Cuando el domingo fuimos a tu pueblo para pasar un día alegre en tu finca y tomar sopa de gallina de esta que solo la hacen en el campo, nunca nos imaginamos que íbamos a un entierro. Ustedes no estaban cuando llegamos a la hora acordada, y la muchacha, que nos recibió, de nombre María, estaba con lágrimas. Nos contó que el sábado habían matado a balazos a tu hijo y que ustedes andaban en La Unión, recogiendo su cuerpo.
Y yo nunca sabía de este hijo. Llegó un señor, tío de él, excombatiente como vos, y nos contó que durante la guerra tuviste una compañera, su hermana, la mamá de este bicho. A ella la mató el ejército, y el niño se crió con otra familia que lo llevó a La Unión. Al terminar la guerra, te costó encontrar a esta familia y reconectar con tu hijo mayor. Y hasta ahora, ya muerto, lo vas a llevar a tu pueblo, para enterrarlo.
Mientras los esperamos, pasaron por la casa vecinos, amigos y ex compañeros de armas tuyos. Hasta el alcalde. Unos muchachos se armaron con picos y palas para ir al cementerio de la comunidad y abrir el hoyo. María hizo comida para todos.
Llegó tu mamá para llorar al nieto que durante años había dado por perdido. Me presentó a una nieta, hija tuya y de otra compañera con la cual te juntaste en los campamentos. La mamá de esta muchacha también murió en la guerra, pero no en combate, sino a manos de sus propios compañeros, en esta perversa “limpieza” que las FPL hicieron en sus propias filas en San Vicente.
Muchas veces me hablaste de esta locura, de este cáncer de desconfianza y deshumanización que se propagó en la guerrilla; de tus reclamos a los comandantes, incluyendo “Leonel”, quien ahora es presidente de la República; de tu frustración que nadie paraba esta locura.
Pero nunca me contaste que tu compañera fue una de las víctimas. Ahora entiendo porque esta pesadilla nunca dejó a perseguirte. Hiciste tu familia de la postguerra, terminaste tu carrera, seguís trabajando, siempre ayudando a quien necesite apoyo, consejo – sin jamás hablar de tus propios demonios. Y siempre listo para reírte a carcajadas, a darle ánimo a la gente, a seguir adelante.
Esta nueva guerra que se come el país, hace un año ya te arrancó a un hermano, y ahora a tu hijo mayor. Y vos nunca hablas de venganza, sino de cómo podemos encontrar fórmulas para parar esta guerra. Un hombre tan fogueado en combate como vos sabe como nadie que las guerras nunca terminan por la vía de las armas, sino dialogando. “Es increíble que los compas (refiriéndose así siempre a los que ahora nos gobiernan) no entiendan esto”, me dijiste la última vez que nos vimos antes de esta domingo que enterramos a tu hijo.
En la tarde llegaste con tu familia – y con tu hijo muerto. Fuimos directamente al cementerio, con los vecinos, los familiares, los excombatientes, el alcalde. No hubo velorio, no hubo discursos.
Demasiada gente has enterrado vos, ya no te quedan palabras para discursos o sermones. Yo sé que el día siguiente ibas a seguir trabajando, a cuidar a tu familia, a tus amigos, a tus vecinos. Ya vi como te
respetan, como te buscan para que los aconsejés y guiés.
Desde este domingo en tu finca entiendo bien porqué te aman tanto. Lástima que los mejores guerreros, como vos, no tienen espacio en los partidos y la política.
Vamos a seguir trabajando que esta locura de violencia se termine, hablando, dialogando, fortaleciendo las comunidades. Sé que no vas a descansar hasta que lo logremos una sociedad donde los hijos entierren a sus viejos, no al revés. Saludos,
(MAS!/El Diario de Hoy)