Bueno, tal vez no se interesan mucho por la política como se practicaba en las generaciones de sus padres y abuelos. Y tal vez tienen razón.
El resto es paja: Indiferentes no son. Todos mis hijos se niegan a comprometerse con partidos, pero ninguno de ellos es indiferente. Asumen compromisos, pero con el país, con su profesión, con ideales, no con partidos. A duras penas votan, pero tapándose los ojos para no ver las banderas que les toca marcar.
Todos hemos visto nacer a la orilla del Bulevar del Ejército el champerío inmenso que alguien (no sé si un campeón del eufemismo, un gran cínico o un visionario) bautizó "Comunidad las Victorias". Primero eran unas docenas, después unas cientos, ahora son más de mil champas, de las más provisionales, más precarias, más inhumanas. Expuestas al sol, a la lluvia, al lodo, al polvo viven unas mil familias.
Todos hemos visto la miseria, porque esta vez no se escondió decentemente en una quebrada para no ofendernos. La pobreza extrema se instaló donde todos la ven, pero sin verla: Adultos politizados, viejitos comprometidos, políticos de derecha e izquierda, poetas revolucionarios, curas con responsabilidad social...
Pero los que no pasaron viendo al otro lado son unos bichos de clase media alta, estudiantes de las universidades privadas más caras del país. Montaron un campamento dentro del campamento, empezaron a construirles casas y a traerles consultas médicas a los habitantes de este champerío.
Son los jóvenes de Un Techo para mi País. Estudiantes consumistas aficionados a las discotecas, los celulares chivos, el mundo paralelo en "Facebook". Les encanta la buena vida, pero sobre todo aman la vida. Por eso arman una campaña para resolver la insostenible situación de las familias que viven en el champerío de "Comunidad las Victorias". Y en el mundo de los adultos responsables y concientes, comprometidos con la institucionalidad del país y el progreso de la humanidad, casi todos les dicen: "Miren, apreciamos sus buenas intenciones, pero tienen que tomar en cuenta que ahí se trata de una ilegalidad. Si apoyan a esta gente, legitimizan la toma ilegal de tierras. Si les dan un techo y una casa, se consolida el acto ilegal de la toma de tierra..."
Y los bichos consumistas e indiferentes dicen: "Está bien. Que el Estado se encargue de resolver el problema legal. Nosotros vamos a resolver un problema humanitario, un problema de salud, de sanidad, de vida..."
Y tienen la razón: Legal o ilegal, el hecho es que la gente vive ahí. Los niños viven ahí y necesitan condiciones para sobrevivir. Necesitan un techo.
Los jóvenes de Un Techo para mi País les están dando un techo, contra todas las dudas, resistencias y obstáculos. En vez de criticarlos, todos deberíamos ayudarles. Y sobre todo deberíamos dejar de hablar de la juventud consumista e indiferente.
Platicando con estos bichos, me recuerdo de una de las primeras mantas que yo pinté para llevarla en las calles agitadas de Berlín del año 1968. Decía: LEGAL, ILEGAL, SCHEISSEGAL! Se traduce más o menos así: Legal, ilegal, da igual. Bueno, un poco más fuerte y vulgar...
Yo sé que es una consigna cuestionable. Pero la cuestión que provoca no es ¿cómo se atreven hacer algo en una comunidad ilegal?, sino ¿cómo remover las barreras legales que impiden hacer algo que es justo y necesario?
Eso de la juventud consumista es una paja de los viejos frustrados. Eso lo dicen a los jóvenes venezolanos --que sólo piensan en pisto, drogas y sexo--, y han sido los estudiantes los únicos que han puesto a temblar a Hugo Chávez. Lo dicen aquí, y han sido los jóvenes de democracia y desarrollo quienes han retado a los políticos a que discutan en las universidades.
Y han sido los "hijos de papi" de las universidades élites que han tenido la decencia de pararse en el Bulevar del Ejército para darles techos a los desamparados.
(El Diario de Hoy)