Publicado en EL DIARIO DE HOY, domingo 16 agosto 2020
El gobierno perdió el control sobre cómo la sociedad salvadoreña enfrenta la epidemia y el desorden económico creado por su incapacidad de salir del falso dilema entre salud y empleo. Se le notó el desgano al presidente en su última cadena. Siguió peleando con la Sala de lo Constitucional, por haber declarado inconstitucional el decreto 32, su instrumento para administrar la reactivación económica. Pero ya no luchó para recuperar el terreno perdido, sino se limitó a echar la culpa del desastre a otros. Como todos nosotros, el presidente sabe que no es la Sala que le hizo perder esta batalla por el control de la apertura económica y laboral, sino que es la sociedad que simplemente entró en otra dinámica, que ya no depende de la voluntad del gobernante, sino de la necesidad de la gente de valerse por sí misma. Porque nadie quiere seguir viviendo de bolsas alimenticias. No es tampoco la oposición que le hizo a Bukele retroceder, lo venció la realidad…
Bukele se resignó como niño berrinchudo: Si no me dejan controlar la manera de regresar al trabajo, hagan lo que quieran y asuman las consecuencias…
Ya no tiene sentido insistir en una ley de cuarentena, ni siquiera en una ley que regule las fases de la apertura. Si no toma la iniciativa la Sala, declarando constitucional el decreto legislativo 661 vetado por el presidente (decreto que sí regulaba las fases de apertura), o la Asamblea aprobando otra ley, que a partir del 24 de agosto todo el mundo tendrá libertad de volver a producir, comerciar y trabajar.
Y aunque a muchos les asusta esta posibilidad, es lo mejor que puede pasar al país. Y no es el paso al vacío, al caos, que necesariamente va a provocar nuevas olas de contagio. Todos los sectores, desde hace tiempo, tienen listos (y concertados con los ministerios de Trabajo y Salud) los protocolos de bioseguridad. Los únicos que no los tienen son los informales, pero ellos ya han vuelto a operar desde hace semanas. La apertura de comercios y fábricas a partir del 24, cumpliendo estos protocolos, no tiene nada de caos. Las empresas que durante todo el tiempo de cuarentena han continuado operando (bancos, supermercados, producción de alimentos etc.) no se han convertido en focos de contagio, a diferencia de las instituciones bajo control del gobierno (PNC, asilos de niños y ancianos, centros de cuarentena “controlada”, transporte contratado por el gobierno…).
Además es mentira que sin decreto o legislación que regule la transición a la apertura económica el gobierno se queda sin instrumentos para asegurar que se implementen las medidas sanitarias necesarias. Los códigos de Salud y de Trabajo les dan amplias facultades para supervisar, regular e incluso sancionar. Lo que no les da es facultad de suspender derechos, pero es mentira que esto sea indispensable para abrir la economía. Nadie (y ciertamente no la Sala) va a objetar que el gobierno aplique las medidas contempladas en estos códigos para asegurar la salud de trabajadores, clientes y usuarios.
Así que no hay que tener miedo al 24 de agosto. No hay que tener miedo a que vuelvan a funcionar las líneas de buses, siempre con los protocolos de bioseguridad ya acordados. El transporte será más seguro que el caótico transporte informal, con camiones y pickups, que ha funcionado por la suspensión de las líneas formales y reguladas.
No hay que tener miedo, si todo nos comportamos responsables, aplicando las medidas que ya todo el mundo conoce, sobre todo el uso de mascarillas. El gobierno, en vez de mantener a la gente sin trabajar y con bolsas alimenticias, debería gastar mejor en abastecer a la gente con mascarillas adecuadas. Son la mejor prevención, pero no son accesibles para todos.
No hay que tener miedo a la libertad, sino asumirla con responsabilidad, iniciativa propia y sentido de solidaridad. Abramos de un solo todo nuestra economía productiva y comercial, en vez de esperar que un gobierno nos diga quien puede trabajar y quien no. Tenemos que aprender a vivir con el virus, y no podemos vivir sin trabajar.