Aunque en la Red ya proliferaban las narraciones del  terremoto, y también vídeos falsos como el que las televisiones  recogieron de YouTube, el mundo no se hizo una idea precisa de la  catástrofe de Haití hasta que los enviados especiales pusieron allí sus  pies. Sólo entonces llegamos a tomarle la medida a la tragedia, a  aspirar el olor dulzón de la cadaverina, a sentir las manos de los niños  perdidos que se aferraban a las de los periodistas. Un sentimiento de  orgullo profesional recorrió las redacciones de medio mundo cuando los  "nuestros" llegaron a Haití y empezaron a cumplir con el oficio:  describir lo que hay, averiguar lo que pasa, palpar el sufrimiento,  remover conciencias y responsabilidades, desatar la ola solidaria. "Eh,  compañeros, mirad: no estamos acabados, todavía podemos hacer bien las  cosas", vino a ser ese mensaje. Orgullo, sí, porque el periodismo anda  con la moral alicaída. Muchos lectores, sobre todo jóvenes, no visitan  ya otro quiosco que el del gratis total de la Red y sin negocio no hay  independencia económica, ni informativa.
                 
El panorama internacional proyecta una sombra  inquietante: cierre de medios, reducciones de plantillas, migración de  anunciantes a la web, predicciones apocalípticas de que el periodismo  escrito tiene sus días contados. "Octubre de 2044", anoten esta fecha  porque, según las extrapolaciones del profesor de Periodismo Philip  Meyer, los periódicos norteamericanos perderán ese mes de ese año al  último de sus lectores. Y, sin embargo, el análisis de las noticias  difundidas por 53 canales de información de Baltimore ha mostrado que la  prensa generalista, sea en papel o en la web, produce el 48% de las  noticias de elaboración propia; los diarios especializados, el 13%; las  televisiones locales, el 28% y las radios, el 7%, frente al 4% de los  nuevos medios: diarios digitales, blogs, sitios web locales, Twitter...
De  acuerdo con este estudio del gabinete de ideas Pew Research Center, los  canales de Internet, imbatibles en dar primeros la noticia, se limitan,  por lo general, a reciclar las informaciones de los medios  convencionales, sin aportar mayor valor añadido. Sería una triste  paradoja que la noticia verificada y contextualizada resultara  engullida, precisamente, por la avalancha planetaria actual de fuentes  emisoras y multiplicadoras de datos y opiniones. ¿Qué noticias  (noticias, no comunicaciones de parte, exudaciones del marketing,  doctrinas o prédicas) se difundirán en Internet cuando se hayan  extinguido estos "dinosaurios"? La eliminación de la prensa escrita,  ¿acarreará la desaparición del periodismo y de los periodistas, al  menos, como se les ha conocido hasta ahora?
Sobre el papel, el  nacimiento de Internet: libre, gratuito, simultáneo, horizontal,  ilimitado, sólo podía ser motivo de satisfacción: ha llegado el cambio  de paradigma, un nuevo vínculo entre prensa y ciudadanía que permite  airear todas las voces, difundir las verdades que los medios callan por  las presiones del poder. Se acaba, por fin, el oligopolio informativo  que la élite profesional ha venido ejerciendo sobre un público  mayoritariamente pasivo. Queda inaugurada la "democracia comunicativa".
A  la espera de los ajustes económicos, jurídicos, técnicos y  periodísticos, el riesgo, hoy por hoy, consiste en arrojar el agua sucia  de la bañera con el niño dentro. ¿Es ésta la incertidumbre propia de  las situaciones en las que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no  acaba de nacer o, simplemente, la angustia de la adaptación forzosa que  ya conoció el periodismo escrito con el surgimiento de la radio y la  televisión?
Además del anonimato, algo debe tener Internet para  que, en estos albores, atraiga a tanto navegante en la intolerancia que  ve en la charla en comandita, no un espacio para debatir y rebatir, sino  un terreno de batalla. ¿Por qué pululan ahí gentes inclinadas a  denigrar y despellejar, mentes perezosas que no leen lo que descalifican  y sueltan lo primero que se les pasa por la cabeza? No son sólo los trolls,  internautas especialistas en provocar y crispar, quienes asaltan los  foros y arrasan el diálogo racional mesurado. Son, sobre todo,  internautas que encuentran sentido a arruinar el crédito y la reputación  ajenos, mientras pontifican sobre lo divino y lo humano.
En su  librito Internet, el éxtasis inquietante, Alain Finkielkraut ha  escrito que los ciudadanos del ciberespacio celebran como victoria de la  igualdad la licuefacción del autor reconocido. El filósofo francés cree  que el ejercicio irresponsable de ese "derecho a ser autor" que asiste a  todo internauta y la posibilidad que da el medio de actuar sin  compromiso, conduce a un modelo de "libertad fatal". La escritora Rosa  Pereda ha recordado que el escándalo, la burla, el insulto y la  murmuración denigratoria son las formas más eficaces de control social.  Su impresión es que en la Red se reproduce el tono de la discusión  tabernaria. Con la diferencia de que ahora estamos ante una taberna  global permanente donde todo lo que se dice se queda.
Según la  Asociación de Internautas, al 70% de los españoles que navegan por la  Red le cuesta distinguir los bulos de las noticias fiables. Aunque la  tesis que niega fundamento a la profesión de periodista está en el  ambiente -"¿Por qué no puedo yo entrevistar a Zapatero?", reclamaba el  ponente de un debate universitario-, los internautas piensan que las  versiones online de la prensa convencional son, pese a todo, las  fuentes más fiables.
Y es que el periodismo se consagró,  precisamente, como filtro efectivo contra el bulo. Se equivocan quienes  creen que el periodismo en la Red puede prescindir de la formación, el  código deontológico, el estatuto de redacción, la ética o la vergüenza  torera. "Ja, como si los periodistas respetaran sus códigos", dirán  quienes predican el fin del periodismo. Pese a todo, puede que los  cínicos periodistas retratados con maestría en Primera plana, de  B. Wilder, resulten unos tipos entrañables comparados con lo que  prolifera por ahí. Mejor estar entre las tres pes (putas,  policías, periodistas) que ponerse en manos de grupos sin escrúpulos o  de aficionados temerarios atacados por la soberbia.
Quienes creen  que pueden suplantar sin problema al periodista podrían hacer el  ejercicio simple de elaborar una noticia en el tiempo en que lo hacen  los profesionales, para comprender que captar lo significativo, ordenar  con criterio los datos, contextualizarlos y redactarlos de forma  comprensible y atrayente es una tarea que requiere el saber del oficio.  ¿No hemos visto a escritores consagrados naufragar en el género del  reportaje y a intelectuales perderse en entrevistas-río sin principio ni  fin? Con sus miserias y el pesado lastre de sus otras tres pes  domésticas -paro, precariedad y presiones-, el periodismo, donde el  éxito es siempre efímero y la reputación profesional discurre al borde  del precipicio, cumple una función imprescindible.
Pese a la  calidad indudable de algunos espacios y al mérito personal de quienes  los animan, nuestro universo digital está muy coloreado por plataformas  sectarias, "confidenciales" donde chirría la regla de la verificación,  fabuladores informativos que todos los días rearman la teoría de la  conspiración del 11-M, tertulias de boca caliente en disputa por ver  quién la dice más gorda. Pero la Red no inventó la mentira. La rentable  escuela de la invectiva nacional ya funcionaba antes entre nosotros,  como funcionaban los carroñeros que hacen espectáculo de lo más sagrado.
Según  eso, el problema no estaría entre el nuevo y viejo periodismo, sino  entre el bueno y el malo, en la urgencia de restablecer la relación  perdida con el público.
"Mientras muchos de nuestros competidores  se retiran, nosotros seguimos invirtiendo en más y mejor periodismo,  conscientes de que ésa es la fuerza de nuestra marca. Creemos en un  periodismo de verificación y valoramos más la precisión que la velocidad  o la sensación. Contra lo que pasa en muchas redacciones, alzadas en  guerra contra los que dirigen el negocio, en mi periódico nos hemos  apañado para sostener un sentimiento de unión objetiva", ha explicado  Bill Keller, editor de The New York Times. Él está convencido de  que sobrevivirán, "algunos de los mejores periódicos" porque piensa que  la sociedad demanda un periodismo serio. "Pese a nuestras desgracias,  creo con todo mi corazón que los periódicos, ya lleguen a la puerta de  casa, a su portátil, a su iPhone o a un chip implantado en su corteza  cerebral, estarán con nosotros durante tiempo", ha dicho.
Así que,  asfixiados y desconcertados, pero no acabados, todavía. Se busca  información rigurosa y honesta de lo que pasa en la calle; o sea: la  receta clásica del periodismo.
(El País/Madrid)