Publicado en MAS! y EL DAIRIO DE HOY, sábado 1 mayo 2021
La violencia es un tema recurrente en el cine, e igualmente en las series de los servicios de televisión y streaming. Esto es aceptable o incluso necesario en la medida que la violencia es parte de nuestra vida. Asesinatos, secuestros, extorsiones, delitos sexuales y robos pasan y son parte de nuestra experiencia social y también de la vida política.
Yo no tengo objeción que todo esto se refleje en las tramas de lo que veo en las pantallas grandes y pequeñas. Sin embargo, cuando la violencia se proyecta de manera muy gráfica y corren ríos de sangre sobre mi pantalla, tal vez lo aguanto en una película, pero si es una serie, no paso del primer episodio.
Pero hay excepciones. Para que uno disfrute de una serie sangrienta, tiene que ser extraordinariamente bien hecha. No hay nada peor en televisión que violencia mal hecha. La bruta violencia, así como la bruta sexualidad, es repugnante.
En este sentido, hay dos series excepcionales. Ambas son violentas, pero no de manera bruta: ‘Peaky Blinders’, la saga de una pandilla de Birmingham, situada en la Inglaterra convulsionada entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y ‘Fargo ‘, situado en el Midwest de Estados Unidos, en pueblos remotos, aburridos y siempre cubiertos de nieve, donde ciudadanos comunes en problemas chocan con el crimen organizado que penetra los pueblitos desde las grandes ciudades, como Fargo en South Dakota...
Los Peaky Blinders no son sicópatas sangrientos, como algunos de los personajes de Fargo, tal vez con excepción de Arthur, el hermano mayor del clan de los Shelby. La BBC, que produce la serie, como televisión pública difícilmente puede mostrar gustosamente y con lujo de detalles escenas de asesinatos. A menos que romantice la criminalidad – y esto es exactamente lo que pasa con esta serie. El clan de los Shelby, con profundas raíces en la cultura obrera de Birmingham, el corazón de la industria inglesa, además con raices en minorías marginadas como los gitanos e irlandeses, se presta a diseñar una saga que mitifica al proletario rebelde como Tommy Shelby; o como Aberama Gold, el beligerante cacique de un clan gitano aliado con los Peaky Blinders; o como Polly, la tía de los hermanos Shelby, que en el transcurso de la serie está recuperando su herencia gitana e irlandesa. Vivir de obrero en Inglaterra, siendo gitanos de Irlanda, es una doble marginalidad, y si una familia de estas raíces -obreras-gitanas-irlandeses comienza a usar violencia para abrirse espacio entre mafias conectadas con la élite comercial, policías corruptos y represivos, y políticos como los fascistas ingleses, gozarán de simpatía. Está servida la mesa para gozar de una criminalidad romantizada. Los Peaky Blinders tienen licencia de ser violentos. Y esta licencia los televidentes la mantenemos válida, incluso cuando de pandilla del barrio obrero de los Shelby se convierten en gángsreres de; crimen organizado con tentáculos en la política y la alta sociedad. ¿Cómo que no les vamos celebrar su éxito? Y no lo digo irónicamente. Soy uno que me identifico con las pandillas de Birmingham....
Y así, junto con millones de afiliados a Netflix, espero con ansidad la sexta temporada de Peaky Blinders – sangre incluida.
Fargo es otra cosa, otro género. Lo llaman cine negro. Ya llamaron así la película del mismo nombre, hecha por los hermanos Coen, con la estelar Frances McDormand. Entra en la historia como clásico del “cine negro”, que antes se pensaba que sólo lo podían hacer los franceses que inventaron y llevaron al exito artístico el “cine noir”. La serie no es un remake de la trama de la película Fargo, aunque presta algunos elementos. Pero es un remake del concepto literario y cinematográfico: llevar la violencia sangrienta a un absurdo tal que el televidente ya no lo ve como el reflejo realista de algo que le podría pasar a él o a su familia. Por tanto, personas que ante la forma tan gráfica y frecuente de actos de violencia y baños de sangre inmediatamente apagarían su televisor, quedan fascinado con Fargo e incluso comienzan a reirse de la exagerada crueldad.
Hay un truco, que los productores de la serie robaron a la película oroginal: anuncian con mucho énfasis que son hechos reales acontecidos en Minesota, y que por respeto a la verdad los van a contar así como se dieron... Nadie cree esto. Todos entendemos lo contrario: Despreocúpense, estas cosa no pasan. El otro truco es mostrar cómo ciudadanos pueblerinos, que jamás pensaron convertirse en criminales asesinos, con facilidad se dejan arrastrar por la lógica de “o me matan, o yo los mato”, una vez que sus vidas se cruzan con los sicarios de la mafia urbana.
Disfruten -¡sin remordimientos!- la violencia suavizada por romanticismo o vuelta irreal por su forma absurda.
Saludos,