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El País, Madrid
Es una victoria de mierda", dijo el presidente frente a las cámaras de la televisión nacional, desdoblando en su rostro una mueca de pésimo humor. Apenas habían transcurrido tres días del referéndum, cuando fue rechazada su propuesta de reforma de la Constitución. La tiranía del rating imbatible de Hugo Chávez de pronto titiló. Ese 2 de diciembre del año 2007 marcó un hito crucial en el proceso de la llamada "revolución bolivariana".
Hugo Chávez no sólo había perdido, por primera vez, una elección popular. También, en el interior de su movimiento político, salía derrotado. Hacía ya muchos meses, el debate en el seno del oficialismo se había centrado en dos opciones: "acelerar o consolidar". Todo formaba parte de una discusión interna entre quienes pensaban que era necesario radicalizar de una vez el proyecto socialista, y entre quienes creían que, antes, se requería tener un control aún mayor del poder en el país. En ese momento, Chávez decidió que él podía lograr las dos cosas al mismo tiempo, que ambos verbos podían complementarse: acelerando, consolidamos.
Los resultados electorales, sin embargo, mostraron que, en política, la gramática es un ejercicio impredecible. El proyecto socialista, incluyendo la oferta de la reelección indefinida de Chávez, fue rechazado también por sus seguidores. Más aún: la derrota, en realidad, se debió fundamentalmente a la abstención de los chavistas. El 2 de diciembre del 2007 más que un domingo parecía un frenazo. Durante casi diez años, Chávez trabucó su popularidad en un sistema personal, reinventando y controlando el Estado y casi todas las instituciones del país. Ahora, se estrenaba con un fracaso en la batalla civil. Era políticamente vulnerable.
Pero Hugo Chávez es, antes que nada, esencialmente, un militar. Y un militar muy persistente. Sabe esperar, sabe insistir. Pasó 20 años soñando con ser presidente, conspirando dentro de la Fuerzas Armadas, antes de intentar el golpe de Estado de 1992. En el 2008, también ha continuado con la misma agenda, como si nada hubiera pasado: acelerar y consolidar. Aprovechando los poderes especiales para legislar, que le había otorgado la Asamblea Nacional, trató de imponer a la sociedad algunos de los planteamientos que fueron rechazados en el proyecto de reforma constitucional. Uno de los más emblemáticos es una nueva propuesta de división administrativa del país, que organiza el territorio en cinco regiones cuyas autoridades son designadas directamente por el presidente de la república. Este reordenamiento, llamado "la nueva geopolítica del poder", ya fue aprobado en primera discusión por la Asamblea Nacional.
Sin embargo, dos proyectos de ley no corrieron la misma suerte. La nueva Ley de Educación, diseñada de acuerdo a los objetivos y valores del "proceso bolivariano", encontró en la protesta ciudadana un gran obstáculo: su discusión y aprobación fue postergada para el año que viene. La ley de inteligencia y contrainteligencia, que proponía obligar a los venezolanos a ser vigilantes y delatores al servicio del Estado, fue derogada por el propio presidente, al ser fuertemente cuestionada por la población y por diversos organismos de Derechos Humanos.
En el 2008, Chávez ha seguido sin variar el plan que ya tenía concebido antes del referéndum. En la perspectiva de construir una "economía socialista", continuó con el proceso de nacionalizaciones que había iniciado el año anterior. Este año, se han nacionalizado las principales cementeras, la mayor empresa siderúrgica del país y el Banco de Venezuela, propiedad del Grupo Santander. Igualmente, el Gobierno venezolano ha proseguido en una carrera armamentista desproporcionada, comprando este año equipo bélico a Bielorrusia, submarinos, helicópteros y aviones Sukhoi a Rusia, radares y aviones K-8 a China... pasando a ocupar el cuarto lugar en gastos de defensa en América Latina, detrás de Brasil, Colombia y Chile.
En el ámbito internacional, Chávez ha mantenido, de la misma manera, la ruta de radicalización que también venía desarrollando: la confrontación, sobre todo verbal, con Estados Unidos (este año la "provocación" fue un poco más allá: convocó a los rusos a realizar maniobras militares en aguas territoriales venezolanas); la promoción del Alba (Alternativa Bolivariana para las Américas); el acercamiento cada vez mayor a Rusia, Irán, China... Tal vez Chávez sea, en realidad, el más dolido viudo político de Bush. La salida del presidente norteamericano lo deja prácticamente danzando solo. Bush es indefendible: el enemigo perfecto.
Nada, entonces, parece haber variado sustancialmente, después de la derrota en el referéndum para una reforma constitucional que, entre otras cosas, proponía la "reelección indefinida" del presidente de la república. Incluso hay quien piensa que Chávez tan sólo obvió ese resultado adverso y decidió seguir adelante con su proyecto. Pero no es así. Las elecciones del 23 de noviembre, para escoger autoridades locales, representan un desafío importante. Aunque las encuestas más optimistas calculan que la oposición, tal vez, pueda ganar 5 o 6 de las 22 gobernaciones que elegirán nuevas autoridades, Chávez no desea perder ni una calle. Ha desplegado sus mayores esfuerzos para que no se repita la experiencia.
Lo primero que hizo fue consolidar su partido, el PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela), y controlar, de manera soterrada y vertical, la selección de los candidatos. Tanto, que este proceso ha producido disidencias fundamentales y, en algunas dependencias federales, el Partido Comunista o el partido Patria Para Todos, aliados históricos del Gobierno, llevan candidatos diferentes a los impuestos por Chávez.
Por otra parte, en una acción inconstitucional sin precedentes, el Contralor General de la República inhabilitó políticamente a 260 funcionarios públicos, en su mayoría opositores, entre quienes destacan por lo menos seis líderes regionales importantes, con sobradas posibilidades de triunfar en los próximos comicios. Finalmente, Chávez se ha dedicado de manera incansable a la campaña electoral, articulando nuevamente la decisión de los votantes alrededor de su persona: ha denunciado intentos de magnicidio, ha afirmado que "todos los candidatos de la oposición son capitalistas", instrumentos del imperio; ha asegurado que la oposición quiere ganar los espacios regionales para sacarlo del poder en el 2009... Otra vez, con un ventajismo oficial en el uso y abuso de las funciones y de los espacios públicos, le propone al país un acto definitivo y emocional. No en balde hemos hecho del sentimiento una industria y exportamos cursilerías telenoveladas: el próximo 23 de noviembre, votar es casi un acto de amor. Chávez se juega la vida en las urnas.
Sin embargo, el panorama no luce demasiado favorable. Aun ganando las elecciones, la crisis financiera mundial y la caída de los precios del petróleo se alzan como una gran amenaza, sobre todo para quien le ha vendido a los venezolanos que "la revolución" es un sueño de liquidez, una riqueza que no necesita producirse, que sólo requiere ser distribuida: la gran utopía del consumo de todo país petrolero. El "socialismo del siglo XXI" sólo existe con altos precios de crudo. Tiene poco que ver con la izquierda del continente. Está más cerca de Detroit que de La Habana.
La economía venezolana depende, casi exclusivamente, de su ingreso petrolero. Aun con las reservas internacionales y con los enormes yacimientos que el país posee, el futuro nunca será tan espléndido como ha sido el pasado en la mayor parte de esta década. Llegó el tiempo de los barriles flacos. Un gasto público inmenso, el pago pendiente de las nacionalizaciones, la inflación más alta del continente... Todo parece acorralar a Chávez, orillarlo a hacer algo que jamás imaginó: tomar medidas impopulares, hacer ajustes, desdecirse, conspirar en contra de lo que mejor ha sabido administrar: la esperanza de los pobres.
Con Barack Obama en la Casa Blanca, con la crisis económica rondado peligrosamente a Venezuela, con el desgaste político de diez años al frente del Gobierno... Al presidente venezolano le va a costar eludir esta pelea, su verdadera confrontación, el enemigo al que siempre ha tratado de evitar: Chávez contra Chávez.
(El País, Madrid. El autor es venezolano y autor del libro 'Hugo Chávez sin uniforme')
At this defining moment in history, we believe that Americans of all parties want and need their leaders to come together and change the bad habits of Washington so that we can solve the common and urgent challenges of our time.
Sin embargo, antes de dejarnos llevar por el miedo al horror vacui, quizá deberíamos plantearnos la situación actual como lo que creo que en realidad es: una gran oportunidad para la emergencia de un nuevo consenso planetario de tipo socialdemócrata. Ahí cabría encajar, entre otras cosas, la presencia española en la cumbre de Washington del pasado fin de semana, junto a países gobernados por el centroizquierda como Reino Unido y Brasil.
Se abre una ventana de oportunidad para que la socialdemocracia dé un paso hacia adelante y asuma el desafío de ofrecer un nuevo eje alrededor del cual hacer girar la actuación futura de los actores políticos en este todavía incipiente siglo XXI. Existe material suficiente para afrontar ese reto: no faltan excelentes pensadores en la órbita de la socialdemocracia, ni tampoco excelentes ideas. Lo que probablemente falta es introducir un poco de orden en el debate en curso, fijar prioridades, analizar cómo las ideas pueden traspasar la siempre espesa frontera del mundo académico y científico para llegar a la "plaza pública", de tal manera que los ciudadanos se carguen de argumentos cuando quieran defender visiones próximas al paradigma de la socialdemocracia.
Es decir, a la socialdemocracia le falta hacer aquello que tan bien ha hecho el neoliberalismo hasta la fecha, aunque sin olvidar que una de sus fallas más importantes ha sido su inusitada tendencia a vender humo. No se trata por tanto de crear imagen, al menos no solamente; se trata de dar contenido y luego ver cómo se puede traducir ese contenido en un lenguaje fácilmente accesible para todos. Al menos en este caso, el orden de los factores sí que altera el producto. La primera recomendación sería no empezar la casa por el tejado.
Yendo a los contenidos, habría que empezar, precisamente, por revisar las ideas socialdemócratas en relación con las virtudes del mercado. Lo que estamos viendo en los últimos meses muestra, más que demuestra, que quizá la socialdemocracia haya "arrojado al bebé junto con el agua de la bañera", por emplear la gráfica expresión inglesa, al haber renunciado a algunos de los postulados originales de su ideología, abrazando, conmás intensidad quizá de la debida, al mercado.
El abrazo al que me refiero tiene además fecha de inicio: noviembre de 1989, año en el que cae el Muro de Berlín. En ese momento deja de estar de moda que la socialdemocracia hable de intervención de los mercados. De golpe y porrazo, lo antiguo era ser intervencionista, lo moderno era el mercado. El mercado se convierte en una especie de mantra budista para la socialdemocracia, tan ocupada como estaba por evitar ser tachada de rancia y anticuada. Pero es probable que en ese proceso haya acabado siendo más papista que el propio papa. Afrontémoslo con valentía: en determinados ámbitos económicos (subrayo para que se me entienda bien: en determinados ámbitos económicos) no basta con regular y supervisar la acción de los agentes económicos. En algunos sectores, es la participación directa del Estado lo único que puede dar una mayor dosis de seguridad de que se atenderá al interés general. Cuando el Estado deja de ser protagonista directo de la actividad económica, y se convierte en un mero espectador, pierde información sobre lo que está ocurriendo en el mercado, así como capacidad de corrección de sus fallos. Es esa implicación en determinados ámbitos económicos lo que puede dar herramientas para equilibrar los problemas de asimetría de información y de capacidad de actuación, lo que puede en definitiva dar mayores garantías (nunca plena seguridad) de que las cosas se harán como deben hacerse.
El segundo reto es volver a situar el principio de igualdad en el mismo corazón de la socialdemocracia, en sus valores, y en su discurso político. Creo que la forma en la que a veces se ha resuelto la tensión existente entre igualdad y libertad no ha sido la más adecuada. El "soy socialista a fuer de liberal" de Indalecio Prieto parece haberse interpretado por algunos en el sentido de que el principio de igualdad funciona fundamentalmente como instrumento para alcanzar el verdadero fin de la socialdemocracia, que es conseguir mayores cotas de libertad. Sin embargo, la igualdad no puede ser siempre y únicamente una herramienta al servicio de otros valores superiores, y en particular de la libertad. Es en muchas ocasiones un fin en sí mismo, un digno objetivo a alcanzar per se y en nombre de la socialdemocracia. Lo es, también, en un sentido económico. Porque de igual manera que nos parece legítimo repartir por igual los costes de una crisis económica, nos debería parecer legítimo repartir de forma mucho más igualitaria sus beneficios, y para ello los ciudadanos tendrían que poder participar, en pie de igualdad, en la toma de decisiones económicas que pueden ser trascendentales para sus vidas.
El tercer eje sobre el que debería reflexionarse es cómo abordar el problema del pragmatismo. Estoy persuadido de que se presta un flaco servicio a la socialdemocracia cuando se dice aquello de "no soy un dogmático de mi ideología, soy un pragmático". Evidentemente, no hay que ser dogmático, pero tampoco avergonzarse de tener una determinada visión democrática del mundo. Y la socialdemocracia gana la batalla cuando es capaz de situarse en el plano de los valores. Esto, que parece un mero eslogan político, tiene su explicación. Como recuerda Barack Obama en La Audacia de la Esperanza, cuando nos volvemos pragmáticos dejamos de argumentar; cuando dejamos de argumentar, nos volvemos perezosos, y cuando nos volvemos perezosos, somos incapaces de ofrecer respuestas a los desafíos que vienen desde otros paradigmas valorativos o ideológicos. Lo hemos visto en la revisión de los consensos básicos a la que nos ha sometido la derecha neoconservadora en buena parte del mundo, por ejemplo en España y Estados Unidos. Como la socialdemocracia ha dejado de pensar, de argumentar y de elaborar a partir de sus propios valores, como se ha vuelto "pragmática", ha tenido dificultades para encontrar respuestas adecuadas a los desafíos de nuestro tiempo. Quizá haya llegado el momento de ponerse a ello.
(El País; el autor es catedrático de derecho administrativo de la Universidad Carlos III en Madrid)