Esta columna fue publicada el 19 de junio 2006 en El Faro. 11 años después, con otro gobierno y otros alcaldes, esta columna que mezcla realidad con ficción todavía tiene vigencia. Ahora tenemos una autopista y un aeropuerto Monseñor Oscar Arnulfo Romero, tenemos una plaza Schafik Handal en Mejicanos, tenemos un Monumento de Reconciliación espantoso, y sigue ondeando la bandera de ARENA en el redondel Roberto D'aubuisson. Siguen molestándose los unos y los otros, pero para la mayoría de salvadoreños es algo normal. Que bueno...
Primer paso: Se inaugura la Plaza
Roberto D’Aubuisson en uno de los nuevos redondeles creados en lo que fue la
Finca El Espino. Basado en un acuerdo del Concejo Municipal de Antiguo
Cuscatlán, el partido ARENA erigió un monumento en homenaje a su fundador,
inmortalizando en grandes placas de mármol las consignas con las cuales
D’Aubuisson lanzó su campaña anticomunista: “El arma más poderosa de los
hombres libres es el voto”, “Patria sí, comunismo no”, “Primero El Salvador,
segundo El Salvador, tercero El Salvador” y “Presente por la Patria”. Faltaba
el quizás más importante: “Haga patria, mate un cura…”
Tambien la Calle Pedregal de Merliot,
que conduce de este redondel hacia el El Platillo, pasando por los nuevos
centros comerciales Multiplaza, La Cascada y La Gran Vía, recibió el nombre de
Mayor Roberto D’Aubuisson.
Bueno, por lo menos una parte de la
Calle El Pedregal. Porque sobre la otra parte –la que pertenece al municipio de
Santa Tecla- no tiene poder el COENA de Arena. Aquí gobierna el FMLN. O más
bien: Oscar Ortiz. Antes de que el partido le pueda dar línea de cómo
reaccionar a la plaza y la calle D’Aubuisson, Oscar inaugura, en el redondel
conocido como El Platillo, la plaza Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Y la misma
Calle Roberto D’Aubuisson, al cruzar el límite municipal e ideológico, se llama
Calle Monseñor Oscar Arnulfo Romero.
Víctima y victimario comparten una sola
calle. Entre dos redondeles de Ciudad Merliot está suspendida, de manera
sintética y simbólica, la historia contemporánea de los salvadoreños.
Los representantes del FMLN, por
supuesto, protestan contra el hecho de que ahora una plaza pública lleve el
nombre de quien ellos consideran el líder de los escuadrones de la muerte. A
los derechistas, por supuesto, les disgusta el homenaje a quien consideran un
traidor a la iglesia y la patria.
Uno que está en medio de los dos
extremos (y de las dos plazas, con su Universidad Matías Delgado), el poeta
David Escobar Galindo, declaró en agosto de 2006: “Conociendo a los dirigentes
de nuestros dos partidos mayoritarios, hicieron los homenajes de mala fe. Son
declaraciones de guerra. No se dan cuenta que han creado una milla de la
reconciliación.”
Sin embargo, a esta altura no muchos
eran tan visionarios como para llegar a esta conclusión. Más bien, se desató
una especie de guerra de homenajes.
El FMLN hizo un análisis
político-histórico y otro cartográfico. Detectaron que dos de los nuevos
redondeles en El Espino, situados entre la Colonia San Benito y la flamante
Plaza Mayor D’Aubuisson, forma parte del municipio de San Salvador, donde
gobierna la doctora Violeta Menjívar. Bueno, digamos donde gobierna un Concejo
Municipal compuesto por reconocidos líderes comunistas y otros que vienen de
las FPL y de otros lados. En este concejo se generó un debate bien complicado:
unos querían contrarrestar la Plaza D’Aubuisson con una Plaza Schafick Handal;
otros dijeron: Si los areneros pueden hacerle un homenaje a los escuadrones de
la muerte, dejémonos de pajas y pongamos una Plaza Comandante Marcial.
Aprovechemos la coyuntura para rescatar a este líder histórico. Hubo quienes no
estaban, para nada, de acuerdo con esta propuesta, y propusieron más bien una
Plaza Comandante Ana María. Incluso hubo un cínico que dijo: ¿Por qué no los
dos? Si ya han puesto a Monseñor a compartir una calle con su asesino, ¿por qué
no podemos poner un monumento a Marcial en un redondel y otro a Ana María en el
siguiente? Lo dijo medio en (mala) broma, pero parece que había rescatado la
unidad. Y así resolvió el Concejo: A partir del 10 de octubre, aniversario de
la fundación del FMLN, el primero de dos redondeles en El Espino se llamará
Plaza Comandante Marcial y el segundo redondel Plaza Comandante Ana María.
Nuevamente, víctima y victimario comparten una calle.
Obviamente,
estas decisiones del FMLN y su alcaldía capitalina, tenían que provocar
reacciones fuertes. Para no abusar del espacio de esta columna, las voy a
resumir en una lista, en orden cronológico:
• La cooperativa El Espino, dueña todavía de la parte de la finca declarada
reserva forestal (no tomando en cuenta las 55 manzanas que necesitaba
urgentemente el Club Campestre para ampliar su campo de golf que, de paso sea
dicho llevará el nombre “Parque ecológico Hugo Barrera”), anuncian su decisión
irrevocable de convertir el resto de los cafetales en otro parque ecológico,
pero denominado “Parque Napoleón Duarte”, en homenaje al impulsor de la reforma
agraria que los hizo dueños de estas tierras.
• El ministro de Defensa, acompañado por el presidente de la República y la
alcaldesa de Antigua Cuscatlán, anuncia que la Escuela Militar ubicada en la
finca El Espino, será rebautizada en homenaje al máximo héroe de la Fuerza
Armada en la guerra civil, Coronel Domingo Monterrosa.
• En el mismo acto, la alcaldesa de Antiguo Cuscatlán, inaugura en frente de la
Escuela Militar, un monumento en homenaje al coronel Monterrosa. Un invitado de
honor, otro especialista en acciones de tierra arrasada, el excoronel Mauricio
Staben, en su primera aparición pública en El Salvador después de la guerra,
dijo: “Este lugar en frente de nuestra Escuela Militar estaba mal llamada Plaza
de Naciones Unidas. Pero no son Naciones Unidas que han conservado aquí la
libertad y la institución armada, sino hombres como Domingo Monterrosa.”
• Un mes después, se inaugura en la vecina Santa Tecla, en frente de la Plaza
Merliot, un monumento para las víctimas de la masacre de El Mozote. Para
construirlo, trasladaron desde el Museo de la Revolución los restos del
helicóptero en el que murió el autor de la masacre, el coronel Domingo
Monterrosa.
Y así podría continuar la historia.
Acción y reacción. Mi héroe, tu villano. La mitología de los males y los
buenos.
Pero muchas veces la historia no toma el
rumbo que han trazado sus protagonistas. Afortunadamente, en nuestro caso.
Diez años después, buses panorámicos
circulan en toda la zona entre la Escalón, San Benito, El Espino, Merliot,
Santa Elena y Santa Tecla, con turistas, pero también con alumnos de los
colegios de todo el país. El tour que ofrecen, guiado por estudiantes bien
formados en la historia de nuestro país, se llama “Tour de la Paz”. Cualquiera
que se mete en esta aventura, organizada conjuntamente por el Museo de Historia
Contemporánea, la Asociación de Historiadores y la Federación de Veteranos de
la Guerra Civil, recibe un curso extensivo de la historia reciente del país.
Los buses disponen de equipos audiovisuales. Mientras recorren las plazas y
avenidas con sus monumentos, los visitantes van conociendo, en grabaciones de
audio, slideshows y videos, a los protagonistas de nuestra historia. En las
plazas y los parques que todavía se llaman como las hemos bautizado en esta
historia, aparte de los monumentos existen pabellones con centros de
documentación computarizados donde el visitante puede profundizar sus
conocimientos sobre el conflicto, sus protagonistas, el contexto social y
cultural de la guerra.
Al fin, tuvo razón la hipotética
posición de David Escobar Galindo. Lo que era una zona de disputa sobre quiénes
eran los malos y quiénes los buenos de la historia, con el tiempo se convirtió
en un distrito de reconciliación, donde caben todos, porque todos éramos parte
de la historia.
Cuando uno, después de una guerra, sólo quiere ver
monumentos de sus propios héroes, tiene que ganar la guerra. Coincidimos con
Don David, el poeta y negociador, que la mayor suerte de El Salvador ha sido
que nadie ganó la guerra. Siempre la historia es escrita por los vencedores.
Cuando no hay vencedores, es más complicado, pero también hay más probabilidad
de que al final haya menos mentiras, menos mitología, más verdad. Nuestra
historia la tenemos que escribir entre todos.