sábado, 20 de febrero de 2010

Carta a un chero-amigo-compañero de miles de batallas

Querido amigo:

Recibí tu carta: “No he llegado últimamente a verte, porque no he querido ser hipócrita con vos y no contarte los detalles de lo que ando haciendo y lo que estamos proyectando hacer en El Salvador. Me preocupa como usas la información que los amigos comparten con vos en tus criticas políticas públicas y tus famosas cartas. Tenés que tener mucho cuidado en esto, ya que podes arruinar amistades de muchos años...”

Brother, te puedo asegurar que jamás uso en mis cartas o columnas detalles que amigos me cuentan en confianza. Lo que sí hago (y seguiré haciendo) es criticar a quién pienso que hay que criticar, no importa si es amigo o amigo de un amigo.

He perdido amigos queridos que no aguantan que yo estoy criticando a sus amigos, correligionarios o socios. No me puedo imaginar que esto me puede pasar con vos. Porque yo sí me he enfrentado a amigos muy cercanos para defenderte a vos. Si alguien de tus amigos se siente agravado por algo que yo escribo, no tenés porque defenderme. Sólo espero que defiendes mi derecho de criticarlo aunque sea tu mejor amigo, tu compadre o tu socio.

Así que no te hagás responsable de las babosadas que yo escribo – yo tampoco te voy a hacer responsable de las cagadas de tus amigos.

No olvidés, brother, que nuestra gran amistad nació cuando juntos nos rebelamos contra la intolerancia de nuestros amigos y compañeros y mandamos al carajo a todos que no querían que nosotros trabajemos juntos.

Así que no hay pedo. Puedes dejarte ver conmigo en público. Nadie va a pensar que vos estás detrás de mis posiciones políticas. Todo el mundo sabe que yo soy un francotirador que opera sólo, sin cómplices.

Nos tomamos el próximo trago,

tu amigo Paolo

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jueves, 18 de febrero de 2010

¿Tregua con las pandillas?

La idea de negociar una tregua y posterior Acuerdo de Paz con las pandillas MS y 18 no ha muerto.

La sigue promoviendo Dagoberto Gutiérrez, el gurú de los grupos antisistema dentro y fuera del FMLN.

Uno podría decir: Bueno, es un teórico un poco excéntrico y bien al margen de la sociedad, ¿qué daño puede hacer? Lastimosamente, aunque así los conductores de debates televisivos les encanta presentarlo, no es así. El liderazgo de Dagoberto Gutiérrez va mucho más allá de la ‘Tendencia Revolucionaria’ y de grupos de choque como la BRES. Una buena parte del partido en el gobierno y la mayor parte del llamado ‘Movimiento Social’ responden al lineamiento político de este ideólogo de una revolución que se propone destruir y sustituir la democracia ‘burguesa’ y la economía del mercado.

Y también parte del gobierno del presidente Funes responde a Dagoberto Gutiérrez y su teoría de que la violencia de los pandilleros es un fenómeno de ‘guerra social’ y sólo se puede resolver negociando con ellos, así como se hizo con la guerrilla. Como el director general de Centros Penales o el director de la Academia Nacional de Seguridad Pública, institución encargada de la formación de nuestros agentes y jefes policiales. O sea, piezas claves del aparato de Seguridad Pública, están comprometidos con la idea errónea que el gobierno debería negociar una tregua con los pandilleros.

Cualquier plan de seguridad del presidente, para que tenga viabilidad, tiene que partir de la sustitución de los funcionarios que comparten el concepto de buscar una tregua con los pandilleros, negociando con ellos las condiciones y los reglamentos adentro de las cárceles.

Lo que esta concepción enquistada en el gabinete de Seguridad del gobierno Funes ha provocado es que el Estado no sólo ha perdido el control de las cárceles, sino algo mucho más grave: el Estado ahora es sujeto de chantaje de las pandillas.

Una vez que las autoridades gubernamentales cometen el error de ofrecerles a los pandilleros la idea de una tregua (o sea, de dejar de aplicarles la ley), les entregan la palanca ideal para chantajear a toda la sociedad.

Es ingenuo pensar que es casualidad el crecimiento sistemático de la taza de homicidios que ha sufrido el país luego de la toma de poder del nuevo gobierno y nuevamente a principios de este año, cuando el presidente anuncia un plan de combate a la delincuencia de las pandillas. La más lógica explicación del sistemático crecimiento de la taza de homicidios es esta: Los jefes pandilleros, desde su retaguardia segura en las cárceles, están cocinándonos a fuego lento. El mensaje es claro: “¿Hasta dónde va a aguantar la ciudadanía? ¿15 asesinatos diarios, 16, 17, 18, 20...? Más vale al gobierno negociar con nosotros. Mejor pactemos una tregua: Nosotros controlamos las cárceles y las comunidades bajo nuestra influencia, y ustedes pueden anunciar una reducción en la tasa de homicidios...”

Dentro del gabinete de seguridad hay quienes promueven y facilitan esta negociación. Más bien, este chantaje. Su presencia en el gobierno es obstáculo para cualquier plan de combate a la delincuencia. Porque en el fondo no quieren combatir a las pandillas, sino pactar con ellos. Algunos, porque existen vasos comunicantes entre los pandilleros y las bases locales del ‘Movimiento Social’. Otros, porque simplemente están convencidos de los argumentos de Dagoberto Gutiérrez que la violencia es expresión de una rebelión juvenil contra un sistema que oprime y margina a amplios sectores de la sociedad. Una rebelión juvenil comparable a los movimientos insurgentes de los años 70 y 80.

Dagoberto Gutiérrez lo volvió a decir el miércoles en la mañana en una entrevista televisiva: La violencia de las pandillas es una forma de guerra social que no se resuelve con represión, sino con negociación. Claro, si estoy convencido que las pandillas son expresión de una rebelión social que yo comparto, no las quiero eliminar sino preservar su potencial para las luchas populares....

Lastimosamente, este predicador tiene mucha influencia en el gabinete de seguridad.
Toda la discusión ahora promovida por el presidente Funes sobre la combinación de prevención y represión y todos los planes de combate a la delincuencia caerán en saco roto, mientras dentro del gabinete de Seguridad se mantienen funcionarios que siguen obstruyendo este combate porque ven a los pandilleros como víctimas de un sistema injusto y por tanto como posibles aliados para transformarlo.

(El Diario de Hoy)

Carta al director de Centros Penales

Estimado licenciado Moreno:

La única manera que el plan de seguridad del presidente tenga la posibilidad de funcionar, es que usted ponga su renuncia. Usted y todos los funcionarios que comparten la política suya de buscar llegar a una tregua con los pandilleros, negociando con ellos las condiciones y los reglamentos adentro de las cárceles.

Lo único que ustedes han provocado es que el Estado no sólo ha perdido el control de las cárceles, sino algo mucho más grave: el Estado ahora es sujeto de chantaje de las pandillas.

Una vez que el gobierno comete el error de ofrecerles la idea de una tregua (o sea, de dejar de aplicarles la ley), los pandilleros tienen la palanca para chantajear a toda la sociedad.

En este sentido, la más lógica explicación del sistemático crecimiento de la tasa de homicidios es esta: Los jefes pandilleros, desde su retaguardia segura en las cárceles que usted está administrado, están cocinándonos a fuego lento. El mensaje es claro: “¿Hasta dónde van a aguantar? ¿15 asesinatos diarios, 16, 17, 18...? Más vale al gobierno negociar con nosotros. Mejor pactemos una tregua: Nosotros controlamos las cárceles y las comunidades bajo nuestra influencia, y usted puede decir que logró bajar la taza de homicidios...”

Usted y otros en el gabinete de seguridad son los facilitadores de esta negociación. Más bien de este chantaje. La presencia suya en el gobierno es obstáculo para cualquier plan de combate a la delincuencia. Porque en el fondo no quieren combatir a las pandillas, sino negociar con ellos.

Su máximo gurú Dagoberto Gutiérrez (líder de la tendencia antisistema dentro y fuera del FMLN y del gobierno) lo volvió a decir hoy en la mañana en televisión: La violencia de las pandillas es una forma de guerra social que no se resuelve con represión, sino con negociación...

Lastimosamente, este predicador tiene mucha influencia en el gabinete de seguridad...

Adiós, Paolo Lüers

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miércoles, 17 de febrero de 2010

Onofre

Discurso de Sergio Ramírez en la presentación del libro "Volver con el Frente Marchito" de Onofre Guevara

De entre mis recuerdos de infancia en Masatepe no se aparta nunca el taller de zapatería de los hermanos Sosa en la calle que llevaba al cementerio, donde las conversaciones entre bromas no cesaban nunca, y había allí encendidas discusiones teóricas, libros descuadernados que pasaban de mano en mano, unos pecaminosos, otros sediciosos, blasfemias pronunciadas alegremente, reservas severas acerca de la veracidad de los hechos narrados por el Antiguo Testamento, propuestas de ateísmo y cuando menos, profesiones de fe en el escepticismo, lo que se llamaba ser un libre pensador, calidad peligrosa que lindaba en la subversión de valores; alguien que lezna en mano explicaba los misterios del rito de la masonería, otro que lanzaba denuestos contra el falso celibato de los curas, y la palabra socialismo que saltaba de uno a otro banco como una piedra encendida.

Los hermanos Sosa trabajaban como dos zapateros más entre todos los operarios, y al final de la tarde, ya terminada la faena, se vestían de blanco con toda elegancia, los zapatos combinados en blanco y café, y se sentaban en los muros del parque central, después de desplegar el pañuelo perfumado, para continuar la tertulia sin abandonar los temas rebeldes que les habían ocupado todo el día, agudos en sus argumentos y locuaces en su iconoclastia.

¿Por qué, entre los artesanos de Nicaragua, los zapateros eran los intelectuales? Lo mismo decía de los talleres de zapatería de Estelí el comandante Francisco Rivera, el inolvidable Zorro de las insurrecciones legendarias, verdaderas forjas de autodidactas que aprendían de la lectura de los libros que caían en sus manos, de Víctor Hugo a Carlos Marx, y aprendían de la realidad, escuelas de dirigentes obreros, de líderes sindicales y de militantes revolucionarios.

Pero este es un asunto que los zapateros nicaragüenses llevaron más allá de las fronteras. En los años treinta del siglo pasado vivía en Costa Rica un zapatero de manos prodigiosas, originario de Chichigalpa, al que llamaban Caballón, alistador en la zapatería Record de la Avenida Central de San José. Mientras trabajaba en su banco del taller, al son del martillo cantaba un solo del coro de los gitanos de El Trovador con voz tan de trueno que hacía estremecer las vitrinas donde se exhibían los zapatos y detenía a las gentes en la acera; y con la misma voz urdía historias asombrosas, o las repetía al dedillo de cosecha ajena, escogidas de las novelas de Alejandro Dumas o Javier de Montepin, manteniendo en embeleso a los obreros. Era un gigante en estatura física y moral, y solía decir discursos completos mientras dormía, tan obsesionado se hallaba con la defensa de los derechos de los trabajadores. Organizó los sindicatos de zapateros en San José, y luego el partido Vanguardia Popular lo envió a Golfito para iguales tareas proselitistas, y allí falleció de una mordedura de serpiente terciopelo; pero como era tan gigante, el veneno tardó tres días en llevarlo a la muerte.

Es algo que pienso preguntarle a Onofre Guevara cuando tengamos una de esas tantas conversaciones que nos debemos. Por qué los zapateros, y no los albañiles, los carpinteros o los hojalateros, o por qué también los tipógrafos de antaño de los que conocí en la Imprenta La Antorcha de León, cuando imprimíamos allí la revista Ventana, y se llamaban entre ellos camaradas, no sé si por militantes comunistas o por costumbre bromista, porque todos eran bromistas de marca mayor, y discutían desnudos de la cintura para abajo en aquel calor de fragua mientras, de pie, sacaban los tipos de plomo de los chibaletes con velocidad de rayo para ir formando las galeradas, y dividían su mente entre el original colocado a su lado y los temas de la incesante conversación en la que Fernando Gordillo y yo entrábamos, tratados con el respetuoso título de bachiller.

Onofre, que conoció esos talleres de zapatería por oficio, sabe que fue en sus bancos y no en las fábricas, que no existían, donde se empezaron a formar los movimientos sindicales y los partidos de los trabajadores, quizás porque las zapaterías estaban conformadas como verdaderas aulas fraternales, con estrecha vecindad entre los zapateros, y no había ningún fragor de máquinas que se impusiera a la palabra, con lo que recuerdo las fábricas de puros habanos de Cuba donde el silencio era tan conventual que dio paso a la costumbre de un lector que se instalaba en un atril a leer en voz alta novelas que se sucedían por capítulos, dejando el suspenso para el día siguiente.

Tipógrafo fue Pancho Bravo, personaje legendario en las luchas sociales de Nicaragua, y zapatero fue Emilio Quintana, autor de la novela Bananos, porque también fue trabajador de las plantaciones bananeras en Costa Rica junto con Manolo Cuadra, y zapatero Onofre Guevara, que se forjó como intelectual en las lides obreras, y pronto pasó al periodismo combatiente, que es otro de los caminos misteriosos acerca de los que me gustaría averiguar. De los tallares de tipografía a las mesas de redacción, pase, porque eran a veces lugares vecinos, y oficios de manipular letras ambos. ¿Pero de los talleres de zapatería a los periódicos? ¡Qué mejor contradicción al viejo adagio conservador de “zapatero a tu zapato”, que recuerda la inamovilidad en la corporación de oficios de la edad media!

No hay que olvidar que estamos de cara al intelectual que ha entrado al mundo de las letras por una puerta poco acostumbrada, que no es la de la academia, o la de la universidad, sino la del taller donde todos aprenden y enseñan, el ágora que huele a cuero y a pegamentos; de cara al autodidacta que aprende a formarse solo, dueño de su propio programa de lecturas porque leer es la única manera de aprender a escribir, eso ya se sabe, y sin aprender a escribir bien, nadie puede hacerse nunca periodista verdadero, así se venga de las aulas.

Del banco de zapatería a la mesa de redacción, y al mismo tiempo a la militancia, un camino arduo que se abre en la vida de Onofre a través del compromiso, de las convicciones, de los principios, de esas escogencias que se hacen en la juventud y ya nunca cambian, y cuando cambian, convierten la existencia en un verdadero descalabro moral. De eso tenemos, por desgracia, numerosas pruebas en la Nicaragua contemporánea asechada por los demonios de la dualidad y del engaño.

A Onofre la revolución lo halló en plena madurez, y la entendió como un fenómeno que habría de cambiar para siempre su vida, como habría de cambiar la vida de muchos otros. No era una circunstancia política más en la historia de Nicaragua, sino la oportunidad de que el país cambiara desde sus raíces en base a una propuesta que era antes de nada ética, y quiero subrayar desde ahora esta palabra clave. Él la entendió como lo que era, una oportunidad de lograr que la historia dejara atrás su fatídico comportamiento regresivo y repetitivo, lleno de constantes falacias y mentiras. Una historia que hasta entonces no era ética, y por eso se hallaba preñada de falsedades, de histrionismos de la peor calaña, de corrupción y de veleidades.

Una de las maneras de pensar la historia con esperanza en tiempos de conmociones, como ocurre en una revolución, es que todo cambie de manera que la historia nunca vuelva a repetirse como antes, y que los viejos presupuestos sean sustituidos para siempre por otros nuevos hasta que, y ésta es la desgracia, esos viejos presupuestos de conducta que se han quedado agazapados vuelven a surgir con vigores renovados para terminar imponiéndose otra vez. Un cambio de actores, nada más, que vuelven a vestir los mismos disfraces. Y, Onofre lo sabe, es algo que nos ha ocurrido en el curso de nuestras propias vidas, para nuestro propio asombro, de modo que hemos sido testigos, al mismo tiempo, del amanecer y del ocaso, sin que la historia haya aguardado a poner distancia entre la esperanza y la decepción. Esto es lo que debemos llamar la catástrofe ética.

La ética, que a muchos ha llegado a parecer pasado de moda, sigue siendo un concepto vital para entender los fundamentos de la revolución, y, obviamente, los fundamentos de nuestras propias vidas. Una revolución no es sino vidas en movimiento. Una revolución que en su momento representó una verdadera epifanía, un encuentro con el milagro, que recogió en su fundamento moral una corta pero intensa tradición formada en los cuarteles guerrilleros clandestinos donde la guía de conducta era el desapego a cualquier otro interés que no fuera la revolución misma, con toda su cauda seductora de futuro ante el que había que sacrificar el pasado oneroso que los jóvenes habían recibido en herencia.

Fue el tiempo cuando los jóvenes tenían mucho que enseñar a sus mayores, y lo hacían procurando, como el más intransigente de sus empeños, que la prédica calzara con los actos, lo primero de todo la renuncia a los bienes materiales, lo que quería decir, a la vez, la renuncia a la riqueza injusta, a la acumulación de poder económico, a la cultura del dinero fácil, de los negocios amañados, de las coimas, del provecho de los negocios con el estado. Vivir como los santos, según el santo decir de Leonel Rugama, era la única manera de hacer posible la revolución. Cuando el espejo nos devuelve la imagen contraria, y todo se vuelve rapiña, ventaja, arribismo, ambición de acumular cada vez más, la idea ética de la revolución viene a resultar ultrajada y humillada, y se vuelve fácilmente una caricatura. A alguien he escuchado decir por allí que en esta etapa del regreso al poder del Frente Sandinista, toca crear una burguesía verdadera para que la historia pueda seguir su curso, de modo que las nuevas fortunas que vemos crecer como los hongos después de la lluvia, tienen una justificación dialéctica.

Onofre ya traía consigo esa sustancia ética en sus huesos cuando entró en la revolución, se reconoció en ella, y lo que era la propuesta de su vida, la aceptó como la propuesta de la sociedad, que debía de cambiar de manera radical, un verdadero cambio moral. Y defendió y promovió el nuevo orden de cosas desde su trinchera de parlamentario, y desde su trinchera de periodista, y, claro está, desde su conciencia de clase afirmada en la brega de las luchas obreras, que era parte de todo su presupuesto ético personal.

A lo largo de los años de la revolución, inmerso en todos sus desafíos, Onofre no fue un testigo simplemente, sino un actor. Y desde el fin de los años de la revolución, cuando han pasado ya veinte años, también ha seguido siendo un actor. Un terco actor que regresa siempre a un escenario ya en ruinas y no cambia el sentido de su pensamiento, ni de las palabras que responden de manera estricta a ese pensamiento. Y cuando lo oímos hablar, y leemos lo que dice, podemos identificar una preocupación central y muy profunda que tiene que ver con la ética del poder.

Hay quienes ven el asunto de la ética como algo pasado de moda, y otros como algo que corresponde a los valores tradicionales, valores burgueses, se dice, que no son compatibles con los valores revolucionarios. A alguien he oído decir también que los revolucionarios no tienen por qué caer en el juego de sus enemigos que rechazan la corrupción, porque eso de la ética pertenece a los valores burgueses, y no se puede caer en ese juego. Lo importante es la acumulación de poder, y no hay poder verdadero sin el sustento del poder económico.

Estos no son más que adornos de la máscara de plomo que asfixia a Nicaragua en estos días. Si la revolución se perdió como proyecto de redención, fue precisamente porque su sustento ético resultó carcomido y ahora lo que se representa en el escenario donde se libró una vez la gesta más trascendental de la historia de Nicaragua, es una parodia. La palabra revolución, despojada de toda su sustancia, suena con ecos de falsedad, de engaño, a veces de burla. Es como un gran hueco por el cual se cuelan los pactos políticos obscenos, la repartición de cargos públicos y de granjerías, el atropello a las instituciones del estado, la concentración ilegal de poder personal, la corrupción en todo su abanico de manifestaciones degradantes.

Y de todas las preguntas que la pregunta fundamental de Onofre abre, acerca de la ética del poder, hay una que siempre me inquieta, desde una perspectiva ideológica, siguiendo el hilo de sus propias reflexiones: ¿se puede dejar de un lado la ética y seguir siendo de izquierda? ¿Es la izquierda compatible con el enriquecimiento ilícito, los fraudes electorales, los abusos de poder, la burla al sistema democrático, las ambiciones del poder para siempre a través de sucesivas reelecciones, el caudillismo de aura populista? No se puede. La única izquierda real posible es la que se asienta en un cúmulo de principios de sustancia ética entre los cuales se haya, de manera infaltable, el respeto a la voluntad popular libremente expresada. Esa voluntad de los ciudadanos no puede ser sustituida ni malversada.

Lo contrario es despojar a la izquierda de su sentido de lucha por un mundo distinto más justo y más solidario. ¿Cómo se puede aspirar a construir un mundo justo y solidario en el frágil terreno sembrado de los vicios del pasado, de los vicios de siempre? La izquierda no tiene que ver tampoco nada con la mentira. Y la peor de las mentiras es tratar de ofrecer un mundo falso envuelto en la vieja retórica revolucionaria.

La tiranía, cualquier clase de tiranía, o de intento de tiranía, no tiene nada que ver con la izquierda. Ni la corrupción. Ni las fortunas nacidas de la noche a la mañana. Ni el afán de silenciar a quienes critican los actos de poder y critican a los poderosos a través de los medios de comunicación. Ni el vasallaje. Ni el culto a la personalidad. Ni la megalomanía. Ni el servilismo cortesano.

Es el sustento moral en la política el único que puede crear verdaderos estadistas, capaces de transformar la realidad, y transformar sus valores. Es la ética la única capaz de ofrecer una visión de nación, una visión de largo plazo.

A diferencia de la justicia, a la que se representa con los ojos vendados, la historia mantiene siempre los ojos bien abiertos y no se equivoca en sus juicios a la hora de escoger a quienes de verdad la hacen cambiar de curso. Y quiero poner un ejemplo con el que sin duda Onofre estará de acuerdo. El de Nelson Mandela, versus el de Robert Mugabe.

Mugabe, preso por diez años en las cárceles de la antigua Rodesia, fue aclamado como un héroe nacional durante la lucha armada en contra del régimen racista, al que terminó derrotando en 1980 para crear la república de Zimbawe y convertirse en el líder del país, primero como primer ministro y luego como presidente por los últimos treinta años tras sucesivas elecciones en las que no han faltado los fraudes electorales. A los 86 años de edad sigue sin querer apartarse del poder, y lejos ya de las hazañas de la lucha de liberación nacional, se sostiene gracias a la represión brutal y a la lealtad de un partido corrupto, y en su haber se haya la destrucción de la economía, y el empobrecimiento cada vez mayor de la población.

Mandela pasó en la cárcel 27 años de su vida en castigo por su lucha en contra del régimen racista de Sudáfrica, vecina a Zimbawe, hasta que fue electo el primer presidente negro de su país tras una de las luchas populares más heroicas y trascendentes de que el siglo veinte tuvo memoria. Mandela se encarnó en la conciencia de su pueblo oprimido como un líder natural, más allá de los votos, y pudo hacerse quedado en la presidencia todo el tiempo que hubiera querido, hasta hoy mismo, cuando ha llegado a los 92 años de edad, y como líder indiscutido del Congreso Nacional Africano, su partido.

Sin embargo, al término de su período presidencial de cinco años, Mandela dio paso a la escogencia de su sucesor, renunciando a la reelección, y dejó el poder en la plenitud de su prestigio mundial. Se apartó con humildad, y en su cuenta no hay abusos de poder, ni actos de corrupción, sino la visión de un hombre que quiso construir un país democrático y unido, más allá de las fronteras raciales. Un estadista verdadero, que basó su sentido del poder en la ética, y en la lealtad a sus principios, el mismo cuando estaba en la cárcel que cuando estaba en el palacio presidencial.

La historia no recordará a Mugabe sino como un tirano corrupto, de los que hay muchos, que frustró un proyecto de nación y falseó la palabra liberación y la palabra revolución en el más abyecto de los sentidos. Mientras tanto Mandela es un símbolo. La más valiosa de los figuras mundiales del siglo veinte, una figura ética por sobre todas las cosas.

¿Cómo puede hacerse una revolución sin un Mandela a la cabeza? Y peor que eso, ¿cómo puede pretender repetirse una revolución, lejos de lo que Mandela encarna?

Esa es la lección que estamos oyendo constantemente de los labios de Onofre Guevara cuando insiste en ligar la ética a los actos de poder. Sin la ética, todo se viene abajo.

Vale la pena haber vivido ochenta años en la forma en que Onofre Guevara lo ha hecho. Por la fidelidad de su conducta personal con sus ideas. Por la fidelidad de sus ideas con sus palabras. Por la ética de su vida, en armonía con su propuesta ética para la vida política.

Una vida que produce gozo al contemplarla, unas ideas que producen esperanza al leerlas en sus escritos. Cuando este país encuentra un día los cauces de la justicia, de la equidad y de la democracia, cuando el poder sea un instrumento que sirva para dar un sentido moral a la nación, habrá que recordar cuánto le debe Nicaragua a la lucidez de Onofre, a su visión de país democrático, a su terquedad de espíritu, a su dedo señalando el vicio público y reclamando las virtudes.

Un ciudadano fuera de época y fuera de serie que nos recuerda que si el poder se ha corrompido, y ha corrompido a sus protagonistas, abajo yace una nación a la que él representa con su pensamiento, que nunca ha perdido la guía de sus valores fundamentales, y que volverá por ellos, reclamándolos, a la hora llegada.

Sé que todo esto es demasiado para la modestia de Onofre, pero también sé que es poco para la justicia que debemos a los actos de su vida.

Escuchemos entonces a este hombre que no clamará en el desierto mientras nosotros no aceptemos ser el desierto.


martes, 16 de febrero de 2010

Carta a Robbie Salomón, director de teatro

Estimado Robbie:

Todo sabe que vos tendrás que ser el ministro de Cultura, si realmente queremos apostar a la cultura como motor de nuestro desarrollo.

Aparte de que vos no querés dejar lo que estás haciendo exitosamente como director de teatro en Europa y dirigiendo el Teatro Luis Poma, el problema es que han reducido Concultura en una dependencia de la Presidencia, en vez de darle mas autonomía y más peso. Con las consecuencias fatales que hemos visto con el despido de Breni Cuenca, quien se negó a permitir que el presidente y su esposa intervinieron en su trabajo.

Claro que vos no puedes repetir el mismo error de Breni Cuenca y aceptar convertirte en el secretario de Cultura de la Presidencia. Como dijo Breni luego de su sustitución por el presidente: “La cultura no debe estar tan cerca del poder...”

Pero vos, Robbie, tenés la solvencia de exigir que se crea un Ministerio de Cultura, con peso, con autoridad y con autonomía suficientes para desarrollar una política de cultura del Estado, del país - no del gobierno o del presidente de turno.

La alternativa es: O tendremos un secretario de Cultura dispuesto a dejarse mangonear por las ambiciones personales y políticas de la pareja presidencial. Por que el que ahora acepte este cargo sabe que este es el papelón que le espera. O presionemos todos al gobierno que separe Cultura del juego del poder y cree un Ministerio de Cultura como el país merece. Y que le encarguen su construcción a alguien con tu prestigio e independencia.

Saludos, Paolo Lüers

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lunes, 15 de febrero de 2010

Para epidemias especiales, remedios especiales

Nuestro país atraviesa un nivel desbordado de actividad criminal, que abruma la capacidad del estado y de la sociedad para poder enfrentar el problema, y por tanto, este ha adquirido características especiales, es imperativo que se ejecuten consecuentemente medidas especiales. Está absolutamente comprobado que las pandillas se constituyen como el principal problema para la seguridad pública en nuestro país. La violencia, muertes y zozobra que causa el accionar de las pandillas han llegado a niveles intolerables que no tienen precedentes. Criminólogos de renombre internacional como Peter Lupsha han planteado que el crimen organizado impacta en las sociedades y se desarrolla en fases que denotan su nivel de organización y afectación pública, siendo estas fases La Depredadora, La Parasítica y La Simbiótica. En nuestro país es alarmante ver como las pandillas están alcanzando un nivel de desarrollo y complejidad tal que ya casi alcanzan la fase simbiótica. Lo cual definitivamente podría contribuir a que El Salvador se convierta en un estado fallido donde el estado de derecho, la democracia, el desarrollo y la paz se verían dramática y catastróficamente golpeados. El criminólogo nacional, Carlos Ponce advirtió hace algún tiempo, el proceso evolutivo de las pandillas en nuestro país.

En la fase Depredadora los pandilleros se organizan, cometen delitos y actos de violencia, primordialmente como una forma de identidad o expresión grupal. En la fase Parasítica se prioriza la el delito lucrativo, los pandilleros y sus familiares dependen económicamente del producto de sus actividades criminales, ejercen dominio territorial y presión social. En esta fase el sentimiento de indefensión e impotencia de la población crece, la credibilidad y confianza en las instituciones disminuye, y el sentimiento de impunidad de las pandillas aumenta. En nuestro país la forma de extorsión mal llamada “Renta” se ha generalizado exorbitantemente, de tal modo que en la mayoría de zonas del país ha sobrepasado al robo común, convirtiéndose en el delito de mayor impacto actualmente. Las pandillas operan de manera abierta y comienzan a ser vistos como algo, aunque nefasto, cotidiano. En barrios, colonias, caseríos y mercados se conoce sobre las atrocidades de los pandilleros, es secreto a voces cómo, dónde, cuándo y quién comete los crímenes. En esta fase ya están las pandillas salvadoreñas, se han convertido en verdaderos parásitos de la sociedad que han alcanzado jerarquías supraterritoriales.

Uno de los aspectos más relevantes de la fase Parasítica es la manipulación que ejerce el crimen organizado sobre representantes comunitarios o funcionarios públicos, a través del soborno, el chantaje y la intimidación. Así mismo comienzan a utilizar sus fachadas de empresa y de organizaciones sociales, para buscar representación e influencia política. Aquí hemos ya visto conferencias de prensa y marchas de protesta organizadas por pandilleros, planificación de desordenes y fugas simultáneas en los centros penitenciarios, empresas de transporte que fueron arrebatadas a sus antiguos dueños y que ahora son operadas por clicas, pandilleros negociando participación en consejos municipales y ONGs claramente vinculadas - sino operadas- por pandilleros activos.

En la Fase Simbiótica, que es la más compleja, la interrelación alcanzada por el crimen organizado con los sectores político y económico es interdependiente. El ejemplo más visible de esto fue lo que sucedió en la ex Unión Soviética después de la Perestroika, donde las mafias del contrabando, cabecillas de las pandillas urbanas, narcotraficantes locales, ex militares, funcionarios y burócratas corruptos, y ex agentes de los servicios de inteligencia, dieron vida a la ahora mundialmente conocida Mafia Rusa. Esta última, ha logrado permear a los más altos niveles del mundo financiero, empresarial y político en las nuevas repúblicas ex Soviéticas.

Muchos pueden hacer burlas a este ejemplo, pero hay que notar que uno de los cabecillas más temidos de la mafia Rusa, recién capturado en España, comenzó en las calles de Moscú como un maleante de poca monta que se jactaba de sus tatuajes. Por otro lado, si lo vemos objetivamente, el impacto general en el día con día de la población rusa no tiene comparación con lo que soporta un alto porcentaje de nuestra población diariamente. Ya una pandilla, cuyo nombre tristemente evoca nuestro país, fue declarada por el Fiscal General de los Estados Unidos como amenaza a la seguridad nacional de ese país, donde varios de estos han sido incluidos en la lista de los más buscados por la justicia federal. Hemos visto pandilleros salvadoreños convertirse en cabecillas de narcotráfico y de grupos de secuestro a nivel regional; algunos de ellos podrían estar ya en la lista de los asesinos más prolíficos en la Historia Universal. Connotados asesinos en serie que se hicieron famosos inspirando conocidas obras literarias y películas, cometieron homicidios en números que se podían contar con los dedos de las manos. Aquí hemos conocido pandilleros, responsables de manera directa de más de 40 homicidios con lujo de barbarie.

Por otro lado si medimos el efecto relativo de cómo este flagelo afecta a nuestra población, y lo comparamos con el impacto de otros grupos criminales organizados en cualquier otro país democrático, no se me ocurre pensar en otro grupo criminal que se compare a las pandillas que aquí tenemos.
El problema es gravísimo. Los procesos judiciales y el encarcelamiento, lejos de reformarlos y contenerlos, les abona, según ellos mismos pregonan, a su experiencia, organización y prestigio. El accionar de las pandillas incluso involucra cosas tan abominables como los ritos satánicos, desmembramiento de víctimas, el homicidio aleatorio de iniciación, el reclutamiento y utilización sistemática de menores de edad, el fomento de antivalores y subculturas, actos continuos de terrorismo criminal y asesinatos en contra de transportistas, trabajadores y comerciantes; y, el sangriento desafío y burla al que diariamente someten a nuestro querido pueblo. No existe remordimiento ni culpa, el pandillero y en muchos casos hasta sus familias, viven de lo que arrebatan violentamente, y lo peor de todo es que se vanaglorian y se enorgullecen de ello. Retan al Estado y a la sociedad; se da un caso en el que utilizan una granada, y cuando cunde la alarma a nivel mediático, responden con andanadas de casos similares, igual ha sucedido con masacres y con los macabros paquetes que adrede dejan en lugares públicos.

Delitos como la distribución de drogas ilegales, robo de mercadería, secuestro y asaltos a viviendas y negocios, ya no solo involucra a pandilleros, sino que poco a poco se vuelve un monopolio de estos.

Es tiempo que atendamos como nación este grave problema pensando en el derecho a la seguridad de nuestros hijos y de futuras generaciones. Hay que dejar a un lado sesgos políticos e intereses partidarios, es tiempo que se retomen las buenas ideas que se han planteado hasta la saciedad, y que se planteen soluciones innovadoras. En la discusión de este tema ya no deben prevalecer los dogmatismos inflexibles, las imprácticas visiones meramente teóricas, y sobre todo la soberbia, tanto intelectual como ideológica. Si el Gobierno reconoce que carece de un verdadero plan, y junto a los otros Poderes del Estado, la Fiscalía General de la República, hacen lo propio, y se apoyan en los gobiernos municipales, el sector privado y la sociedad en general; se podrá impulsar un verdadero Plan de Nación contra las pandillas y la delincuencia. Un plan que sin reñir con los derechos de las personas, reconozca que se tiene que imponer el bien común y el derecho a la tranquilidad de la mayoría de salvadoreños, sobre el exacerbado derroche de garantías para los pandilleros y los maleantes de todo nivel. Un plan que ejecute medidas contundentes, y drásticas, pero que sean prácticas y aplicables. Es menester reformar las leyes que sea necesario, crear las que se requieran, e impulsar acciones operativas y administrativas efectivas, tanto a nivel policial y penitenciario, como para la FGR y Organo Judicial, combinando lo que ya dio resultado con lo novedoso, y apoyándose en todas las capacidades instaladas del Estado, incluyendo a la Fuerza Armada. Es imperativo que se reconozca que los planes preventivos, si bien necesarios, no lograrán nada por si solos, y que la dimensión real del problema abruma a las instituciones del Estado, tal cual se pretende funcionen hoy por hoy. La realidad exige que se reconozca oficialmente a las pandillas como CRIMEN ORGANIZADO y AMENAZA NACIONAL. Si esto no se hace, serán cada vez más las familias que sufrirán el dolor de ver a un ser querido asesinado, se seguirá frenando el desarrollo, y miles de niños y niñas serán víctimas, y luego…. victimarios, porque ineludiblemente se convertirán en pandilleros. Pero sobre todo, si no se hace lo que toca, no se podrá detener el claro y marcado camino que llevan las pandillas hacia la simbiosis con la sociedad salvadoreña.

(San Salvador, 2009)

domingo, 14 de febrero de 2010

'The Military Is Not Suited to Pursue Criminals'

Drug-related violence is once again on the rise in Latin America. Former Brazilian President Fernando Henrique Cardoso, 78, told SPIEGEL that the drug war has failed and that it is time to try a new strategy: decriminalization.

SPIEGEL: Mr. President, why do you and the former presidents of Mexico and Colombia, Ernesto Zedillo and César Gaviria, want to liberalize drug use?

Cardoso: The drug problem endangers the Latin American democracies. Addicts are a case for the doctor, not the police.

SPIEGEL: You even want to allow cocaine?


Cardoso: Many people in Brazil take drugs. During my term in office, we destroyed cannabis plantations, but it didn't do any good. With such a thriving market, there is always someone who will risk everything. We have to fight organized crime and, at the same time, decriminalize drug use for addicts.

SPIEGEL: But wouldn't that only further stimulate the demand for narcotics?

Cardoso: The only way to find out is to try.

SPIEGEL: Is the Brazilian government even prepared to handle an onslaught of addicts?

Cardoso: No, which is why it can't happen from one day to the next. If you don't reduce demand, the war is lost. We have to fight back with education. It's similar to the fight against AIDS: You can't ban sex, but you can make it safer. We were very successful with that in Brazil.

SPIEGEL: Washington spends billions of dollars on military and police assistance to fight the drug trade in Latin America. Is this a wise investment?

Cardoso: When I was in Colombia on a state visit, the general in charge of drug enforcement said to me: Although we are killing the smugglers here, we haven't managed to contain the smuggling. The profits are so immense that the ones who are killed are replaced right away.

SPIEGEL: Haven't the authorities succeeded in breaking apart the big cartels?

Cardoso: The drug trade today is no longer vertically structured. Instead, it operates in small cells that can be disbanded at any time. Such structures are much more difficult to combat. Besides, Mexicans have replaced the Colombian drug traders. The United States pursues a two-faced policy: It bans drugs, and yet it permits the sale of weapons. As a result, the Mexican gangs go across the border to get their guns.

SPIEGEL: How do you feel about the use of military force against the drug mafia?

Cardoso: When I was president, Washington wanted to set up a joint military supreme command in the fight against drugs, but we never accepted it. The military is not well suited for the pursuit of criminals.

SPIEGEL: So far the US has advocated a tough anti-drug policy. Does US President Barack Obama see things differently?

Cardoso: There are some indications that he does. The old approach has failed. Afghanistan is the best example of that. Despite the presence of US troops there, opium production is flourishing. And drug use hasn't declined in the United States, either, where hardly any marijuana is imported anymore. Most of it is produced domestically.

SPIEGEL: After the US, Brazil is the second-largest drug market in the Americas.

Cardoso: Drug consumers are primarily from the middle and upper classes. These people must recognize that they are partly responsible for violent crime. Cocaine is becoming a people's drug. In every society, there is a certain percentage of addicts who are lost causes. Many others, however, could be saved. These are the people we have to reach.

(SPIEGEL-Online, Alemania)