Es un caso especial. No sólo por la víctima (un obispo que es asesinado días después de que publicara una documentación sobre los crímenes cometidos por los militares de su país). No sólo por el acusado principal en el proceso judicial (el aparato de inteligencia militar y presidencial). El caso Gerardi de Guatemala se vuelve aún más extraordinario por lo que se ha escrito sobre él.
Pocas veces podemos leer dos libros sobre el mismo caso judicial, ambos escritos por autores internacionalmente famosos por su periodismo investigativo. Y con historias totalmente opuestas sobre la investigación, el proceso, la culpa.
Uno escrito por Maite Rico (del periódico más prestigioso de España, El País) y Bertrand de La Grange (de la madre del periodismo francés, Le Monde). El otro por el novelista y periodista Francisco Goldman, hijo de madre guatemalteca y padre estadounidense, quien ha practicado el periodismo investigativo en The New Yorker y The New York Times. Aparte de publicar novelas exitosas como "La larga noche de los pollos blancos", "El marinero raso" y "El esposo divino".
Dos libros con posiciones distintas
Dos libros sobre el caso de monseñor Juan Gerardi, dos historias diferentes. En el libro de Maite Rico y Bertrand de La Grange ("¿Quién mató al obispo?"), los tres militares condenados por el asesinato del obispo son victimas inocentes de una conspiración de la Iglesia, de activistas de derechos humanos de izquierda y de algunos fiscales ambiciosos –- conspiración no sólo para culpar del crimen a unos militares inocentes, sino para desacreditar al ejército, al aparato de inteligencia y al presidente Álvaro Arzú.
En el libro de Goldman ("El arte del asesinato político"), los héroes son los jóvenes investigadores y abogados de la ODHA (Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala) y de la fiscalía, que luchan contra la impunidad, a pesar de amenazas y atentados. La de Goldman es la historia de un país que trata de salir de la cultura de violencia, impunidad, militarismo y secretismo para aterrizar en una de transparencia, justicia e institucionalidad civil.
En pocos casos se ha dado una competencia tan polémica, tan controversial entre dos investigaciones periodísticas, y entre autores renombrados y reconocidos.
Para mí esta batalla la gana Francisco Goldman.
Me llevé su libro a mis vacaciones de Navidad. Me desvelé devorándolo, porque se lee como las mejores novelas de crimen-espionaje-conspiración de Graham Greene o John Le Carré.
Un libro que me hace dudar de mis colegas
Mientras lo leía, me recordé del impacto similar que me había causado en el año 2005 el otro libro sobre el mismo caso Gerardi, el de Rico/de La Grange. Una inquietante sensación de "déjà vu", de haber vivido antes una determinada situación. Pero pensándolo bien, las sensaciones que dan los dos libros son diametralmente opuestas: El libro "¿Quién mató al obispo?" de Rico/de La Grange deja la sensación de que en un país como Guatemala, no hay verdad, no puede haber justicia, porque todo es posible y nada es comprobable.
El libro de Francisco Goldman deja la sensación que cuando realmente se quiere romper el manto de la impunidad, del encubrimiento, de la resignación y del miedo, se puede. Deja la sensación que en un mundo tan conspirativo, secreto y violento como Guatemala es imposible llegar a la verdad absoluta, pero se puede lograr romper la impunidad y dispensar justicia. Justicia no absoluta ni plena, pero justicia al fin.
Lo singular del juicio Gerardi es que, debido a que todas las evidencias, todos los actores y casi todos los testigos provienen del sub-mundo de la inteligencia, no se pudo (y nunca se podrá) establecer la verdad absoluta y completa. La historia es poblada de indigentes, curas, ladrones, guardias presidenciales, en que todos, de una y otra forma, trabajaban para la inteligencia militar, coordinada en el Estado Mayor Presidencial, situado a dos cuadros de la residencia donde fue ejecutado el obispo.
En el juicio no se pudo establecer ni quiénes dieron las órdenes ni quiénes ejecutaron materialmente el asesinato. Esto dejó abierta dos opciones a la fiscalía, la corte y la sociedad guatemalteca: Dejar todo en la impunidad, o establecer que se trató de un crimen de Estado, más bien del aparato clandestino de inteligencia, donde en última instancia no importa quién tomara la decisión o acción determinada. Son culpables quienes comprobadamente formaron parte de la conspiración.
Releyendo el libro de Maite Rico y Bertrand de La Grange, que queda destrozado por Francisco Goldman, me entra otra sensación horrible, por lo menos a mi como periodista: Me hace dudar de unos colegas que hasta ahora han sido sujetos de respeto y credibilidad. Me hace dudar de sus medios, sobre todo El País, uno de mis periódicos favoritos. Me hace dudar de sus otros muchos trabajos de investigación.
Francisco Goldman deja en evidencia que Maite Rico y Bertrand de La Grange han sido por lo menos manipulados (si no dirigidos mediante otros métodos) por sus fuentes vinculadas a la inteligencia y la presidencia de Guatemala. Me causa escalofrío pensar que el periódico El País, internacionalmente respetado por su independencia y el rigor ético-profesional que aplica, siga encargando a Maite Rico investigaciones que tienen que ver con fuentes de inteligencia. Me causa pavor y desconfianza que haya sido precisamente Maite Rico quien ha recibido del gobierno de Álvaro Uribe los documentos de la computadora de Raúl Reyes de las FARC.
Si Maite Rico ha manejado sus fuentes de inteligencia colombiana de la manera como manejó sus fuentes de inteligencia militar guatemalteca en el caso Gerardi, El País corre el riesgo de que sus investigaciones en este caso tan importante resulten contaminadas. No me consta ningún manejo no profesional de Maite Rico del material de inteligencia al cual tuvo acceso privilegiado en el caso Raúl Reyes. Pero no puedo dejar de dudar de los resultados de esta relación íntima periodismo-inteligencia...
En las cortes penales es común que casos se pierden y la impunidad se impone debido a errores o manipulaciones en el manejo de fuentes, testigos y evidencias. Algo parecido puede pasar en periodismo y en política, si no podemos confiar en las investigadores.
Goldman nunca esconde sus simpatías por sus fuentes
Goldman nunca esconde sus simpatías con sus principales fuentes: los investigadores de la fiscalía y del arzobispado. Para él, son héroes que se enfrentan a un monstruo. Es más, su libro relata cómo en el transcurso del proceso investigativo nacen una profunda amistad y un apoyo profesional mutuo entre las tres diferentes clases de investigadores: periodísticas, fiscales y abogados de derechos humanos.
En cambio en el libro de Rico/de La Grange nunca es visible su íntima relación con el aparato de inteligencia.
Goldman tampoco repite el pecado que cometen Rico/de La Grange de intervenir en el proceso penal contra los militares. El primer libro --y todo el eco que ha tenido en Guatemala y en el mundo, incluyendo intervenciones contra la fiscalía guatemalteca por parte de personajes como Mario Vargas Llosa-- se convirtió en arma de la defensa de los militares acusados. En cambio, Goldman no interviene en el proceso penal. Sacó su libro cuando la sentencia contra los militares (y sobre todo contra el aparato de inteligencia militar y presidencial) al fin estaba confirmada por todas las instancias jurídicas (Corte de Apelaciones, Corte Suprema, Cámara de lo Constitucional).
Goldman interviene en el juicio histórico y moral de toda esta terrible historia. Esto vuelve su libro una obra de literatura y deja el libro de Rico/de La Grange en el terreno de la guerra de desinformación.
Invito a todos a leer el "El arte del asesinato político" de Francisco Goldman. Al fin de cuentas, no sabemos qué tan lejos queda El Salvador de Guatemala.
Nota aparte: Conocí a Maite Rico y Bertrand de La Grange en 1999, cuando investigaban en Centroamérica para un reportaje que siempre recomendé por su lucidez: "Centroamérica: la derrota de los dogmas", publicado en la revista mexicana Letras Libres. Mucho mejor que nosotros mismos, los autores habían detectado que la librería Punto Literario y mi café (La Ventana) eran símbolos de la reconciliación y del fin del dogmatismo en El Salvador.
Punto Literario, propiedad de la esposa de un presidente arenero, organizando tertulias con poetas e intelectuales de la izquierda. La Ventana, fundada por un ex-guerrillero de origen alemán y su esposa, facilitando la convivencia pacífica, alegre y comunicativa entre "niñas bien hasta aprendices de ejecutivos, pasando por veteranos militantes del FMLN y especímenes diversos de la progresía internacional". Me duele que ahora tenga que criticar tan duramente a los autores de este bello ensayo sobre la posguerra en Centroamérica.
(El Diario de Hoy)