Me niego a pretender que puedo producir un balance del año. Primero,
porque los periódicos ya están llenos de ellos. Segundo, porque no hay
balance posible entre lo bueno, lo malo y lo feo...
Me aventuro, sin embargo, a hablar de lo más importante y bueno del 2012: la tregua.
La
tregua es el único evento político de este año que no era previsible.
Nos agarró por sorpresa a todos y provocó un debate novedoso y
productivo. Todo lo demás (los múltiples intentos de destruir la
independencia de la Sala de lo Constitucional; la batalla por la
Fiscalía; la compra de voluntades para nuevamente manipular la
correlación de fuerzas establecidas en las elecciones legislativas; la
guerra de desgaste entre el Gobierno y el sector privado; la ausencia de
inversiones...) era "business as usual", como lo dicen los gringos, o
"la misma mierda", como decimos en buen guanaco.
La tregua rompió
moldes. Incluyendo el acostumbrado mapa político, con sus líneas
divisorias tan claramente definidas. La tregua de las pandillas (y el
proceso complejo de mediación entre las dos pandillas y entre ambas y el
Gobierno) encontró, desde el principio, resistencia y apoyo tanto en la
izquierda como en la derecha; tanto dentro del Gobierno como de
sectores muy distanciados del Gobierno de turno.
Al principio la
tregua provocó mucho más crítica y resistencia que comprensión y apoyo, a
pesar de que de inmediato mostró resultados contundentes (una reducción
dramática de los homicidios en el país). Cuando, además, la tregua (ya
la baja de homicidios) no colapsó en una semana, ni en un mes, ni en
medio año, como todos los "expertos" del tema pronosticaron, sino que
más bien se fortaleció y se amplió abarcando a otros actores de la
delincuencia y a otros delitos y formas de violencia más allá de los
homicidios, en el país comenzó a aflorar en serio un proceso de
reflexión y debate, no solamente sobre la tregua como tal, sino sobre el
carácter de la violencia masiva en El Salvador y sobre los fenómenos
sociales detrás de ella.
Y por primera vez este debate involucró a
todos los sectores: iglesias, academia, medios, ONGs, empresarios.
Incluso los menos dispuestos a debates innovadores, los partidos. Nos
obligó a todos a repensar posiciones que durante décadas habíamos
considerado inamovibles. Nos obligó como sociedad a encarar el problema
de la violencia, en vez de seguir obviándolo y delegando la solución a
los supuestos expertos y autoridades competentes. Que obviamente no
solucionaron nada...
Lo interesante de este debate es precisamente
que no se deja engavetar en ningún esquema tradicional. No es izquierda
versus derecha, no es Gobierno contra la oposición, y tampoco es el
Estado enfrentando al sector privado. Muchos prefieren seguir
interpretando con estos parámetros la tregua, el proceso de mediación, y
el rol que deben jugar actores como Iglesia, Gobierno, empresa privada,
porque es menos doloroso y más cómodo, pero fracasan ante una realidad
nueva que ya no se deja explicar y mucho menos influir desde estas
perspectivas.
La tregua y las oportunidades que a partir de ella
se abren para atacar con eficiencia el problema de la violencia
epidémica, que estaba al punto de asfixiarnos como país, pero al mismo
tiempo los problemas sociales y estructurales detrás del fenómeno de la
violencia pandilleril, han despertado malestar y resistencia en tantos
sectores, porque ponen en evidencia que no podemos seguir delegando la
responsabilidad al Gobierno, mucho menos a sus brazos armados-represivos
como la PNC y la Fuerza Armada.
Lo que pudimos observar durante
todo el año 2012 es la gestación imperfecta pero aparentemente
irreversible de un proceso de paz, no entre grupos criminales y el
Gobierno, sino dentro de la misma sociedad. Los pandilleros han dicho en
voz alta y con sorprendente claridad y consistencia que NO buscan una
negociación con el Gobierno, sino un proceso de reconciliación con la
sociedad y la reinserción a la vida productiva, cultural y cívica.
Para
que esto se vuelva realidad, se necesitan reflexiones y, en algún
momento, respuestas y acciones concretas por parte de todos los sectores
de la sociedad, incluyendo la empresa privada. Esto es lo esencial,
mientras que las respuestas que tiene que dar el Gobierno más bien son
complementarias.
El Gobierno (entendiendo no sólo el Ejecutivo,
sino igualmente los demás órganos del Estado y sobre todo las alcaldías)
tiene que tomar las medidas adecuadas para que el verdadero proceso
pueda seguir avanzando: el proceso dentro de la sociedad civil que puede
llevar a la paz y a la reinserción definitiva de los 50 mil pandilleros
y sus contornos familiares y sociales. Pero de este compromiso el
Gobierno no se puede seguir zafando.
Hasta ahora esta
responsabilidad la han asumido el ministro de Justicia y la mayoría de
los funcionarios bajo su mando, pero no el Gobierno como tal. Por lo
menos no más allá de discursos. Muestra: El presupuesto nacional para el
2013 no refleja en lo más mínimo que el Gobierno haya redefinido sus
prioridades y esté focalizando su "inversión social", para responder
proactivamente a las oportunidades abiertas por el proceso de la tregua.
El
hecho esencial de que la tregua es un proceso dentro de la sociedad
civil y no una gestión gubernamental, tiene su expresión fiel en los dos
personajes protagónicos que lo hicieron posible: monseñor Fabio
Colindres y Raúl Mijango. Sólo personas sin atadura política y con la
libertad de pensar y actuar "fuera del cajón" podían lograr los
aparentemente imposible: entender los mensajes novedosos en el discurso
de los pandilleros; descifrar su situación como individuos y dentro de
sus familias, comunidades y organizaciones delictivas; servir de
traductores y hacer puentes con un nuevo ministro abierto a revisar los
dogmas de la Seguridad Pública; retar a la sociedad civil a abrir los
ojos y encarar los problemas y las oportunidades de solución...
Ningún
político o funcionario del Gobierno hubiera podido jugar este papel. Y
los dos mediadores al principio operaron con el truco de usurpar la
representación de "la iglesia" y "la sociedad civil", respectivamente,
porque era la única forma imaginable de iniciar el proceso; no hubieran
logrado nada si fueran agentes encubiertos del Gobierno.
Por
suerte supieron convertir rápido la mentirita del inicio en realidad:
Lograron que personas e instituciones, que sí representan algo en la
sociedad civil, aceptaran el reto y comenzaran a trabajar para darle
sostenibilidad a la tregua y convertirla en un real proceso de paz.
Todo esto, en su conjunto, es lo mejor que pasó en El Salvador en el 2012. Es lo que rompió el balance de la inercia.
(El Diario de Hoy)