Para los lectores que no saben de qué estoy hablando --que serán la gran mayoría, porque los medios principales lastimosamente han aplicado la regla “chucho no como chucho” y no han cumplido su deber de informar-- aquí un resumen de los hechos: El miércoles 13 de agosto fueron despedidos 170 empleados de La Prensa Gráfica, entre ellos unos 40 integrantes del aparato editorial, entre editores, reporteros, redactores, fotógrafos, diagramadores. Despedir un 20 por ciento del personal es despido masivo. Eliminar un 25% de una redacción, significa crisis en un medio de comunicación.
Las dos cosas son noticia de interés público. Merecen análisis. Los lectores y los anunciantes del periódico, así como la opinión pública en general merecen información y explicaciones. El mismo periódico que ejecute un plan de despidos de esta magnitud y con este impacto, si saliera en New York, Buenos Aires o México, se sentiría obligado a informar sobre el hecho, en sus propias páginas.
Los periodistas no podemos siempre exigir al Estado, a los bancos, a los partidos, a las grandes empresas transparencia de sus actuaciones – y callarnos cuando la noticia y la crisis se genera en casa. El hecho que una empresa líder de comunicación haya manejado tan mal su proceso de crecimiento, da pauta no sólo para información debida, sino para debate, análisis, crítica, reflexión profunda dentro del medio de los comunicadores sociales. Todo esto no se ha dado, porque se aplicó un filtro de silencio. El daño --para el periódico, para el periodismo, para el gremio de comunicadores, para la opinión pública, para el país-- no se hace más grande hablando del problema. Por lo contrario, es bajo el manto del silencio que se generan rumores, especulaciones, desconfianzas. Ahí reside el verdadero daño.
Tal vez la columna que sobre el tema escribí en este blog fue muy dura con los jefes editoriales que ejecutaron el plan de despidos. Era mi impresión que no hicieron lo posible, necesario y digno para defender a su gente y para convencer a la empresa a buscar otras soluciones. Platicando con ellos me doy cuenta que su actuación no fue de mala fe. Sin embargo, toda esta historia ejemplifica lo importante que es que en nuestros medios fortalezcan direcciones editoriales que no actúen simplemente como brazo prolongado de la patronal y sus lógicas financieras, sino que actúen como cabezas de sus cuerpos de periodistas, como garantes del profesionalismo y de la ética periodística.
Para que avancemos hacía este fortalecimiento del periodismo, para que juntos construyamos confianza en los medios, necesitamos aprender le las crisis. Por esto no hay que tapar los problemas, sino discutirlos.