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viernes, 22 de noviembre de 2019

2019: el año del descontento. De Manuel Hinds


Publicado en EL DIARIO DE HOY, 22 noviembre 2019


La ola de protestas que está asolando a Latinoamérica evoca las que asolaron a Europa continental en 1848 y 1968. En 1848, el objetivo de las protestas era la instalación de la democracia liberal. En 1968, el objetivo era la instalación de gobiernos de izquierda radical.
En 2019 las motivaciones de las protestas latinoamericanas son enormemente dispersas y en muchos casos han ido cambiando con los eventos. En Honduras las protestas fueron disparadas por el descubrimiento de la asociación del hermano del presidente con cárteles de la droga. En Nicaragua, Venezuela y Bolivia las protestas comenzaron con trampas en las elecciones y la negativa de los que hicieron la trampa a abandonar el poder. En Perú y Ecuador comenzaron, en el primero porque el presidente del país disolvió el Congreso y llamó a elecciones de diputados (algo explícitamente contemplado en la Constitución) y en el segundo como oposición a medidas de estabilización económica pasadas por el Estado. En Chile, comenzaron por un alza en el precio de los pasajes del metro y se convirtieron luego en una protesta general contra la Constitución. En Colombia, los que protestan lo hacen por muchas razones distintas, que podemos esperar que, como en Chile, evolucionen hacia un objetivo más general como quitar al presidente.

En Europa en las dos ocasiones que he mencionado no hay duda de que hubo un contagio. Gentes que deseaban la instalación del liberalismo en cada país se sintieron apoyadas en otros países al ver las revueltas en ellos y justificadas en su deseo de salir a luchar por sus ideas.

¿Se puede hablar de contagio en Latinoamérica cuando las motivaciones son distintas? Ciertamente, el contagio no puede ser ideológico, porque hay revueltas de ambos bandos. Pero tampoco puede tomarse como una casualidad el surgimiento de tantas protestas en el Continente. Aquí el contagio pasa por mostrar a las personas que están amargamente descontentas con algo que está haciendo el gobierno que hay otras personas que están gravemente descontentas, por esa o por alguna otra razón en su país o en otros. Esto causa contagios locales e internacionales.


¿Qué tantos cambios podemos esperar de estas revueltas? En 1848, los rebeldes derrocaron al Rey Luis Felipe de Francia y eligieron presidente a Luis Napoleón Bonaparte, que muy rápidamente se proclamó emperador de los franceses. En otros países los gobernantes prometieron instalar democracias liberales para quitarle el viento a las velas de las protestas y luego no hicieron nada. En 1968 no pasó nada, excepto fortalecer el régimen de Charles de Gaulle que los rebeldes en Francia querían derrocar.

Esto no quiere decir que no hay peligro en estas protestas. En la fase del contagio éstas pueden alcanzar magnitudes y niveles de violencia tales que pueden romper el orden institucional, como pasó con Luis Felipe en Francia, en donde derrocaron a un rey para obtener un emperador, igual que con la Revolución Francesa. Todos los países que tuvieron revueltas en 1848 salieron peor que antes, con más represión y menos democracia.

La historia confirma que las probabilidades de salir peor que antes son muy altas. En “La Sicología de las Multitudes”, Gustave Le Bon describe cómo las multitudes organizadas presentan características que son bien distintas a las de los individuos que las forman. Se forma una mente colectiva, transitoria pero muy definida, y se genera una homogeneización de sus miembros hacia el mínimo común denominador, que contiene los más básicos y primitivos elementos de nuestra naturaleza. Unidos por ese nexo primitivo, los individuos adquieren una sensación de poder invencible, y entregan su voluntad al líder que se encuentre en esa posición en ese momento. Eso va cambiando las motivaciones de la protesta, dando unidad de propósito a la insurrección. Los que comenzaron protestando por algo, tornan a protestar por otra, más amplia y radical. En este estado, se vuelven anónimos y, por tanto, irresponsables y capaces de cometer crímenes y estupideces que jamás harían de uno en uno. Se vuelven fácil presa de los líderes que toman control de ella y se convierten en instrumentos de sus ambiciones.

Es por esto que seguir los impulsos de las multitudes por sobre los mecanismos institucionales de gobierno es una mala idea. En la fiebre de esas revueltas se pueden tomar decisiones que los pueblos mismos luego lamentan por generaciones.

viernes, 15 de noviembre de 2019

La increíble debilidad del presidente Piñera. De Manuel Hinds


Publicado en EL DIARIO DE HOY, 15 noviembre 2019


¿Cómo es posible que los gobiernos chilenos de izquierdas y derechas de las últimas décadas y las elites económicas e intelectuales que los han sustentado no vieron el monstruo que se les venia encima? ¿Por qué no vieron la gasolina regada en el piso y no vieron el peligro de que un fósforo podía tirar todo en llamas?
No hay duda de que en el fondo de esta historia hay una élite política y económica que se durmió en sus laureles, pensando que si mantenía una tasa alta de crecimiento económico todo lo demás se resolvería por añadidura. Pero también era muy difícil darse cuenta del descontento. Hace solo dos años los chilenos le dieron el voto a Sebastián Piñera para Presidente de la República, por segunda vez, de modo que los ellos no pueden decir que no lo conocían. También, aunque tampoco hay duda de que ha habido muchas razones para el descontento —las hay en todos los países— éste había sido asintomático hasta hace unas semanas. Aún más, los descontentos no han podido identificar con claridad los motivos de su repentina rabia. Sólo han citado la falta de igualdad que prevalece en Chile y otras cosas, no muy bien especificadas, que ellos dicen han causado gran descontento desde hace treinta años, aunque nunca habían dado muestras de su cólera.
Por otro lado, se vislumbra en estas protestas un fenómeno de sicología de masas que podría explicar por qué en un país democrático, en donde por treinta años nunca hubo ninguna protesta ni remotamente similar a las que se están dando en este momento. Podría explicar también por qué las élites no pudieron ver llegar la marejada.
Lo que se observa es un fenómeno no lineal, en el que una cosa pequeñita (4 centavos de dólar de aumento al tiquete del metro) provoca una respuesta que crece exponencialmente en ciclos de acción y reacción de mutuo reforzamiento hasta que se hacen inmanejables. El presidente Piñera ha jugado un papel crucial en esta multiplicación de las protestas. Ante las primeras de ellas, el presidente mismo legitimó su terrible violencia diciendo que era cierto que él y todos los gobiernos anteriores por treinta años no habían puesto suficiente interés en respetar las aspiraciones de los electores, y pidió perdón por esa falla. Cualquiera que oye al presidente decir esto se torna contra él. ¿Qué otra reacción puede alguien tener si el presidente mismo confiesa que él y sus colegas lo han estado engañando por treinta años? ¿Qué más gasolina necesitaban las protestas? Por otro lado, lo que dijo el presidente es increíble. Ningún país puede lograr los triunfos que Chile ha logrado —incluyendo una rápida reducción de la desigualdad de ingresos— sin mucha dedicación de políticos y funcionarios. Es claro que el presidente degradó todos esos esfuerzos no porque fuera cierto sino en un intento vano de ganarse a los manifestantes. La marejada no se veía porque, si existía, era muy pequeña. Piñera la hizo grande.
Luego Piñera dijo estar dispuesto a cambiar la Constitución, abriendo las puertas para que los más radicales empujen más fuertemente para romper el orden institucional y tomar el poder absoluto. De esta forma, este ciclo ha llevado a niveles cada vez más graves de protestas y de violencia, que el presidente Piñera insiste en condonar cada vez más. Ahora los manifestantes están atacando al ejército en sus cuarteles, retándolos a que le quiten el poder a Piñera y establezcan una dictadura militar. Si esto pasara, sería un retroceso de 30 años. Si el régimen cayera y el poder pasara a los radicales que queman estaciones de metro y edificios, el retroceso sería peor.
Así, con su voluntad de confirmar cualquier acusación que los manifestantes hagan al estado chileno y de hacerles caso en todo lo que piden, el presidente Piñera ha hecho un mal servicio a los ciudadanos chilenos, que han trabajado tanto bajo un sistema que, aunque con fallas, les ha dado un crecimiento y un desarrollo que supera el de cualquier otro país latinoamericano.
Con su debilidad, el presidente Piñera ha trazado un camino que llevará al país a la ruptura de sus libertades y su progreso.

viernes, 1 de noviembre de 2019

Piñera debe mantenerse. De Manuel Hinds


Publicado en EL DIARIO DE HOY, 1 noviembre 2019
En toda América Latina, quizás en todo el mundo, hay un prejuicio a favor de las turbas que, como en Chile en este momento, destruyen edificios, vehículos y vidas humanas en terribles orgías de violencia. El prejuicio se ha manifestado de varias maneras. Primero, se les creyeron sin cuestionamientos las razones que dieron para explicar sus actos destructivos: primero porque habían subido los precios de los tiquetes del metro en 4 centavos y luego por la inequidad supuestamente prevaleciente en Chile, por los bajos salarios y por los malos servicios públicos.
El público también asumió inmediatamente que las quemas de las estaciones de trenes y de los trenes mismos y la destrucción de supermercados y la quema de personas vivas son pasos necesarios y moralmente justificables para lograr la deseada disminución de la inequidad y los mejores salarios y servicios públicos. La gente no se pone a pensar que Chile es una democracia y que si a uno no le gusta lo que hace un partido puede entonces votar por otros sin necesidad de quemar nada ni a nadie. Lo más ominoso es que la gente interpreta lo vicioso de los crímenes como prueba de que el gobierno les tiene que haber hecho cosas terribles a los que los cometen para que ellos reaccionen así.
Es por estos prejuicios que la gente cree fácilmente que los que queman y matan son los mismos ciudadanos respetables que protestan por problemas del gobierno, sin darse cuenta de que hay dos procesos distintos pasando en Chile. El primero es una manifestación de descontento muy común en todas las democracias y que tiene implicaciones sólo para Chile. El segundo es un asalto al poder que tiene implicaciones muy graves para toda América Latina. Las dos cosas están mezcladas en los hechos que se están sucediendo diariamente, pero son esencialmente diferentes.
Habrá mucha gente que crea que lo que están planteando en esta segunda batalla es una entre ideologías de izquierda y derecha, pero si esto fuera así el escenario para hacerlo no es una estación en llamas sino un evento electoral. En Chile hay partidos de izquierda y derecha, y en los últimos treinta años ha habido presidentes y senadores y alcaldes de ambas tendencias. Habrá mucha otra gente que piensa que los grupos de violencia profesional tienen que venir de Cuba o de Venezuela. Esto puede ser verdad o no. No hay duda de que ambos países tienen motivos para hacer esto y los medios para hacerlo. Lo han hecho ya muchas veces en otros países. Pero, siendo importante si son cubanos o venezolanos, esto no es el punto crucial de estos hechos. Hay suficientes chilenos que apoyan las maneras violentas de adquirir y manejar el poder como para formar los grupos que han estado actuando en los últimos días.
Así, lo que se está planteando no es una batalla entre izquierda y derecha, ni entre Cuba y Venezuela y Chile, sino una batalla entre dos regímenes radicalmente opuestos: la democracia naciente en América Latina y las viejas tiranías violentas y arbitrarias que destruyeron el progreso de la región por dos siglos. En ese sentido, la batalla en Chile es una batalla mil veces peleada y mil veces perdida durante la mayor parte de la historia de Latinoamérica. Es la batalla que se perdió en Cuba, Venezuela y Nicaragua, que viven bajo caudillos iguales en naturaleza pero más sangrientos que Fulgencio Batista, Juan Vicente Gómez y Anastasio Somoza.
El resultado de la batalla depende crucialmente de si Piñera se va o no. Si Piñera se queda, puede perfectamente trabajar con la oposición dentro de las instituciones democráticas para arreglar todos los problemas que han causado malestar a la ciudadanía. Si Piñera se va, los efectos serían catastróficos por dos razones. Primero, se habría establecido el precedente de que el camino más corto al poder no es trabajar dentro de las instituciones para ganar elecciones sino volar estaciones de metro, legitimando estos actos violentos como parte de la política en Chile. Segundo, un gobierno que hubiera subido al poder sobre actos tan cínicamente violentos como los de los últimos días no tendría ningún escrúpulo para usar los mismos métodos para mantenerse en él —como Castro, Maduro y Ortega.

viernes, 18 de octubre de 2019

¿Qué quiere el Gobierno del presupuesto? De Manuel Hinds


Publicado en EL DIARIO DE HOY, 18 octubre 2019 


La discusión del presupuesto que se está llevando a cabo en la Asamblea parece más bien un esfuerzo para resolver una adivinanza que un análisis de las políticas subyacentes en el documento. Éste no puede realizarse porque el Gobierno no ha dejado claro que es lo que quiere hacer con los recursos del presupuesto. Esta dificultad puede tener dos motivos: primero, que el gobierno sepa lo que quiere hacer y no quiere decirlo; y, segundo, que el gobierno no sabe lo que quiere.
La evidencia apunta a que la segunda describe la realidad, por varias razones. Una, que el protocolo bajo el cual los ministros y altos funcionarios del gobierno parecen actuar, el de realizar visitas a las poblaciones para “identificar necesidades” no les deja tiempo para forjar planes concretos de desarrollo.
Las políticas de Estado no pueden consistir de hacer un puente aquí y poner un chorro allá, ni siquiera los diagnósticos pueden consistir sólo de listar los puentes y los chorros que faltan. Los problemas que tienen que abordarse para promover el desarrollo del país incluyen no sólo esas listas con todas las deficiencias que tiene El Salvador (no sólo los puentes sino, por ejemplo, el estado de salud y de educación de la población) sino también el establecimiento de prioridades entre ellas, el entender las cadenas de causalidad (qué problemas son causados por otros de tal forma que al resolver éstos se resuelven también los otros), y definir las acciones que hay que tomar para lograr las prioridades.
La segunda razón por la cual parece claro que el Gobierno no sabe lo que quiere es que, en efecto ninguno de sus funcionarios ha podido expresar coherentemente ninguna idea, de ningún tipo, con respecto a sus planes.
De hecho, el problema no está sólo en los ministros y funcionarios. El Presidente tampoco ha establecido una política general con objetivos nacionales y sectoriales que pudieran servir a los diputados a realizar la evaluación que tienen que hacer para aprobar o no el nuevo presupuesto.
La discusión del presupuesto, en realidad, se efectúa de atrás para adelante y nunca se llega a adelante. Como es en los países desarrollados la discusión del presupuesto se debe iniciar con una declaración de objetivos del gobierno, de las políticas que se pretenden poner en práctica y de las reformas institucionales que se pretenden realizar para poder obtenerlos. En estas declaraciones es que se insertan las cifras, que vuelven concretas las políticas del Estado. La discusión en el Legislativo se enfoca en los objetivos y las políticas del Estado. Las cifras sólo se chequean para ver si son realistas y si van a contribuir de una manera efectiva a lograr los objetivos deseados.
Entre las políticas por discutirse, debe, por supuesto, incluirse una política fiscal que demuestre que los gastos pueden cubrirse de una manera prudente y consistente con una trayectoria también prudente de la deuda gubernamental. Esta política debe estar respaldada por cifras también realistas, dado que, mientras que los gastos se vuelven ciertos al aprobarse, los ingresos por impuestos sólo son estimados que pueden variar de acuerdo con las circunstancias.
Si al gato de Cheshire, que supuestamente le dijo a Alicia, la del País de las Maravillas, “Si no sabes a dónde ir, cualquier camino te lleva allí”, le tocara analizar el presupuesto de El Salvador, podría decirle al Gobierno con toda propiedad, “Si no sabes qué hacer, cualquier presupuesto te ayudará a lograrlo”.
Pero los problemas no se limitan a éste. Como lo discutí hace un par de semanas en un artículo llamado “El Presupuesto Capturado” el presupuesto esconde enormes rigideces en el sector público, que hacen que gastos que se comienzan a hacer en un año terminan volviéndose imposibles de reducir, como las contrataciones de personal, con lo cual en cada presupuesto los gastos suben sin que se aumenten o mejoren los servicios prestados por el gobierno.
Esto recuerda un chiste irlandés en el que un motorista pregunta a un campesino a la vera del camino: “Voy para Tipperary. ¿Por dónde me voy?”. El campesino le contesta: “Si yo fuera para Tipperary, no saldría desde aquí”. Si se quiere que el país llegue a tener políticas de desarrollo bien hechas, no debería partir de esa manera de hacer y analizar el presupuesto.

viernes, 4 de octubre de 2019

El presupuesto capturado. De Manuel Hinds


Publicado en EL DIARIO DE HOY, 4 octubre 2019


Los ciudadanos se quejan mucho de que el presupuesto se hace tomando el del año anterior y luego quitando y poniendo algunas cosas al margen, tan pequeñas que realmente no causan ningún cambio excepto un crecimiento continuo que lleva a déficits y deudas más grandes. La queja tiene razón de ser. Más o menos así se hacen los presupuestos pero las razones por las cuales se hacen así no tienen que ver con haraganería de los que lo hacen sino con la rigidez intrínseca de nuestro presupuesto. Esa rigidez está determinada por gastos que una vez se comienzan a hacer no pueden cambiarse. Con el tiempo, estos gastos se han ido convirtiendo en la mayoría de las erogaciones del Estado.
Hay dos tipos de rigidez en estos gastos: la legal y la política. Los salarios están entre los primeros. Una vez que una persona ha sido contratada por el gobierno es muy difícil luego prescindir de sus servicios, de tal modo que si el gobierno quiere cambiar de prioridades y ya no hacer las cosas para las cuales la persona fue originalmente contratada sino otras, despedir a esta persona y contratar a otra no está entre las posibilidades. Se ve forzado a dejar a la primera en su lugar, aunque ya no haga nada, o aunque nunca haya hecho nada, y contratar a una nueva, con lo que la planilla del gobierno va aumentando irremisiblemente y la calidad del trabajo va disminuyendo a la par.
Esta rigidez del empleo en el Estado no solo va volviendo al gobierno en un aparato pesado y difícil de mover sino también lo vuelve una presa muy codiciada para que partidos políticos creen enormes redes políticamente clientelares contratando a decenas de miles de sus partidarios en puestos para los que no tienen ninguna preparación. El FMLN hizo esto, asegurándose de tres cosas: una, que sus partidarios tendrían trabajos permanentemente: dos, que, como el FMLN cobra una renta por esos empleos a sus partidarios, el partido tendría una fuente de fondeo; y, tres, que tendrían gente adentro del gobierno que les servirían para atacar con huelgas y ataques desde adentro a nuevos gobiernos en el futuro. De esta forma, el FMLN cargó a los que pagan impuestos con la manutención de su red clientelar.
La otra fuente de rigidez es el servicio de la deuda del gobierno, que, aunque haya locos que dicen que esta deuda no debe pagarse si ha sido contratada por otro partido y usada para puros desperdicios, no puede dejar de pagarse. ¿Se imaginan cuánta gente estaría dispuesta a financiar al gobierno salvadoreño si este dijera que no va a pagar las deudas contratadas por los gobiernos de otros partidos? Por supuesto que nadie. No ideas infantiles en esto. Hay que pagarlas.
Así, cuando se empieza a hacer el presupuesto tienen que ponerse los salarios de todos los que trabajan en el gobierno y los pagos de la deuda estatal. Pero hay otras cosas que también hay que poner como consecuencia del número de personas que trabajan en el gobierno: la compra o el mantenimiento de todas las cosas que ocupan, como papel, plumas, computadoras, etc. Y están las cosas que, aunque legalmente se pueden reducir —como los subsidios— el gobierno tiene miedo de hacerlo porque le van a protestar. Cuando ya todo esto se suma, el presupuesto ya ha alcanzado o sobrepasado el volumen que puede ser financiado. Es de este volumen que unas cositas se pueden sumar y otras restar para que el presidente le dé al presupuesto un toque personal.
Esta ruta, por supuesto, lleva al desastre por dos caminos. Uno, porque, para evitar las rigideces, los nuevos gobiernos optan por tomar más dinero prestado, aumentando así la deuda, y la rigidez futura del presupuesto por el lado de las contrataciones nuevas y de las deudas para financiarlas. Dos, porque la carga muerta de empleados llevados al gobierno para formar redes clientelares se va volviendo cada vez más grande.
El Salvador necesita más flexibilidad en los empleos estatales, de manera que se vuelva más fácil despedir a los que ya no se necesitan para emplear a los que sí se necesitan. Y necesita una evaluación muy seria de cuán necesarios son los subsidios ahora brindados, en comparación con los mejores servicios sociales que podrían brindarse con esos dineros.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Un tiempo para cambiar. De Manuel Hinds


Publicado en EL DIARIO DE HOY, 28 septiembre 2019


De una manera misteriosa, las dos primeras décadas de este siglo nos están mostrando que este siglo será tan diferente del siglo XX como ese fue del XIX, y digo misteriosa porque esta diferencia de siglos se ha mostrado en los dos casos en las primeras dos décadas, como si el mundo esperara el cambio de siglos para iniciar las transformaciones más profundas. En estas décadas ha habido no solo un cambio drástico en el orden de las potencias —con China sustituyendo a la Unión Soviética como la segunda potencia mundial cuando hace un siglo Inglaterra estaba cediendo el puesto a Estados Unidos— sino también un cambio igualmente drástico en la estructura de las relaciones internacionales —de la estabilidad internacional que había en cada lado de la Guerra Fría al desorden cercano al caos en el que estamos viviendo ahora—. Los países que marcaron la estabilidad en el siglo XX, como Inglaterra y Estados Unidos, están ahora en graves crisis políticas tan grandes como las que tuvieron los países de Europa hace cien años.
No por casualidad estas crisis políticas coinciden con una revolución tecnológica muy profunda que está cambiando la manera de vivir del mundo entero. Igualmente la segunda etapa de la Revolución Industrial transformó el mundo de las primeras décadas del siglo pasado con la invención de los motores de combustión interna, de los aparatos eléctricos, de la radio y los tocadiscos, de los aviones y los vehículos motorizados. Los grandes conflictos del siglo XX surgieron porque estos avances tecnológicos, al transformar las sociedades, destruyeron las monarquías absolutistas que habían encajonado las vidas de sus ciudadanos, dejando abierta la posibilidad de sustituirlas con nuevas instituciones, pero abriendo también la posibilidad de que ellas fueran negativas o positivas, creativas o destructivas. Fue en ese momento en el que nacieron las némesis del siglo XX —el comunismo y el nazi-fascismo—. Fue en ese momento en el que también nació la democracia liberal moderna. El siglo entero se fue en la lucha por el poder entre estos tres sistemas, lucha que la democracia liberal ganó en 1945 con la derrota de la Alemania nazi y en los primeros Noventas con el colapso de la Unión Soviética.
Aunque esos dos sistemas destructivos se pintaran a ellos mismos como progresistas, en realidad ambos representaban la resistencia más rabiosa a la transformación más importante que la Revolución Industrial trajo consigo: el cambio de la autocracia a la democracia basada en el imperio de la ley. Todos los regímenes que vivieron bajo el fascismo y el comunismo fueron tiránicos, autócratas, destructivos, en la misma línea pero peores que lo que habían sido los regímenes autocráticos de los reyes absolutistas. Los países que cayeron en esas maldiciones lo hicieron porque no pudieron dar ese salto, de ser esclavos de un autócrata a ser libres, y prefirieron lo que ellos pensaron que era la seguridad de tener como gobernante a un tirano. Sólo cambiaron de tirano. Al escoger la tiranía, escogieron la rigidez que luego destruyó a la Alemania Nazi en lucha contra el resto del mundo y al comunismo en lucha contra sus propios ciudadanos.
La gente escoge las tiranías porque cree que son más efectivas porque dependen de una sola persona. Pero eso es lo que les da la rigidez fatal que luego las lleva al colapso porque, al depender de una sola persona, eliminan la diversidad de opiniones y acciones que es lo que da flexibilidad a las sociedades y evita los errores más terribles porque la diversidad es el mejor mecanismo para corregirlos.
Por la mayor parte de su historia, El Salvador ha escogido las tiranías de los caudillos y eso nos ha llevado a los peores fracasos y a la falta de desarrollo. Hoy, el mundo nos dice que debemos adaptarnos a la nueva revolución tecnológica y evitar los conflictos de la resistencia al cambio. Pero esa adaptación no es estar más tiempo en las redes sociales, sino aceptar la responsabilidad por nuestro destino y construir las instituciones democráticas y así tomar el camino que hace un siglo tomaron las sociedades que ahora son libres y desarrolladas. La democracia sigue siendo el sistema más flexible y conveniente para enfrentar un tiempo de cambios.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Los políticos y la rueda del destino. De Manuel Hinds


Publicado en EL DIARIO DE HOY, 13 septiembre 2019


El mes pasado Mauricio Macri se convirtió en el más reciente de los políticos latinoamericanos que subieron al poder en las últimas dos décadas con enormes apoyos populares sólo para luego sufrir catastróficas derrotas políticas y personales. Hay pocos que recuerdan el brillo con el que subieron al poder Lula en Brasil, Tony Saca en El Salvador y varios presidentes de Perú que ahora están en la cárcel, o que, como Ricardo Martinelli, de Panamá, pasaron por ella, o que como Mauricio Funes y Alan García trataron de evadir la justicia, uno para mientras exiliado en Nicaragua, y el otro cometiendo suicidio, o como Dilma Rousseff, que perdió el poder antes de tiempo, o como Rafael Correa y tantos otros que simplemente se marchitaron en el olvido.
Los períodos del poder son tan efímeros en comparación con los subsiguientes años de declinación que los políticos latinoamericanos podrían parafrasear a Pablo Neruda diciendo: “Es tan corto el poder y es tan largo el olvido”. Pero es muy indicativo de la naturaleza humana que los nuevos, los que vienen ganando, siempre piensan que a ellos no les va a pasar, que lo que ellos van a decir al final de sus vidas es: “Fue tan largo el poder, y no existió el olvido”.
Para estos casos, “El consuelo de la filosofía”, escrito por Boethius, un ciudadano romano, es un libro muy apropiado. Boethius escribió el libro en una celda, esperando por un año la ejecución de su condena de muerte. El había alcanzado una posición altísima de comando en el imperio pero luego cayó verticalmente, vencido por sus enemigos políticos, que siempre existen, y que siempre tienen poder, aunque se vean pequeños.
En el libro una gran dama lo visita en su celda y lo hace que enfrente su realidad, para que luego se abra al consuelo. Le dice que no piense que la Fortuna le ha jugado una mala pasada. Le hace ver que no ha entendido que la vida es cambio, y que si bien ese cambio lo había llevado al pináculo, de igual manera con el tiempo lo tenía que llevar para abajo.
Tomando la identidad de la Fortuna, la mujer le dice: “La inconstancia es mi pura esencia; es el juego que nunca ceso de jugar mientras giro mi rueda en su siempre cambiante círculo, llena de alegría mientras llevo lo que está en el fondo al tope, y lo que está en el tope al fondo. Sí, sube en mi rueda si así quieres, pero no cuentes como una injuria cuando con la misma lógica tú comienzas a caer, como las reglas del juego van a requerir”.
Esto es muy difícil de entender para los políticos que creen que el cambio es algo que ellos han generado, cuando en realidad el cambio está en la vida, y nunca se detiene. Los errores más grandes los cometen cuando tratan de detener ese cambio continuo. Se vuelven reaccionarios porque no pueden entender que en la lógica de la vida ya el cambio no son ellos, sino otros. Aferrándose al poder cuando la Fortuna ya lo ha prometido a otros, cometen errores que aceleran y vuelven peores sus caídas. El no entender el cambio los hace rígidos y soberbios, a ellos y a sus partidos. Entonces los nuevos dueños del cambio los destrozan, como tantas veces ha pasado aquí.
La Fortuna le da un consejo que lo hubiera salvado y que hoy le dará consuelo.
“En realidad, mi misma mutabilidad te da causa para esperar mejores cosas. Así tú no te debes desgastar poniendo tu corazón en vivir de acuerdo a una ley que sólo sea tuya en un mundo que es compartido por todos”.
Así dice la Fortuna que, en este mundo, la única manera de evitar el desastre es regirse por las leyes de todos, por las instituciones, que son las que le dan estabilidad a una vida que siempre está sujeta a la rueda de la Fortuna. Los políticos que comienzan su camino del poder deben entender desde el principio que en la política nada es eterno, y que llegará un día en el que tendrán que bajar con esa rueda que los subió al principio.
Sabiendo esto no cometerán los errores que llevaron a Boethius, y a tantos otros, a sus tristes finales.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

La reflexión de los 100 días. De Manuel Hinds


Publicado en EL DIARIO DE HOY, 11 septiembre 2019


Hay tres maneras de ver los primeros cien días de una presidencia. Una, la que está más de moda en este momento, es verlos como un período para el cual los candidatos hacen promesas como muestra de lo rápido que van a actuar una vez en el poder. Cuando pasa el período la gente contrasta esas promesas con los resultados que el candidato ganador ha logrado. Esto da una idea de hasta cuánto el nuevo presidente logra cumplir con sus promesas, lo cual es un indicador de cuánto logrará de lo que prometió para su periodo completo. Visto desde esta perspectiva, lo que se puede esperar del equipo presidencial al final del período son muchos esfuerzos para argüir frente a la población que el nuevo presidente ha cumplido con todas sus promesas para los primeros cien días.
Otra manera de ver los primeros cien días es considerarlos como el período de la luna de miel, en el cual todo se perdona y se ve con gran optimismo. Visto de esta manera, el fin de este periodo marca el momento en el que el nuevo presidente puede esperar un cambio de humor en la población, que va a comenzar a ver su administración con un ojo más crítico.
La tercera manera es verlos como un periodo razonable de ajuste, en el cual las nuevas autoridades conocen en detalle los problemas del estado, dan un diagnóstico, y dan forma a una estrategia y se integran con el servicio civil para poder resolverlos. En esta manera de verlo, el final de este período debe ser un momento de reflexión para considerar los aciertos y los errores inicialmente cometidos y para realizar un ajuste de las ideas y de las personas para poder enfrentar el resto del período presidencial.
En la realidad, aunque últimamente se da mayor importancia a la primera interpretación de los primeros cien días, el gobierna haría bien en realizar que estos tienen algo de cada una de las tres maneras de verlos. Especialmente, debe darse cuenta de que dan una oportunidad de calibrar sus planes y sus expectativas de lograrlos dadas las limitaciones que inevitablemente la realidad impone. Dada la especial tolerancia de esos primeros cien días, la oportunidad es de oro, porque todavía el gobierno no está inmerso en uno de los procesos que pueden ser más destructivos para una administración: las cadenas que errores previos van estableciendo para acciones subsecuentes si estos errores iniciales no son reconocidos, y más bien se trata de justificarlos o negarlos. A través de estos procesos de justificación y negación, estos procesos se convierten en multiplicadores exponenciales de los errores iniciales, o de cualquier error en el camino, de tal manera que un error que pudiera haberse corregido en un instante, termina desviando al fracaso proyectos, programas o el accionar del gobierno entero.
Por eso, los gobernantes sabios siempre se han cuidado de mantener abiertos sus canales de comunicación, de tal manera que pueda conocer las opiniones buenas y malas, las alabanzas y las criticas que sus acciones están provocando en la población, y así, identificar los errores apenas se cometen. Saben que esto es sano no sólo porque estas críticas les permiten calibrar mejor sus políticas y acciones, sino también porque dan una salida segura y moderada a los sentimientos de descontento. Todo el mundo sabe que cuando esas salidas no existen los descontentos no desaparecen sino que revientan de pronto en resultados no esperados en las elecciones.
Pero hay otras tres razones por las cuales los gobernantes sabios dejan que la crítica y las confrontaciones con la realidad fluyan sin impedimentos. Como en el caso de poder corregir errores, estas tres razones actúan como mecanismos de defensa para la presidencia misma. Son defensas esenciales para mantener el poder en el funcionario que ha sido electo, evitando su captura sicológica por grupos cercanos a él. Los ejemplos de estos peligros pueden tomarse de toda la historia universal.
Las guardias pretorianas 
Es de todos conocido que cuando hay un funcionario que detenta poder (digamos, el Presidente), mucha gente siente la tentación de rodearlo no solo para ir compartiendo el poder con él sino también para írselo arrebatando poco a poco y trasladándolo a lo que en El Salvador se ha llamado históricamente “la rosca”. Lo esencial en ese proceso es aislar al presidente de toda influencia externa a la rosca, con lo cual le controlan toda la información que le llega y toda la gente que se le acerca. Controlarle la información lleva inevitablemente a controlarle sus acciones y decisiones.
En este punto es esencial notar que cuando se habla de la sabiduría de mantener la libertad de información esta es más importante para el Presidente que para el pueblo. Al fin y al cabo, el pueblo tiene infinitas maneras de mantenerse informado aún en los regímenes más tiránicos. El que fácilmente se puede aislar cuando se reprime la libertad de expresión es al Presidente mismo, que no tiene manera de contrastar lo que le dice su rosca.
Así, pues, la regla número uno para evitar la usurpación del poder es mantener la libertad de prensa. La número dos es estar al día con la critica y las observaciones allí expresadas.
La segunda razón adicional para dejar que fluya la crítica para evitar la usurpación del poder se orienta a cortar uno de los mecanismos principales usados por las roscas para dominar al que tiene el poder legítimamente —aunque haya libertad de prensa.
Memento Mori
Este mecanismo es la adulación, que puede ser tan fuerte como un muro de piedras para aislar del contacto con la realidad a cualquier líder legítimamente electo. Es tan fuerte que puede funcionar aun con libertad de prensa. Es tan fuerte que solo personas con mucho carácter y seguridad en ellos mismos lo pueden controlar, y eso solo haciendo esfuerzos muy conscientes para apartarse de la dulce tentación de la soberbia. Es bueno que lo hagan porque la adulación es el camino más fácil para arrebatarle el poder a alguien que lo tiene.
Los romanos, que conocían mucho las debilidades humanas, tenían métodos muy propios para combatir la adulación. Cuando sus generales tenían un triunfo decisivo para Roma, les dedicaban un “Triunfo”, en el que el general del caso desfilaba por la ciudad con su guardia y los tesoros y prisioneros que había conquistado, mientras toda la población lo vitoreaba. La impresión de cientos de miles de personas vitoreándolos, enmarcados en la grandeza de Roma, con las águilas doradas brillando al sol, era capaz de sacar a cualquiera de sus cabales. El homenajeado confrontaba esto en una cuadriga en la que solo iba él con un hombre atrás que le decía continuamente, Memento Morí  (recuerda que eres mortal). Ese mensaje era para beneficio de él, para que no se perdiera en las selvas sin salida de la vanidad.
Este no es el primer artículo en el que menciono Memento Mori. Lo he usado un par de veces como advertencia a personajes y partidos salvadoreños que se sintieron invencibles cuando yo estaba escribiendo estos artículos y que, por sentirse así, fueron vencidos. Todo el mundo ha visto pasar esto, no una sino varias veces, en nuestro país, y todos los que lo entienden saben que ellos no hubieran perdido como han perdido como partidos y como personas si no se hubieran cegado por la adulación. No hay remedio más bueno contra la adulación que la libertad de prensa.
Las defensas institucionales 
La tercera razón adicional para apoyar la libertad de prensa en términos del poder presidencial es que la mejor defensa de este, cuando ha sido obtenido legítimamente, está en todas las instituciones constitucionalmente establecidas del estado. El poder lo da el pueblo no directamente, sino a través de la Constitución, condicionado en el juramento de la presidencia al cumplimiento de ella. Sabiamente, la Constitución defiende la libertad de prensa. Subvertirla es subvertir la fuente misma de la legitimidad de la presidencia. Es abrir la puerta para los usurpadores. Sin la legitimidad de las instituciones, cualquiera puede usurpar el poder.
La Reflexión
Estos son temas sobre los que el Presidente Nayib Bukele puede reflexionar ahora que sus primeros 100 días han terminado, con algunos resultados prometedores —como la reducción de los asesinatos y las desapariciones, como el nuevo ambiente positivo para la inversión y los negocios, como la reorientación positiva de la política exterior—, con algunos no tan prometedores y con una perspectiva ominosa: los ataques que han recibido la crítica, la oposición y la libertad de prensa en estos primeros 100 días. Estos ataques se han encarnado no sólo en la prohibición de entrada de dos medios opositores a una importante conferencia de prensa del Presidente sino también en la actitud agresiva contra cualquier persona que exprese aún dudas sobre lo que el Gobierno está haciendo.
Los primeros 100 días no son determinantes. La presidencia Bukele todavía tiene frente a sí una página en blanco. Es crucial que vea su experiencia en estos primeros 100 días, acentúe sus éxitos, corrija sus errores y mantenga maduramente el mandato que legítimamente le ha dado la población, protegiendo los derechos de ésta y su propio derecho de conocer la realidad.

viernes, 6 de septiembre de 2019

La mentalidad de corto plazo. De Manuel Hinds

Publicado en EL DIARIO DE HOY, 6 septiembre 2019


Entre todas las interrogantes que plantea la creciente crisis en Argentina, una de las más intrigantes es ¿por qué le siguen prestando a Argentina si esta crisis de impago es la novena del país y la tercera en los últimos 20 años? ¿Si, más intrigante todavía, es la segunda en dos años? ¡Hace sólo un año que el Fondo Monetario Internacional (FMI) le hizo el salvataje más grande de la historia (no de Argentina sino del mundo) y hoy ya está en crisis otra vez! Argentina es ya, con mucho, el mayor deudor del FMI. Aproximadamente la mitad de los préstamos de la institución se han dado a Argentina.
¿Cómo es que el FMI y los mercados privados siguen prestándole? Puede ser que se requiera de una asesoría psicológica para contestar esta pregunta, pero hay una razón económica que ayuda a explicar este comportamiento aparentemente absurdo: los incentivos en las instituciones financieras estimulan un comportamiento que irracional desde el punto de vista de las instituciones mismas pero racional desde el punto de vista de los personajes que las manejan día a día.
En los últimos años, muchas instituciones se han centrado en la generación inmediata de rendimientos como el criterio para juzgar a los gerentes y ejecutivos. No muchos sedan cuenta de que este énfasis en el corto plazo genera incentivos perversos para el rendimiento de la institución en el largo plazo porque, para los que manejan las instituciones, los rendimientos positivos de una mala operación financiera se presentan inmediatamente, y los negativos mucho más tarde en el futuro. Para el momento en el que estos últimos se presentan, los que hicieron la operación ya se han movido a otra posición, o a otra institución, o se han vuelto demasiado poderosos para que una mala decisión del pasado los afecte.
Observe el caso de Christine Legarde, que fue la que autorizó la operación de salvataje del año pasado, comprometiendo 57 mil millones de dólares del FMI en un programa obviamente mal diseñado que fracasó en apenas un año. Para cuando el escándalo se empezó a generar la semana pasada, cuando la gente comenzó a preguntar quién metió esta pata en el FMI, ella ya estaba encaminada a ser la presidenta del Banco Central Europeo, en un proceso que ya está demasiado adelantado por razones geopolíticas para que sea echado para atrás. La rapidez con la que Argentina procesa nuevas crisis hizo que por poco la agarrara la puerta (¿quién iba a imaginarse que la siguiente crisis sería en un año?), pero no la agarró.
Bueno, el FMI está sujeto a presiones políticas. Pero, ¿y el sector privado? ¿Cómo es que regresa una y otra vez a prestarle fondos a Argentina? El entusiasmo por prestarle ha sido tan grande que hace un par de años, en 2017, Argentina emitió un bono pagadero a 100 años, y la demanda por los bonos (el deseo de financiar a Argentina) superó por bastante la cantidad que el país había deseado tomar prestada. Hoy esos bonos tienen un precio de 54 centavos por cada dólar que los financieros dieron al país.
Este comportamiento insano de los prestamistas se explica en gran parte porque los gerentes y ejecutivos que diseñan y hacen los préstamos, y los que recomiendan su compra, reciben sus emolumentos en el momento en el que el préstamo se concreta, no cuando se paga. De esta forma, los préstamos que ahora no se están pagando generaron comisiones, bonificaciones, pagos de servicios, utilidades, etc., que, cuando hablamos de las magnitudes en las que Argentina aumentó su deuda en los últimos años, hicieron millonarios a muchos. Los compradores últimos de los bonos (que no necesariamente son los mismos que los diseñaron) pagaron estas comisiones muy felices. No es hasta hoy que descubren que lo que pagaron era para perder enormes cantidades, para ellos y sus clientes.
Esto es sólo un ejemplo más de lo tontas que son esas estrategias de medir el éxito por la supuesta rentabilidad inmediata de cada operación o persona. Esta sustitución de la evaluación estratégica de largo plazo por los resultados de corto plazo fue la caída de General Electric y es la causa de la crisis de Boeing, por ejemplo. ¿Habrá que esperar muchas crisis más para que la gente lo vea?

viernes, 30 de agosto de 2019

El discurso de la servidumbre voluntaria. De Manuel Hinds


Publicado en EL DIARIO DE HOY, 30 agosto 2019


Étienne de la Boètie escribió en 1552-1553 en “El Discurso de la Servidumbre Voluntaria” las siguientes líneas:
“Yo quisiera meramente entender cómo es que sucede que tantos hombres, tantos caseríos, tantas ciudades, tantas naciones, sufren bajo un tirano que no tiene otro poder que el que ellos mismos le dan; un tirano que puede hacerles daño sólo en la medida en la que ellos muestran la voluntad de cargar con él; que no podría hacerles ninguna herida excepto si ellos prefieren aguantarlo en vez de contradecirlo.”
La curiosidad se origina en que para de la Boètie la libertad es natural en el ser humano y cederla es una perversión. ¿Qué es lo que hacen los aspirantes a tiranos para que la gente deje que se la quiten? La respuesta de de la Boètie es que estos aspirantes crean un encantamiento en los ciudadanos, combinando espectáculos (lo que los romanos llamaban circo) con propaganda orientada a hacer sentir a la población que el líder será la fuente de todo lo bueno, que es sabio, justo y benevolente, y que todos sus rivales son malos, tontos y de mala fe. Sutilmente, el aspirante a tirano también va acostumbrando a la gente a no ser libres violando las instituciones para ir dejando claro que el que manda es él y que su poder no lo adquiere del pueblo porque el pueblo es él.
Al mismo tiempo, el aspirante a tirano va formando un grupo clientelar para reprimir al pueblo cuando sea necesario, pagado con recursos obtenidos del pueblo mismo. Esta necesidad se presenta siempre en las tiranías porque, como dijo Maquiavelo, “…La naturaleza de la gente es variable, y es fácil convencerlos de algo, pero difícil de mantenerlos en esa persuasión. Por eso, las cosas deben arreglarse de tal manera que cuando ellos ya no creen voluntariamente, uno los pueda hacer creer a la fuerza.” Esta combinación, encantamiento más poder de coerción construido ocultamente, es la clave para que la gente entregue su libertad.
¿Cómo puede el pueblo deshacerse de un tirano? Partiendo de la base de que los tiranos sólo pueden mantenerse con el poder que el mismo pueblo le entrega, de la Boètie prescribe el retiro de ese poder para que el tirano se caiga. Pero de la Boètie reconoce que esto es fácil cuando todavía el aspirante a tirano no ha logrado formar su guardia clientelar para el momento del desencanto, pero casi imposible cuando ya lo ha armado – como pasó en Venezuela con el Socialismo del Siglo XXI y en Nicaragua con los Ortega.
Esto no pasó en El Salvador, aunque el FMLN, colega ideológico de estos dos regímenes, estuvo en el poder diez años y trató repetidamente de enrumbar al país hacia un régimen totalitario.
¿Por qué los salvadoreños pudimos hacer lo que los venezolanos y los nicaragüenses no pudieron, aunque ellos han querido tanto hacerlo que muchos han dado sus vidas para conseguirlo?
La respuesta es que en El Salvador mantuvimos nuestras instituciones vivas, incluyendo los derechos fundamentales del individuo, de tal modo que cuando llegó el momento de votar, el voto todavía valía y las instituciones para hacerlo valer allí estaban.
En su entusiasmo inicial, venezolanos y nicaragüenses descuidaron las instituciones democráticas para que los líderes súper héroes – Chavez, Maduro y Ortega – tuvieran todo el poder. Pero éstos usaron ese poder para armar una fuerza coercitiva que aplastó a los ciudadanos cuando ellos quisieron retirarles su apoyo. Los ciudadanos de esos países descubrieron entonces que los que habían pedido su apoyo para destruir las instituciones democráticas con el pretexto de vencer a las supuestas fuerzas negras del país, se habían volteado y convertido en las fuerzas más negras en su historia, matando gente para mantenerse en el poder. Es una historia que se ha repetido mucho en el mundo entero. El poder cambia a la gente.
La lección es que, por mucho entusiasmo que despierte un presidente, los salvadoreños deben de defender firmemente sus instituciones, que son su única garantía de que un líder idolatrado no se convierta en un tirano.
De la Boètie debería de ser lectura obligatoria en el país y en toda América Latina, en donde todavía hay mucha gente que apuesta a los caudillos y no a las instituciones como fuentes de desarrollo, libertad y democracia.

miércoles, 28 de agosto de 2019

¿Un caso de autodestrucción? De Manuel Hinds


Publicado en EL DIARIO DE HOY, 29 AGOSTO 2019


¿Un regreso al pasado? 
El gobierno quiere pasar una serie de modificaciones a la Ley LACAP (Ley de Adquisiciones y Contrataciones de la Administración Pública), que regula las compras y adquisiciones del sector público. Esto ha desatado un torrente de críticas de todos los sectores, que señalan el retroceso que esta reforma, que no tiene razón de ser, causaría al país.
En esta columna me enfoco en los problemas que estas reformas causarían al gobierno mismo y la Presidencia de la República, que son tantos y tan paralizantes que lo hacen a uno preguntarse por qué el Presidente podría presentar reformas tan autodestructivas para su propia gestión.
Ahora las compras están descentralizadas en unidades ubicadas especializadas en ca da institución del estado, coordinadas en un sistema nacional para asegurar la consistencia de los criterios aplicados en sus operaciones. Este sistema reemplazó a la nefasta Proveeduría General de la República, que compraba y atrasaba todo como un cuello de botella, y creaba grandes oportunidades de corrupción, causadas no sólo por el volumen de las operaciones sino también por las complicaciones y confusión causadas por la compra de miles de cosas distintas, que requieren de conocimientos diferentes para comprarlas, por individuos que saltaban de comprar libros a cobalto para el control del cáncer a palas para Obras Públicas en la misma mañana.
En ese torbellino de órdenes de compra, éstas desaparecían como en una espiral de la cual era difícil conseguir que reemergieran. Sólo el poner una solicitud arriba de miles de otras era ya en sí una oportunidad de corrupción. Había muchas más. Las reformas básicamente llevarían las compras de regreso a este sistema.
¿Qué se pretende?
Como toda ley, la LACAP puede mejorarse. Pero las reformas propuestas no incluyen las partes que pueden mejorarse. Al contrario, sus propuestas desmejoran la ley en muchas dimensiones y muy sustancialmente.
Las leyes de compras y contrataciones tratan de encontrar un equilibrio entre la protección contra el abuso y la corrupción y la promoción de eficiencia en las compras del estado. Es decir, estas leyes buscan crear un ambiente en el que las compras se realicen lo más rápida y eficientemente posible mientras se controla el uso de los fondos estatales de tal manera que se reduzca al mínimo las posibilidades de corrupción.
Así, leyes como éstas pueden mejorarse de dos maneras: una, volviendo los procesos más expeditos y eficientes sin disminuir el control de los fondos, o aumentar el control de los fondos sin disminuir la eficiencia.
Las reformas propuestas harían lo completamente opuesto: disminuirían el control de los fondos, abriendo nuevas y enormes oportunidades de corrupción, mientras que a la vez disminuirían fuertemente la eficiencia y la rapidez de las compras.
Adicionalmente, las reformas causarían un problema de organización interna del órgano ejecutivo. En términos del manejo del gobierno, el ministerio más poderoso es sin duda el de Hacienda, ya que necesariamente todos los fondos estatales deben pasar por una sola institución para introducir orden en las operaciones financieras. La Constitución misma ordena que todos los fondos pasen por una caja central.
Las reformas aumentarían brutalmente el poder de ese ministerio, que controlaría no sólo estas funciones sino también todas las compras del estado, algo que no es necesario centralizar y que, como se discute abajo, en realidad debe mantenerse descentralizado.
Esto disminuiría sustancialmente la capacidad de ejecución de todas las unidades del gobierno mismo, que es lo mismo que decir que disminuiría la capacidad de ejecución del Presidente.
Las reformas propuestas
Las reformas harían lo siguiente. Primero, concentrarían el poder de las compras totales del estado en una unidad en el Ministerio de Hacienda, que no haría las compras mismas, pero establecería un directorio de contratistas calificados que serían los únicos de los que los distintos ministerios y otras unidades del estado podrían comprar.
Hacienda también establecería los términos, condiciones, y demás requisitos que serían definidos en las bases de licitación correspondientes. Es decir, en Hacienda decidirían de quiénes se pueden comprar y en qué condiciones todas las medicinas, los materiales y contratos de Obras Públicas, los servicios especializados para controles de plagas, las cámaras para control de tráfico, los insumos para hacer análisis de ADN, los libros de la Biblioteca Nacional, los materiales necesarios en los museos y en las excavaciones de sitios arqueológicos, los vestidos de los bailarines de ballet, etc. Es la negación de las ventajas de la especialización y de la cercanía de los que compran con los que ordenan las compras.
Pero la unidad en Hacienda también evaluaría a las propuestas de compras, que es la segunda reforma, para lo cual se tomaría un máximo de 60 días. ¿Se imaginan las peticiones diarias de las unidades de compras de más de 1,500 instituciones estatales para por favor aprobarme esto ya, que es urgente? Y el poder del funcionario a cargo, recostándose en la silla y diciendo, “Vamos a ver, vamos a ver…”
La tercera reforma es darle a Hacienda el poder de revisar sus propias decisiones, pero eliminando la apelación, de tal manera que todas decisiones y el control de éstas se concentrarían en Hacienda. Sólo alguien que no ha trabajado en el gobierno deja de entender el poder gigantesco que esto concentraría en Hacienda, que sería capaz de elevar cualquier proveedor a las alturas de los millones, y de destrozar a otros, y de luego decir que sus decisiones han sido correctas, sin tener el riesgo de que alguien apele a otra institución-todo con un toque de una pluma de un funcionario que no tendría que responder a nadie.
Pero hay otra reforma que cierra la impunidad que Hacienda tendría en el tema de compras: las reformas, inexplicablemente, eliminarían a la Fiscalía como representante del estado en contratos de bienes inmuebles (propiedades)-un punto que puede ser inconstitucional porque la constitución la nombra como representante judicial del estado sin excepciones. Esta medida inexplicable debilitaría todavía más lo controles sobre el sistema de compras.
Hay otras cosas muy preocupantes en las reformas, como la creación de las Compras de Baja Cuantía, que serían como las de caja chica, sin controles más allá de una factura, sólo que con sumas hasta de $6,000. Pero sólo estos temas ya mencionados son suficientes como para preguntarse bajo qué lógica se están proponiendo reformas que atrasarían las compras, crearían enormes burocracias y trámites burocráticos, confundirían los procesos, y crearían infinitas oportunidades para corrupción.
La presidencia disminuida 
Los efectos de pasar estas reformas se sentirían muy rápidamente, primero en términos de atrasos y confusiones enormes en las compras de 1,500 unidades estatales, y de quejas de proveedores potenciales dejados por fuera de los procesos de compra por falta de conocimiento de los que establecerían las listas de proveedores, o por otras razones peores.
Con el tiempo, se sentiría la rigidez del sistema, especialmente en las compras de los insumos tecnológicos, cada vez más importantes, por falta de conocimiento de los sectores tecnológicos de salud, o de educación, o de transporte por parte de la unidad centralizada en Hacienda.
Los proveedores y las provisiones en estos sectores cambian continuamente, demasiado rápido para burócratas centralizados que sentirían que ellos tienen el poder y que los que quieren comprar son sus súbditos. Luego se volvería obvio que las oportunidades de corrupción se han aumentado.
¿Por qué retrasar las compras, bajar su eficiencia y aumentar el riesgo de corrupción sin obtener ningún beneficio para nadie? El primer perdedor de estas reformas sería el gobierno mismo, que se entramparía todavía más que lo que ya lo entrampó el FMLN.

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