(
Letras Libres, mayo 2008)
En febrero de 1967, Teodoro Petkoff Malec tenía 36 años y era un importante dirigente del Partido Comunista de Venezuela. Por aquellos días, el legendario comandante guerrillero que ya era Petkoff escapó espectacularmente, junto con otros dos importantes jefes comunistas, a través de un túnel que los sacó de la prisión militar de San Carlos, un viejo cuartel caraqueño cuya construcción se remonta al siglo XVIII. No fue esta su única fuga ni la más desconcertante para sus captores. En 1969, Petkoff todavía se hallaba prófugo cuando el presidente Rafael Caldera propició un proceso político de pacificación que, en breve tiempo, llevó a muchos jefes guerrilleros de entonces a incorporarse al juego electoral propio de la vida democrática.
Petkoff es hijo de un químico búlgaro y de una médico polaca, de origen judío; tras conocerse en Checoslovaquia a fines de los años veinte, y desencantados ambos de las políticas del Comintern, decidieron emigrar a Venezuela. Ambos fueron a trabajar a una central azucarera, en una todavía remota región al sur del Lago de Maracaibo: su padre, como químico de la central, y su madre, como la primera mujer médico que ejerció en Venezuela. Allí, en Bobures, pueblito habitado por descendientes de esclavos, nació el “catire” (entre venezolanos, el “güero”) Petkoff. Debía transcurrir un lustro todavía para que la muerte pusiera fin a la oprobiosa dictadura del general Juan Vicente Gómez.
Graduado con honores como economista en la Universidad Central de Venezuela (UCV), alcanzó desde muy joven posiciones de dirección en el Buró Político del Partido Comunista de Venezuela (PCV). Actuó en la resistencia estudiantil contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
Ya desde sus primeros carcelazos, Petkoff comenzó a disentir de la estrategia revolucionaria “tricontinental” propugnada por La Habana. Así, desde mediados de los años sesenta, Teodoro –como es conocido en toda Venezuela– construyó, en artículos y documentos del partido, un discurso sumamente crítico del modo en que muchos movimientos de izquierda latinoamericanos buscaron repetir la exitosa experiencia insurreccional cubana. Esto, desde luego, le valió la excomunión por parte de Fidel Castro.
La irrupción de fuerzas del pacto de Varsovia en Checoslovaquia, a fines de 1968, lo hizo no sólo tomar partido por la así abortada “primavera de Praga”, sino también escribir un libro sumamente polémico, Checoslovaquia / El socialismo como problema (1969), que trascendió las fronteras de su país y alcanzó la distinción de que Leonid Brézhnev incluyera a su autor en la lista de enemigos de la URSS.
En 1971, junto con otros muchos dirigentes del PCV, Petkoff fundó el Movimiento al Socialismo, de tendencia moderada. Veintisiete años más tarde, en 1998, se separó del MAS por estar en desacuerdo con la línea de ese partido, en el sentido de apoyar la candidatura de Hugo Chávez. Como independiente, abrazó entonces el periodismo político, primero como director del vespertino El Mundo, y más tarde fundando su propio periódico, Tal Cual, cuya política editorial ha sido de indoblegable crítica al presidente Chávez.
Su libro Dos izquierdas (Alfa Grupo Editorial, 2005) aborda las recientes oleadas populistas y el resurgimiento de los gobiernos “de izquierda” en América Latina.
Se lo tiene en Venezuela por hombre ríspido, pero casi siempre atinado en sus juicios, al punto de que aun sus adversarios más enconados en el gobierno rinden respeto a su independencia intelectual, a su valor personal y a su larga experiencia en el duro oficio de estar siempre en lúcida minoría.
En el curso de esta “década de Chávez”, Teodoro Petkoff ha perseverado como vocero de una grave advertencia que preferimos poner en sus propias palabras: “Existe hoy la manifiesta voluntad del gobierno de Chávez de controlar nuestros actos y hasta nuestro pensamiento. Se trata de tendencias que todavía podemos detener, pero a condición de que tomemos conciencia de la gravedad de la situación y actuemos en consecuencia.” ara combatir el chavismo, Teodoro Petkoff no ha tenido que renunciar a la inteligencia ni a sus convicciones izquierdistas. Por el contrario: mediante un periodismo agudo y vehemente ha logrado desnudar el autoritarismo de Hugo Chávez. En esta conversación, exclusiva para Letras Libres, apunta más lejos: contra la izquierda autoritaria y a favor de la izquierda democrática en América.
Has manejado los conceptos de izquierda borbónica e izquierda no borbónica para referirte a lo que Álvaro Vargas Llosa llama izquierda vegetariana e izquierda carnívora. ¿Qué izquierda crees que va a prevalecer?
Creo que ambas son, por decirlo de alguna manera, inmortales. En algunos países prevalecerá o continuará prevaleciendo la izquierda democrática, moderna, y en otros, la izquierda más atrasada. Tenemos que hablar de casos nacionales. En términos generales, en los países más grandes y modernos del continente, en los institucionalmente más desarrollados, el espacio político está abierto para la izquierda democrática; en cambio, en países menos estructurados, con instituciones más frágiles y con grados menores de desarrollo económico, la prédica ultra podría encontrar, como en efecto lo ha hecho, terreno apropiado. Pero si queremos echar una mirada en conjunto, desde mi perspectiva el desenvolvimiento histórico del continente apunta a la afirmación creciente de una izquierda democrática.
¿Cómo encaja el proyecto de Venezuela ahí? Estamos ante un discurso de izquierda radical, pero con mucho dinero.
El caso de Venezuela es atípico. Aquí hay una izquierda –si es que queremos seguir llamándola así, aunque yo creo muy inapropiada la utilización del término para calificar al chavismo– que está en el poder y que no es fruto de procesos semejantes a los ocurridos en los demás países de América Latina. Tanto en Ecuador como en Bolivia y Nicaragua, los movimientos izquierdistas son fruto de décadas de lucha y de fuerzas de izquierda “clásicas”, con toda esa mezcolanza de marxismo, leninismo, trotskismo, peronismo y fidelismo. Ese no es el caso venezolano. Aquí Chávez accedió al poder por medio de una conspiración militar fracasada. Aprovechando el halo de bravura que suele rodear a los conspiradores militares y el anchísimo vacío institucional partidista que existía en Venezuela, este hombre ganó las elecciones, pero no a la cabeza de las fuerzas de izquierda. Ganó las elecciones acompañado de los sectores dominantes de Venezuela; llegó cabalgando la ola mediática que le proporcionaron los más importantes medios de televisión del país. En los días iniciales de su gobierno se agolpaban todos los grandes empresarios del país en Miraflores, y allí comenzaron a percibir que estaban ante un animal político diferente. Una vez Chávez los reunió a todos y les dijo que no les debía nada, cuando en realidad les debía todo: el apoyo mediático y financiero, los aviones y automóviles que le habían prestado, los recursos logísticos... Esto sólo podía ocurrir en Venezuela, es decir, en las circunstancias históricas de un país dominado durante décadas por dos gigantescos partidos populistas, democráticos, uno un poquito a la izquierda del centro, y otro un poquitito a la derecha, Acción Democrática y el Partido Social Cristiano, dos máquinas políticas que no tenían equivalente en América Latina; ni siquiera el PRI, creo yo, se podía comparar con la maquinaría política que era Acción Democrática. Cuando las instituciones fueron capturadas por los sectores más corruptos de estos partidos y fueron envilecidas, cuando comenzó a degradarse la economía venezolana, se creó ese ambiente específico donde se cocinan los líderes carismáticos, los líderes providenciales, y surgen ese tipo de movimientos que levantan el légamo de la sociedad. Son olas de fondo que mueven a una parte muy grande de la sociedad, en Venezuela no tanto a las clases medias empobrecidas –como en la Alemania de Hitler–, sino a los pobres más empobrecidos.
Lula, por el contrario, es producto de veinticinco años de trabajo tesonero en la clase obrera, de un partido no comunista surgido de la clase trabajadora. Si hay un partido en el mundo que puede clasificarse como un partido de la clase obrera, aparte del francés y el italiano, es el de Lula, que surge del movimiento sindical, que va avanzando poco a poco en la sociedad, que gana alcaldías, consejos municipales, gobernaciones; que participa en procesos electorales, que elude las trampas de la violencia. Hay un sustrato democrático que deriva de la práctica democrática del petismo brasileño. Ellos hacen suya la democracia: no la perciben como un instrumento útil mientras se es oposición, y olvidable cuando se llega al poder; les es consustancial porque nacieron luchando por ella.
El caso del Frente Amplio Uruguayo es incluso más paradigmático, porque los partidos que lo componen son partidos centenarios. Ahí están el Partido Socialista y el Partido Comunista más viejos de América Latina. Son movimientos muy vinculados a la clase obrera. Es un siglo de luchas sociales lo que está detrás del gobierno de Tabaré Vázquez; y ni hablar del socialismo chileno y de la larguísima tradición de un partido que nace prácticamente con la Segunda Internacional... Esa es un poco la historia del continente, pero no la de Chávez. Chávez no es un luchador social ni un líder formado en la lucha social o en el estudio. Chávez es un conspirador afortunado, simplemente un hombre de gran audacia y, es verdad, de mucho instinto político. Para nuestra desgracia, llega al poder sin saber qué hacer con él: sin un programa, sin formación, sin un conocimiento del país y sus problemas. Después, cuando comienza a tantear soluciones, va apareciendo un utopista, un utopista por fortuna no sanguinario, al menos hasta ahora. Un utopista que no considera necesario cortarle los dedos de los pies a la muchacha para que le calcen las zapatillas de la Cenicienta, sino que aplica sus ideas –que van fracasando casi todas– sin meter presos a sus adversarios. Ahora, ¿por qué podemos tener nosotros un utopista no sanguinario? Porque “tiene la plata que jode”. Este utopista no sanguinario puede permitirse estos experimentos en Venezuela porque tiene un dinero que no tiene nadie. Somos un país de veintisiete millones de habitantes que va a recibir este año setenta mil millones de dólares provenientes de sus exportaciones petroleras. ¡Hombre, qué país en el mundo se puede dar ese lujo! Chávez no halla qué hacer con el dinero: puede alimentar todas sus fantasías.
Dices que Chávez es un utopista no sanguinario, pero en su régimen el funcionariado está lleno de militares, presidido por un militar con un discurso belicista...
Ese es otro rasgo que diferencia el caso venezolano de los demás. La izquierda democrática de América Latina, e incluso la no democrática, no es militarista: es civilista y no le debe nada a los militares. El eje articulador del poder en Venezuela son las fuerzas armadas, no un partido político. Han pasado nueve años y a lo largo de ellos Chávez ha emprendido distintos experimentos organizativos de su partido, pero sólo para hacer de él una máquina para los procesos electorales.
Se calcula que hay quinientos militares en activo repartidos en cargos de alto nivel.
Sí, esa cifra puede estar bastante próxima a la verdad, si no es que se queda corta. Pero el número no es tan importante como la concepción que tiene Chávez del rol de las fuerzas armadas en la sociedad venezolana, concepción que por cierto está muy bien plasmada no sólo en la reforma constitucional derrotada, sino en el proyecto de currículo educativo. A lo largo de los cinco años de bachillerato, el único tema que se repite sistemáticamente es el de las fuerzas armadas. Por supuesto, esto no tiene nada que ver con la gran tradición del socialismo mundial ni con la tradición de las izquierdas latinoamericanas.
Hay que hacer aquí un pequeño paréntesis. De un tiempo para acá, desde el gobierno de Néstor Kirchner, el peronismo comenzó a recibir el baño lustral de la definición izquierdista. Yo creo que el peronismo no tiene nada que ver ni con la izquierda ni con la derecha; es un fenómeno argentino, y con esto quiero decir que ya es una definición por sí mismo. Hay semejanzas y diferencias entre el chavismo y el peronismo. Una primera gran semejanza es la dependencia que tienen estos movimientos del liderazgo carismático. Claro que Chávez no tiene una Evita al lado que complemente su liderazgo carismático. Una segunda semejanza es esta: si bien las raíces fascistas del pensamiento de Perón son muy claras, en el caso de Chávez no hay un comportamiento motivado ideológicamente por el fascismo; muchas de sus acciones, sin embargo, entran en el cuadro de lo que Umberto Eco llama urfascismo, es decir, el fascismo cotidiano que segregan las sociedades. En Chávez es muy prominente el culto a la tradición, a los héroes, a la violencia, el tono bélico, la mitología belicista... y todo eso forma parte del urfascismo. Si antes dije que es un utopista no sanguinario, esto no significa que no sea represivo.
Tiene presos y hace una utilización política y casi personal del sistema judicial...
Sí, el uso de la violencia del Estado y la manipulación de las instituciones en su provecho personal son rasgos muy visibles en Chávez. Este es un segundo elemento que lo asemeja con Perón. Pero también hay diferencias: el peronismo organizó a la clase obrera y Chávez no ha podido con la clase obrera de Venezuela, que se ha mostrado refractaria al chavismo. A diferencia de Perón, que tenía el apoyo de una clase obrera grandísima, Chávez logró otra suerte de milagro: organizar a un sector que parecía imposible de organizar: la pobreza urbana, por llamarla de alguna manera. Desempleados crónicos, amas de casa de hogares pobrísimos, trabajadores informales, vendedores callejeros, incluso gente que llevan vidas más o menos delictivas... El discurso chavista, animado por una cierta resonancia redentora, logró organizar a este sector y allí han surgido una miríada de organizaciones populares de distinto tipo que han creado centros de poder populares.
Para cambiar un poco los tercios, hablemos del antiamericanismo. En Estados Unidos muchos analistas creen que la política exterior de este país hacia Cuba, pasado el periodo fidelista, está por cambiar. ¿Qué consecuencias podría traer esto para la izquierda de América Latina y, en particular, para Chávez?
Creo que van a ocurrir cosas muy interesantes en las relaciones cubanonorteamericanas, sea quien sea el próximo presidente de Estados Unidos. Los analistas del Departamento de Estado, aunque miopes, no son ciegos y no pueden dejar de ver los cambios que están ocurriendo en Cuba. Puede resultarnos hasta divertido saber que un cubano ya puede comprar un celular, pero eso significa que Cuba está entrando en el siglo XXI, que está comenzando a salir tímidamente a la modernidad. El fidelismo aisló a Cuba –no en el sentido político, porque Cuba estuvo engranada con muchas corrientes históricas y políticas del resto del mundo– y Raúl, que sabe que tiene que legitimar su gobierno puesto que no fue elegido, ha comenzado a dosificar cambios que son enormes, yo me atrevería a decir que casi copernicanos. Los analistas norteamericanos están tomando nota de esto, aunque también saben que Raúl Castro no va a impulsar grandes cambios en las instituciones. La garra del Partido Comunista seguirá allí, y Raúl no se puede permitir audacias como las chinas o vietnamitas porque Cuba está demasiado cerca de la fuerza gravitacional de Estados Unidos. Pero ciertamente se están produciendo cambios en lo político y cultural.
Todo esto causará, por supuesto, cambios en la imagen que se tiene de Cuba en América Latina. Sin Fidel, este icono de la izquierda no democrática, de la izquierda anacrónica, dejará de ser lo que fue a lo largo de medio siglo. Y esas botas no las puede calzar Hugo Chávez. Fidel Castro llenaba esas botas con el peso de su personalidad, de su genio político, y no con dólares. Nuestro caudillo es otra cosa: un hombre al que tú le quitas los dólares y lo dejas desnudo. Por otra parte, los cambios que se vayan produciendo en Cuba irán alimentado las tendencias democráticas de izquierda en América Latina.
A veces uno tiene la impresión de que Correa y Evo han seguido un guión más o menos ligado al proceso chavista, pero eso no quiere decir que se vaya a producir el mismo fenómeno que en Venezuela.
Creo que los países andinos están en una crisis terrible. Uno de los aspectos de esa crisis es la demolición del Estado y sus instituciones. Los Estados de los países andinos están desportillados, son casi ficticios. Por lo mismo, el que en Bolivia o en Ecuador se haya planteado una Constituyente no significa que se esté siguiendo el guión chavista. Yo veo esto como un recurso democrático para intentar reconstruir el Estado.
Nunca he creído en esa supuesta influencia desbordante de Hugo Chávez en América Latina. Eso es sobre todo un producto de los medios norteamericanos y de la miopía de su Departamento de Estado. No considero que Chávez haya sido nunca una amenaza para las empresas del imperio, ni que tenga la fuerza que le atribuyen los estadounidenses. Políticamente hablando, Chávez es un fenómeno marginal. El chavismo rebota con fuerza en los sectores ultra de la izquierda continental, pero en el mainstream, entre las grandes fuerzas de izquierda, en los países más grandes del continente, es un fenómeno completamente marginal, y esto más aún a medida que pasa el tiempo. La agenda política de Lula no tiene nada que ver con la de Chávez, ni tampoco la de Tabaré Vázquez o la de Bachelet, y ni siquiera la de los Kirchner... Hay una izquierda que no he mencionado, la izquierda democrática colombiana, que tampoco se identifica con Chávez, salvo algunos de sus personajes. Por otra parte, las farc están muy desacreditadas políticamente; ya no es un movimiento político sino de narcotraficantes y secuestradores.
Por último: hace cuarenta años hubo dos asesinatos en Estados Unidos, uno de un precandidato y uno de un exitoso promotor de los derechos civiles americanos. Hoy uno de los candidatos a la presidencia de aquel país es negro y otro es mujer. ¿Qué piensas de esto?
Si yo fuera norteamericano votaría por Obama con los ojos cerrados. Obama, como Hillary, representa un fenómeno que no se puede dejar de subrayar: la condición revolucionaria de la sociedad norteamericana. No hay ninguna sociedad en el mundo que tenga la capacidad de la sociedad estadounidense para cambiar. Lo que está ocurriendo en Estados Unidos es impensable en cualquier país europeo, y más todavía en los países no desarrollados, que son sociedades aún más conservadoras. Hace todavía cuarenta años los negros tenían que sentarse en los sitios traseros de los autobuses y beber en bebederos públicos hechos sólo para ellos, y hoy esa misma Norteamérica podría elegir tranquilamente un presidente negro.
Estados Unidos es el país que más temor inspira en el mundo; es una sociedad violenta –tan violenta como se expresa en la película No Country for Old Men–; es una sociedad racista y machista; es la sociedad de John Wayne; y su política exterior, sobre todo en el periodo de Bush, ha expresado toda esa Ugly America. Pero también hay que decir, en honor a la verdad, que la esperanza de que todo eso cambie nos viene también de Estados Unidos. Si va a haber un cambio en la política norteamericana, será porque los estadounidenses votarán por ello. De esta sociedad vienen muchos de los miedos del mundo, pero también las esperanzas. Es la única sociedad que ha derrotado al fascismo pacífica y democráticamente. Es un pueblo crédulo, pero cuando deja de creer, “no masca”, como decimos en Venezuela, con la misma determinación con que de pronto dicen: “Hay que ir a Iraq a matar a esos moros”, dicen después que hay que salir de Iraq porque no hay nada que hacer ahí. Creo, pues, que esta campaña electoral norteamericana va a marcar un antes y un después. Estados Unidos será distinto después de las elecciones, incluso si ganara McCain.
(Publicado en
Letras Libres)