Con el peligro que usted se enoje: Voy a escribir en esta carta sobre la misa de Jueves Santo que usted celebró en el penal de Mariona, porque es importante que se sepa. Es importante que genere el debate que tiene que generar el hecho que usted les lavara y luego besara los pies a unos delincuentes condenados. Un obispo de la Iglesia Católica besándoles los pies a pandilleros, ¿adónde hemos llegado?
Penal La Esperanza en Mariona, 28 de marzo 2013 |
Voy a contar la historia desde el principio. El miércoles recibí una llamada de alguien que puedo describir como 'contacto con los pandilleros de la cárcel', trasladándome su invitación de participar en la misa de Jueves Santo, a la cual ellos también, desde los diferentes cárceles, estaban invitados. Cuando llegué a Mariona, lo primero que usted me dijo era: "Paolo, está aquí como testigo y amigo, no como enviado de un periódico. Hemos decidido no convocar a los medios, porque no queremos convertir esto en un show."
Y así fue. Usted, en esta misa, no habló a las cámaras. Habló -y con la fuerza que sólo permite el diálogo directo - al millar de presos de todos los penales que representaban la población reclusa del país. Hombres y mujeres. Pandilleros y 'civiles'. Jóvenes y viejos. Ladrones y asesinos.
Luego celebró exactamente la misma ceremonia que horas antes, en una cárcel en Roma, había celebrado el Papa Francisco. La foto del papa, besando el pie a un criminal condenado, recorrió el mundo y fue tomada como muestra de la humildad del nuevo papa. Y como acto que confirma que va en serio con el mensaje que dio a los cardenales antes de que lo eligieran papa: "La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria."
Pero yo sabía que este mismo acto, sólo que en una cárcel salvadoreña, y no con 12 delincuentes anónimos del otro lado del mundo, sino con una docena de delincuentes nuestros, incluyendo connotados pandilleros, iba a crear, en muchos, lo contrario: rechazo, incomprensión, miedo. Por esto, estimado monseñor, tomé la decisión de publicar las fotos de Mariona que muestran a un obispo nuestro lavando y besando los pies a pandilleros nuestros. Y si esto causa un gran debate, ¡bienvenido sea!
Los presos, tatuados o no, en esta cárcel que oficialmente se llama 'La Esperanza', no podían malentender el mensaje que usted les mandó. No era un mensaje de tolerancia al crimen y la violencia. Por lo contrario, usted les hizo un reto muy fuerte: Dejen de ejercer el mal (el crimen y la violencia) - y tendrán quienes les echarán la mano para rehacer sus vidas. El mensaje que usted dio a los presos era muy simple, ya traducido del lenguaje religioso al lenguaje común: Nadie está condenado a seguir el círculo vicioso de la violencia. Literalmente usted dijo: "Ustedes están privados de libertad, pero no privados de recibir amor." Yo y los presos entendimos: Ustedes se hicieron enemigos de la sociedad, pero hay puertas abiertas a la reinserción.
Está bien que usted siga hablando así a los delincuentes recluidos en las cárceles. Es necesario. Y me consta que hay una sed de escuchar. Pero más importante aún, estimado monseñor, es que hable de la misma manera clara, sincera y desafiante a la gente afuera de las cárceles, a la gente de bien, a los que les cuesta ver a los presos como seres humanos y como parte de la sociedad...
Por esto escribo esta carta, contando lo que pasó el Jueves Santo en Mariona, y haré públicas las fotos. Esto no convierte lo que usted hizo en show, porque usted lo hizo como gesto humano, gesto de pastor, gesto de ciudadano, sin pensar en cámaras.
Gracias por todo le dice
(Más!/EDH)