Una vez que el ex presidente Alfredo Cristiani está siendo demandado en España por el asesinato de los padres jesuitas, la sociedad salvadoreña tiene que reaccionar: el gobierno, los partidos, las iglesias, los hombres y mujeres que junto con Alfredo Cristiani firmaron los acuerdos de paz; y quienes fuimos protagonistas del conflicto bélico que fue sellado con esta refundación del país y, aunque no les gusta reconocer a algunos, con la amnistía para ambos bandos.
Entiendo la necesidad de tener instancias internacionales que pueden generar justicia cuando las nacionales no lo hacen. Si mañana el gobierno venezolano (o el colombiano, o cualquier otro) comete terrorismo de Estado y al mismo tiempo tiene capacidad de impedir que la justicia nacional pueda enjuiciar a los culpables, se necesitan cortes internacionales o de otros países. La mera existencia de estas instancias tiene fuerza preventiva.
Entiendo el derecho y las motivaciones de los familiares del padre Martín Baró de buscar justicia para la muerte de su ser querido. Si no la encontraron en El Salador, lugar del crimen, tienen derecho de buscarla en su país.
Sin embargo, como ex-integrante de una de las fuerzas beligerantes que firmamos la paz, no puedo aceptar que el hombre a quien dimos la mano para sellar la paz, hoy (16 años después) sea puesto en el banquillo de acusado por su actuación en el conflicto. La acusación actual contra Alfredo Cristiani no es un ataque a un ex-adversario, es un ataque a la esencia de los acuerdos que hemos negociado. Por tanto, todos los que hemos construido la paz, nos toca defender a Alfredo Cristiani para proteger la paz. No es por simpatía. No es por considerarlo libre de culpa. Es por razón del Estado y de la paz.
Ignacio Ellacuría, uno de los padres jesuitas víctimas, fue asesinado porque aportó activamente a crear las condiciones para hacerla posible. Frente a la izquierda, Ellacuría argumentó contra la posición que consideraba que sería inmoral negociar con ‘los escuadroneros de ARENA’ y con ‘los genocidas del alto mando’. Y frente a la derecha --precisamente frente al presidente Cristiani-- Ellacuría argumentó contra la posición que consideraba inmoral negociar con los comandantes guerrilleros responsables de secuestros y asesinatos políticos.
El padre Ellacuría hablaba con Cristiani, argumentaba con Cristiani, precisamente porque había que hablar con el hombre que tenía poder sobre los escuadroneros y los generales. Y hablaba con Joaquín Villalobos y Schafick Handal, precisamente para que se sentaran con Cristiani a negociar, a buscar entendimientos, a construir salidas. Siempre he pensado que Ellacuría fue asesinado precisamente porque tenía éxito en esta labor. Fue asesinado para detener la negociación.
Es absurdo querer enjuiciar hoy, en el nombre de Ignacio Ellacuría, al hombre al que él convenció de la solución negociada. Sería absurdo que los protagonistas de estas negociaciones, los ex-dirigentes guerrilleros, dejaran pasar esto, o que incluso lo promovieran.
“Ahora está defendiendo hasta a los asesinos de los mártires jesuitas” - me van a decir los que no entienden nada de nuestra historia. Pero no se trata de defender a personas, sino al edificio que hemos construido negociando la paz, facilitando la amnistía, emprendiendo el camino de la reconciliación.
Varios tienen culpa que ahora, a 16 años, todavía andemos en esta discusión. Esta situación la hubieran podido evitar los dirigentes del Frente con una posición clara respecto a la amnistía.
La culpa la tienen también --sobre todo-- los presidentes areneros, empezando por el mismo Alfredo Cristiani, que no han tenido el valor, la humildad ni el carácter para reconocer los crímenes cometidos y pedir perdón en nombre del Estado. Al igual que los mil campesinos de El Mozote, los padres jesuitas han sido asesinados por el Estado, en nombre del Estado.
Tal vez todo esto todavía tiene reparo. No es tarde para que los signatarios de la paz de ambos bandos se pronuncien. No es tarde para que los dirigentes del Frente tomen una posición inequívoca asumiendo y defendiendo la amnistía que los ha favorecido igual que a los militares. Y no estoy hablando de la amnistía como cuerpo de ley, sino de la amnistía como un principio, como una manera de superación de conflicto.
No es tarde para reparar la falta de carácter que han mostrado los cuatro areneros que han llegado a la presidencia. Nada impide al hombre que quiere ser el quinto arenero presidente a mostrar su valentía y liderazgo diciendo: “Al ser investido presidente de la República, solicitaré a los hermanos jesuitas que me inviten a la UCA, al jardín de las rosas donde descansan los padres asesinados y sus dos colaboradoras, para pedir, como máximo representante del Estado salvadoreño, perdón por los crímenes cometidos en su nombre.”
Con un sólo gesto, se hizo posible el difícil proceso de reconciliación entre Alemania y Polonia: En 1970, el jefe del gobierno alemán Willy Brandt, visitando Varsovia y rompiendo el protocolo, se arrodilló frente al monumento en honor a los millones de polacos y judíos asesinados por los alemanes. La ultraderecha alemana lo acusó de traidor por este gesto, el resto de la sociedad alemana y el mundo lo admiraron por su valor. Este día en Varsovia, el político Brandt se hizo estadista, el padre de la reunificación de Europa.
No se trata de olvido. Pero tampoco de buscar penalización. Se trata de esclarecer, y se trata de perdonar. Para esto, primero los victimarios tienen que pedir perdón. Así como ningún presidente arenero ha pedido perdón por los crímenes cometidos por el Estado, tampoco Salvador Sánchez Cerén ha asumido públicamente la responsabilidad por las ejecuciones sumarias que su organización hizo en San Vicente. Si los máximos responsables de ambos bandos beligerantes pidieran perdón, nadie necesitaría ir a España a buscar justicia.