Si nuestro Gobierno no fuera tan disfuncional, habría que esperar y 
presionar que asuma su responsabilidad y un rol activo para consolidar 
el proceso iniciado con la tregua entre pandillas y para convertirlo en 
un proceso definitivo de paz y reinserción de los pandilleros y su 
entorno social. Todas las condiciones están dadas. Existe un mecanismo 
de mediación, apoyado por la Iglesia Católica, que durante ya seis meses
 de manera exitosa ha logrado consolidar los compromisos adquiridos 
públicamente por las pandillas. 
La sociedad y la opinión pública 
comienzan a tomar conciencia de la oportunidad que se ha abierto para 
resolver el problema de la violencia endémica. Poco por poco empresarios
 e instancias internacionales llegan a la conclusión que hay que 
invertir en este proceso y abrir oportunidades de reinserción. Parece 
que está preparado el terreno para que, en una siguiente fase, también 
el Gobierno pueda asumir compromisos, sin comprometer la 
institucionalidad y el principio de la legalidad. Todas las condiciones 
están dadas, menos una: este Gobierno ya no tiene la capacidad ni la 
voluntad de reinventarse y hacer una apuesta audaz.
Así que hay 
que partir del hecho de que el Gobierno salvadoreño va a seguir tomando 
crédito por un proceso exitoso de reducción de violencia criminal, en el
 cual no está invirtiendo nada. No está reorientando sus programas 
sociales para aprovechar la oportunidad histórica de entrar en las 
colonias y las comunidades más conflictivas con proyectos de 
mejoramiento de los barrios. El presupuesto para el 2013 no refleja, por
 nada, que el Gobierno haya alterado sus prioridades. Los presupuestos 
reflejan la voluntad política de los gobernantes, y el presupuesto 2013 
no refleja ni siquiera la existencia de la tregua...
¿Por qué 
hablo de una oportunidad histórica? Por dos razones: primero, porque en 
las gavetas gubernamentales tienen una década de dormir planes 
detallados y bien fundamentados para una intervención focalizada de 
comunidades, elaborados por la difunta Comisión Nacional de Seguridad 
Pública, y luego desechados en favor de los planes de mano dura. Sólo 
hay que desempolvarlos, actualizarlos y ejecutarlos. Segundo (y sobre 
todo), porque hoy, con la tregua y la mediación exitosa, se ha abierto 
la oportunidad de ejecutar estos planes de saneamiento de los barrios 
sin enfrentamiento con las pandillas, sino en base de un consenso con 
ellas y con su participación activa. 
Esto es la verdadera 
oportunidad que ha abierto la tregua: Por primera vez los planes 
educativos, de empleo, de inserción productiva, de mejoramiento de 
infraestructura en los barrios saldrían del contexto y del concepto de 
contrainsurgencia. Los pandilleros siempre han visto los proyectos de 
prevención de violencia (independientemente de la buena o mala voluntad 
de los pastores, alcaldes o ONGs que los promovieron) como complemento 
de la represión: con la mano dura el Estado los quería destruir, con la 
mano amiga quería quitarle el agua al pez. Igual que en la guerra 
contrainsurgente de los 80: Primero entraban los batallones 
contrainsurgentes, luego los "operativos cívicos" con doctores, 
maestros, enfermeros y trabajadores sociales, para "ganarse las mentes y
 los corazones" de la población civil.

 
Hoy, con la disposición 
mostrada por las pandillas de extender la tregua a una reducción gradual
 de hostilidades contra la sociedad, existe la posibilidad de intervenir
 los barrios conflictivos sin tener que chocar con los pandilleros (con 
todos los riesgos que esto siempre ha significado para todos los 
participantes en los programas de prevención), sino en coordinación y 
con participación de las pandillas. 
Y en este sentido, tal vez es
 una ventaja que el Estado, con este Gobierno actual, tenga tan poca 
capacidad de aprovechar los espacios abiertos. Tal vez de todos modos 
sea mejor que lo hagan la sociedad civil, las ONGs, las iglesias, la 
empresa privada. Tal vez sea mejor que nos encaminemos a un proceso de 
paz de las pandillas con la sociedad, y no con el Gobierno. 
Los 
organismos internacionales que han decidido apostar a este proceso, 
porque entienden que es la mejor inversión que pueden hacer en pro del 
desarrollo de El Salvador, ya están buscando formas creativas de 
canalizar sus aportes mediante instancias independientes del Gobierno. 
Tal vez así se logre que todo este proceso se salve del mayor peligro 
que enfrenta: convertirse en sujeto del pleito electoral que se avecina.
Si
 es así, lo único que hay que exigir al Gobierno es que siga facilitando
 el proceso que se está dando entre las pandillas, entre pandillas y la 
sociedad, y entre sectores de la empresa privada y la cooperación 
internacional. Y que de manera más decisiva ahora asuma la tarea de 
remover obstáculos burocráticos y legales, y de desarrollar formas de 
actuar de sus fuerzas de seguridad que no entorpezcan el proceso de paz.