Porque ciertamente están molestos. Mucho. Viven incómodos, intranquilos, siempre a la defensiva. Casi estoy por pensar que padecen de una forma particular de ninfomanía política: cuanto más tienen, más insatisfechos se sienten. No hay manera de complacerlos. Como los voraces capitalistas, no tienen límite: siempre desean más.
Los ejemplos sobran. Ganan las elecciones de gobernadores y alcaldes. Celebran a lo grande. Invierten mucho dinero en demostrar que gozan de altísima popularidad pero, luego, en vez de disfrutar de su triunfo y ponerse a trabajar, resulta que están mal, que no pueden, que les resulta intolerable convivir con los pocos, poquísimos, poderes locales que controla el adversario. Son mayoría pero todavía están arrechos. Nunca están conformes. Quizás por eso se empeñan en cambiar la ley electoral, en diseñar fórmulas que garanticen que -vote quien vote- ellos siempre serán más.
Otro ejemplo más que evidente es la visita que Mario Vargas Llosa, y otras personalidades del continente, realizaron a Caracas esta semana. Los comentarios de algunas de las voces oficiales del poder son deslumbrantes: el ministro Soto dijo que Vargas Llosa era un "ex intelectual"; Roberto Hernández Montoya, presidente del Celarg, dijo que el escritor era español y que renegaba de su nacionalidad indígena. Tanta ignorancia, tanta cobardía y tanto cinismo no importarían si no fuera porque, además, la oficialidad cultural venezolana hubiera reaccionado de inmediato organizando un encuentro express de intelectuales a favor del Gobierno y del supuesto socialismo del siglo XXI. Así funcionan. A punta de rabia, de resentimiento. Da cierta vergüenza que el plan nacional de la cultura se mueva por retruque, que esa sea una de las prioridades de la revolución: estar picados.
Así andan todo el tiempo. Según lo denunciado por el diputado Ismael García, esta semana en la Asamblea Nacional, el Gobierno controla centenares de medios (televisoras, radios, periódicos) en todo el país. Pero en vez de estar contentos, trabajando, desarrollando esa plataforma, se encuentran nuevamente furiosos, enojados, con la saliva llena de alambres. No soportan que exista Globovisión. Les resulta inadmisible esa pequeña gota dentro de su mar de felicidad. Siguen molestos.
Lo mismo podría decirse de la inseguridad, de los sindicatos, de la economía, de la Iglesia, de las relaciones internacionales... Pregonan el amor, dicen jajajá, pero siempre andan arrechos. Cada día más. En guardia. A punto de pelea. Mientras, la mayoría de los venezolanos -que apoyamos o no apoyamos al Gobierno- los observamos con genuino estupor. Nos gustaría saber qué les pasa, por qué están así.
Esta semana he encontrado una probable respuesta recordando uno de los divertimentos rimados que escribió Aquiles Nazoa. Se trata de la "Fábula de la avispa". La pieza narra la historia de una avispa que cae en un vaso de agua: "Pero nuestra avispa,/ Nuestra avispa brava,/ Más brava se puso/ Al verse mojada./ Y en vez de ocuparse/ La muy insensata/ De ganar la orilla/ Batiendo las alas/ Se puso a echar pestes/ Y a tirar picadas/ Y a lanzar conjuros/ Y a emitir mentadas,/ Y así, poco a poco,/ Fue quedando exhausta".
Me temo que quizás eso le pasa ahora al Gobierno. Después de diez años, con la grosera cantidad de dólares que ha recibido, con toda la concentración de poder que ha logrado, finalmente no ha podido arañar ni siquiera sus promesas. La miseria sigue siendo nuestro destino.
El mejor indicador de esto son las elecciones. La guerra diaria de encuestas forman parte de la excitante videocracia en que vivimos. Los resultados electorales, de 1998 a 2009, pueden ser un mejor parámetro para medir la pérdida de fe de los venezolanos. Eso no lo pueden cambiar... Aunque chapoteen mil veces. La inoperancia en la gerencia pública no la pueden cambiar. Por más que muevan sus alas. No saben cómo salir de la realidad: ese cruel vaso en el que estamos.
"Tal como la avispa/ Que cuenta esta fábula,/ El mundo está lleno/ De personas bravas,/ Que infunden respeto/ Por su mala cara,/ Que se hacen famosas/ Debido a sus rabias/ Y al final se ahogan/ En un vaso de agua".
(El Nacional, Venezuela)