domingo, 18 de octubre de 2009
Recuerdos de una noche de noviembre
(El Pais Semanal)
lunes, 16 de marzo de 2009
Crisis global y respuestas
Obama pide a la Unión Europea y a Japón que le acompañen en el esfuerzo de lucha contra la crisis y recuperar un orden financiero mundial más sano. Pide más esfuerzo y más coordinación.
La Unión Europea dice que se han puesto en marcha medidas suficientes, aunque en términos de PIB, el esfuerzo de Estados Unidos -último periodo Bush y paquete de Obama- es claramente superior ante una situación semejante.
Da la impresión de que Estados Unidos afronta la crisis como una emergencia nacional y global y moviliza todas las energías disponibles, en tanto que la Unión Europea actúa en orden disperso y sin la sensación de apremio y gravedad extrema con la que se percibe del otro lado del Atlántico.
La crisis financiera es global y sistémica aunque arranca en Estados Unidos. La resistencia a creer en las características globales e interdependientes del sistema nos condujo al error de contemplar la epidemia de las hipotecas basura y los derivados que se desató en ese país como enfermedad de ellos que no iba a convertirse en pandemia financiera global.
Por eso tardamos en reaccionar. Primero lo hizo Gran Bretaña y un poco después el resto de la Unión Europea. En áreas emergentes ha habido más retraso en asumir el carácter pandémico de la crisis y aún hoy se continúa negando la gravedad de la situación.
La actitud de Obama significa el reconocimiento, al mismo tiempo, de la magnitud de la crisis y de la necesidad de una respuesta conjunta y coordinada, en el corto y en el medio plazo. Esta predisposición nos ofrece la oportunidad de actuar conjuntamente en medidas anticíclicas y en las reformas necesarias del sistema financiero global.
Estados Unidos solo no puede. Fin del unilateralismo tanto en el terreno financiero como en el de la seguridad. Pero los demás, empezando por los europeos, tienen que asumir que sin Estados Unidos no podemos. Así que si tenemos la suerte de encontrarnos con un interlocutor que reconoce la dimensión de la crisis y está dispuesto a actuar coordinadamente, no perdamos la oportunidad, porque vale más equivocarse juntos y corregir sobre la marcha los errores posibles que no hacer lo necesario para salir adelante o resistirse a coordinar el esfuerzo. La próxima reunión del G-20 será la primera gran ocasión para comprobarlo.
No podemos caer en la tentación de buscar alternativas inexistentes al sistema, ni replegarnos en el sálvese el que pueda proteccionista que rechace la interdependencia económica y financiera de la nueva realidad mundial. Pero que no haya alternativas a la economía de mercado como sistema no quiere decir que no debamos reformarlo a fondo y cambiar su modelo de funcionamiento. Si volvemos al mismo camino, parcheando la situación, nos enfrentaremos en pocos años a una nueva burbuja, con efectos semejantes.
Corregir los manifiestos defectos y los grandes abusos que se han producido en el sistema financiero justificará ante los ciudadanos el enorme esfuerzo de salvamento de las entidades en crisis. Hay que hacerlo con un marco regulatorio claro y que sirva para todos. Con unos órganos de control globales y nacionales que respondan a las mismas reglas y con un especial rigor frente a los paraísos fiscales. Un sistema de alerta temprana debería advertirnos cuando el crecimiento de los flujos financieros sea excesivo, despegados de su función de intermediación de la economía real. Pero hay que hacerlo sin excesos regulatorios inútiles, armonizando lo global y lo local. "Pragmáticas pocas y que se cumplan, amigo Sancho": sabio consejo de Don Quijote a Sancho para el buen gobierno de la Ínsula Barataria en la que estamos.
El carácter global del sistema está implícito en la nueva realidad económica y financiera mundial. Por eso las reacciones proteccionistas antiglobalizadoras agudizarían la situación y la prolongarían indefinidamente.
Se pueden haber volatilizado unos 60 trillones de dólares, equivalentes a cuatro veces el PIB de Estados Unidos o algo muy próximo al PIB mundial. Esa inmensa burbuja de humo, llena de derivados, estructurados, hipotecas basura, etcétera, carente de transparencia y, a veces, de registros contables, ha aplastado a la economía productiva y generado un desempleo masivo, un corte de crédito que produce necrosis empresarial y una retracción del consumo que incluye a los que mantienen su renta o la mejoran por la bajada de tipos y precios. La desconfianza de ahorradores, inversores y consumidores continúa creciendo.
No hay que mirar a la Bolsa en la situación actual para tomar decisiones, dice Obama, porque los mercados de valores, alimentados cada día con malas o peores noticias, siguen cayendo, sin discriminar entre empresas con buenos fundamentos y empresas con graves problemas de balance o de resultados. Incluso las noticias que deberían ser recibidas como buenas provocan reacciones negativas de casi pánico. El ahorro no vuelve a la Bolsa y lo previsible es que ésta no toque fondo hasta el cuarto trimestre del año en curso.
Las intervenciones masivas e inevitables desde el ámbito de la política se han llevado por delante todas las teorías fundamentalistas de "la mano invisible" del mercado. Después de décadas separando a la política de su función en la economía de mercado, se la reclama para corregir el desaguisado. Pero ya se está culpando a la política de los males que no provocó, salvo por la ausencia impuesta por el pensamiento neoconservador dominante del "todo mercado".
Algunas ideas básicas se están generalizando para hacer frente a la situación. Se acepta la necesidad de salvar al sistema financiero, pero como los banqueros no gozan de buena opinión entre el público, hay que decir que salvar al sistema financiero es un ejercicio de responsabilidad ineludible, porque sin él no hay recuperación posible, y menos, sostenible. Pero ayudar a las entidades no significa asumir los errores de los responsables ni aceptar las simulaciones de los que se resisten a reestructurarse hasta que pase la tormenta que, sin ayudas, se los llevaría por delante.
También se asume que se incremente del gasto público de inversión que compense la caída del sector privado y que se establezcan ayudas directas e indirectas a las empresas en dificultades. Estas políticas keynesianas deberían acompañarse de reformas de carácter estructural para mejorar la productividad por hora de trabajo, transformando a fondo la negociación colectiva y la imputación de costes de la seguridad social, incluidos los del desempleo.
Tanto a nivel nacional como europeo, deberíamos intentar un nuevo pacto social para el siglo XXI, que cambiara las bases de aquellos que sacaron a Europa de la miseria tras la II Guerra Mundial y la convirtieron en una potencia económica e industrial exitosa y cohesionada. Hay que hacerlo mirando a la economía globalizada del siglo presente, a nuestra pirámide poblacional, a nuestra formación de capital humano, al valor que podemos añadir para competir y a la cohesión social que podemos financiar para defender nuestro modelo civilizatorio.
Gobiernos y oposiciones, actores económicos y sociales deberían sustituir el ambiente de greña y crispación por la cooperación responsable para sacar adelante a nuestras sociedades. Casi todo lo demás es accesorio en la realidad que vivimos aunque esté ocupando todas las energías. Si lo hacemos encontraremos objetivos movilizadores de nuestro aparato productivo, crearemos empleo y creceremos de manera más eficiente y sostenible. Si no, nos retrasaremos perdiendo una parte sustancial de lo que hemos ganado en las décadas anteriores.
(El País, Madrid. El autor es ex-presidente del gobierno español y del Partido Socialista PSOE.)
miércoles, 5 de noviembre de 2008
Vuelve la política
Todas las convenciones dominantes se han roto y, en efecto, vuelve la política reclamada por la misma "mano invisible del mercado" que la marginó como un estorbo. Aunque la visión del mercado que lo ocupaba todo y excluía cualquier intervención tiene un fundamento ideológico, no creo que éste sea el espacio del debate actual. Ahora, para superar la grave crisis en la que estamos, lo importante es que se actúe políticamente bien.
Estamos ante una oportunidad para los que creen en la función de la política como gobierno del espacio público compartido, que, entre otras, debe asumir la responsabilidad de regular la contradicción de intereses propia de una sociedad libre y ocuparse de que el ciudadano no esté solo, a merced del señor mercado. Si se resuelve la crisis y se encauzan las soluciones que eviten su repetición en el futuro, triunfarán durante mucho tiempo las ideas capaces de sacarnos de este marasmo.
Ante la gravedad de lo que ocurre, los más fundamentalistas de la ideología neoconservadora están actuando con la misma o más decisión que los que la combaten. Llegan más lejos en la intervención, seguramente a la espera de otros tiempos. Pero hay tiempo para este debate, porque en la respuesta que necesitamos está la política con mayúsculas, la que mira a los ciudadanos y pone al mercado a su servicio y no al revés. Ahora, lo que importa es hacerlo bien y rápido.
Las intervenciones masivas que se están produciendo deben servir para evitar la recesión o la depresión, limitando el efecto en la economía productiva, y también para reformar el marco local y global en que se mueven los flujos financieros, haciéndolos previsibles y transparentes. Pero si se intenta volver a la senda que se consideró exitosa en los años noventa del pasado siglo y en los primeros años del presente, sin cambios en el modelo, más allá de que se mejore la regulación, se repetirá la situación. El estallido de la inmensa burbuja financiera no sólo se debe a los fallos de regulados y reguladores, que son evidentes, sino a la dimensión desproporcionada que adquirió la economía financiera, al margen de su función primordial de alimentación de la actividad productiva.
Regular el funcionamiento de los mercados globales, sin la tentación de confiar en la autorregulación de la "mano invisible", tampoco debe llevarnos a lo contrario, con un exceso de intervencionismo del Estado o de los Estados concertados. Necesitamos Estados modernos, fuertes y ágiles, que sean ellos mismos transparentes, eficaces y previsibles. Regular el mercado no es sustituirlo, sino enmarcarlo en su función correcta. Por eso es la hora de la política como gobierno de los intereses de los ciudadanos en el espacio que compartimos, desde lo local nacional hasta lo global, pasando por integraciones regionales como la Unión Europea, capaces de ordenar el sistema financiero y los flujos comerciales.
Ha habido fallos de los agentes, inventando instrumentos y vehículos financieros que escapaban a toda contabilidad y tenían poca o nula relación con la evolución de la economía real de las empresas o de las familias. Las distintas instituciones financieras se han servido de los clientes para colocar estos productos en lugar de servirse de ellos para gestionar prudentemente sus depósitos, ahorros, inversiones o créditos. Y ha habido fallos de los organismos de control. Los locales, inadaptados o sin competencia en lo global, y los internacionales, aún más obsoletos y desajustados.
La aceptación de la economía de mercado nos ha homologado globalmente. Mercado con sistemas autoritarios -incluso definidos como comunistas-, mercado con democracias liberales, pero mercado sin discusión. Es más verdad que nunca que no hay democracia sin mercado, pero que sí hay mercado sin democracia.
La coordinación para fijar reglas comunes entre sistemas políticos tan diversos será complicada. Sin embargo, si aceptamos que el funcionamiento del sistema financiero es global e interdependiente, podríamos actuar con eficacia. La crisis nace de la carencia de gobernanza global adecuada, y es interés de todos reformar el funcionamiento del sistema.
La epidemia empezó en esta ocasión por los mercados centrales, a diferencia de la de hace 10 años, que arrancó en los emergentes, pero contamina a todo el sistema, como entonces, y se convierte en pandemia que pone en crisis al sistema financiero y golpea a la economía productiva hasta llevarnos a la amenaza recesiva o depresiva que pesa sobre todo el mundo. Habrá regiones que noten los efectos de manera menos dura y puedan responder a los mismos con acciones anticíclicas eficaces, pero todas estarán afectadas y lo notarán en su empleo y en su crecimiento.
Para actuar en lo global, hay que coordinar esfuerzos entre los clásicos, Estados Unidos, Unión Europea y Japón, y un número de emergentes con peso creciente en el producto mundial, excedentes de ahorro y demografías determinantes para el futuro. China, India, Rusia, Brasil, México, los países del Golfo, Suráfrica, etc., tienen que formar parte de la respuesta. Esto dará un grupo de 20 o 25 países para articular una propuesta y a continuación ampliar el campo para contar con todos.
Necesitamos una regulación eficaz y homogeneizada en todos los mercados, que abarque a los distintos productos de este sistema financiero global. Esto no significa sobrerregular, sino transparentar el marco de actuación de los agentes financieros y hacer previsibles sus comportamientos, con registros contables claros y controles rigurosos.
Se trata de salvar al sistema financiero, aunque haya diferencia en las recetas aplicadas, para que todo lo demás no se hunda. Las intervenciones tienen que orientarse hacia la normalización del funcionamiento de la economía real, ahogada por el fracaso del sistema financiero. En lo que se refiere a España, creo que las medidas de rescate aprobadas son apropiadas, aunque pueden ser insuficientes, pero sobre todo hay que dar operatividad inmediata al paquete aprobado. A eso se puede añadir lo que se decida institucionalmente en la UE.
Lo primero es restablecer la confianza del ahorrador en el sistema financiero y bancario, solvente en general pero con algunos problemas en casos concretos. Por eso, recuperar la liquidez debe acompañarse del análisis de responsabilidades que permita fortalecer el sistema.
Hay que restablecer la normalidad operativa cuanto antes, para evitar los cortes de crédito que están llevando a muchas empresas e individuos a una situación crítica muchas veces injustificada.
Hay que acelerar la bajada de las tasas de interés nominales para evitar una mayor destrucción de empresas, más devaluación de activos y más pérdidas y quiebras de deudores, que pueden desencadenar como una bola de nieve una creciente recesión. Más allá de las políticas monetarias, parece claro ya que la inflación va a descender.
El ICO debería ocuparse masivamente del apoyo a las pymes, tal vez con un fondo complementario para operar directamente o para avalar. Aunque nos llamen la atención las crisis de los grandes, sin duda importantes, el empleo y la red social está en las pequeñas y medianas empresas.
Los bancos y cajas deben estar dispuestos a revisar las hipotecas, cobrando los intereses durante tres o cuatro años, y aplazando el pago del principal mediante la ampliación del plazo de amortización. No puede ser una fórmula general, ni normativa, pero sí generalizable por los operadores. Así contribuiremos a evitar el drama de muchas familias y a frenar un incremento de la morosidad innecesario.
Hay que actualizar la información sobre la totalidad de los compromisos de pago de las entidades financieras y vigilar la tasa a la que están captando recursos, porque de eso depende la suficiencia del rescate, la reanudación del crédito y el tipo de interés al que podrán prestar.
Bancos, cajas y empresas deben aclarar sus operaciones financieras en los mercados internacionales y transparentar sus registros contables -si los tienen-, para saber hasta dónde nos llega la infección.
Hay que estimular la demanda aumentando la inversión pública. Más allá de los presupuestos, empresas del Ministerio de Fomento y otros pueden acudir al BEI para la financiación de proyectos. Habrá líneas de crédito en buenas condiciones y nosotros necesitamos aumentar nuestro capital físico. Estas operaciones de inversión pueden compensar la caída de la actividad y estimular la recuperación.
Como estamos contra el reloj, no hay que resaltar la urgencia de estas y otras decisiones.
(Publicado en El Pais, Madrid, 5 de nov. 2008)
martes, 16 de septiembre de 2008
El capitalismo en el espejo
Un año después del comienzo de la crisis del sistema financiero de Estados Unidos y su rápido contagio a otras áreas centrales, seguimos sin diagnóstico y, por tanto, sin terapia. O con medidas que tratan de contrarrestar la sintomatología que puede apreciarse sucesivamente, pero sin certidumbre sobre las causas profundas y sus consecuencias, salvo las que van aflorando cada día.
Es una crisis extraña, incluso para reaccionar con una mínima coherencia. Por el momento ha liquidado la extendida creencia de que el mercado lo arregla todo y solo. Es decir, la teoría dominante desde los años 90 del "todo mercado", con un rechazo fundamentalista a la intervención regulatoria.
También ha mostrado que la globalización del sistema financiero plantea problemas de gobernanza que escapan a la capacidad de los poderes establecidos en el viejo Estado nación y en los organismos internacionales tradicionales.
El desconcierto lleva a la Unión Europea a hacer lo contrario de lo que se hace en Estados Unidos en política monetaria, aunque los problemas de inflación sean los mismos. Tanto si bajan los tipos como si suben, en los países centrales sigue cayendo la actividad y los precios se resisten a bajar.
En la UE en general, porque Reino Unido va por su rumbo, hay gran resistencia a las intervenciones consideradas como contradictorias con el libre funcionamiento del mercado. En Estados Unidos vemos acciones como la nacionalización encubierta de las sociedades que controlaban casi la mitad del mercado hipotecario, con una intervención de 200.000 millones de dólares y las reclamaciones de más intervención porque las quiebras continúan.
Así podríamos seguir poniendo ejemplos de actuaciones al menos dispares para enfrentar la misma crisis. La paradoja es que el comportamiento pragmático, chocando con la ideología neoliberal, se da en la cuna doctrinal de esta teoría, en tanto que en la UE, tan crítica siempre con ese neoliberalismo, hay una renuencia muy fuerte a la intervención para contrarrestar la sintomatología de la crisis.
Es verdad, casi la única verdad, que se sigue sabiendo poco sobre las causas profundas de esta crisis global y que nadie se atreve a predecir ni los efectos ni la duración. Ha habido otras con anterioridad, como la que indujo hace una década la crisis financiera de los mercados emergentes que terminó contagiando a los centrales en los albores del nuevo siglo.
Ahora ha empezado al revés. Son los países centrales, comenzando por Estados Unidos, los generadores de la crisis financiera. Como hace una década peroal revés, hay quienes dicen que los países emergentes están desmarcándose de ella, pero tengo la convicción, que entonces también expresé, de que se contagiará el conjunto del sistema y tendrá efectos sobre la economía real de los países emergentes, no sólo de los centrales.
Subyace a la crisis actual una situación nueva, inducida por dos factores: la evolución de los precios de las materias primas, sobre todo energéticas, que han trasladado masivamente el capital a los países productores y a los que han mostrado capacidad de generar riqueza y ahorro como nuevas potencias emergentes (China o la India). El llamado Occidente desarrollado tiene que pagar en el futuro lo que ha gastado ya, en tanto que las zonas productoras de energía y los grandes emergentes han ahorrado lo que podrán gastar o invertir en ese mismo futuro.
Y en todas partes la fuerte tensión inflacionista es el factor más preocupante.
El "triunfo pleno" del sistema capitalista o de mercado, con las variantes que deseen desde China a Chile, tras la caída del modelo comunista, lo ha dejado sin alternativa sistémica. No se pueden considerar alternativas ninguna de las utopías regresivas que aparecen de vez en cuando con poco recorrido y menos consistencia.
Pero estamos haciendo del mercado algo que no es. Una especie de régimen que va más allá de la economía de mercado para llevarnos a una sociedad de mercado, cada vez más global y pretendidamente autorregulada por la mano invisible.
De broma, pero en serio, podríamos decir que el capitalismo no se contrapone al comunismo, por extinción de éste, sino que se mira en su propio espejo y constata que la imagen que le devuelve es fea y fuera de control. Durante años, cuando las cosas marchaban bien globalmente, aun con muchos desajustes y desigualdades lacerantes, las miradas en el espejo han sido autocomplacientes. Ahora, que estamos navegando en la incertidumbre o con la certidumbre de que esto va mal, la imagen que se refleja no satisface a nadie.
Si las consecuencias no fueran tan duras, e incluso dramáticas, sería divertido contemplar al sistema triunfante sin saber qué hacer consigo mismo, sin poder compararse a otros como peores y sin poder encontrar culpables. Pero no da la situación para divertirse y hay que actuar.
Primero con el mayor pragmatismo posible y sin pérdida de tiempo, porque las teorías tradicionales no nos ofrecen soluciones a la nueva realidad que aparece fuera de libreto. Esto vale para los Gobiernos europeos y para la propia Unión Europea y su Banco Central, porque es muy peligroso y arriesgado seguir esperando con estos tipos de interés y esta falta de liquidez.
Segundo, intentando buscar un papel para la política con mayúsculas, capaz de hacer más previsible la evolución futura de este mercado global que escapa a los poderes establecidos en la sociedad industrial. Un mercado global sin reglas o con las de la famosa "mano invisible", nos llevará en el futuro a otras crisis, no cíclicas como decíamos antes, sino imprevisibles y sorpresivas como la que estamos viviendo ahora. ¿No se está incubando la siguiente crisis financiera a través de las operaciones a futuro sobre materias primas y alimentación con un escaso nivel de afianzamiento?
Es decir, la famosa gobernanza (papel ineludible de la política) permanece en el ámbito de lo local-nacional y de los obsoletos organismos financieros del pasado, en tanto que los fenómenos económicos y financieros más relevantes se mueven en el ámbito global sin gobierno alguno.
Por si fuera poco, la era posterior a la caída del Muro de Berlín ha alimentado un descrédito de la política como un estorbo al desarrollo sin reglas de la nueva era de la globalización.
Cargada de paradojas y plena de contradicciones la situación en que nos encontramos, pasamos de pedir a los responsables políticos que no interfieran, que no regulen, que dejen libertad a los mercados, a reclamar que arreglen los desaguisados a los que den lugar, incluso cuando la crisis, por sus causas y consecuencias, está más allá de sus competencias y capacidades locales-nacionales.
Más que nunca, necesitaríamos, para empezar, una acción a nivel de la UE y una concertación transatlántica eficaz para continuar. Los responsables del comienzo de esta situación, que alcanza ya dimensiones globales, tienen la obligación de dar respuestas a sus áreas y al mundo. Pero no se ve en el horizonte y esto crea más desasosiego.
(El País)