Los efectos del calentamiento climático no se distribuyen equitativamente. Donde se producen más emisiones, menos impacto. Donde menos desarrollo industrial y económico, más impacto. Erosiones, inundaciones, falta de agua potable, huracanes no sólo reducen espacios y oportunidades de supervivencia, sino profundizan los problemas ya existentes. Crece la asimetría entre países favorecidos y desfavorecidos – y al mismo tiempo la brecha entre las capacidades de resolver problemas.
Esto no es aceptable. Tenemos que confrontar los problemas del cambio climático de ora manera, no sólo por razones de justicia, sino sobre todo por razones de nuestra propia identidad.
El primer malentendido es que tenemos que convencer a las élites de los países en desarrollo a asumir otros patrones de actitud y consumo. Otra malentendido reside en la pregunta si tenemos que conceder a los países menos modernizados los mismos derechos de contaminación que antaño tenían los primeros países industrializados – cosa que sólo se dio porque nadie se preocupaba de las contaminaciones. Hoy que sabemos los resultados de tal despreocupación, esta pregunta simplemente es expresión de una idiotez artificial.
La creciente migración de refugiados ecológicos preocupa a la política de seguridad y genera estrategias para la seguridad fronteriza, los cuales requieren de inmensas inversiones de capital y personal. Sería mucho más racional gastar nuestras capacidades intelectuales y financieras no para desarrollar estrategias de exclusión, sino más bien posibilidades de inclusión y participación – lo que de todos modos es indispensable desde el punto de vista de demográfico. ¿Por qué defender el ideal del estado nacional étnicamente homogéneo, cuando este ideal ya se mostró desfasado ente las necesidades de la modernización?
Si concebimos el problema del cambo climático como un problema cultural, inmediatamente tendremos otra perspectiva de las cosas. Problemas ecológicos esencialmente no son problemas de la naturaleza sino problemas de las culturas humanas.
¿Puede una cultura ser exitosa a largo lazo si es basada en el consumo sistemático de los recursos naturales? ¿Puede sobrevivir una cultura que concientemente acepta la exclusión de las siguientes generaciones? ¿Puede una cultura de este tipo servir de modelo para aquellos que necesita incluir para su propia supervivencia?
La traducción del problema climático en una problemática cultural significan una oportunidad real de desarrollo. Para ilustrar esto, tres ejemplos.
Noruega no invierte su ganancia petrolera en proyectos representativos de infraestructura que aumenten el bienestar de sus ciudadanos contemporáneos, sino persigue una estrategia de inversión a largo plazo, que garantiza a las siguientes generaciones gozar el alto nivel de vida del presente y los beneficios de Estado del bienestar social. Las inversiones se hicieron con criterios éticos: Empresas involucradas en la industria armamentista quedan excluidas, por ejemplo. Se invierte en fuentes renovables de energía.
Suiza definió, hace como 20 años, un concepto para el transporte que prioriza el transporte público sobre el individual y garantiza la inclusión de toda la población, incluyendo en las comunidades más remotas, en la red pública de transporte. Suiza tiene hoy la red más estrecha y completa de transporte público del mundo, muy a pesar de sus adversas condiciones geográficas como país montañoso.
Estonia garantiza a sus ciudadanos el derecho constitucional del acceso gratuito a Internet. El abastecimiento total de oportunidades de comunicación no sólo reduce la burocracia y genera potencialidades para formas más directas de democracia, también es fuerza motriz para la modernización.
Son tres ejemplos de sociedades que definen su futuro. No sólo toman decisiones técnicas y de corto plazo, sino sobre qué tipo de sociedad quieren ser: una sociedad comprometida con las siguientes generaciones (Noruega); una sociedad que asegura movilidad (Suiza); una sociedad comunicativa (Estonia).
Ahí hay algo muy significativo para la problemática del clima: La pregunta qué hay que hacer y cómo, no tiene respuesta si antes no contestamos la pregunta cómo queremos vivir.
Un consenso sobre la pregunta si queremos subvencionar el uso de energía fósil o la construcción de un sistema educativo; si priorizamos el financiamiento de la creación de puestos de trabajo en industrias obsoletas o priorizamos el potencial que reside en mejores escuelas – todas esas son preguntas culturales. Si las contestamos, tendremos respuestas parciales a la pregunta fundamental: ¿Qué tipo de comunidad queremos ser?
(Die Welt, Alemania, 13 de julio 2008. Traducido por Paolo Luers. El autor es director de Instituto de Ciencias Culturales en Essen)