Para quienes intentamos entender la
historia de la oposición venezolana parece obvio que entre el momento
que surgió del llamado hacia La Salida, en febrero de 2014, y el que
aparece después del llamado conjunto de los líderes de oposición hacia
El Cambio, hay un período. O dicho de modo más preciso: hay un período
dentro de un período (el del gobierno Maduro). Y parodiando al teórico
de las teorías sistémicas, Niklas Luhmann, quien afirma “todo sistema es
un subsistema”, podríamos decir todo período es un subperíodo.
Período o subperíodo, lo importante es
que entre La Salida (febrero 2014) y El Cambio (enero 2015) tuvo lugar
un proceso político de enorme importancia para la historia reciente de
Venezuela.
1. La Salida: origen y fracaso. Como
es sabido, La Salida (“Maduro vete ya”) proclamada por la troika
Ledezma, López y Machado, fue precedida por protestas estudiantiles en
universidades andinas que fueron respondidas con suma violencia por el
régimen.
Los objetivos de La Salida nunca fueron
precisados con exactitud. De modo que una parte, sobre todo estudiantil,
la entendió como un llamado insurreccional, y otra como una
movilización destinada a elevar el nivel de la protesta pública, la que
llegó durante algunos momentos a ser masiva.
La Salida demostró que en la oposición
venezolana existía ansia de protesta frente a un gobierno arbitrario e
ineficiente. Incluso la MUD, ausente en la convocatoria, acompañó
durante un tiempo a los manifestantes, pero distanciándose de propuestas
maximalistas e intentando encauzarlas en contra de objetivos concretos
como la eliminación de los grupos paramilitares.
Sin embargo, no pocos voceros y
columnistas de la oposición más radical entendieron a La Salida como una
alternativa insurreccional en un sentido doble: en contra del gobierno y
en contra del “electoralismo” de la MUD. No fue esa, hay que reconocer,
la actitud pública de López, Ledezma y Machado. Ninguno se pronunció
abiertamente en contra de la MUD. Tampoco ninguno llamó a ejercer
violencia ni mucho menos a un golpe de Estado.
Hecho objetivo fue, sin embargo, que La
Salida surgió al margen de la MUD, razón por la cual muchos pensaron que
había surgido en contra de la MUD y más aún, en contra de Henrique
Capriles. No haber planteado de modo explícito que eso no era así, fue
uno de los más grandes errores cometidos por la troika. Ese silencio
abriría las puertas a tentaciones divisionistas la que en las
condiciones prevalecientes solo podían ser fatales para el conjunto de
la oposición.
Una protesta maximalista como La Salida
no debió haber sido excluyente, menos en las condiciones determinadas
por la existencia de un gobierno militar. Pues La Salida no nació
sumando ni multiplicando sino —hay que decirlo de una vez— restando y
dividiendo. Más todavía, no interpelaba ni al campo chavista
potencialmente disidente, ni al campo de los indecisos políticos. Su
mensaje solo estaba dirigido a la oposición más dura: A los ya
convencidos.
En ese error había, sin embargo, cierta
lógica. La Salida fue una acción heroica y épica, personalista y
voluntarista. Pero a su vez equivalente con el tenor predominante en
muchos movimientos sociales latinoamericanos, sobre todo estudiantiles.
Fue, si se quiere, una acción si no “foquista”, por lo menos
vanguardista. Partía de la premisa de que si se desataba una
movilización en torno a líderes como Machado y López, el pueblo y
probablemente los soldados, iban a sumarse a la insurgencia desatándose
así una marea que debería llevar a la caída del régimen.
Ahora bien, para que una alternativa del
tipo propuesto por La Salida hubiera sido posible, se requería de
ciertas mínimas condiciones de tiempo y lugar.
Las condiciones de tiempo no estaban
dadas. No me refiero a que la crisis económica y el nivel de descontento
estaban lejos de alcanzar las profundidades que muestran al comenzar el
año 2015. Me refiero, sobre todo, al hecho de que la oposición venía
recién saliendo de una derrota electoral, la de las municipales del 8D.
Es cierto que la votación alcanzada por
la oposición el 8D fue excelente, sobre todo en los centros más poblados
del país. Pero también es cierto que el objetivo de convertir las
municipales en plebiscito no fue alcanzado.
Bajo esas condiciones, la MUD y Capriles
hicieron lo que hay que hacer después de una derrota: pasar a un
repliegue táctico, agrupar fuerzas, redoblar el trabajo social y,
ayudados por la crisis económica desatada por el gobierno, preparar
condiciones para una próxima batalla. Pero en ningún caso intentar una
huída hacia adelante.
Las condiciones de lugar tampoco estaban
dadas, sobre todo si se tiene en cuenta que una alternativa como La
Salida supone la existencia de organismos en condiciones de sustentar
movilizaciones durante un tiempo prolongado y discontinuo. Léase
sindicatos obreros y campesinos, asociaciones profesionales y
agrupaciones civiles. Pero en Venezuela hay muy poco de eso.
Al llegar a ese punto hay que tomar en
cuenta que Chávez no logró crear un nuevo orden social, pero sí logró
destruir el orden social prevaleciente y con ello a la columna vertebral
de la sociedad venezolana. Una de las pocas fuerzas orgánicas civiles
que logró sobrevivir fue la estudiantil. Pero todos sabemos que el ritmo
acelerado de las movilizaciones estudiantiles no es compatible con el
resto del organismo social. Así, el movimiento que desataría La Salida
no tenía donde, como, ni en qué apoyarse. Nada que no fuera la retórica y
la capacidad de escenificación de sus líderes. La Salida fue un llamado
a la multitud, mas no a las organizaciones sociales porque, entre otras
cosas, estas casi no existen.
Por si fuera poco, la troika tampoco
estaba muy unida. Mientras López desde la prisión llamaba a una Asamblea
Constituyente, Machado concentraba sus energías en un Congreso
Ciudadano y Ledezma intentaba cambiar el curso de la MUD “desde dentro”.
En fin, La Salida no solo fue unilateral, además fue tri-lateral. Cada
caudillo andaba por su lado.
La Salida evidenció que la movilización
no puede ser un objetivo en sí. Eso indujo a que muchos la hubieran
entendido como una ruptura con la MUD y –pese a que ninguno de los
convocadores así lo manifestó— como una negativa radical a la lucha
electoral. Sin embargo, hubo un hecho que sí demostró que no hay ninguna
contradicción –mas bien un complemento— entre movilización social y
objetivos electorales. Me refiero a las elecciones municipales que
tuvieron lugar el 25 de Marzo en San Diego y San Cristóbal.
Para decirlo en una fórmula ya sugerida
en otros escritos, San Diego y San Cristóbal demostraron que una
elección acompañada de una fuerte movilización social puede ser
exitosamente ganada. Pero a la inversa, que una movilización social sin
una perspectiva electoral está destinada a estrellarse frente al aparato
represivo del régimen. Eso último fue lo que sucedió en el resto de
Venezuela. El saldo fue terrible: decenas de jóvenes asesinados a
quemarropa, cientos de heridos, enormes cantidades de prisioneros, entre
ellos,
el líder de Voluntad Popular, Leopoldo López.
Obviamente, quienes llamaron a La Salida
no contaban con una reacción tan violenta del régimen. Tal vez pensaron
que todavía bajo Maduro se vivían los tiempos de Chávez. No supieron,
por lo tanto, evaluar el momento. Tampoco supieron darse cuenta de que
bajo Maduro había tenido lugar un cambio radical en el carácter político
del régimen. En términos más exactos: no captaron que el populismo
chavista había terminado, quizás para siempre. En su lugar había
aparecido un gobierno militar, militarizado y militarista que prescinde
de la lógica populista propia a Chávez y al chavismo.
2. Un régimen cambia su carácter político. Ocioso
sería discutir si el cambio de carácter político del gobierno habría
tenido lugar o no durante Chávez. Lo importante es que mientras el
chavismo de Chávez se caracterizó por la apelación a la fuerza militar
como una segunda instancia, para el chavismo de Maduro la acción militar
precede a la acción política. Maduro, en efecto, parece regirse por la
máxima “primero disparo y después hablamos”.
El cambio de carácter político del
régimen tiene su origen en la pérdida de apoyo popular evidenciada por
Maduro desde cuando, en dudosas elecciones, derrotó a Capriles por muy
estrechas cifras. Maduro dilapidó así el enorme capital electoral legado
por Chávez. Hecho decisivo: para que un gobierno sea populista debe ser
popular y Maduro no lo es ni lo será. Bajo esas condiciones, Maduro, en
lugar de apoyarse en movilizaciones populares, no encontró más
alternativa que hacerlo en militares y para-militares. Hecho que no
conduce al fin del gobierno de Maduro pero sí al fin de su condición
populista. Eso significa que el de Maduro no es la continuación del
gobierno de Chávez. Es “otro tipo” de gobierno.
La transición que se da entre un
gobierno populista militar y un gobierno puramente militar ya ha sido
consumada. Diversos capítulos del gobierno Maduro así lo demuestran.
El primer capítulo fue la convocatoria a
un diálogo nacional destinado a encontrar soluciones para la
pacificación del país (26 de Febrero). El diálogo, convocado a
instancias del propio Vaticano, no podía ser eludido ni por el gobierno
ni por la MUD. Capriles insistió con razón en llamarlo debate. Tampoco
lo fue. El dialogo no pasó de ser un conjunto de monólogos.
Los principales enemigos del diálogo
estaban en el gobierno, pero también en la oposición. Diosdado Cabello y
su fracción se encargaron de dinamitarlo desde el primer momento. Así
Maduro perdió una oportunidad para elevarse a la condición de
interlocutor político. Quizás la razón fue que si continuaba el diálogo,
el chavismo se habría dividido más aún de lo que ya estaba. Lo mismo
–eso no lo entendió Maduro— habría podido pasar dentro de la oposición.
Un segundo capítulo fue la ruptura del
chavismo militar con el chavismo social. Símbolo de esa ruptura fue la
dimisión forzada del ministro Jorge Giordani (17 de Junio) seguida de
una carta de protesta publicada por el mismo en contra de Maduro (18 de
Junio) a quien acusó de falta de liderazgo y de proteger a la corrupción
del gobierno.
La de Giordani no fue una dimisión
cualquiera. El ministro había sido la eminencia gris de Chávez en
materias económicas. En cierto modo la ruptura con la economía de Chávez
–inducida por la caída del precio del petróleo— fue hecha en nombre de
Chávez pero en contra de un ministro de Chávez. Esa ruptura no ha sido
traducida sin embargo en un cambio de modelo económico.
Maduro rompió con el modelo distributivo
de Chávez pero sin sustituirlo por otro. Su modelo es, si se quiere, la
ausencia de modelo. Esa es la razón por la cual en lugar de un plan
económico ha impuesto una economía de guerra (no otra cosa es la guerra
económica). De este modo, así como Maduro durante las protestas
militarizó a la lucha política, ha terminado, además, por militarizar a
la economía. Las consecuencias no pueden ser más catastróficas. La
producción del país se encuentra prácticamente paralizada, la inflación
es la más alta del mundo, las manifestaciones multitudinarias de Chávez
han sido sustituidas por las colas más multitudinarias de Maduro.
La carta de Giordani evidenció que el
madurismo padece de profundas divisiones internas. Aunque esas
divisiones no siempre trascienden, todos saben que el campo chavista se
encuentra trizado. El PSUV, de partido monolítico y unitario ha pasado a
convertirse en un nido de alacranes donde los “recuperacionistas” de
Marea Socialista son solo un ejemplo entre varios. Si la oposición
llegara a obtener una victoria en las elecciones parlamentarias del
2015, la desbandada será general. Siempre ha sido así; todos los
ejemplos históricos lo demuestran.
Un tercer episodio ocurrió después del
asesinato del joven diputado chavista Robert Serra. Pese a que Cabello
intentó culpar sin pruebas a la oposición, los acontecimientos que
siguieron al homicidio permitieron que apareciera en la superficie el
papel de los colectivos armados –hampa y lumpen militarmente
organizados- los cuales, como en películas de gángsteres, dirimían sus
rivalidades en la vía pública a punta de balas.
La ejecución de cinco personas
pertenecientes a los llamados colectivos ordenada por el general Miguel
Rodríguez Torres fue evidentemente un intento frustrado del ejército por
subordinar y dominar a los estamentos para-militares. Pero el hecho de
que los para-militares lograran la renuncia del general chavista, mostró
una vez más que Maduro no tiene el control sobre sus fuerzas. El
régimen no solo está militarizado. Además está para-militarizado. Bajo
esas condiciones Maduro no puede ser un interlocutor político de
confianza.
El propio encarcelamiento de Leopoldo
López señaliza hasta que punto ha sido degradada la contextura política
del régimen post-chavista. Porque en verdad, López, menos que un preso
político es un rehén de guerra. Por eso mismo Maduro lo mantendrá en
prisión hasta que llegue el momento de canjearlo. O lo liberará si para
él resulta necesario bajar la presión política en su contra, en caso de
sentirse muy amenazado.
López es un rehén de guerra en una
guerra que solo existe para Maduro. En ese contexto, a quien más
interesa la polarización política existente, es al mandatario. Mientras
más aguda sea esa polarización, mayores serán sus posibilidades de
mantener la política bajo hegemonía militar. Por la misma razón, si es
que hay un peligro de golpe de Estado, este solo puede provenir de las
huestes oficialistas y de ninguna otra parte.
3. Desde la crisis de la oposición hacia El Cambio. La MUD, la oposición en general, vivieron después del fracaso de
La Salida
uno de las peores crisis de su historia. Los grupos más radicales, por
razones que también podrían ser explicadas de modo psíquico
(autoagresión), enfilaron su artillería en contra de
Henrique Capriles y de
Ramón Guillermo Aveledo,
secretario ejecutivo de la MUD. Desde diversas columnas ambos han sido
insultados y ofendidos más que cualquier representante del gobierno.
Aveledo, el máximo forjador de la
unidad, no pudiendo soportar la presión en su contra, hubo de renunciar.
En ese momento pareció que un trabajo sistemático forjado en años iba a
venirse al suelo. El régimen estaba, según la opinión pública, en sus
niveles más bajos pero la MUD, atacada desde dos fuegos, no estaba en
condiciones de capitalizar políticamente el descontento general.
Sin embargo, cuando gobierno y ultra
radicales se regocijaban, dando a la MUD por muerta, surgió casi de la
nada un verdadero milagro. A fines de Septiembre fue nombrado secretario
ejecutivo de la MUD,
Jesús (Chúo) Torrealba.
La designación de Torrealba fue el
resultado de un consenso y de un compromiso. Al igual que Aveledo, Chúo
es partidario de la unidad. Pero no tiene ningún problema en manifestar
su solidaridad con Leopoldo López. Eso no le impide favorecer una
estrategia encaminada a lograr un triunfo en las próximas elecciones
parlamentarias. Además es hombre de diálogo. En todos los puntos
coincide con la línea de Aveledo. Pero adicionalmente ha logrado
imprimir a la MUD ese mínimo de mística que le faltaba para enclavar más
hondo entre los sectores populares.
Chúo no rehuye a la calle; incluso le
gusta. Ha llamado a dos movilizaciones las que seguro no han sido las
más grandes de la historia del país, pero ha devuelto a la unidad esa
confianza que las acciones desafortunadas del pasado reciente le habían
quitado. En fin, Chúo ha sabido entender que la movilización popular
debe ser encaminada hacia un objetivo común el que por el momento no
puede ser sino electoral. Los resultados no se han hecho esperar. A
fines de año las encuestas mostraron por primera vez que la MUD tenía
más partidarios que el chavismo.
Henrique Capriles, casi exiliado en Miranda, entendió el nuevo momento.
A fines de Enero del 2015, sorprendiendo a sus enemigos endógenos,
llamó a la movilización general por El Cambio. Con grandeza, Machado y
Ledezma secundaron su propuesta. Lo mismo Freddy Guevara. Esa foto en
donde todos los líderes aparecen juntos era la que más quería ver la
oposición venezolana. No importa que ellos no estén de acuerdo en
algunos puntos; tampoco es deseable que así sea. Lo importante es que si
no una unidad, pueda ser concertada una alianza: La gran alianza para
El Cambio.
La diferencia entre unidad y alianza es
importante. Mientras la unidad suprime diferencias, una alianza las
conserva, siempre y cuando ninguno de los aliados pierda de vista el
objetivo común. Ese objetivo común es El Cambio.
¿El Cambio es una nueva La Salida? En
ningún caso. Mientras La Salida desunía más que unir, El Cambio une más
que desunir. Es política de todos, no de algunos.
Ni Capriles ni Torrealba han cambiado.
Lo que ha cambiado es la situación objetiva. La economía de Venezuela se
encuentra en su punto más bajo. La desesperación de las multitudes en
su punto más alto. Si los dirigentes políticos no hubieran llamado a la
movilización, habrían aparecido espacios vacíos para que aventureros de
ambos lados pudiesen desatar una locura colectiva. El fantasma del
Caracazo sigue penando y debía ser aventado cuanto antes.
El Cambio es defensivo y ofensivo a la
vez. Cubre espacios sociales pero al mismo tiempo moviliza hacia un
nuevo espacio político. Ese nuevo espacio tendrá que ser –así lo han
formulado los principales dirigentes políticos de la oposición—:
democrático, constitucional, pacífico y electoral.
Democrático, porque supone amplia
participación, más allá de cualquiera diferencia ideológica. Supone,
además, que las decisiones serán tomadas a través de acuerdos en
conjunto y no al margen, como ocurrió con La Salida.
Constitucional, porque la propia
Constitución —chavista en sus orígenes pero aprobada por mayoría
popular— ha llegado a ser, frente a las continuas violaciones a que ha
sido sometida, un patrimonio de la oposición democrática. Es mapa
político y guía de acción a la vez. En sus páginas están indicados uno a
uno los pasos que llevarán a El Cambio. No hay ningún motivo para
apartarse de ella.
Pacífico, porque la oposición no tiene
armas ni ejércitos. Pacífico quiere decir, también, asumir una radical
actitud antigolpista, venga el peligro de donde venga.
Electoral, no solo porque las
posibilidades electorales están más cerca que nunca, no solo porque no
hay otra alternativa posible, sino también, y quizás sobre todo, porque
un futuro gobierno que no surja de un procedimiento electoral nunca
podrá obtener para sí el principio de la legitimidad.
Torrealba, Capriles, López, Machado,
Borges, Ledezma y tantos otros, saben que recorren un camino minado. Un
gobierno militar y militarizado, para-militares enloquecidos, personajes
siniestros dispuestos a cometer cualquiera “dioscabellada”, tribunales
mercenarios de justicia, tribunales electorales parcializados, prensa y
televisión en manos del gobierno. Todo eso no da, ni mucho menos, una
garantía definitiva para el triunfo.
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Este
artículo de
Fernando Mireses parte de una serie titulada "Venezuela, una Mirada desde afuera", publicada por el sitio venezolano
Prodavinci.
Las otras aportaciones son:
Más vale un mal acuerdo que un buen pleito, por Joaquín Villalobos
De los cuatro enfoques sobre Venezuela, el más lúcido es el que aquí reproducimos, del sociólogo y historiador chileno Fernando Mires, quien es catedrático en la universidad Oldenburg en Alemania.