Por más que la mayoría de jóvenes diga que quiere salir del país para irse al Norte, solo hay que salir a la vuelta de la capital para darse cuenta que vivimos en un paraíso: en 20 minutos estamos en el Boquerón, en el lago de Ilopango, subimos a Comasagua o la Puerta del Diablo; en una hora estamos en el Tunco, en el Lago de Coatepeque, o en Suchitoto…
Si preguntamos a los extranjeros que llegaron al país y terminaron quedándose, todos nos dicen que los salvadoreños, que en las estadísticas internacionales aparecen como campeones mundiales en homicidios, en realidad son amables, generosos, hospitalarios…
Yo en todo el país he recorrido las fincas, las fábricas, los ingenuos, los talleres donde los salvadoreños trabajan; las iglesias donde rezan; las escuelas y universidades donde sus hijos estudian; y hasta las cárceles donde sus otros hijos pagan pecados – y en todos estos lugares no encontré que nadie este paralizado por el miedo. Más bien encuentro hoy lo mismo que tanto me impresionó cuando durante 12 años cubrí la guerra: resiliencia. Según Wikipedia, “la resiliencia es la capacidad de los seres humanos para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas.”
Según yo, es “la capacidad de nunca dejar de joder, y nunca dejarse joder.” Que es lo mismo, pero suena mejor. Suena más salvadoreño.
Interesante ver de dónde viene esta palabra ‘resiliencia’. Viene del verbo latín ‘resilire’ que significa ‘retirarse’, pero al mismo tiempo ‘rebotar’. A esto se referían los campesinos combatientes en Morazán cuando hablaron de ‘guinda estratégica’… Otra palabra clave para entender la identidad salvadoreña…
Claro que la gente tiene miedo a la violencia rampante. Claro que la gente ve con preocupación el futuro económico del país – y de su familia. Hay miles de razones de afligirse – sobre todo cuando no hay gobierno o partido en cual realmente confiar…
No se confundan: El hecho que la mayoría de los jóvenes (de todos los estratos sociales) quieran salir del país para estudiar o trabajar en el Norte no es muestra de resignación. Todo lo contrario, es manifestación de esta misma resiliencia (o resistencia) guanaca. Emigrar no significa tirar la toalla, sino lo contrario: aceptar los retos, desafiar la suerte – y sacar adelante la familia. Los emigrantes no huyen del país, más bien toman la iniciativa de rescatarlo. Si no hay trabajo en Chalatenango o Cabañas, la gente va a San Salvador o Soyapango a buscarlo – y si es necesario, hasta Los Angeles o Milan. Y si en San Salvador no hay universidades que ejercen la investigación científica, se va al MIT en Boston o a Oxford en Inglaterra. Esto se llama no dejarse vencer. Estos jóvenes tal vez no creen mucho en las oportunidades que les da el país, pero creen firmemente en la capacidad de los salvadoreños…
Escribo esto porque en tantas columnas y cartas me toca señalar problemas, corrupción, y mal gobierno – y existe el peligro que esto resulte en pesimismo y resignación. Pero yo sigo viendo El Salvador como un país con gran potencial humano. Solo hay que remover los obstáculos y restricciones, los malos gobiernos y las malas políticas – y no tengo duda que aquí habrá inversión, desarrollo y creatividad.
Felices vacaciones les desea
(MAS!/EL DIARIO DE HOY)