Hoy el discurso que se repite, en todas
las variaciones y con distinto grado de moraleja es: “¡Tenés que votar! Es tu
deber. De vos depende la democracia…”
Bueno, yo estoy lejos de llamar a no
votar (o a anular el voto), como hace un año lo hizo un señor que hoy nos ruega
por nuestro voto. Pero hay que aclararlo: La Constitución no dice que sea
obligatorio el voto. El voto es un derecho ciudadano – y esto incluye la libertad de no ejercerlo.
Yo sí voy a votar, y espero que igual lo
hagan todos quienes seguimos convencidos que nuestro sistema de democracia
representativa y liberal es válido, que merece que lo defendamos, y que para
mejorar y consolidarse necesita de nuestra participación.
Pero siempre hay un pero. En este caso: pero,
en esta campaña electoral hay quien sostiene que este sistema de democracia
representativa ya no es válido, porque los que lo crearon con los Acuerdos de
Paz del 1992 y todos los que desde entonces hemos elegido para representarnos
(presidentes, diputados, partidos políticos) son corruptos.
Obviamente dicen esto para que votemos
por ellos. Pero antes de hacerlo, cada uno tiene que echarles un buen vistazo a
quienes denuncian al resto del mundo como corruptos. Y a lo mejor se darán
cuenta que son los más corruptos de todos.
En este caso, sería más consecuente no
votar por nadie. Quienes realmente se dejaron convencer que todos son
corruptos, incluyendo los candidatos que dicen que quieren renovar la política
para erradicar la corrupción, pero que ahora se dan cuenta que el que denuncia
a los corruptos igualmente es corrupto, solo tienen dos opciones: o se resignan
y dejan de votar; o les dan una segunda mirada a todos los candidatos, para ver
si realmente es cierta que todos “los mismos de siempre” son iguales. Y tal vez
encuentran elementos para darle el beneficio de la duda a algún candidato.
Entonces, denle su voto.
Otra vez: Si no encuentran a nadie en
quien confiar, ni modo. No voten. Por lo menos se ahorrarán la pena de luego
descubrir que les tomaron del pelo con el viejo truco del ladrón que gritó: ”¡Paren al ladrón!”, y que con esto logra despistarnos y salirse con la suya.
Si
el bombardeo de propaganda negativa los ha sumido en una duda tan generalizada
que ya no les permite confiar en nadie, tampoco confían de quienes predican
esta desconfianza. Mejor no voten por nadie. En
cambio, si logran detectar las diferencias entre los candidatos, rompiendo con
esta consigna estúpida de que todos son “los mismos de siempre”, voten por el
que más honesto y capaz les parezca.
La cosa es: No tenemos derecho de equivocarnos nuevamente.
Ojala que estas elecciones se resuelvan
en primera ronda, este domingo. No sé si tengo el estómago para 6 semanas más
de campaña, con sus insultos, noticias falsas, bombardeos de anuncios y
canciones…
Todo está dicho. O sea, todo lo que los
candidatos están dispuestos a decir. Si van a una segunda ronda, ¿qué van a
decir que no hayan repetido mil veces? Bueno, los dos finalistas van a tratar
de seducir a los votantes de los partidos eliminados en primera ronda. Van a
detectar, de repente, muchas coincidencias con propuestas que durante meses
rechazaron, atacaron y ridiculizaron…
¿Habrá debates entre los dos finalistas?
Depende de quienes lleguen a la segunda ronda – y de quién viene con ventaja.
Si contrario a todos sus pronósticos Bukele llega segundo, será el primero en
pedir debate – no uno, sino tres o cuatro. Si llega primero, no habrá debate. Y
si llega tercero, los otros dos sí van a debatir – y esto podría valer la pena.
La otra incertidumbre: ¿Todos van a
reconocer el resultado de la prima ronda – o los candidatos que no ven
satisfechas sus expectativas van a pasar 6 semanas gritando fraude? Que lo
piensen bien, porque les puedo asegurar que quien arme un gran berrinche será
castigado por los votantes – en la segunda roda, si es que califique a ella, o
en las siguientes elecciones. Si no, pregunten a López Obrador, quien luego de
sus protestas masivas contra el supuesto fraude en el 2006 tuvo que aguantar 6
años luego, en el 2012, otra derrota –y esta vez asumirla sin berrinche- antes
de poder competir con éxito en el tercer intento y convertirse en presidente…
Aquí, el candidato ya tiene un año de
declararse víctima de bloqueos y fraudes, va a pagar, ahora en la primera vuelta,
el costo de este error de cálculo. Será una de las razones por las cuales no le
saldrán sus cuentas alegres.
Relajémonos.
Ya no hay nada que hacer, excepto ir a votar el domingo y esperar los
resultados. Y si no hay resultado final, reflexionar de fondo sobre cómo definir
la cosa en segunda vuelta. Ya que tercera no habrá, la segunda será la vencida.
O, quien quita, la primera…
Amigos: Escribo esta carta a los que están, como
yo, distanciados de los partidos, y quienes están entre no votar o, a
pesar de todo, votar por algún candidato.
Yo votaré el domingo por Carlos Calleja y Carmen Aída Lazo.
Aprovechando mi última carta antes de la veda electoral, voy a
explicar por qué. Votaré por ellos, a pesar de que a ARENA le tengo
mucho más crítica que simpatía. No me gusta cómo funciona este partido,
tampoco su dirección.
En mi criterio, buena parte del COENA es mediocre, sin capacidad de
convencer con argumentos y con creatividad; y otros son trogloditas
reaccionarios. No me gustó cómo se gestó el proceso de elección del
candidato presidencial. No me gustó la campaña interna de Carlos
Calleja, quise que ganara mi amigo Javier Simán. Pero tampoco me gustó
la actitud de los simpatizantes de Javier luego de haber perdido. No me
gusta la incapacidad de ARENA de enfrentarse a las partes oscuras de su
pasado. Y tampoco me gusta su intolerancia a la crítica y a
cuestionamientos, y su desprecio a los jóvenes con cabeza propia. Pero
una cosa es el partido y otra diferente sus candidatos.
Los candidatos, durante la campaña, llegaron a convencerme, primero
Carmen Aída Lazo y luego Carlos Calleja. Me sorprendió su apertura
frente a señalamientos francos, críticas y propuestas. Me impresionó su
manera de enfrentarse, día a día, a todo tipo de gente, la mayoría
humilde. Vi que ambos se dejaron tocar por la gente, sus problemas y
peticiones. El Carlos Calleja que conocimos al inicio de su campaña no
es el mismo de ahora. Sus preocupaciones y prioridades cambiaron.
Sigo pensando que ARENA necesita una radical renovación ideológica y
de sus métodos de organización, dirección y comunicación. No sé si
Carlos Calleja y Carmen Aída, desde Casa Presidencial, podrán empujar
esta renovación. Tendrán las manos llenas con limpiar y renovar el
gobierno.Los que estamos insatisfechos con los partidos, que somos la
mayoría, debemos seguir empujando la renovación de los partidos, o la
creación de nuevos que no nazcan con los vicios de los viejos, como
Nuevas Ideas. Pero para esto habrá tiempo, y hay que hacerlo con
paciencia e insistencia, gane quien gane la presidencia.
Pero mientras tanto, elijamos entre las cuatro fórmulas
presidenciales la mejor. Para mí son Carmen Aída Lazo y Carlos Calleja.
Para otros serán otros. Convirtamos nuestro voto en un mandato claro
para cambiar la forma de gobernar, para limpiar Casa Presidencial y el
gobierno entero de los mecanismos de corrupción, y para redefinir las
prioridades del gasto estatal, para que comiencen a solucionar de fondo
los problemas principales del país.
No
nos dejemos paralizar por lo difícil que es renovar los partidos, ni
mucho menos permitamos que la frustración y la impaciencia nos empujen a
un voto irracional y aventurero de castigo o venganza. No es un juego.
Luego veremos qué haremos con los partidos. Lo más probable es que yo,
en el 2021, votaré por diputados de Nuestro Tiempo. Pero ahora nos
toca escoger entre 4 fórmulas a quienes pensamos que formarán el mejor
gobierno. Votemos con cabeza fría.
Los periodistas, los políticos, y todos los que generamos opinión
pública tenemos que cuidar bien los términos que usamos para describir
eventos, porque muchas veces con solo utilizar palabras equivocadas,
cambiamos el significado de los eventos.
En los noticieros y en las notas de prensa sobre la actual crisis
constitucional venezolana están hablando de que el presidente de la
Asamblea Nacional Juan Guaidó “se autoproclamó presidente interino”.
También escuché que de repente hay dos presidentes, porque “el rival
político y opositor Guaidó se autoproclamó presidente interino”.
Seamos más precisos en las palabras que escojamos. Juan Guaidó no se
“autoproclamó” presidente. Lo que hizo es asumir la responsabilidad que
la Constitución dicta al presidente de la Asamblea en caso de ausencia
de un presidente legítimamente electo. En este caso, la Constitución
venezolana dicta que el presidente del Órgano Legislativo tiene que
encargarse del Poder Ejecutivo y convocar elecciones libres dentro de
un mes para restablecer el orden constitucional. Y no es Juan Guaidó
como persona —y mucho menos en su calidad de “rival de Maduro” o de
“opositor al régimen chavista”— quien determinó que Maduro no es
presidente legítimamente electo para otro período presidencial, sino la
Asamblea Nacional, el único órgano constitucional legítimamente
establecido en Venezuela.
Tampoco ha sido Juan Guaidó quien para asumir el Poder Ejecutivo de
forma interina invocó los artículos de la Constitución respectivos, sino
que ha sido la Asamblea Nacional, en cumplimiento de sus facultades
constitucionales.
En este contexto, hablar de que un “rival opositor” se autoproclamó
presidente de Venezuela, trivializa el serio problema que enfrenta ese
país. Y pinta una imagen equivocada. Juan Guaidó, aunque es miembro de
uno de los partidos opositores que en su conjunto en las elecciones de
2015 ganaron la mayoría absoluta de la Asamblea Nacional, no es “rival
de Nicolás Maduro”. Es un diputado a cuyo partido Voluntad Popular,
gracias al acuerdo entre los partidos opositores sobre la rotación en la
presidencia de la Asamblea, le tocó asumirla para el último año de la
legislatura. Y le tocó a Guaidó porque el régimen de Maduro ha logrado
sacar de circulación toda las plana mayor de este partido: su
presidente, Leopoldo López, está cumpliendo una condena por haber
convocado las manifestaciones nacionales de 2014; y los que asumieron el
liderazgo, Carlos Vecchio y Freddy Guevara, tuvieron que exiliarse en
2015 y 2017, respectivamente, para no compartir la misma suerte. Los
tres, igual que los líderes de otros partidos opositores (Henrique
Capriles, Julio Borges, Henry Falcón, Henry Ramos Allup, María Corina
Machado…) son “rivales de Maduro” y serían posibles candidatos a la
presidencia, si se lograra convocar elecciones libres. Juan Guaidó no
tiene ningunas pretensiones de convertirse en presidente. Simplemente, y
a pesar del visible miedo a las consecuencias, asumió la
responsabilidad que la Constitución y su cargo como presidente de la
Asamblea Nacional le impone.
Siendo las cosas así, y no como sugieren los términos que tan
ligeramente se usan, hay que interpretar bien las decisiones que han
tomado los diferentes gobiernos del Hemisferio (y más allá de las
Américas) frente a la crisis constitucional venezolana. Los gobiernos no
han tenido que escoger entre dos presidentes, reconocer al gobernante
“de facto” Nicolás Maduro o al “autoproclamado” Juan Guaidó. No, los
gobiernos han tenido que escoger entre dos opciones: reconocer y apoyar
un régimen dictatorial ilegítimo, o apoyar el restablecimiento de la
democracia vía elecciones libres. Esta es la disyuntiva que enfrentaron
los presidentes de todo el mundo. La gran mayoría de los países,
reconociendo que fue legitimo que el presidente de la Asamblea Nacional
asumiera el poder interino, apostó por el restablecimiento de la
democracia en Venezuela mediante elecciones libres. Una minoría, a la
cual lamentablemente se inscribió el gobierno salvadoreño, optando por
reconocer y apoyar al gobierno de facto de Maduro, bloquea la única
salida posible y legítima: elecciones libres.
Habiendo dicho todo esto, queda claro que la crisis constitucional de
Venezuela no la podemos discutir como un problema más de la política
exterior de nuestro país. Nos plantea un desafío mucho más de fondo, y
exige a los dirigentes políticos (y potenciales presidentes) posiciones y
decisiones que tienen que ver directamente con la visión que cada uno
tenga del país, de la democracia y del compromiso con los Derechos
Humanos, el orden constitucional y el respeto a los poderes del Estado.
Quienes dudan en reconocer el derecho y el deber del parlamento de
aplicar la Constitución en caso que los demás poderes del Estado hayan
perdido su legitimidad, en Venezuela como en El Salvador, no deben
gobernar nuestro país. Por esto estamos exigiendo posiciones claras e inequívocas a todos los candidatos a la presidencia y vicepresidencia.
No solo por solidaridad con los venezolanos, sino también para curarnos
en salud aquí en El Salvador.
La pregunta es: ¿Cómo actuaría aquí un
presidente a quien le tocaría gobernar con una Asamblea donde sus
adversarios no solo tienen mayoría absoluta, sino mayoría calificada que
les permitirá neutralizar cualquier veto presidencial?