viernes, 22 de noviembre de 2019

2019: el año del descontento. De Manuel Hinds


Publicado en EL DIARIO DE HOY, 22 noviembre 2019


La ola de protestas que está asolando a Latinoamérica evoca las que asolaron a Europa continental en 1848 y 1968. En 1848, el objetivo de las protestas era la instalación de la democracia liberal. En 1968, el objetivo era la instalación de gobiernos de izquierda radical.
En 2019 las motivaciones de las protestas latinoamericanas son enormemente dispersas y en muchos casos han ido cambiando con los eventos. En Honduras las protestas fueron disparadas por el descubrimiento de la asociación del hermano del presidente con cárteles de la droga. En Nicaragua, Venezuela y Bolivia las protestas comenzaron con trampas en las elecciones y la negativa de los que hicieron la trampa a abandonar el poder. En Perú y Ecuador comenzaron, en el primero porque el presidente del país disolvió el Congreso y llamó a elecciones de diputados (algo explícitamente contemplado en la Constitución) y en el segundo como oposición a medidas de estabilización económica pasadas por el Estado. En Chile, comenzaron por un alza en el precio de los pasajes del metro y se convirtieron luego en una protesta general contra la Constitución. En Colombia, los que protestan lo hacen por muchas razones distintas, que podemos esperar que, como en Chile, evolucionen hacia un objetivo más general como quitar al presidente.

En Europa en las dos ocasiones que he mencionado no hay duda de que hubo un contagio. Gentes que deseaban la instalación del liberalismo en cada país se sintieron apoyadas en otros países al ver las revueltas en ellos y justificadas en su deseo de salir a luchar por sus ideas.

¿Se puede hablar de contagio en Latinoamérica cuando las motivaciones son distintas? Ciertamente, el contagio no puede ser ideológico, porque hay revueltas de ambos bandos. Pero tampoco puede tomarse como una casualidad el surgimiento de tantas protestas en el Continente. Aquí el contagio pasa por mostrar a las personas que están amargamente descontentas con algo que está haciendo el gobierno que hay otras personas que están gravemente descontentas, por esa o por alguna otra razón en su país o en otros. Esto causa contagios locales e internacionales.


¿Qué tantos cambios podemos esperar de estas revueltas? En 1848, los rebeldes derrocaron al Rey Luis Felipe de Francia y eligieron presidente a Luis Napoleón Bonaparte, que muy rápidamente se proclamó emperador de los franceses. En otros países los gobernantes prometieron instalar democracias liberales para quitarle el viento a las velas de las protestas y luego no hicieron nada. En 1968 no pasó nada, excepto fortalecer el régimen de Charles de Gaulle que los rebeldes en Francia querían derrocar.

Esto no quiere decir que no hay peligro en estas protestas. En la fase del contagio éstas pueden alcanzar magnitudes y niveles de violencia tales que pueden romper el orden institucional, como pasó con Luis Felipe en Francia, en donde derrocaron a un rey para obtener un emperador, igual que con la Revolución Francesa. Todos los países que tuvieron revueltas en 1848 salieron peor que antes, con más represión y menos democracia.

La historia confirma que las probabilidades de salir peor que antes son muy altas. En “La Sicología de las Multitudes”, Gustave Le Bon describe cómo las multitudes organizadas presentan características que son bien distintas a las de los individuos que las forman. Se forma una mente colectiva, transitoria pero muy definida, y se genera una homogeneización de sus miembros hacia el mínimo común denominador, que contiene los más básicos y primitivos elementos de nuestra naturaleza. Unidos por ese nexo primitivo, los individuos adquieren una sensación de poder invencible, y entregan su voluntad al líder que se encuentre en esa posición en ese momento. Eso va cambiando las motivaciones de la protesta, dando unidad de propósito a la insurrección. Los que comenzaron protestando por algo, tornan a protestar por otra, más amplia y radical. En este estado, se vuelven anónimos y, por tanto, irresponsables y capaces de cometer crímenes y estupideces que jamás harían de uno en uno. Se vuelven fácil presa de los líderes que toman control de ella y se convierten en instrumentos de sus ambiciones.

Es por esto que seguir los impulsos de las multitudes por sobre los mecanismos institucionales de gobierno es una mala idea. En la fiebre de esas revueltas se pueden tomar decisiones que los pueblos mismos luego lamentan por generaciones.