Lo que El Diario de Hoy
publica en estas dos entregas, son partes textuales del libro ‘El Salvador, la reforma pactada’,
publicado en el año 2002 por Salvador Samayoa, uno de los principales
negociadores de los Acuerdos de Paz por parte de la insurgencia salvadoreña.
La parte del libro que seleccionamos, sin quitar ni agregar nada al texto
original, un protagonista clave de esta historia narra como, en solo tres
semanas el conflicto pasa por sus momentos más crudos y peligrosos hacia la
apertura de una grieta, en la cual ambas partes -y las potencias mundiales-
detectaron que era posible una solución pacífica. El capítulo de reproducimos
narra como la ofensiva lleva la guerra al corazón del poder; la crisis
internacional a raíz de tres hechos culminantes de la guerra: el asesinato de
los jesuitas, los misiles SAM7 en poder de la guerrilla, y toma del Sheraton,
que llevó la guerrilla al borde de un enfrentamiento directo con fuerzas
militares de Estados Unidos. El capítulo termina con la cumbre de Malta, donde
Estados Unidos y la Unión Soviética al fin asumen su responsabilidad como
potencias y deciden facilitar una solución negociada al conflicto salvadoreño,
antes de que se convirtiera en un peligro para sus esfuerzos de terminar la
guerra fría.
En las páginas anteriores al
fragmento aquí reproducido, que pensamos es de vital importancia para entender
cómo llegamos de la guerra a la paz, Samayoa describió el inicio de a ofensiva:
cinco días del intento de provocar la insurrección en los barrios y suburbios
pobres de la capital. Al no darse la insurrección y ante la reacción de la
Fuerza Armada de bombardear a los barrios bajo control de la insurgencia, los
guerrilleros cambian su plan… (Paolo Luers)
La guerra llega a La Escalón
La
Comandancia General del FMLN había tenido, en las semanas previas,
difíciles discusiones en relación con este diseño de la ofensiva
militar, pero al final prevaleció la idea de resistir y mantener el
asedio desde los barrios periféricos de las grandes ciudades, con la
esperanza de que los levantamientos insurreccionales de la población
terminarían por inclinar la balanza en favor del FMLN.
Esto no
ocurrió así, pero después de cinco días de intensos combates, la
fracción del FMLN que con mayor empecinamiento se aferró al esquema
insurreccional y a la guerra de posiciones en los barrios populares, se
decidió a replegar las fuerzas del sector de Zacamil, próximo a la
Universidad de El Salvador. Este movimiento abrió espacio y forzó el
viraje hacia la modalidad de guerra de movimientos, que otras fracciones
del FMLN habían sustentado como óptimo en las discusiones previas sobre
la táctica por seguir. A partir de ese momento, las unidades militares
del FMLN pudieron reagruparse, abastecerse, descansar y organizar una
nueva oleada de incursiones militares, esta vez hacia zonas
residenciales de la capital, cuyo asedio tendría un impacto político
nacional e internacional incomparablemente mayor. Eran las zonas en las
que residía la mayor parte de empresarios, gerentes, altos funcionarios
del Gobierno, embajadores, periodistas extranjeros y altos empleados de
organismos internacionales.
El asesinato de los jesuitas
Casi
simultáneamente con este giro en la situación militar, se produjo uno
de los acontecimientos que más incidieron para situar a El Salvador como
el punto focal de las noticias en el mundo entero. En la madrugada del
jueves 16 de noviembre, oficiales y efectivos de la Fuerza Armada
asesinaron al rector de la Universidad Centroamericana "José Simeón
Cañas", el sacerdote jesuita Ignacio Ellacuría; al vicerrector
académico, Ignacio Martín Baró, también sacerdote jesuita de origen
español; a los padres Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno y
Joaquín López; a la empleada de la comunidad de religiosos y a su hija.
La
noticia dejó en estado de conmoción a los salvadoreños de todas las
clases sociales y a toda la comunidad internacional, aunque no se tuvo
certeza en el primer momento sobre los responsables del abominable
crimen. Como académicos que eran, los padres jesuitas habían formado, en
algunos casos desde su infancia, a muchas de las más prominentes
personalidades de los círculos de poder económico y político del país.
Como universitarios, dirigían una de las instituciones de educación
superior más prestigiosas de América Latina. Por su calidad de
religiosos, el asesinato estremeció de manera especial a diversos y
amplios sectores sociales. Por su origen extranjero, aunque habían
adoptado ya la nacionalidad salvadoreña, su muerte conmovió a la
comunidad internacional. En el caso del padre Ellacuría, se trataba,
además, de uno de los intelectuales más articulados, potentes y
productivos del hemisferio occidental en el campo de la filosofía.
Su
asesinato contenía el mismo mensaje de terror que, en el fondo, querían
enviar, a todos los salvadoreños y a los extranjeros residentes en el
país, los que asesinaron a monseñor Romero en 1980: ¡Nadie está a salvo!
El mensaje fue registrado, pero esta vez se revirtió en contra de los
asesinos. Antes de que el presidente Cristiani reconociera públicamente,
el 13 de enero de 1990, la participación de nueve miembros de la Fuerza
Armada en el crimen, ya se había producido el repudio internacional que
sería decisivo, especialmente en el caso de Estados Unidos, para
inclinar la correlación de fuerzas en favor de una solución política que
detuviera la matanza y en contra del sostenimiento económico, político y
militar al ejército salvadoreño.
La ayuda militar en peligro
Al
día siguiente de la masacre, los presidentes de los comités de
apropiaciones del Senado y de la Cámara de Representantes de Estados
Unidos amenazaron con recortar la ayuda militar a El Salvador si no se
investigaba a fondo el asesinato de los jesuitas. Tres días más tarde,
el 20 de noviembre, la Administración de Bush logró detener, por un
escaso margen de 215 contra 194 votos, una iniciativa del presidente del
Subcomité de Apropiaciones de la Cámara de Representantes, orientada a
retener de inmediato un 30 por ciento de la ayuda a El Salvador. Para
detener la iniciativa de ley, el propio presidente de Estados Unidos
tuvo que asegurar al Congreso que había estado en contacto con el
presidente Cristiani en el curso de las últimas cuarenta y ocho horas,
para expresarle su más enérgica condena por los asesinatos y urgirlo a
llegar hasta el fondo de las cosas. A continuación, Bush indicó que
estaba convencido de que Cristiani lo haría.
De todas maneras, el
21 de noviembre, la Cámara aprobó una resolución expresando que, si el
Gobierno salvadoreño no procesaba a los asesinos, el Congreso revisaría
cuidadosamente el tema de la asistencia a El Salvador. El Senado adoptó
una posición similar. De nada sirvieron las irresponsables y cínicas
declaraciones del ministro de Relaciones Exteriores, el viceministro de
esa misma cartera y el fiscal general de El Salvador acusando al FMLN
del asesinato de los padres jesuitas. La mayor parte de la gente dentro y
fuera del país sabía la verdad antes de conocerla. Una de las más
duras, directas y relevantes expresiones de esta convicción generalizada
fue la advertencia del senador Christopher Dodd cuando manifestó, en el
curso de los debates del Congreso: "Los militares y aquellos que estén
comprometidos en algunas de estas acciones de violencia deben entender
que no estamos obligados a firmar un cheque en blanco a perpetuidad; y
es de extrema importancia que el presidente Cristiani entienda eso".
A
estas alturas, El Salvador era ya noticia de primera plana en todo el
mundo, aunque, debido al asesinato de los padres, estaba más destacada
la dimensión ética de la preocupación internacional que las
implicaciones políticas y diplomáticas de
la evolución del conflicto, en el sentido de su potencial afectación a la paz y a la estabilidad de la región.
La toma del Sheraton
En
este contexto, se produjo, el 21 de noviembre, a sólo cinco días del
asesinato de los jesuitas, otro acontecimiento de gran impacto
internacional: la incursión de la guerrilla a las zonas residenciales
más acomodadas y exclusivas de la ciudad, y la ocupación militar del
hotel Sheraton en la colonia Escalón. A diferencia del anterior, este
último desarrollo de la confrontación política y militar situó la
preocupación internacional en un plano diferente al de la conciencia
moral y al de la solidaridad con un pueblo que era víctima de
indescriptibles y dantescas atrocidades.
Cuando los comandos
guerrilleros ocuparon las instalaciones es del hotel Sheraton, se
encontraron con sorpresas que produjeron un verdadero drama que, de
haber tenido un desenlace diferente, habría cambiado drásticamente la
historia de El Salvador. En el hotel estaba hospedado el secretario
general de la Organización de Estados Americanos, Joao Clemente Baena
Soares. Pero la caja de Pandora que se abrió tenía sorpresas aún más
grandes y peligrosas. También estaban hospedados doce boinas verdes del
Séptimo Grupo de Fuerzas Especiales con sede en Fort Bragg, Carolina del
Norte. Los militares estadounidenses estaban armados con lanzagranadas,
fusiles de asalto M16 y armas cortas de defensa personal. Y eso no era
todo. La lista de huéspedes incluía también a cinco asesores militares
israelitas, un asesor militar guatemalteco, el capitán y los miembros de
la tripulación del avión del presidente mexicano, Carlos Salinas de
Gortari, que había transportado al secretario general a San Salvador;
funcionarios de la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID) de
Estados Unidos y ciudadanos de diversas nacionalidades. El paquete era
literalmente explosivo, en términos militares, políticos y diplomáticos.
La
situación estaba al rojo vivo. El presidente Bush envió de inmediato a
San Salvador una unidad de comandos de la Fuerza Delta de la armada de
Estados Unidos, entrenada para realizar operaciones de rescate. En tales
condiciones: un solo disparo, certero en su trayectoria pero erróneo en
su mira política, habría hecho estallar el polvorín. Los militares
estadounidenses atrapados estaban ubicados en dos habitaciones del
cuarto piso de la torre VIP del hotel. Los guerrilleros estaban arriba y
abajo de ellos, en la tercera y en la quinta planta. El ejército
salvadoreño disparaba desde fuera del hotel con armas de grueso calibre,
incluyendo -tal vez deliberadamente- en sus. blancos varias
habitaciones del piso en que estaban atrincherados los militares
estadounidenses.
Un escenario político, militar y diplomático tan
complejo no estaba en las previsiones de los altos dirigentes, menos aún
de los mandos operativos del FMLN a cargo de la ocupación del Sheraton.
Estos ignoraban la presencia en el hotel de asesores militares armados,
quienes de hecho habían tenido que cortar abruptamente su misión de
entrenamiento al batallón Atlacatl y se habían registrado fortuitamente
la noche anterior en el hotel, en espera de retornar al día siguiente a
su base de operaciones en Fort Bragg. La estancia de Baena Soares
también resulto sorpresiva, puesto que la Dirección del Frente asumía
que el secretario general de la OEA se hospedaría en el hotel Presidente
por su calidad de invitado oficial del Gobierno de El Salvador.
Cuando
se descubrió la gravedad de la situación, se impuso un sentido de
sensatez y responsabilidad política en casi todas las partes
involucradas. Los militares estadounidenses y los guerrilleros llegaron
rápidamente en el terreno a un pacto de no agresión. Uno de los boinas
verdes declaró a The Washington Post que los guerrilleros llegaron para
tomarse el edificio, pero se encontraron con una sorpresa. Ambas fuerzas
estuvieron cara a cara en un momento de decisiones dramáticas,
intercambiaron unas cuantas palabras e hicieron un trato de mantenerse a
prudencial distancia.
En el cuartel general de la Comisión
Diplomática del Frente, en la ciudad de México, Guadalupe Martínez y
Salvador Samayoa lograron abrir, a través de sus representantes en
Washington, un teléfono rojo para comunicaciones de emergencia con el
Departamento de Estado y asumieron, en contactos de radio y teléfono con
San Salvador, la coordinación de un plan con el arzobispado salvadoreño
y con el Comité Internacional de la Cruz Roja para evacuar al
secretario general, a civiles de nacionalidades diversas y a los
militares estadounidenses atrapados en el hotel. Para aliviar las
tensiones, la Comisión Diplomática del Frente informó también con
agilidad a los gobiernos interesados que el propósito de la operación
militar no era la captura de rehenes y que se estaban haciendo todos los
esfuerzos necesarios para garantizar la seguridad de todas las personas
atrapadas y evitar incidentes lamentables.
La Administración del
presidente Bush negó que se hubiera negociado un plan de evacuación con
el FMLN, pero The Washington Times -de tendencia ultraconservadora-
reportó los ofrecimientos del Frente al Departamento de Estado y la
existencia de una línea telefónica abierta por funcionarios de la
Embajada Americana, en San Salvador, para conversaciones entre las
autoridades gubernamentales y los rebeldes.
Después de largas y
tensas horas de comunicaciones cruzadas, se llegó a un arreglo entre el
FMLN, el Gobierno de El Salvador, la Embajada de Estados Unidos, el CICR
y el arzobispado, para darle salida a la crisis del Sheraton. A las 4
de la tarde del martes 21 de noviembre, la Comisión Diplomática del
Frente envió, desde México, un fax al Departamento de Estado asumiendo
responsabilidad, al más alto nivel, por los procedimientos acordados
para la evacuación. A las 6 de la tarde, se realizó la evacuación de los
civiles en el marco de la fugaz tregua y de los mecanismos operativos
pactados. Los militares estadounidenses permanecieron en sus posiciones
hasta la mañana siguiente y los comandos guerrilleros se retiraron
misteriosamente del hotel en la noche del martes, en medio de un cerco
de tropas de la Fuerza Armada Salvadoreña. El 24 de noviembre, Schafik
Handal remitió una carta al secretario de Estado, James Baker, para
expresarle que el FMLN mantenía "su decisión de abstenerse de afectar al
personal y la infraestructura de Estados Unidos en El Salvador".
El
episodio del Sheraton había terminado, pero la posibilidad tan cercana
de un enfrentamiento armado entre los comandos especiales de Estados
Unidos y las fuerzas rebeldes mantuvo en vilo a los observadores
internacionales. Las grandes cadenas de televisión de Estados Unidos
dedicaron un importante espacio a la cobertura del acontecimiento. El
presidente Bush debió conferenciar en repetidas ocasiones con sus más
altos asesores de seguridad y con el secretario de Estado, James Baker.
El vocero de prensa de la Casa Blanca, Marlin Fitzwater, declaró que el
presidente "creía fuertemente en la responsabilidad de proteger a los
ciudadanos de Estados Unidos" y que estaban haciendo los planes
necesarios para ello "sin descartar el uso de tropas". La noticia llenó
las primeras planas de The Washington Post, The New York Times y todos
los rotativos importantes de prensa escrita en Estados Unidos, en
América Latina y en otras partes del mundo.
Los SAM 7 provocan una crisis entre Washington y Moscú
Tres
días después de la crisis del Sheraton, en la madrugada del sábado 25
de noviembre, la situación de El Salvador pasó a otro escalón de
implicaciones internacionales cuando se estrelló, en el oriente del
país, un avión Cessna 310 de dos motores que transportaba 25 misiles
antiaéreos, la mayor parte de ellos del tipo SAM 7, de diseño soviético,
destinados a las unidades militares del FMLN. El mismo día, altos
oficiales de la Fuerza Armada Salvadoreña admitieron que un segundo
avión, presumiblemente con el mismo tipo de armas antiaéreas, había
logrado aterrizar cerca de la ciudad de Zacatecoluca, a unos 30
kilómetros de San Salvador. Entre los documentos encontrados en el avión
accidentado estaba un formato de orden de salida del avión expedido por
SETA, una compañía de servicio de taxis aéreos con sede en Managua,
Nicaragua.
El incidente tuvo, al menos, dos implicaciones
importantes. Por una parte, modificó la correlación de fuerzas militares
con la posibilidad de derribar los helicópteros y aviones de combate de
cuyo apoyo dependía, en tan alta medida, la efectividad de la Fuerza
Armada gubernamental. Así lo reconoció un alto oficial del ejército
salvadoreño cuando declaró a The Washington Post: "Esto cambiará el
curso de la guerra. Es una escalada tremenda que obligará a todas
nuestras unidades a readaptarse". Por otra parte, el descubrimiento se
convirtió en sólida prueba del involucramiento de Nicaragua en el
aprovisionamiento logístico de los rebeldes salvadoreños. "Esto es lo
que habíamos estado esperando -declaró en El Salvador el comandante de
la sexta Brigada de Infantería- para mostrar al mundo entero que
Nicaragua está ayudando a la insurgencia", mientras un vocero de la
Embajada de Estados Unidos alardeaba ante la prensa internacional de
tener finalmente el "avión humeante" como prueba de la injerencia de
Nicaragua.
The Washington Post le dio espacio de primera plana a
la noticia. El editorial del Christian Science Monitor, del 28 de
noviembre, destacó que los misiles rebeldes podrían cambiar el balance
de la guerra. La revista Newsweek dedicó un reportaje a "las huellas de
Nicaragua en la guerra de El Salvador". Una vez más, los noticieros de
televisión y las páginas de la gran prensa de Estados Unidos y de otras
partes del mundo destacaron los desarrollos, cada vez más complejos y
preocupantes, del conflicto en El Salvador.
La ruptura con Nicaragua
Las
reaccione s del Gobierno de Estados Unidos y del Gobierno de El
Salvador no se hicieron esperar. Al día siguiente, el presidente
Cristiani anunció que había tomado la decisión de suspender las
relaciones diplomáticas, comerciales y consulares con el Gobierno de
Nicaragua y que retiraría de inmediato a toda la misión salvadoreña
acreditada en ese país. Así mismo, anunció la decisión de "hacer las
denuncias respectivas contra Ortega y su Gobierno" ante el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas y ante el Consejo de Ministros de la
Organización de Estados Americanos (OEA). Como consecuencia de esas
medidas, quedó en suspenso la sede y la fecha de la reunión de
presidentes centroamericanos, que originalmente estaba programada para
celebrarse el 8 de diciembre, en Nicaragua.
La suspensión de las
relaciones entre El Salvador y Nicaragua ya era una afectación concreta
de las relaciones internacionales, con potenciales efectos para la paz y
la estabilidad en toda la región centroamericana. Pero la cosa no
terminó allí. Las implicaciones del descubrimiento del envío de misiles
antiaéreos se convirtieron también en un tema de litigio entre Estados
Unidos y la Unión Soviética. El editorial de The Wall Street Journal,
del 28 de noviembre, discutió el posible papel de la Unión Soviética en
los eventos de El Salvador e instó al presidente Bush a emplazar a su
homólogo soviético, Mikhail Gorbachov, en la próxima cumbre que las dos
superpotencias celebrarían en Malta. El mismo día, The Washington Post
tituló su nota de primera plana: "Bush presionará a Gorbachov sobre
Centroamérica", refiriéndose también a la protesta que el presidente de
Estados Unidos levantaría en la cumbre de Malta por el envío de
"sofisticadas armas soviéticas que llegan a los insurgentes a través de
Cuba y Nicaragua".
El Salvador causa tensiones entre Estados Unidos y la Unión Soviética
El
secretario de Estado, James Baker, acusó a Moscú de haber roto su
promesa de que los rebeldes salvadoreños no dispondrían de armas de
fabricación soviética. El mismo día del hallazgo de los misiles, aunque
era sábado y tanto el secretario Baker como el embajador soviético
estaban fuera de Washington, el subsecretario de Estado para Asuntos
Políticos, Robert Kimmit, y el subsecretario de Estado para Asuntos
Interamericanos, Bernard Aronson, se reunieron con el encargado de
Negocios soviético, Guenadi Guerasimov, en horas de la noche para
oficializar la protesta estadounidense. El Ministerio de Asuntos
Exteriores de la Unión Soviética negó las acusaciones y el Departamento
de Estado finalmente tuvo que admitir que, de acuerdo al análisis de la
evidencia, los misiles encontrados en el Cessna 31O no eran de
fabricación soviética y que probablemente habían sido suministrados "por
un régimen con estrechas conexiones de logística militar con la Unión
Soviética".
De todas maneras, en los días subsiguientes, el tema
siguió palpitando en las páginas de la prensa de Washington, Nueva York,
Boston, Chicago, Atlanta, Los Ángeles, Miami y todas las ciudades
importantes a lo largo y ancho de Estados Unidos, dando la pauta del
impacto que comenzaba a tener en los círculos políticos de ese país el
conflicto salvadoreño. La encargada de prensa del Departamento de Estado
reiteró, el 27 de noviembre, que la Administración estaba muy
preocupada y que esto había creado una muy peligrosa situación. El
vocero de la Casa Blanca confirmó que Bush se proponía levantar el
asunto como un área prioritaria en las discusiones de la Cumbre de Malta
y que diría a Gorbachov que "la introducción de misiles tierra-aire en
la guerra de El Salvador era una peligrosa escalada en el conflicto".
Los
mensajes de la prensa fueron consistentes: los rebeldes salvadoreños
han probado su habilidad para golpear en cualquier parte del país.
Tienen ahora armas sofisticadas que podrían cambiar el curso de la
guerra. Estados Unidos podría verse involucrado cada vez más
directamente en el conflicto. Las relaciones con la Unión Soviética
podrían envenenarse por el tema de El Salvador.
La segunda oleada guerrillera en las colonias residenciales
En
ese contexto de reacciones internacionales que los más sofisticados
dirigentes rebeldes ponderaban a diario con avidez y minuciosidad, se
produjo el 28 de noviembre, tres días después del descubrimiento de los
misiles antiaéreos, la segunda incursión de unidades guerrilleras a los
barrios más lujosos y exclusivos de San Salvador, en el marco de una
ofensiva militar sostenida que, a esas alturas, se había prolongado ya,
contra todo pronóstico, por más de dos semanas.
La nueva oleada de
desplazamientos militares urbanos de la guerrilla dejó atrapadas en sus
casas, en medio del fuego cruzado, a una docena de familias
estadounidenses y al menos dos funcionarios de la
Embajada de Estados
Unidos, incluyendo un alto oficial de inteligencia y el jefe de
Seguridad de la Embajada, quienes sufrieron durante varias horas la
incursión de efectivos del FMLN a sus propias residencias. La guerrilla
no tenía intención de atentar contra la seguridad de funcionarios o
ciudadanos estadounidenses, pero el riesgo de afectación fortuita era
cada vez mayor y más inevitable, porque casi todos los empleados de la
Embajada tenían sus residencias en las colonias Escalón, San Benito y
San Francisco, que se habían convertido en teatros de operaciones de la
guerra.
El peligro era ya demasiado grande y, a pesar de los
reiterados esfuerzos de diversos voceros de la Administración de Bush y
del Gobierno salvadoreño para proyectar la ofensiva guerrillera como
fracasada, los combates se mantenían con gran intensidad en la mitad de
las cabeceras departamentales del país. No había, por tanto, indicación
alguna de que la ofensiva pudiera extinguirse o controlarse rápidamente.
El fantasma de Saigón
Ante
tal situación, el embajador de Estados Unidos en San Salvador recibió,
el 29 de noviembre, la autorización del Departamento de Estado para la
salida voluntaria del personal de la embajada y de sus familiares, en
los casos en que se pudiera prescindir, temporalmente, de sus servicios.
Unos 270 empleados optaron por permanecer toda la noche en las
instalaciones de la Embajada. Al día siguiente, a las 12:25 p.m., la
vocera de prensa del Departamento de Estado, Margaret Tutweiler, hizo
una declaración sobria y factual a los periodistas congregados. La
sobriedad no era su estilo habitual cuando abordaba el tema de El
Salvador. Tal vez por eso, la declaración produjo un efecto de tensión y
dramatismo en la prensa, aunque no fuera esa la intención.
La orden de evacuación
"El
29 de noviembre, como muchos de ustedes saben, el embajador recibió
autorización para la salida voluntaria de familiares del personal de la
Embajada que quisieran salir. La autorización incluye a empleados de los
que se pueda prescindir y que también quieran salir. Ayer en la noche, a
las 9:00 p.m., la Embajada en San Salvador comenzó a contactar a todos
los americanos que pudo encontrar y les informó que se estaban
preparando vuelos especiales rentados para transportar a los americanos
que quisieran salir de El Salvador hacia Estados Unidos.
La
Embajada tenía una lista de 18 páginas con todos los ciudadanos
americanos registrados en la sección consular. Estas personas fueron
llamadas. La Embajada contactó a las Cámaras Americana y Salvadoreña de
Comercio, para que pasaran la voz a los empresarios estadounidenses. La
Embajada contactó a las escuelas internacionales y a los grupos
eclesiales para asegurarse de que su gente recibiera también el aviso.
Para facilitar la salida y los espacios aéreos comerciales
suplementarios, el Departamento de Estado contrató un vuelo charter de
Continental, que volará a San Salvador este día, 30 de noviembre. Este
vuelo acomodará a unas 252 personas y saldrá hoy de San Salvador hacia
Washington D.C.
Vuelos adicionales pueden ser programados
también, si la necesidad se presenta. La Embajada ha alquilado buses
para ayudar a los americanos a llegar al aeropuerto. No sabemos cuántos
residentes particulares van a aprovechar esta oportunidad. Estamos
alentando al personal del que podemos prescindir y a sus familiares a
salir del país".
Cuando la señora Tutweiler
terminó su declaración y dijo que respondería con gusto a cualquier
pregunta en la medida de sus capacidades, el punto central surgió de
inmediato, desde la primera pregunta: "Estas precauciones parecen
sugerir que el Departamento de Estado piensa que la ofensiva está lejos
de su último aliento y que los combates van a continuar. ¿Es esta una
previsión correcta?". Respuesta: "No sabemos si los enfrentamientos van a
continuar o no. Ciertamente –obviamente– esperamos que no continúen".
La
imagen en los noticieros de televisión del airbus A 300 de Continental
Airlines, aterrizando en la Base Andrews de la Fuerza Aérea de Estados
Unidos, cerca de Washington, con 234 personas a bordo, entre
funcionarios y empleados de la Embajada con sus familiares, evacuados de
la ciudad capital de El Salvador, en medio del fuego cruzado entre
grupos guerrilleros y tropas gubernamentales, fue realmente impactante.
Al día siguiente, el 1 de diciembre, The New York Times publicó una foto
grande de los empleados de la Embajada y sus familiares abordando los
buses que los conducirían al Aeropuerto Internacional de El Salvador. El
titular de la noticia fue, también, elocuente y dramático: "Americanos
liberados después de estar sitiados en El Salvador".
No faltó
quien pretendiera comparar la escena con la retirada de Saigón, que
tantas y tan intensas y encontradas emociones había despertado en la
población de Estados Unidos. La realidad y las imágenes, que de ella
proyectaban los medios de prensa, no podían compararse en modo alguno
con ese episodio traumático. Pero era innegable que la guerra de El
Salvador estaba causando ya un impacto y derivando unas implicaciones
internacionales que no podían seguirse soslayando.
El Salvador en la cumbre de Malta
En
ese preciso momento, se producía la reunión cumbre de las dos
superpotencias en la isla de Malta. The New York Times reportó que el
presidente Bush parecía haber asumido, durante la reunión, un tono más
suave que el de otros funcionarios de su Administración en relación con
la conducta soviética en los conflictos regionales. En parte, porque no
quería abrir espacios a la demanda de un
quid pro quo en relación
con el armamento que Estados Unidos suministraba a Afganistán, en el
patio trasero de la Unión Soviética y, en parte, por la convicción de
que la conducta soviética ya había conducido a resultados de alivio de
los conflictos regionales en otros lugares, el presidente Bush optó por
un enfoque constructivo en el tratamiento del problema centroamericano
con su homólogo soviético. En este tema, el resultado de la cumbre fue
un entendimiento para impulsar, de manera conjunta, una solución
política a los conflictos en Centroamérica.
Así, en sólo tres
semanas, desde el inicio de la ofensiva militar del FMLN el 11 de
noviembre hasta el desarrollo de la cumbre de Malta, el 2 de diciembre,
se produjeron, de manera vertiginosa acontecimientos de gran importancia
y de gran impacto público, que situaron el conflicto salvadoreño en un
plano de repercusiones internacionales innegables. Este giro abrupto de
los acontecimientos constituyó la base política y el principio de
validez jurídica para las actuaciones del secretario general de Naciones
Unidas, en relación con el caso salvadoreño, aun cuando ese principio
de validez no se hubiera traducido todavía, en mandato expreso y formal
del Consejo de Seguridad, y aun cuando la viabilidad de la aventura
diplomática de Naciones Unidas en El Salvador estuviera todavía por
construirse.
Entra en escena Naciones Unidas
En
las páginas iniciales de este capítulo, nos preguntamos cuándo, cómo y
por qué había decidido involucrarse el secretario general, si no tenía
precedentes claros, ni mandato, ni voluntad expresa de las partes en
conflicto y la guerra no estaba dando, por añadidura, indicios
consistentes de potencial afectación a la paz internacional.
Pues
bien, fue este último aspecto el primero en cambiar. Pero era el más
importante –en teoría, al menos– desde el punto de vista de la
racionalidad jurídica y política en la que podía sustentarse una
participación de Naciones Unidas. La ofensiva militar del FMLN, por
estremecedora que fuera, seguía dejando el conflicto circunscrito en un
plano geográfico y político estrictamente interno. Su implicación
internacional habría sido gravísima en una consideración geoestratégica,
ciertamente, pero solo si el FMLN hubiera demostrado una posibilidad
más inminente de tomar el poder por esa vía. El asesinato de los
jesuitas acarreó una conmoción internacional considerable, pero todavía
situada en un plano moral y humanitario, aunque generó debates, como el
de la suspensión de la ayuda militar a El Salvador, que ya se situaban
en el terreno de la política internacional. Ambos hechos produjeron,
indudablemente, un incremento cuantitativo y cualitativo en la atención
de la comunidad internacional al conflicto salvadoreño, pero no eran
todavía base suficiente para la participación de Naciones Unidas en el
auspicio de una solución global al conflicto.
En ese sentido, la
crisis del Sheraton, el episodio de las armas antiaéreas con su
potencial afectación del curso de la guerra, la consecuente ruptura de
relaciones entre El Salvador y Nicaragua, con petición expresa de que el
problema fuera abordado en el Consejo de Seguridad, las fricciones
diplomáticas entre Estados Unidos y la Unión Soviética por razón de ese
mismo episodio, y la situación crítica y posterior evacuación de
ciudadanos y personal de la Embajada de Estados Unidos fueron los
factores que, de manera más evidente y directa, abrieron la ranura
histórica por la que se coló la idea de los auspicios de Pérez de
Cuéllar para unas negociaciones que pusieran término a la guerra civil
en El Salvador.
Fue esta, también, la situación inmediata en la
que Estados Unidos y la Unión Soviética, ambos miembros permanentes del
Consejo de Seguridad, decidieron, en Malta, realizar esfuerzos conjuntos
para buscar una salida al conflicto, aunque no pretendieron delinear el
tipo de solución o la modalidad de negociaciones que era necesaria
implementar. Y fue ese también el contexto inmediato de la reunión que
los representantes del FMLN realizaron el 6 de diciembre, en Montreal,
con Álvaro De Soto, en la que surgieron los primeros perfiles generales
de lo que sería la operación diplomática más exitosa de Naciones Unidas
en un largo periodo.
A partir de este momento, Pérez de Cuéllar
pudo contar con una relevancia internacional demostrada por el giro del
conflicto salvadoreño y con un cambio de luz roja a luz amarilla
intermitente por parte de los miembros más poderosos y decisivos del
Consejo de Seguridad.
Epílogo
Decidimos reproducir estas
páginas, para que el lector contemporáneo, incluyendo la nueva generación que
no vivió estos capítulos de nuestra historia, también pueda entender cómo la
guerra, precisamente en el momento de su máxima expresión, produjo una ventana
de oportunidad para la paz. Consideramos importante que los salvadoreños tengan
acceso a este capítulo
del libro de Salvador Samayoa, que narra el camino de la guerra a la paz.
Ya sabemos cómo terminó esta
historia: Naciones Unidas asume la mediación, y en tres años de complejas
negociaciones, llegan a Acuerdos, que permiten que el 31 de diciembre del año
1991, el gobierno del presidente Alfredo Cristiani y la Comandancia del
insurgente firman un cese al fuego definitivo; que el 16 de enero del 1992 si firma
la paz en el castillo de Chapultepec en la capital mexicana; y que a partir de
esta fecha estamos construyendo un país sin militarismo, sin represión, sin
violencia política, con libertad de expresión y organización y con un sistema
de pluralismo político. Falta mucho por
hacer en esta construcción, pero será más fácil si todos entendemos cómo
llegamos a este nuevo capítulo. (Paolo Lüers)
(El Diario de Hoy)