Publicado en EL DIARIO DE HOY, 30 agosto 2019
Étienne de la Boètie escribió en 1552-1553 en “El Discurso de la Servidumbre Voluntaria” las siguientes líneas:
“Yo quisiera meramente entender cómo es que sucede que tantos hombres, tantos caseríos, tantas ciudades, tantas naciones, sufren bajo un tirano que no tiene otro poder que el que ellos mismos le dan; un tirano que puede hacerles daño sólo en la medida en la que ellos muestran la voluntad de cargar con él; que no podría hacerles ninguna herida excepto si ellos prefieren aguantarlo en vez de contradecirlo.”
La curiosidad se origina en que para de la Boètie la libertad es natural en el ser humano y cederla es una perversión. ¿Qué es lo que hacen los aspirantes a tiranos para que la gente deje que se la quiten? La respuesta de de la Boètie es que estos aspirantes crean un encantamiento en los ciudadanos, combinando espectáculos (lo que los romanos llamaban circo) con propaganda orientada a hacer sentir a la población que el líder será la fuente de todo lo bueno, que es sabio, justo y benevolente, y que todos sus rivales son malos, tontos y de mala fe. Sutilmente, el aspirante a tirano también va acostumbrando a la gente a no ser libres violando las instituciones para ir dejando claro que el que manda es él y que su poder no lo adquiere del pueblo porque el pueblo es él.
Al mismo tiempo, el aspirante a tirano va formando un grupo clientelar para reprimir al pueblo cuando sea necesario, pagado con recursos obtenidos del pueblo mismo. Esta necesidad se presenta siempre en las tiranías porque, como dijo Maquiavelo, “…La naturaleza de la gente es variable, y es fácil convencerlos de algo, pero difícil de mantenerlos en esa persuasión. Por eso, las cosas deben arreglarse de tal manera que cuando ellos ya no creen voluntariamente, uno los pueda hacer creer a la fuerza.” Esta combinación, encantamiento más poder de coerción construido ocultamente, es la clave para que la gente entregue su libertad.
¿Cómo puede el pueblo deshacerse de un tirano? Partiendo de la base de que los tiranos sólo pueden mantenerse con el poder que el mismo pueblo le entrega, de la Boètie prescribe el retiro de ese poder para que el tirano se caiga. Pero de la Boètie reconoce que esto es fácil cuando todavía el aspirante a tirano no ha logrado formar su guardia clientelar para el momento del desencanto, pero casi imposible cuando ya lo ha armado – como pasó en Venezuela con el Socialismo del Siglo XXI y en Nicaragua con los Ortega.
Esto no pasó en El Salvador, aunque el FMLN, colega ideológico de estos dos regímenes, estuvo en el poder diez años y trató repetidamente de enrumbar al país hacia un régimen totalitario.
¿Por qué los salvadoreños pudimos hacer lo que los venezolanos y los nicaragüenses no pudieron, aunque ellos han querido tanto hacerlo que muchos han dado sus vidas para conseguirlo?
La respuesta es que en El Salvador mantuvimos nuestras instituciones vivas, incluyendo los derechos fundamentales del individuo, de tal modo que cuando llegó el momento de votar, el voto todavía valía y las instituciones para hacerlo valer allí estaban.
En su entusiasmo inicial, venezolanos y nicaragüenses descuidaron las instituciones democráticas para que los líderes súper héroes – Chavez, Maduro y Ortega – tuvieran todo el poder. Pero éstos usaron ese poder para armar una fuerza coercitiva que aplastó a los ciudadanos cuando ellos quisieron retirarles su apoyo. Los ciudadanos de esos países descubrieron entonces que los que habían pedido su apoyo para destruir las instituciones democráticas con el pretexto de vencer a las supuestas fuerzas negras del país, se habían volteado y convertido en las fuerzas más negras en su historia, matando gente para mantenerse en el poder. Es una historia que se ha repetido mucho en el mundo entero. El poder cambia a la gente.
La lección es que, por mucho entusiasmo que despierte un presidente, los salvadoreños deben de defender firmemente sus instituciones, que son su única garantía de que un líder idolatrado no se convierta en un tirano.
De la Boètie debería de ser lectura obligatoria en el país y en toda América Latina, en donde todavía hay mucha gente que apuesta a los caudillos y no a las instituciones como fuentes de desarrollo, libertad y democracia.