sábado, 22 de diciembre de 2018

Carta a la Migra: Dejen de joder a la gente

Acabo de regresar de un viaje relámpago a Europa. En una semana pasé por siete aeropuertos, y cuatro veces por migración: dos veces en Estados Unidos, donde las reglas básicas del servicio de migración son la desconfianza y el mal humor; una vez en Amsterdam, y al final para volver a entrar a mi propio país, El Salvador.

Los problemas que enfrentamos en los aeropuertos de Estado Unidos ya todos los viajeros los conocemos. Es una cuestión de paciencia y tragarse la rabia. Son inmensos ‘hubs’, donde se despachan diariamente millones de viajeros, y nunca entendí por qué someten a los que solo quieren transbordar para ir de paso a otros destinos y los someten al mismo escrutinio que los que entran a Estados Unidos. Alimentados de docenas de vuelos precedentes de todo el mundo, se forman colas interminables que avanzan a paso de tortuga. Como no había nada que hacer, y para no volverme loco, tomé los tiempos al trámite migratorio: un promedio de 2 minutos, excepto para los muchos que son escoltados a las oficinas para ser sometidos a saber qué interrogatorios.

En Amsterdam, donde uno entra a la Unión Europea, región marcada por movimientos millonarios de refugiados, buscadores de asilo político, y migrantes que buscan trabajo, solo hubo una cola de 10 metros, y el promedio del trámite de control era de menos de un minuto. De bono navideño uno recibe una sonrisa y un “Bienvenido a Amsterdam”.

En el aeropuerto de Comalapa llegué a la 1 de la mañana, y para mi sorpresa me encontré con una cola igual de larga que en Houston y, en el viaje de ida, en Atlanta. Pero como de los 18 mostradores de migración solo estaban habilitados 5, y como aquí el promedio del tramite, por razones inexplicables, es de 4 minutos, salí del aeropuerto hasta las 3 de la mañana. Y esto con suerte, porque fui de los primeros que había salido del avión para alargar la cola formada por otros vuelos anteriores. Si no, hubiera salido tal vez a las 4am…

Mientras uno avanza, centímetro por centímetro en esta cola, y mientras a uno se le sube a cólera a niveles preocupantes para la salud mental, uno se hace varias preguntas: ¿Qué diablos hacen que tarde 4 minutos para ver si uno tiene orden de captura o algún impedimento para entrar al país? ¿Por qué no compran un software a los holandeses, en vez de usar un sistema diseñado por la inteligencia cubana? ¿Y qué impide a Migración prever, para cada hora del día y de la noche, el volumen de viajeros y habilitar los mostradores que sean necesarios?

No somos un país peleando con hordas de inmigrantes que quieren buscar su suerte en El Salvador. De hecho, durante las dos horas en la cola de Comalapa a ningún viajero le fue negado la entrada, tampoco hubo detenciones. ¿Cuál es el problema que a obliga a nuestras autoridades a hacer sufrir de balde a los trasnochados viajeros y a los familiares que afuera los están esperando, por cierto en un lugar inhóspito donde nadie se puede sentar, donde no hay pantallas que avisan de la llegado o las atrasos de los aviones?

Me acordé de mi último viaje en carro a Honduras. En El Amatillo, se tardaron 2 horas para despachar a los viajeros que estaban saliendo de El Salvador. Y en el otro lado, la “Migra” hondureña solo necesitaba 20 minutos para los trámites de entrada de la misma cola de personas y vehículos. ¿Cómo no llegar a la conclusión que algo está mal con nuestro “servicio” de migración?

De hecho, nuestra Migración no funciona con una filosofía de servicio al ciudadano, sino con una de seguridad. No es casualidad que aquí la “Migra” es parte del aparato de Seguridad, adscrita al Ministerio de Seguridad, y conducida por una comisionada de la PNC. Y las consecuencias no solo las sufrimos nosotros, sino igualmente los turistas y los que llegan al país por negocios o inversiones. Esto es una de las primeras cosas que habrá que cambiar el nuevo gobierno.

Saludos,


Posdata: Lo aquí escrito no va contra los agentes de migración, igual de fatigados y frustrados que los viajeros, sino contra los burócratas que tan mal administran este servicio.


jueves, 20 de diciembre de 2018

Carta a los candidatos: Si hablan de pensiones, por favor hablen claro

Estimados candidatos:
La primera pregunta en el debate presidencial en la UES fue sobre las pensiones, y lamentablemente nadie la contestó bien. Tratando de contestar lo que es imposible explicar en 2 minutos, fallaron. Lo correcto hubiera sido no intentar de contestar la pregunta, sino usar sus 2 minutos para definir bien el problema.

Es tiempo que algún líder (o quien quiere serlo) diga al país: El problema que tres cuartos de la población no tiene expectativa de pensión no se puede solucionar perfeccionando el sistema existente de pensiones. Este sistema (tanto el tradicional público-solidario, como el nuevo privado) está basado en que los que están en empleo formal pagan mensualmente sus aportes, igual que sus empleadores. Por definición, las cotizaciones del 25% de la población nunca podrán financiar una pensión digna para el restante 75%.

Aunque es correcto que urge hacer el sistema existente de pensiones más inclusivo (ampliar la cobertura) y más efectivo (garantizar que los ahorros se manejen de forma más rentable, para generar pensiones más altas), esto no resuelve el problema de millones de salvadoreños que no pueden esperar pensiones dignas: los que están fuera de la economía formal; los que no llegan a los tiempos requeridos (sobre todo mujeres); y los que ganan apenas salario mínimo y recibirán pensiones debajo del mínimo necesario.

Cualquier solución de este problema grave no es asunto de la reforma del sistema de pensiones basado en cotizaciones, sino de las políticas sociales que los políticos estén dispuestos a proponer y los ciudadanos a financiar – con sus impuestos.

No decir esto con claridad (y no invitar a la sociedad a discutir si está dispuesta a asumir una solución financiada por impuestos) es una falacia y una forma de engaño.

Me pregunto: ¿Por qué ningún candidato nos confronta con este problema? ¿Por qué nadie ha detectado que muchos ciudadanos estamos ansiosos a escuchar a políticos que nos obligan a enfrentar y discutir las preguntas que la sociedad se tiene que hacer para progresar?

Por supuesto hay que hacer todas las reformas necesarias al sistema provisional. Por supuesto hay que buscar formas de gradualmente ampliar la cobertura del sistema y mejorar las pensiones que produce. Para esto, tanto Hugo Martínez como Carlos Calleja han presentado propuestas que parecen racionales y merecen discusión. Pero no deben seguir evadiendo la discusión necesaria sobre una política social que en serio enfrente el problema de la extrema pobreza de millones de viejos actuales y futuros. Y no deben evadir el hecho que una solución de este problema necesita financiamiento público.

Uruguay legó a un acuerdo nacional de aumentar el IVA y dedicar los puntos porcentuales adicionales exclusivamente a la creación de una pensión mínima universal. Urge una discusión seria y honesta sobre cómo financiar la solución en El Salvador – y este tema no debe estar ausente en la campaña electoral. Nunca es tarde, señores candidatos.

Saludos,






domingo, 16 de diciembre de 2018

¿Quiénes opacan las propuestas? Columna Transversal

Esta carrera presidencial es inusual, en muchos sentidos. Hay una extraña mezcla entre estilos de campaña, no solo entre los diferentes contendientes, sino también conviviendo dentro de cada campaña. Los equipos de cada candidato brincan de las usuales promesas populistas a descalificaciones al adversario, pero también presentan propuestas.

El problema es que el permanente ruido de los mutuos ataques y contraataques, sobre todo entre los partidarios de Nayib Bukele y de Carlos Calleja, opaca las propuestas. Así, aunque todos los candidatos han presentado propuestas y varias de ellas valen la pena analizarlas comparativamente, se genera la percepción general que hay un vacío de contenidos y propuestas.

Carlos Calleja y Carmen Aída Lazo han pasado varias semanas usando sus diarias visitas territoriales y sectoriales para presentar propuestas concretas. También han organizado eventos de especiales temáticas. Algunas de sus propuestas han sido convertidas en iniciativas legislativas y presentadas a la Asamblea, en materia de transparencia, austeridad e impuestos. El problema es que no solo en las redes sociales, sino también en los medios e incluso en los análisis, se ha enfocado más en la parte más juiciosa de la campaña: las acusaciones, contraacusaciones, sospechas, descalificaciones.

Los candidatos de VAMOS han lanzado múltiples propuestas, algunas algo confusas, pero otras bastante racionales, por ejemplo en materia de prevención e inclusión social —pero como ellos no participan del show de lucha grecorromana, nadie les para bola.

Hugo Martínez, aparte de pegar brincos, ha formulado propuestas, por ejemplo en materia de educación y salud. Pero nadie se ha tomado la molestia de analizarlas, me imagino por la sospecha general de que son “lo mismo de siempre del Frente” —y por la percepción de que de todos modos no va a ganar…

Bukele es el candidato que menos ha revelado qué piensa hacer como presidente, aunque también formuló propuestas, algunas bastante concretas, como el Aeropuerto Internacional de Oriente, que habría que analizar para ver qué tipo de gobierno piensa armar y con qué prioridades.

En esta situación, salieron varias columnas que se quejan de que “en esta campaña nadie está haciendo propuestas”, y en especial de que nadie habla del problema más urgente: la inseguridad, la delincuencia, las pandillas. Ojo, colegas, esto no es cierto. O por lo menos, no como afirmación generalizada.

Voy a poner un ejemplo: Mi amigo Cristian Villalta, uno de mis columnistas favoritos, escribió: “Merecíamos una campaña para adultos. A cambio hemos tenido una profunda discusión sobre los colores, un poco de inglés sin barreras, misoginia cuando se puede, vulgaridades cuando se debe y en general una comunicación que no respeta códigos. ¿Por qué la resistencia de los candidatos a hablar de las pandillas, del plan de seguridad, de la vulnerabilidad de nuestros cuerpos de seguridad?”.

Y en El Faro, Roberto Valencia inicia una entrevista diciendo: “Los candidatos a la presidencia apenas han dicho nada sobre las maras transcurrida ya más de la mitad de la campaña electoral en El Salvador, como si se tratase de un fenómeno ajeno a la sociedad o sin incidencia”.

¡Qué rara esta percepción! ¿Un columnista tan sensible para los tonos de lenguaje político como Villalta, o un experto en el tema pandillas como Valencia, no se dieron cuenta de que Carlos Calleja, en medio del sospechoso silencio sobre el tema pandillas, hizo una ponencia larga sobre seguridad, que rompe con las concepciones hasta ahora adoptadas por los gobiernos, tanto de ARENA como del FMLN? ¿O por qué otra razón no reaccionaron?

Un candidato de ARENA dijo: “No podemos seguir con una guerra interminable contra las pandillas” y diseñó un concepto de prevención que consiste en “focalizar toda la inversión social de Estado en la tarea de erradicar la marginación social” y en hacer posible la reinserción de los sectores fuera de la ley en la sociedad. Esto supuestamente debería haber provocado un debate. Al fin un candidato tuvo el valor de formular una política de seguridad racional, sabiendo que posiblemente no sea popular, ni en su propio partido —y nadie entró en este debate, ni los demás candidatos (con excepción de Josué Alvarado, quien hace de las políticas de inclusión el eje de su programa), ni los expertos, ni los columnistas. Un candidato de derecha se compromete a poner fin a la ideología de mano dura, a revertir la militarización de la seguridad pública y dice que va a someter al aparato de seguridad a un estricto control civil —y seguimos hablando de pantones y quejarnos de que la campaña no tiene sustancia…

Aquí impera una percepción selectiva, basada en la sospecha de que todos los candidatos, aunque hagan propuestas, incluso algunas audaces y arriesgadas, no hablan en serio. Aplicar de antemano esta asunción de culpabilidad, sin ni siquiera entrar en análisis, obviamente no abona a la meta de que al fin los ciudadanos decidan su voto de manera racional.