio ambiente.
Gracias a Trump y la sumisión de los Republicanos tampoco existe un consenso sobre el futuro de la economía y del trabajo en Estados Unidos, el papel de la manufactura, el dominio de la industria informática, el ascenso de la inteligencia artificial.
Todos estos vacíos no los podrá llenar un gobierno nuevo. Estados Unidos necesita un gobierno que logre reconstruir la capacidad de la clase política estadounidense de construir visiones compartidas. Incluyendo a la oposición política, pero sobre todo a la academia, la investigación científica y las empresas.
A una nueva generación post Trump de Republicanos le tocará levantar de nuevo al Grand Old Party de Lincoln, como contrapeso a los Demócratas quienes gobernarán por lo menos por 8 años. La vieja guardia republicana se ha auto demolido y deslegitimado con su sumisión a Trump y su anti política, su racismo, su irracionalidad. De la capacidad de reconstruir una derecha racional que disponga de un proyecto político democrático depende la solidez de la democracia de Estados Unidos, que es esencialmente bipartidista. El bipartidismo es uno de los principales mecanismos necesarios de pesos y contrapesos en la democracia estadounidense. Pero también el principal mecanismo para construir políticas públicas compartidas basadas en consensos nacionales.
No estoy diciendo que el bipartidismo sea el modelo universal para dar estabilidad a un sistema político. Es así en Estados Unidos y Gran Bretaña. En otros lados, como el nuestro, hemos construido un sistema multipartidario, basado en el pluralismo democrático. Lo construimos para salir de una guerra que surgió de la exclusión de la oposición. Pero igual, para reparar los daños que está haciendo al país el modelo demagógico de caciquismo digital con el cual gobierna Bukele, tendremos que recurrir a la capacidad de todos los partidos democráticos a recuperar el diálogo y la concertación como condición indispensable para la gobernabilidad democrática. Porque así como ahora está pasando en Estados Unidos, también aquí se le va a acabar la peseta al régimen de engaño sistemático. Gradualmente, comenzando con las elecciones de febrero 2021.