He leído, Paolo, tu artículo de1 19 de junio, en donde confiesas tu incapacidad de responder a la pregunta de qué cambio se espera de parte de un nuevo gobierno. Me ha sorprendido esa confesión de alguien que es inteligente y, además, muy bien informado. Por eso te escribo aprovechando la invitación que haces a tus lectores de que definamos de qué “cambio” se trata. Voy a intentar hacerlo. Pero antes debo plantear algunas premisas.
La primera es que en el río de nuestro acontecer diario suena fuerte la percepción de que el partido en el poder no las tiene todas consigo en la vía hacia las próximas elecciones. De hecho hasta comentaristas que siempre han estado de su lado, ahora le señalan fallas, sobre todo las de su cúpula. Se dice, se comenta, se percibe el presentimiento de que la izquierda puede ganar. Se oye, se piensa, se escapa hasta de los círculos más íntimos de ese partido la convicción de que el candidato escogido por sus dirigentes no es el más apto y que ni él mismo se siente bien representando ese papel.
La segunda, derivada de la anterior es que si se tiene el presentimiento de derrota es porque se tiene conciencia de culpa o, al menos, de que no se gobernó de la de mejor manera. Y si se tiene conciencia de esa realidad, debe entenderse que no es una minoría de la población la inconforme, sino la mayoría. Por supuesto.
Y la tercera es que si partido en el poder, lejos de llevar a este país a la gloria democrática prometida durante todos los períodos que lleva gobernando, lo pone ante la compleja crisis global en que nos hemos ya adentrado con muchas más debilidades que al principio de sus gestiones, menos podrá seguir haciendo con sus mismas estrategias, tácticas y cohortes de gobierno para sacarnos de donde nos ha puesto. De ahí que se instale en la opinión de políticos y politiqueros la idea del cambio. Para el partido de izquierda, si gana, el cambio radical de sistema; para la derecha, el cambio estratégico para no perder. Pero en el caso de los segundos, cambio meramente decorativo, porque las críticas que se le hacen al partido gobernante por parte, como he dicho, hasta de sus correligionarios, no es de que si ganan, comiencen a gobernar a favor del pueblo, sino de que reestructuren su dirección ante el peligro de la derrota.
Entiéndase de una vez: democracia no es sólo votar y escoger gobernantes, ni únicamente ser oído y vencido en juicio, entre otras cosas; democracia es que los gobernantes escogidos gobiernen para todos los ciudadanos, por el interés de todos los ciudadanos y no sólo por los de una minoría privilegiada. Y que si se enjuicia y se condena a los delincuentes de abajo, también se enjuicie y se condene a los de arriba. Ni más ni menos. Como debiera hacerse con aquellos que todos los años engañan al fisco con los impuestos; de igual manera con los funcionarios que toleran ese delito.
Se habla de cambio, cuando se hace sin fanatismos, con conciencia social, en el sentido de que las cosas dejen de estar como están (o sea mal) y sean de otra manera, como deben ser, de la manera en que todos nos sintamos bien con ellas, no sólo unos pocos. Tan negativo para una verdadera democracia es que una mayoría esté mal en un país cuando todos los beneficios de su economía son para una minoría, como que ésta minoría se sienta mal porque tiene que hacer las cosas bien, decentemente, para que la mayoría pueda tener y mantener satisfechas sus más ingentes necesidades: techo, alimentación, salud, educación, trabajo, diversión, seguridad.
Estoy siendo muy elemental. Lo sé. Pero me parece necesario serlo. No soy comunista ni de derecha. Siempre me he confesado socialdemócrata. Y sé que por serlo me caen improperios de los dos extremos laterales, lo cual no me importa: la vida no es sólo diástole ni sólo sístole; es ritmo de ambos impulsos. Pero lo importante es que al menos siempre he procurado pensar y obrar con justicia. Me repugna la injusticia. Y una mayoría que cree en promesas electoreras apoyadas por la minoría y nunca puede salir de su desgracia, es lo más injusto que puede haber. Es una injusticia histórica que sólo puede traer conflictos. Una y otra vez. Porque la Historia se repite. Y tan conflictiva es una insurrección armada como ese populismo que todos condenan y nadie, nadie, trata de detener, si es que es cierto que ya asoma. Por otra parte, si ofrecer un pobre aumento de salario en período de elecciones no es populismo, no sé qué lo será.
El cambio del que yo te hablo, Paolo, sí es para mejorar. Porque si cambia (vuelvo al mismo ejemplo) la actitud de los evasores de impuestos, con una mayor recaudación podrá mejorar la situación de los servicios de salud y de educación entre otros; porque si se hace cambiar la actitud de aquellos funcionarios carentes de probidad, al erradicarse la corrupción y el despilfarro, podría haber mejoras salariales para quienes más las necesitan y no solo para las altas jefaturas. Deduce tu otros ejemplos.
No, yo no hablo de un cambio radical, del tipo “quítate tú para ponerme yo”. Hablo del cambio gradual, como debió ser a partir de los “recuerdos de paz” como yo les llamo. Hablo de un cambio en el que haya soluciones racionales y viables. Que en vez de dejar que el gobierno se enrede en más subsidios para patanes buseros, los empresarios e industriales escuchen el consejo que hace poco les dio un barón de la industria: suban el salario mínimo. Y al mismo tiempo, que en vez de subsidiar a los dueños de los buses, que se den bonos para que puedan viajar en ellos a estudiantes de escuelas públicas, enfermeras, maestros y personas de la tercera edad.
Por tanto, Paolo, cambio si puede ser mejora. Cuando yo espero un cambio en mi estado de salud no precisamente se trata de que me cambien mis órganos, sino pasar del estado de enfermedad en que me halle al de mejoría y de ahí al de salud plena. Lamentablemente el de nuestra sociedad nunca podrá serlo. Pero hacerla pasar del patológico estado en que hoy está a uno de verdadera justicia social, sí que se puede.