La oposición es un ejercicio demasiado importante para dejárselo a los partidos, sobre todo de derecha. Esa fue mi posición cuando en 1969, por primera vez en la posguerra, la socialdemocracia alemana llegó al poder con Willy Brandt. Este hombre había sido mi héroe cuando era niño, porque había ido a España a luchar contra el fascismo, cuando nuestros padres se hicieron colaboradores cobardes de la dictadura. Había sido mi mentor, cuando como estudiante de secundaria me afilié a la socialdemocracia.
Pero cuando Willy Brandt llegó al gobierno, acaba de pasar el histórico año 1968. Toda una generación -en Paris, en Berlín, en Praga, en Beijín, en San Francisco- había asumido que ser oposición era igual a estar vivo. Nos opusimos a la influencia continuada de los nazis en la Alemania democrática, nos opusimos a la guerra en Vietnam, nos opusimos a la ocupación soviética en Praga. Nos opusimos al autoritarismo en nuestras familias, en nuestras relaciones amorosas, en nuestras escuelas, en nuestras universidades, en el socialismo ‘real’, en la derecha.
Seguimos siendo oposición, independientemente de quién gobernara. Apoyamos a Willy Brandt cuando buscaba la reconciliación con Polonia y la apertura del diálogo con el bloque soviético - pero nos opusimos a su apoyo a la remilitarización de Alemania y su pasividad frente a la ocupación norteamericana en Vietnam así como frente a la ocupación soviética de Checoslovaquia.
Yo me hice organizador sindical y periodista, después guerrillero en El Salvador, después nuevamente periodista. Las tres profesiones son, por definición, ejercicios de oposición y de crítica.
Nunca sentí ni siquiera tentación de volverme gubernista. En los 15 años de posguerra salvadoreña, para criticar a la estéril polarización y construir democracia, había que oponerse a ambos polos. Para abrir espacio a reformas, había que oponerse al conservadurismo de ARENA y FMLN. Para defender las libertades, a veces el destinatario principal de la crítica era ARENA, a veces el FMLN.
Entonces, ¿qué es tan diferente ahora? Viene otro gobierno, de otro color político, encabezado por otro señor que se siente dueño de la verdad. Viene otro gobierno, sostenido por otro partido autoritario. Seguramente tratará de hacer algunas cosas muy buenas, otras regulares, y otras que habrá que impedir mediante crítica y oposición. De modo que la consigna que yo abracé en 1969, cuando llegó al poder Willy Brandt, en medio de inmensas expectativas de cambio, sigue siendo válida: La oposición es demasiado importante para dejársela a los políticos...
Tengo que confesar que en 1969 la tentación de hacerse del otro lado -del lado del poder- era mucho más grande que hoy. De todos modos hay que salvar las diferencias: Willy Brandt era un dirigente con credenciales éticas incuestionables, y su partido socialdemócata, un partido con credenciales democráticas intachables. Willy Brandt y el SPD se habían perfilado como la fuerza de la reforma, oponiéndose consecuentemente a los intentos de la izquierda comunista de envolverlos en nuevas ediciones del Frente Popular, y oponiéndose de la misma manera contra el conservadurismo de la derecha. Con el partido socialdemócrata de Willy Brandt gobernando, no era fácil distanciarse del poder...
Funes no es ningún Willy Brandt. Y el FMLN, con toda seguridad, en nada se parece al Partido Socialdemócrata Alemán de los setenta. El dilema que se me presentó en 1969 (entrar o no al proyecto Willy Brandt), simplemente no se presenta hoy.
Esté quien esté en el poder, prefiero seguirme comportando como opositor, lo que no hay que confundir con hacerse parte de un partido opositor. Observar, analizar, comentar, escribir desde este distancia crítica me parece lo más adecuado y lo mas fascinante en esta fase de la alternancia.
(El Diario de Hoy, páginas editoriales)