Aunque
El Salvador está situado dentro del corredor de huracanes, históricamente nunca
ha sido el más afectado directamente por estos. Sin embargo, es necesario
considerar que una depresión tropical situada en el Golfo de México puede
generar intensas lluvias que repercutan directamente sobre el territorio
salvadoreño, como el caso de la depresión tropical E-12, que azotó nuestro país
en noviembre de 2011. Aun así, los daños ocasionados por estos han sido
significativos a lo largo de la
historia, entre los años 1902 y 2010, el impacto económico ascienden a un total
de $16,000 millones de dólares según la OFAD/CRED International Disaster
Database.
En
El Salvador el 88.7% del territorio, es considerado área de riesgo según la
GFDRF 2009 Banco Mundial, siendo la vivienda popular y vivienda rural la que
por lo general resulta mayormente
afectada año tras año. Eso puede ser explicado debido a una diversidad de
factores entre los que podemos mencionar que históricamente y por su ubicación
geográfica, El Salvador no es sometido a dramáticos cambios climáticos tales
como frío o calor extremos, y a la
población rural le ha bastado con hacerse de chozas para el resguardo de la
familia. Sumado a esto, normalmente este sector poblacional no cuenta con los
recursos económicos para la construcción de una vivienda digna y no ha logrado más que un techo improvisado para resguardarse
de la intemperie. Esta tipología
histórica de la vivienda improvisada coloca a sus habitantes en situaciones de
alto riesgo en caso de catástrofes naturales como lo son: inundaciones,
deslaves o terremotos ya que dichas estructuras son incapaces de resistir
cualquiera de estos eventos.
Es
necesario crear conciencia que esta práctica de reconstruir cada año, la
vivienda destruida el invierno anterior frena por completo cualquier
posibilidad de superación personal o familiar. Se vuelve imprescindible la
necesidad de modificar la tipología de vivienda especialmente en zonas de
riesgo de inundación, como por ejemplo las tierras del Bajo Lempa que se encuentran en riesgo inminente.
A
pesar de ser un país tropical, en El Salvador no se implementan sistemas de
viviendas que datan de hace ya décadas en otros países y que han dado
excelentes resultados, como es el caso de la vivienda elevada. En la mayoría de
países tropicales, especialmente en zonas costeras y riveras, se implementan
diseños que implican elevar la vivienda a más de un metro del nivel de terreno
natural que les pueda proporcionar resguardo en caso de inundación tanto a los
habitantes como a sus pertenencias. Pero existen otras ventajas que proporciona
la vivienda elevada: disminuye el riesgo de plagas (ej. Roedores y zancudos),
proporciona un resguardo seco en caso de inundación, mismo motivo por el cual
se mejorarían las condiciones de salubridad posteriores a una catástrofe de
este tipo, además la altura brinda un
ambiente más fresco y cómodo para habitar, etc. Si a esta vivienda se le
agregan otros elementos propios de la arquitectura bioclimática como sistemas
naturales de climatización y aprovechamiento de las condiciones ambientales, es
posible obtener una vivienda más digna y más segura a un costo muy bajo.
Pero
el cambio no debe limitarse a la forma sino también a la calidad de los
materiales y sistemas constructivos. No se puede
seguir pensando en soluciones temporales que se vuelven perpetuas y que al corto tiempo están generando nuevas pérdidas irreparables en
vidas humanas y pérdidas económicas.
Podemos
partir del hecho que mientras continuemos
con los mismos hábitos y limitaciones en la construcción de vivienda
popular y vivienda rural, solo podemos esperar los mismos resultados. Es
urgente que se le proporcione a la población de escasos recursos, soluciones
innovadoras y prácticas que de ser necesario puedan ser implementadas por los
mismos usuarios. Estas soluciones pueden ser promovidas y difundidas en forma
gratuita para evitar que el factor económico sea una limitante que restrinja la
propagación de la información a los sectores más necesitados.
Cada
vez se vuelve más complicado pensar en soluciones como la movilización de estos
pobladores a zonas más seguras, en tierras que si bien es cierto se encuentran
en menor riesgo de desastre, pero que a la vez no garantizan la subsistencia de
los pobladores al no constituir un medio de producción con las condiciones
adecuadas para el cultivo o crianza de animales.
En
conclusión podemos mencionar que existe en el país una necesidad urgente de
modificar la tipología tradicional de la vivienda y de los sistemas
constructivos para zonas de riesgo y sobre todo zonas de riesgo inminente, si
pretendemos lograr una mejora sustancial en la calidad de vida y en la mitigación
de desastres naturales.
Sabemos con certeza que es posible hacerlo, puesto que
ya tiene décadas funcionando en otros países tropicales y sabemos que los
costos no difieren mucho de los programas de vivienda mínima que actualmente
ejecuta el gobierno, así que no deberían existir limitaciones técnicas o
económicas para no poner nuevos planes en marcha.