Los griegos acudían en masa al teatro. Ricos, pobres, esclavos, mujeres y niños pasaban horas en las gradas, bajo el sol y las estrellas de Atenas, fascinados por el espectáculo que en las Grandes Dionisíacas, se extendía por cuatro días.
El público saludaba o abucheaba las obras de Esquilo y Sófocles. Más que un espectáculo, era un
rito colectivo: la gente hacía catarsis de sus problemas con las peripecias de los héroes y strenaban los espejos de las representaciones, que luego nos dejaron como legado. Después, la tragedia se volvió algo más serio. En el siglo IV AC, Aristóteles se empeñó en explicar
sus mecanismos. Para Nietzsche, fue su muerte. Según él, en la ilusión pacificadora del teatro
clásico se perdió el sentimiento trágico y su vitalidad dionisíaca.
Nietzsche no supo de Chávez. Tampoco Aristóteles sospechó que siglos después, se celebrarían los 10 años del Aló Presidente. Ni que los venezolanos tendríamos este mayo varios días de un
espectáculo anunciado con bombos y platillos: “Habrá de todo: canciones, denuncias, críticas.
Será un Aló Presidente por capítulos, como las telenovelas. Irrumpirá cuando menos lo esperen". Por aquello del eterno retorno, hoy nos toca asistir al renacimiento de la tragedia, aunque sea bajo la forma devaluada del reality show.
En esta nueva tragedia se cumple la regla clásica de la unidad del tiempo: el espectáculo en tiempo real, en sesiones de 6 a 8 horas. Algunos elegidos gozan su pathos en incómodas sillas, sin comida ni bebida.
El resto del público disfruta del drama por TV. La unidad de acción también se cumple: asistimos a grandiosos episodios de la mítica revolución bolivariana y al relato de su epopeya, y nos conmueve la acción heroica del protagonista, mimetizado con el pueblo.
La unidad de lugar no se respeta: seguimos el drama de Maracaibo a Caracas, de Miraflores al llano. Otras reglas son más importantes: “se debe preferir lo imposible verosímil a lo posible increíble", dice Aristóteles.
Así, el drama de Aló Presidente resulta más verdadero que la Historia. Un coro de ministros canta la epopeya. No importa si, más allá del teatro, la realidad de pobreza y atraso amenaza con acabar el espectáculo. De todos modos nos causa placer.
Para Aristóteles, el héroe debe ser “semejante a nosotros mismos, para sentir temor y simpatía por él". Pero sólo Nietzsche comparte con nosotros, en cada Aló Presidente, “la proximidad del dios, el camarada que comparte el sufrimiento (...) el anunciador de una sabiduría que habla desde lo más hondo del pecho” y la excitación dionisíaca que comunica a las masas.
Desde su tumba, se ríe de nuestra tragedia, “ese fenómeno que sobreviene como una epidemia”. Yde este pueblo, que se siente mágicamente transformado con cada show del Presidente.
(TalCual, Venezuela)