Publicado en EL DIARIO DE HOY, domingo 19 julio 2020
Obviamente Luis Mario está hablando del diálogo entre los órganos del Estado, y entre gobierno y oposición. Voy a retomar este tema, pero para hacerlo, primero le tengo que quitar los signos de interrogación al titular: El fin del diálogo. Para mí, no es una interrogante, es una afirmación. Es un hecho. Lamentable, pero un hecho.
El diálogo es como el tango: se necesitan dos. Dos interesados de que el diálogo llegue a entendimientos. Lamentablemente, al presidente Bukele no le interesa en lo mínimo el diálogo como forma de llegar a definir políticas compartidas. Muchos dicen que es un diálogo entre sordos lo que tiene lugar entre el gobierno y la Asamblea, y entre el gobierno y la oposición. Es una imagen equivocada. Asigna mal la responsabilidad del fracaso de los diálogos. Es un diálogo entre un sordo y otros que intentan a mantener abierta la posibilidad de llegar a acuerdos, a veces de forma torpe o ingenua. Así han sido los diálogos entre el presidente con la Sala Constitucional, con los empresarios, o de los representantes de Casa Presidencial con los diputados. Todos fracasaron, porque el gobierno solo estaba interesado que le ratificaran sus políticas y no en un diálogo como método para construir políticas que todos podrán apoyar.
Detrás de este desprecio a un diálogo sincero hay un profundo malentendido sobre el concepto de gobernabilidad. En una democracia republicana y pluralista, la gobernabilidad depende de la capacidad del gobierno de diseñar políticas que no sean simplemente el reflejo de sus intenciones políticas e ideológicas, sino que sean diseñadas para que puedan ser apoyadas por una mayoría parlamentaria, y para que no choquen con la Constitución y la jurisprudencia de la Sala.
Un gobierno que insiste en su autosuficiencia para definir políticas exclusivamente con sus propios criterios, sin tomar en cuenta los posibles conflictos de las demás instituciones y fuerzas políticas, por definición apuesta a la imposición, no al diálogo. Imposición y diálogo son incompatibles. La compra de voluntades, el chantaje, la amenaza, la descalificación y cualquier otro método de imposición mata el diálogo.
Así que, la triste realidad es que no hay diálogo, porque el gobierno no apuesta a una gobernabilidad construida por concertaciones y acuerdos. No apuesta al diálogo como forma de dirimir diferencias y conflictos. Por lo contrario, el gobierno conducido por Nayib Bukele ve las diferencias y los conflictos con la Sala, con ANEP, los empresarios, la Asamblea y con los partidos de oposición como algo que hay que profundizar, con el propósito de convertir todas estas instancias en sujeto del repudio popular y así ganar en el 2021 el control de la Asamblea. Así piensa poder aplicar su modelo de gobernabilidad: la sumisión de la Asamblea a los diseños del gobierno. Gobernabilidad sin diálogos.
Los que estamos convencidos de que es indispensable el diálogo como método de llegar a acuerdos viables para el país no vamos a desistir en practicarlo solo porque tenemos un presidente que lo desprecia. Pero tampoco vamos a continuar participando en diálogos inútiles con un sordo. En esta situación que no hay diálogo posible con el gobierno, es de suma importancia abrir un diálogo serio, permanente y transparente entre todas las fuerzas que no quieren que en el 2021 nazca un régimen autoritario, basado en una gobernabilidad sin diálogo, sin pluralismo, sin inclusión de todas las fuerzas y los intereses que representan.
Las instancias y los métodos de este diálogo hay que construirlos desde ya, para que produzca los acuerdos mínimos para poder ganar en febrero 2021 al bloque autoritario compuesto por los Bukele, Nuevas Ideas, Gana y el CD. Quienes dicen defender el pluralismo como elemento indispensable de nuestra democracia, que lo practiquen desde ya. Quienes apuestan a un sistema político basado en que las políticas públicas tienen que someterse al diálogo, que lo practiquen desde ya con todas las fuerzas opositoras.