Hola,
ya me conocen de tanto escucharme hablar, chambrear y supuestamente conspirar por teléfono y WhatsApp.
Ya saben que amo a mi mujer, que comparto todo con mis hijos, que hago bromas pesadas con mis amigos, que mantengo contacto con 3 ex novias en Alemania, que escribo tres veces a la semana mis cartas sin consultarlas con nadie, que detesto la personalidad egocéntrica del presidente Nayib Bukele, que hago burla del oportunismo de sus lugartenientes y lamebotas, que pasé meses escribiendo un libro sobre lo que viví en la guerra, que tengo relaciones muy cercanas y de confianza con algunos de mis compañeros de la guerrilla, que también tengo amigos que estaban del otro lado en la guerra, que estoy frustrado de la incapacidad de renovarse de los partidos políticos…
Todo esto lo saben ustedes como si fueran parte de mi familia, aunque supongo que no entendieron mucho de lo que escucharon. No creo que me conozcan. Al principio, cuando hubo los primeros indicios de que ustedes estaban metidos en mi vida, me indigné. Luego, me dije: “¿Y qué? Tal vez logro confundirlos…” Es una vieja enseñanza de la guerra: Si puedes confundir al adversario, ya ganaste la mitad de la batalla.
El espionaje es un arma necesaria en un mundo que reduce la política a la conspiración. El espionaje telefónico es la manera de descubrir las conspiraciones, para poderlas contestar con propias movidas y tácticas. Es la forma de diseñar planes de intimidación, extorsión o compra de voluntades. Ningún gobierno autócrata puede vivir sin conspiraciones, espionaje, maniobras secretas.
Así que la noticia que hoy domina la agenda nacional -la intervención de los teléfonos de periodistas, opositores y activistas de derechos humanos y organizaciones civiles- no me sorprende, para nada. Está bien denunciar las intervenciones, porque claramente son ilegales (bueno, ustedes que las ejecutan, cometen delitos) – pero ¿qué estaban esperando? Una vez que uno ha llegado a caracterizar al gobernante que tenemos como autócrata obsesionado con tener control y poder absoluto, sabemos que habrá espionaje, intervención telefónica, detenciones arbitrarias y todo el instrumentario indispensable de las dictaduras.
Ustedes, quienes están escuchando y grabando nuestras conversaciones, estarán sentados en alguna oficina del OIE, de la fiscalía, de Casa Presidencial (o a saber adónde están escondidos), ¿qué descubrimientos piensan obtener? Escuchando nuestras conversaciones, deberían darse cuenta que las relaciones que mantenemos no son conspirativas, sino políticas. Claro que la mayoría de la gente, con las cuales me comunico, son opositores. Claro que hablamos mal del gobierno. Claro que discutimos, aunque no necesariamente por teléfono, cómo podemos rescatar la política y combatir la antipolítica y sus engaños.
¿!Y qué!? Al analizar nuestras conversaciones, al documentar quiénes se reúnen con quiénes a qué horas y en qué lugares – ¿que descubrimientos ustedes pueden reportar a sus jefes que no hubieran podido hacer al sólo leer lo que en público decimos y escribimos?
Se podrían ahorrar mucho dinero, tiempo y trabajo si leyeran bien lo que escribimos en nuestros periódicos, lo que decimos en entrevistas. No se necesita pagar millones para los programas de espionaje digital de Pegasus para aprender que nosotros detestamos a este gobierno y buscamos la forma de desbancarlo en futuras elecciones. Y que se organizan marchas y foros para discutir cómo construir una amplia alianza de todos los demócratas. ¿Y qué?
Sigan jugando a James Bond, pero tengan cuidado: Pidan a sus superiores que les den órdenes escritas para cada intervención telefónica ilegal. Si no, los que algún día serán procesados serán ustedes, cuando tendrían que ser sus jefes. Son ellos que convierten las instituciones estatales en organizaciones criminales.
Y no se frustren: No somos tontos. Las cosas realmente importantes y delicadas no hablamos por teléfono. No se olviden, algunos de nosotros venimos de donde asustaron durante los años de guerra y represión.
Saludos, Paolo Luers